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Authors: Louise Cooper

Tags: #Fantasia

Espejismo (16 page)

BOOK: Espejismo
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DiMag alcanzó el pie de la escalera, desde donde un amplio corredor conducía a sus aposentos particulares, y se detuvo a recobrar el aliento, disgustado por la renquera que le impedía moverse con soltura. ¡Si pudiera saberlo con certeza…! Lo peor era esa sospecha medio fundada, ya que, entonces, la imaginación se disparaba. Necesitaba profundizar en el asunto y descubrir qué había de verdad en las dudas que asaltaban su mente, pero… ¿en quién podía confiar? Ésa era la ironía más amarga de todas.

Avanzó despacio por el corredor, camino de sus aposentos. Cuando le vieron acercarse, los guardias que estaban allí de servicio permanente se apresuraron a abrirle las puertas. DiMag ignoró su presencia, entró en sus dominios particulares y en una súbita demostración de energía, dio un portazo detrás de él.

Era infrecuente que el maestro de armas Vaoran recibiera visitas en su modesta vivienda en los cuarteles del castillo. Sus costumbres eran más bien ascéticas. Sólo bebía con moderación y según los comentarios de sus hombres, no le interesaban las mujeres que gustosamente habrían estado a disposición de un militar de tan alta graduación. Pero esta vez, al regresar de la torre de Simorh, halló —como había previsto a un visitante.

Éste se alzó al llegar Vaoran. Era un hombre gordinflón, de edad ya algo avanzada, que vestía la roja túnica con faja dorada de los consejeros reales. Al cerrar la puerta a sus espaldas el maestro de armas, saludó con una grave inclinación de cabeza.

—¡Buenos días, consejero Vaoran! Me temo que he venido demasiado temprano a nuestra cita. ¿Podréis disculpar que haya invadido vuestros dominios?

—No tiene importancia, consejero Grai. Soy yo quien se ha retrasado, y ahora os pido disculpas.

Indicó a Grai que tomara asiento de nuevo y se dirigió a un mueble tallado que ocupaba la mayor parte de la estancia escasamente equipada.

—¿Os apetece un refresco?

—¡Oh, gracias! Me sentaría bien un poco de vino.

El hombre rechoncho siguió con la vista a Vaoran, mientras éste llenaba dos copas, y aceptó gustoso la que fue depositada en sus manos.

—Gracias. ¿Habéis logrado ver a la princesa?

—Sí —contestó Vaoran, tomando asiento frente a Grai—. Debo admitir, no obstante, que la entrevista ha resultado más breve de lo que esperaba. O digamos que no he llegado adonde confiaba llegar —añadió con una sonrisa enigmática.

Grai arrugó los labios.

—Así pues, no ha cambiado su actitud…

—No; en absoluto.

—Ya entiendo —suspiró Grai—. Me entristece verla tan inflexible. Creía que, ahora, ya se daría cuenta de que hay pocas esperanzas de futuro para el príncipe, inválido como está, y amargado además… Haven necesita un hombre mucho más fuerte.

Vaoran acarició su copa.

—Sabéis que estoy de acuerdo con vos, Grai. Pero, sin el apoyo de la princesa, nuestra posición es demasiado insegura para hacer más públicos nuestros puntos de vista. Buena parte del pueblo los comparte, pero la gente comparte asimismo nuestra simpatía hacia lo que ella defiende, y cualquier cosa que pudiera ser interpretada como una amenaza para Simorh constituiría una tremenda equivocación.

—Eso es cierto, por ahora. Sin embargo, la princesa no tiene categoría política. Al menos, no comparable con la de…

Vaoran le interrumpió con voz impaciente.

—No importa la categoría política. Ella tiene otros poderes, como ambos sabemos. Pero ni siquiera eso es importante, Grai. Lo vital,
vital para mí,
es que la princesa llegue a ver la situación desde nuestro punto de vista y no sea sometida a presión desde ningún lado.

