Read Espejismos Online

Authors: Alyson Noel

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

Espejismos (28 page)

BOOK: Espejismos
7.83Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Estoy tan concentrada en cómo explicar esas cosas que no veo venir su pregunta:

—Ever, ¿te has saltado las clases hoy?

Me quedo paralizada. Observo cómo mira mi escritorio y se fija en el montón de hierbas, velas, aceites, minerales y todas las cosas extrañas que no está acostumbrada a ver… al menos agrupadas de esa manera… como si tuvieran un propósito… como si su disposición fuera mucho menos aleatoria de lo que parece a primera vista.

—Pues sí… Me dolía la cabeza. Pero no era para tanto. —Me dejo caer sobre la silla de mi escritorio y empiezo a hacerla rodar hacia delante y hacia atrás con la esperanza de apartar su atención de la mesa.

Sabine pasea la vista entre el experimento alquímico y yo, y está a punto de ponerse a hablar cuando le digo:

—Bueno, no es para tanto ahora que se me ha pasado. Porque, créeme, antes lo era. Tuve una de mis migrañas. Ya sabes cómo me pongo cuando me pasa.

Me siento como la peor sobrina del mundo… una mentirosa desagradecida… una charlatana que no dice más que tonterías. No sabe la suerte que tiene de poder librarse de mí tan pronto.

—Tal vez sea porque no comes lo suficiente. —Suelta un suspiro, se quita los zapatos con los pies y me estudia con detenimiento antes de añadir—: Aunque lo cierto es que pareces crecer a marchas forzadas. ¡Estás incluso más alta que hace unos días!

Me miro los tobillos y me quedo atónita al ver que los vaqueros nuevos que hice aparecer me quedan mucho más cortos que esta mañana.

—¿Por qué no fuiste a la enfermería si no te sentías bien? Sabes que no tienes permiso para marcharte de esa manera.

La miro con atención. Desearía poder decirle que no se preocupe, que no malgaste un solo segundo más de su tiempo preocupándose por mí, que pronto acabará todo. Porque, aunque voy a echarla de menos, está claro que su vida mejorará. Se merece algo mejor que esto. Se merece a alguien mejor que yo. Y es agradable saber que pronto disfrutará de un poco de paz.

—Es una enfermerucha —le digo—. Lo único que hace es repartir aspirinas, y ya sabes que eso no me hace nada. Solo necesitaba volver a casa y tumbarme un rato. Es lo único que me funciona. Así que… me fui.

—¿Y lo hiciste? —Se inclina hacia mí—. Me refiero a lo de volver a casa. —Y en el momento en que nuestros ojos se encuentran, sé que me está desafiando. Que es una prueba.

—No. —Suspiro y clavo la vista en la alfombra antes de ondear la bandera blanca—. Fui en coche hasta el cañón y…

Ella me observa, a la espera.

—Me quedé allí durante un rato. —Respiro hondo y trago saliva con fuerza, a sabiendas de que eso es lo máximo que puedo acercarme a la verdad.

—Ever, ¿todo esto es por Damen?

Y, en el instante en que la miro a los ojos, me echo a llorar sin poder evitarlo.

—Ay, cielo… —me dice en un murmullo. Abre los brazos de par en par y yo salto de la silla para arrojarme a ellos. Todavía no me he acostumbrado a mis piernas larguiruchas, y estoy a punto de tirarla al suelo con la torpeza de mis movimientos.

—Lo siento —le digo—. Yo… —Pero soy incapaz de acabar la frase. Una nueva oleada de lágrimas inunda mis ojos y me echo a llorar otra vez.

Ella me acaricia el pelo mientras sollozo y susurra:

—Sé lo mucho que lo echas de menos. Sé lo duro que debe de resultar para ti…

Sin embargo, en el instante en que pronuncia esas palabras, me aparto. Me siento culpable por fingir que todo esto es por Damen cuando lo cierto es que solo es por él en parte. También es porque echo de menos a mis amigos (tanto a los de Laguna como a los de Oregón). Y porque echo de menos mi vida… tanto la que me labré aquí como la que estoy a punto de recuperar en Oregón. Porque, aunque es obvio que todos estarán mejor sin mí, y cuando digo «todos» me refiero a todos, incluido Damen, eso no significa que las cosas sean más fáciles.

Pero hay que hacerlo. No me queda otro remedio.

