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Authors: Alyson Noel

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

Espejismos (20 page)

BOOK: Espejismos
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Solo espero que no me lleve mucho tiempo. Porque lo cierto es que echo mucho de menos a Damen. Y, además, me queda tan poco líquido rojo que ya me he visto obligada a racionarlo. Como Damen nunca encontró necesario darme la receta, no tengo ni la menor idea de cómo fabricarlo, y mucho menos de qué me ocurrirá sin él. Aun que tengo claro que no será nada bueno.

Al principio, Damen creyó que podría beber el elixir una sola vez y curarse de todas las enfermedades. Y, aunque eso funcionó durante los primeros ciento cincuenta años, cuando comenzó a notar los sutiles signos de envejecimiento decidió volver a beberlo. Y luego otra vez. Hasta que se volvió completamente dependiente.

Tampoco sabía que un inmortal (o, al menos, uno con un suministro constante de elixir) podía ser asesinado hasta que acabé con su ex esposa, Drina. Ambos teníamos la certeza de que apuntar al chacra más débil (el chacra corazón, en el caso de Drina) era el único método de acabar con un inmortal, y aunque todavía estoy segura de que nosotros somos los únicos que saben eso, según pude ver ayer en los registros akásicos, Roman ha descubierto otra manera. Lo que significa que, si quiero tener alguna esperanza de salvar a Damen, debo averiguar lo que sabe Roman antes de que sea demasiado tarde.

Por fin se abre la puerta y levanto la vista para observar a la horda de estudiantes que se adentra en el aula. No es la primera vez que contemplo algo así, pero aún me resulta extraño verlos reírse y bromear juntos cuando la semana pasada apenas se miraban los unos a los otros. Y, aunque es el tipo de escena que cualquiera desearía ver en su instituto, dadas las circunstancias, no me entusiasma tanto como debería.

Y no porque yo lo observe desde fuera, sino porque es raro, escalofriante y antinatural. Los institutos no funcionan así. Por favor… todo el mundo sabe que las personas no se comportan así. La gente busca a sus semejantes, y punto. Es una de esas reglas tácitas. Además, esto no es algo que hayan decidido hacer por sí mismos. Porque no se dan cuenta de que todas esas risas, todos esos abrazos y esos ridículos choques de mano no se deben al nuevo afecto que sienten los unos por los otros… sino a Roman.

Roman es… como un experto titiritero que juega con sus marionetas por simple diversión. Y, aunque todavía no he logrado descubrir cómo o por qué lo está haciendo, aunque todavía no puedo demostrar que lo está haciendo realmente, sé en lo más profundo de mi corazón que no me equivoco. Me resulta tan evidente como el pinchazo que noto en el estómago o el escalofrío que recorre mi piel siempre que él está cerca.

Observo a Damen, que ocupa su silla al tiempo que Stacia se inclina sobre su mesa. Mi archienemiga balancea su escote
wonderbraniano
de relleno frente al rostro de Damen, se coloca el pelo sobre el hombro y se echa a reír después de hacer alguno de sus estúpidos comentarios graciosos. Y, aunque no he escuchado la broma porque la he dejado fuera de sintonía a propósito para poder escuchar mejor a Damen, el hecho de que él piense que es estúpido me basta por ahora.

Y también me provoca un pequeño brillo de esperanza.

Un brillo de esperanza que se extingue en el mismo segundo en que su atención se centra en el canalillo de Stacia.

Me resulta vulgar, pueril y, para ser sincera, completamente bochornoso. Si pensaba que lo de ayer había herido mis sentimientos, lo de ver cómo se enrollaba con Drina, ahora me doy cuenta de que aquello no fue nada comparado con esto.

Porque Drina es el pasado, como una imagen hermosa, vacía y superficial tallada sobre una roca.

Pero Stacia es el presente.

Y, aunque también es hermosa, vacía y superficial… resulta que está justo delante de mí en todo su esplendor tridimensional.

Percibo que el cerebro derretido de Damen se entusiasma con las virtudes y abundancias del escote de relleno de Stacia y no puedo evitar preguntarme si de verdad le gustan las mujeres así.

Si las chicas consentidas, ambiciosas y petulantes son en realidad el tipo de mujer que le gusta.

Si yo no soy más que una extraña excepción, una rara avis que no ha dejado de inmiscuirse en su camino durante los últimos cuatrocientos años.

No le quito los ojos de encima durante toda la clase. Lo observo desde mi solitario sitio al fondo. Respondo de manera automática a las preguntas del señor Robins, sin pensarlas siquiera; repito sin más las respuestas que veo en su cabeza. Mi mente nunca se aparta de Damen y no hago otra cosa que repetirme a mí misma quién es en realidad. Me repito que, pese a lo que pueda parecer, es bueno, amable, afectuoso y leal… el auténtico amor de mis numerosas vidas, y que esta versión que está sentada delante de mí no es la verdadera, por más que su comportamiento y su aspecto se parezcan a los que vi ayer en ese cristal. Damen no es así.