—¡Ah, ya! —dijo Grai, cuyos
ojos
revelaron comprensión: había olvidado los motivos personales de Vaoran—. Desde luego… Pero si insiste en su lealtad al príncipe, que al fin y al cabo es su marido…

—Sólo oficialmente —replicó Vaoran con una de sus gélidas sonrisas—, y eso tiene que constituir una carga muy pesada para ella. Le consta que, mientras mande DiMag, Haven puede esperar poco, y Simorh debe tener en consideración el futuro de la pequeña Gamora… Simorh es fiel al hombre que tomó como marido, pero todavía es mayor su lealtad a Haven y a su hija. Llegará el día en que tenga que decidir entre una cosa y la otra. Y cuando ese día haya llegado, yo estaré a su lado para ayudarla en todo lo que pueda.

Al decir esto, miró a Grai con una cálida y hambrienta mirada. Después de una prolongada pausa, asintió éste:

—Necesitamos tiempo… Lo necesitamos, si…

—Sólo un poco más. Por amor a Haven.

—Si alguien me hubiese dicho que, a mi edad, iba a aceptar un nuevo discípulo, le habría tachado de mentiroso o de loco, o de ambas cosas a la vez —Brigrandon esbozó una sonrisa seca y alzó la copa mirando a Kyre—. ¡Mala suerte a vuestros enemigos! —exclamó.

Kyre le devolvió la sonrisa con cierta reserva y tomó un sorbo de cerveza. Estaban sentados en el desordenado estudio del viejo erudito, y encima de la mesa que les separaba quedaban esparcidos los restos de una abundante cena. Al otro lado de las altas y estrechas ventanas había descendido ya la oscuridad, que traía consigo la creciente niebla.

Brigrandon bebía sin descanso desde hacía dos horas, si no más. Desde la llegada de Kyre, exactamente. Pero, si bien su manera de hablar era un poco pastosa y sus movimientos empezaban a delatar falta de coordinación, el cerebro que había detrás de su máscara física seguía tremendamente activo. Cuando los dos dejaron al fin sus vasos, Brigrandon dio un manotazo a la pila de pergaminos que tenía junto a su plato vacío.

—¡Pues bien, amigo, aquí la tenéis! La historia entera de Haven, mitos, leyendas y hechos, recogido todo con el máximo esmero, traducido y redactado de forma comprensible por mi humilde persona… —el preceptor hizo una pausa, dio unos golpecitos más suaves al montón de papeles y finalmente, dejó que su mano descansara sobre ellos—. La obra cumbre de mi vida. Un bonito relato para instruir a los niños pequeños… —agregó con amarga ironía en la voz y en los ojos, cuando los alzó por un momento, para volver luego a su seca sonrisa—. No os preocupéis: no espero que leáis la historia. Simplemente, es mi credencial. Una prueba, para vos, de que estoy en condiciones de responder a vuestras preguntas.

Kyre le devolvió de nuevo la sonrisa.

—No necesito pruebas, maestro Brigrandon. Os estoy muy agradecido.

—¡Bah! —dijo el preceptor con un gesto de la mano, y por poco volcó la botella casi vacía que se hallaba peligrosamente cerca de su codo.

Pese a su estudiado descuido, Kyre notó que el viejo estaba enternecido.

—¡Pero si aún no tenéis las respuestas! —añadió Brigrandon—. Esperad a ver si, mañana, todavía deseáis darme las gracias… Bien, amigo mío, el hombre sediento de conocimientos… —continuó después de otra larga pausa—. Estoy a vuestra disposición. ¿Por dónde queréis empezar?

A punto de escuchar alguna revelación, Kyre sintió una súbita desgana y se descubrió a sí mismo balbuciendo:

—¿De veras no os molesto, maestro Brigrandon? ¡Es ya muy tarde!

El estudioso meneó la cabeza.

—Últimamente dedico las noches más a beber que a dormir, de manera que también puedo hablar —contestó, a la par que agarraba la botella y se servía buena cantidad de cerveza, vertiendo bastante sobre la mesa—. Ya sé qué pensáis, sí, y tenéis razón. La embriaguez y yo nos llevamos muy bien. Pero no me nubla la mente, por desgracia. En consecuencia, no necesito daros una excusa para retrasar el momento… Si ahora os echáis atrás, tendréis que formularme las preguntas en otra ocasión, y esa clase de tormento no se resiste mucho. Así pues, ¡decid qué queréis saber! —concluyó la frase, y tomó otro gran sorbo.

Kyre sintió la tentación de seguir el ejemplo de Brigrandon. La bebida le daría más valor, y bien que lo precisaba para contrarrestar el extraño miedo que acechaba en su interior. Pero al mismo tiempo necesitaba conservar la cabeza clara, y eso era lo más importante. Resistió, pues, la tentación, y se limitó a acariciar el pie de su copa mientras se forzaba a formular la pregunta que era el meollo de todo.

Habló así:

—El príncipe DiMag dice que a Haven le hace falta un paladín, y que tanto él como la princesa Simorh quieren que lo sea yo —el enojo de la noche anterior surgió de nuevo, y eso le ayudó a explicarse mejor—. Vos me decís que hubo otro Kyre, otro Lobo del Sol, largo tiempo atrás, y que yo fui creado según su imagen… Sólo puedo conjeturar, por consiguiente, que yo debo hacer lo que él hubiese hecho, de estar vivo hoy.

—No es del todo así, pero en conjunto se ajusta a la realidad —señaló Brigrandon con una mueca.

—Entonces necesito conocer esa realidad. ¿Quién fue el primer Kyre? ¿Qué hizo? ¿Y por qué quiere Haven que yo le emule?

El preceptor permaneció callado durante un rato. La lámpara de aceite de pescado que iluminaba el cuarto chisporroteaba a intervalos, y Kyre creyó escuchar, a lo lejos, el inquieto gemido del mar, aunque quizá sólo lo imaginara.

Por fin habló Brigrandon:

—Tres preguntas, pero creo que requieren una sola respuesta —dijo, a la vez que se inclinaba hacia delante y llenaba nuevamente su copa, ahora con mayor deliberación—. He de admitir que nuestra crónica es incompleta. La antigua lengua no ha sido utilizada desde tantas generaciones atrás, que está casi olvidada, y la versión fragmentada que conservamos es, con toda probabilidad, inexacta. Pero digamos que, en esencia, ese Kyre, el Kyre original, gobernó Haven hace muchos siglos. Era tan guerrero como príncipe y bajo su poder, el ejército de la ciudad fue muy eficaz. ¡Qué diferencia con los tristes restos que podéis ver hoy día!… Los demonios marinos debían temer a Kyre y sus soldados, y…

—¿Los habitantes del mar? —le interrumpió Kyre de súbito—. ¿Queréis decir que ya entonces estaban en guerra con Haven?

Brigrandon sonrió con tristeza.

—Precisamente es el más antiguo de los conflictos. Sólo tenemos retazos de conocimientos de aquella época, pero todo indica que la enemistad es tan antigua como la Luna, a la que llamamos Hechicera. Y fueron los habitantes del mar quienes, al final, causaron la ruina de Kyre. ¿Habéis oído hablar de lo que llamamos Noche de Muerte?

—Sí. DiMag me lo explicó.

—Pues una conjunción semejante se produjo durante el reinado de Kyre, y los demonios marinos proyectaron servirse del poder que eso les confería para atacar Haven de forma masiva. Vivía entonces una bruja con ellos, de la que no conocemos el nombre. Se sabe, sin embargo, que era un vampiro, una devoradora de almas…

«Un vampiro, una devoradora de almas…»
Kyre recordó la descripción que DiMag hiciera de la diabólica Calthar, que, según él, reinaba en la actualidad sobre los habitantes de las aguas… ¿No podía ser la misma de antes?