Cuando por fin suena el timbre, lo sigo. Consigo tenerlo vigilado durante la hora que dura mi clase de educación física, sobre todo porque decido quedarme junto a su aula en lugar de correr por la pista de atletismo como se supone que debería hacer. Me escondo en el momento en que percibo que el supervisor de los pasillos está a punto de pasar a mi lado y regreso tan pronto como se aleja. Observo a Damen a través de la ventana y escucho a escondidas todos sus pensamientos, como si fuera de verdad la acosadora que él cree que soy. Y no sé si sentirme preocupada o aliviada al descubrir que su atención no se centra solo en Stacia; también está disponible para cualquier chica más o menos guapa que se siente cerca de él… a menos, claro, que esa chica sea yo.

Y, aunque durante la tercera hora sigo espiando a Damen, cuando llega la cuarta me concentro en Roman. Lo miro a los ojos mientras me dirijo a mi mesa, y me giro para saludarlo cada vez que percibo que su atención está puesta en mí. Aunque las ideas que rondan su cabeza cuando piensa en mí son tan vulgares y bochornosas como las de Damen cuando piensa en Stacia, me niego a ruborizarme o a reaccionar. Mantengo la sonrisa y asiento, decidida a poner al mal tiempo buena cara; porque si quiero descubrir quién es este tipo en realidad, no puedo seguir evitándolo como si se tratara de la peste negra.

Cuando suena el timbre, decido librarme del papel de paria «lerda» que me han impuesto a la fuerza y me dirijo derecha hacia la larga fila de mesas. Paso por alto el hecho de que el nudo de mi estómago se tensa más y más a cada paso que doy, ya que estoy decidida a ocupar mi lugar y a sentarme con el resto de mi clase.

Cuando Roman asiente al ver que me acerco, me decepciona comprobar que en absoluto está tan sorprendido como me imaginaba.

—¡Ever! —Sonríe y da unos golpecitos con la mano en el estrecho lugar que hay a su lado—. Así que no eran imaginaciones mías: hoy hemos compartido un momento especial en clase.

Esbozo una sonrisa tensa y me siento a su lado. Mi mirada se dirige por instinto hacia Damen, pero me obligo al instante a apartar los ojos de él. Me recuerdo a mí misma que debo permanecer concentrada en Roman, que es fundamental que no me distraiga.

—Sabía que al final entrarías en razón. Mi único deseo era que no tardaras demasiado. Hemos perdido mucho tiempo y debemos recuperarlo. —Se inclina hacia delante y sitúa su rostro tan cerca del mío que puedo ver las motas de color de sus ojos: brillantes puntitos violetas en los que resultaría muy fácil perderse…

—Esto es genial, ¿no te parece? Todos juntos, todos unidos como si fuéramos uno. Y te has perdido esa conexión durante todo este tiempo… Pero ahora que estás aquí, mi misión está completa. Y tú que creías que era imposible…

Echa la cabeza hacia atrás y suelta una risotada. Con los ojos cerrados, los dientes visibles y ese cabello rubio despeinado que refleja los rayos de sol… lo cierto es que el tío resulta fascinante, por más que deteste admitirlo.

Aunque no tanto como Damen. De hecho, ni siquiera se le acerca. Roman es guapo de una forma que me recuerda los viejos tiempos: posee la cantidad justa de encanto y fingida cordialidad por la que me habría sentido atraída antes. Mucho antes, cuando aceptaba las cosas tal cual eran y pocas veces (casi ninguna, más bien) me molestaba en averiguar lo que hay bajo la superficie.

Lo observo mientras le da un mordisco a su barrita de Mars, y luego poso la mirada en Damen. Contemplo su glorioso perfil moreno y mi corazón se llena de un deseo tan abrumador que apenas puedo soportarlo. Me fijo en sus manos mientras divierte a Stacia con alguna historia estúpida, aunque estoy mucho menos interesada en la anécdota que en las manos en sí. Recuerdo lo maravilloso que me parecía su tacto contra mi piel…

—… así que, por más agradable que sea el hecho de que te hayas unido a nosotros, no puedo evitar preguntarme a qué se debe en realidad —dice Roman, que no ha apartado los ojos de mí.

Sin embargo, yo sigo mirando a Damen. Observo cómo presiona los labios contra la mejilla de Stacia antes de deslizarlos hasta su oreja y bajarlos por su cuello…

—Porque, aunque me gustaría creer que has caído presa de mi innegable encanto y mi cara bonita, sé que no es así. De modo que dime, Ever, ¿de qué va esto en realidad?

Oigo a Roman; su voz zumba en mi mente como un murmullo vago e incesante que resulta fácil ignorar, pero mi mirada sigue clavada en Damen: el amor de mi vida, mi alma gemela eterna… el chico que ahora ni siquiera sabe que existo. Se me retuercen las tripas cuando desliza los labios por el cuello de Stacia antes de volver a su oreja. Mueve la boca muy despacio mientras le susurra zalamerías al oído para convencerla de que lo mejor es saltarse las clases e ir a su casa…

Un momento… ¿Convencerla? ¿Está tratando de persuadirla? ¿Significa eso que ella todavía no está preparada y dispuesta? ¿Soy la única que ha asumido que ellos ya habían quemado la cama?

Sin embargo, cuando estoy a punto de sintonizar con Stacia y ver qué es lo que trama haciéndose la dura, Roman me da unos golpecitos en el brazo y me dice:

—Ay, venga, Ever, no seas tímida. Dime por qué estás aquí. Dime exactamente qué es lo que te saca de quicio.

Y antes de que pueda responder, Stacia me mira y dice:

—Por Dios, Lerda, ¿se puede saber qué estás mirando?

No contesto. Solo finjo no haberla oído mientras me concentro en Damen. Me niego a reconocer su presencia, aunque están tan entrelazados que parecen casi fundidos. Ojalá él se diera la vuelta y me viera… de verdad, como antes.

No obstante, cuando por fin se gira, su mirada me atraviesa, como si no mereciera la pena molestarse conmigo, como si fuera invisible.

Y ver que me mira de esa manera me deja entumecida, sin respiración, paralizada…

—¿Hola? ¿Hay alguien ahí? —pregunta Stacia en un tono de voz lo bastante alto para que todo el mundo lo oiga—. En serio, ¿puedo ayudarte? ¿Hay alguien en este mundo que pueda ayudarte?

Observo a Miles y a Haven, que están sentados a escasa distancia, y veo que sacuden la cabeza, como si ambos desearan no haberme conocido nunca. Luego trago saliva con fuerza y me recuerdo a mí misma que no son dueños de sí mismos… que Roman es el escritor, productor, director y creador de este horroroso espectáculo.

Sostengo la mirada de Roman e intento atisbar los pensamientos que anidan en su cabeza, a pesar del intenso aguijonazo que siento en el estómago. Estoy decidida a ir más allá de la capa superficial de estupideces habituales. Siento curiosidad por ver si hay algo más que el adolescente calenturiento, irritante y adicto al azúcar que finge ser. Porque lo cierto es que no me lo trago. La imagen que vi en ese cristal, la que lo mostraba con una diabólica sonrisa de victoria dibujada en la cara, dejaba entrever una faceta suya mucho más siniestra.

Y cuando su sonrisa se hace más y más amplia y empieza a mirarme con los ojos entornados… todo lo demás desaparece.

Todo excepto Roman y yo.

Me precipito a través de un túnel, cada vez más rápido, impulsada por una fuerza que escapa a mi control. Me deslizo sin remisión hacia el oscuro abismo de su mente mientras Roman selecciona con mucho cuidado las escenas que quiere que vea: Damen dando una fiesta en nuestra suite del Montage, una fiesta en la que están Stacia, Honor, Craig, y muchos otros chicos que jamás habían hablado con nosotros antes; una fiesta que dura varios días, hasta que al final lo echan a patadas por dejar la habitación hecha un asco. Me obliga a presenciar toda clase de actos desagradables, cosas que habría preferido no ver… y que culminan con la última imagen que vi en el cristal ese día… justo la escena final.

Me caigo hacia atrás del asiento y aterrizo en el suelo con las piernas por alto, todavía atrapada en sus redes. Me recupero por fin cuando todo el instituto empieza a corear con un tono burlón y estridente: «¡Ler-daaa!, ¡Ler-daaa!». Y contemplo horrorizada cómo mi elixir rojo, que se ha derramado sobre la mesa, se escurre y cae por uno de los lados.

—¿Te encuentras bien? —pregunta Roman, que me mira mientras me esfuerzo por ponerme en pie—. Sé que resulta duro verlo. Créeme, Ever, yo también he pasado por eso. Pero es lo mejor, de verdad. Y me temo que no te queda otro remedio que confiar en mí cuando te digo esto.

—Sabía que era cosa tuya —susurro mientras me pongo delante de él, temblando de rabia—. Lo he sabido siempre.

—Lo sabías, sí. —Sonríe—. Lo sabías. Un punto para ti. Aunque debo advertirte que todavía te saco al menos diez puntos de ventaja.

—No te saldrás con la tuya —le digo.

Observo aterrada cómo sumerge el dedo corazón en el charco que ha formado el líquido rojo antes de dejar que las gotas caigan sobre su lengua de una forma tan cuidadosa y deliberada que parece que quiera decirme algo, hacerme algún tipo de advertencia.

Sin embargo, justo cuando una idea empieza a tomar forma en mi cabeza, él se lame los labios y dice:

—Verás… en eso te equivocas. —Gira la cabeza para mostrarme la marca de su cuello: un detallado tatuaje del uróboros que aparece y desaparece entre destellos—. Ya me he salido con la mía, Ever. —Esboza una sonrisa—. Ya he ganado.

Capítulo veintiocho

N
o voy a clase de arte. Me marcho justo después del almuerzo.

No, retiro lo dicho. Porque lo cierto es que me marcho en mitad del almuerzo. Segundos después de mi horrible encuentro con Roman, corro hacia el aparcamiento (seguida por un interminable coro de «¡Ler-daaa!»), me meto en el coche y salgo a toda velocidad mucho antes de que suene el timbre.

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