—Extraía su poder de la Hechicera, y lo utilizó para provocar la caída de Kyre durante la batalla de la Noche de Muerte —continuó Brigrandon. Se encontraron cara a cara en la playa y, pese a ser él el más bravo guerrero que Haven había tenido, no pudo contra la demoníaca brujería de que ella se valió, y perdió la vida.

El preceptor hizo una pausa para beber más cerveza, lentamente, luego se limpió los labios con el dorso de la mano.

—Se dice que, cuando Kyre murió…, en el mismo instante en que la lanza de la devoradora de almas se clavó en su cuerpo…, el mundo se detuvo en su órbita y un escalofriante grito de protesta surgió de las entrañas de la tierra… Eso lo cuentan para embellecer la historia, claro… No dudo de que, entonces, había historiadores tan amantes de las licencias poéticas como confieso que a veces lo he sido yo. Pero lo cierto es que, por mucho que protestara el mundo, el Lobo del Sol murió.

Kyre tenía la boca seca, y en su lengua había un sabor amargo. También él bebió más cerveza.

—¿Y? —preguntó seguidamente, con ansia.

—¿Y? —repitió Brigrandon.

—Tiene que haber más.

—¡Claro que hay más, sí…! El Lobo del Sol tenía esposa. No se recuerda su nombre, ni sabemos nada de ella, salvo una cosa —el anciano preceptor cogió su copa—. Era una bruja, una hechicera. No un ser monstruoso como la que atrapó y mató a Kyre, pero tenía poder. Ella no luchó al lado de Kyre, sino que estuvo en la misma torre que ahora ocupa Simorh, y desde allí intentó emplear su magia para salvarle. Cuando comprendió que había fracasado, prefirió quitarse la vida a tener que vivir sin él. Antes de morir, sin embargo, creó un encantamiento, un talismán que protegiera a Haven de los demonios procedentes del mar. y ese encantamiento formó parte de su profecía final.

Brigrandon alzó la vista, y en sus ojos había inquietud.

—Seguid —suplicó Kyre—. Decidme, Brigrandon, ¿en qué consistió esa profecía?

El anciano se encogió de hombros.

—¿Es preciso que os lo diga? Bien… Dispuso que si Haven se viera amenazada: algún día por una aniquilación final a manos de sus enemigos, pudiera ser traído al mundo un hombre creado según la imagen de su difunto esposo. Y dejó un rito mediante el cual ese ser, ese cero, digamos…, recibiese el espíritu del primer Lobo del Sol, de modo que estuviera en situación de plantarle cara a la bruja-vampiro surgida del mar y derrotarla.

Durante largo rato reinó el silencio. Brigrandon miraba su copa con gesto severo e inquieto a la vez. Kyre tenía la vista perdida en la lejanía. Dominaba su mente la imagen de DiMag, en su oscuro refugio, pero luego se impuso la de Simorh, con su rostro tenso y amargo.

Finalmente dijo:

—Quieren que yo cumpla la profecía y sea un segundo Lobo del Sol. Pretenden que me enfrente a la misma criatura, esa… devoradora de almas que mató al Kyre original…

—No es la misma criatura —objetó Brigrandon—. La primera desapareció de este mundo hace largo tiempo. Sin embargo, viven sus descendientes.

—La misma criatura, u otra… ¿Cuál es la diferencia? ¡Quieren incitarme a pelear con ella, con la esperanza de que yo triunfe allí donde el guerrero más glorioso de vuestra historia fracasó…! —exhaló un violento suspiro—. ¡Están locos!

El preceptor miró hacia otra parte, alzó la copa y la vació.

—Deseabais que os dijera la verdad, ¿no? ¡Pues ya la conocéis! Os advertí que quizá no os gustara lo que ibais a oír.

Kyre se esforzó por dominar su creciente indignación. No tenía derecho a desahogar su ira contra Brigrandon: al fin y al cabo, el viejo no había hecho más que responder a las preguntas formuladas por él.

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