Y, cuando lo pienso así, bueno, me resulta más fácil aceptarlo. Porque la verdad es que, sea cual sea la razón, me han concedido una oportunidad increíble, de esas que solo se presentan una vez en la vida.

Y ha llegado el momento de regresar a casa.

Solo desearía tener algo más de tiempo para despedirme.

Al pensar en eso me entra de nuevo la llorera. Sabine me abraza con más fuerza y me susurra palabras de aliento. Me aferró a ella y me acurruco entre sus brazos, donde me siento segura… y querida… y a salvo.

Como si todo fuera a salir bien.

Y, mientras la estrecho con los ojos cerrados y la cara hundida contra su cuello, muevo los labios con suavidad para decirle adiós.

Capítulo cuarenta

M
e despierto temprano. Supongo que se debe a que es el último día de mi vida, al menos de la vida que he construido aquí, y a que estoy impaciente por vivirlo tan intensamente como pueda. Estoy segura de que seré recibida por los coros habituales de «¡Lerda!» y «¡Fracasada!», y los más recientes de «¡Bruja!». Pero el hecho de saber que será la última vez que los escuche hace que todo resulte diferente.

En Hillcrest High (el instituto al que voy a regresar) tengo muchísimos amigos, así que la perspectiva de entre semana resulta mucho más atractiva, casi divertida. No recuerdo ni una sola vez en la que me sintiera tentada de saltarme las clases (como me ocurre aquí todo el tiempo) y nunca me deprimió la idea de no encajar.

Y, para ser sincera, creo que esa es la razón por la que tengo tantas ganas de regresar. Porque, dejando a un lado la emoción que me produce la posibilidad de volver a ver a mi familia, el hecho de tener un grupo de amigos que me quieren y me aceptan tal como soy… hace que la decisión resulte mucho más fácil.

Una decisión que tomaría en un abrir y cerrar de ojos si no fuera por Damen.

No obstante, aunque apenas puedo aceptar la idea de que jamás volveré a verlo de nuevo (jamás volveré a sentir el contacto de su piel, la calidez de su mirada ni sus labios sobre los míos), sigo empeñada en seguir adelante.

Si eso significa recuperar mi antigua vida y regresar con mi familia… en realidad no me queda otra opción.

Drina me mató para poder quedarse con Damen. Y Damen me trajo de vuelta para poder seguir conmigo. Y, aunque lo quiero con locura, aunque se me parte el corazón ante la posibilidad de no volver a verlo, ahora sé que cuando me devolvió la vida alteró el orden natural de las cosas. Me convirtió en algo que jamás debería haber sido.

Y mi deber es volver a colocarlo todo en su lugar.

Me sitúo delante del armario para buscar mis vaqueros más nuevos, un suéter negro con cuello de pico y mis flamantes bailarinas negras… la misma ropa que llevaba puesta en la visión. Después me paso los dedos por el pelo, me aplico un poco de brillo de labios y me pongo los pendientes con brillantes diminutos que mis padres me regalaron en mi decimosexto cumpleaños (porque ellos se darían cuenta al instante si no los llevo puestos). La pulsera con forma de herradura que Damen me regaló no tiene lugar en la vida a la que voy a regresar, pero no pienso quitármela.

Luego cojo el bolso, echo un último vistazo a mi habitación, ridiculamente grande, y me encamino hacia la puerta. Estoy impaciente por examinar por última vez la vida que no siempre disfruté y de la que probablemente no recordaré nada. Necesito despedirme de algunas personas y arreglar unas cuantas cosas antes de marcharme para siempre.

Empiezo a buscar a Damen en el mismo instante en que entro en el aparcamiento del instituto. Lo busco a él, su coche, cualquier cosa, cualquier nimiedad, lo que sea. Quiero ver cualquier cosa relacionada con él mientras pueda, así que me siento muy decepcionada al comprobar que no está.

Aparco el coche y me dirijo a clase. Intento no dejarme llevar por el pánico, no sacar conclusiones precipitadas, no reaccionar de forma exagerada por que todavía no haya llegado. Porque, aunque se está volviendo más y más normal a medida que el veneno destruye poco a poco las mejoras conseguidas en cientos de años, a juzgar por el aspecto que tenía ayer (todavía maravilloso, sexy y nada envejecido), me da la impresión de que todavía faltan bastantes días para que toque fondo.

Además, sé que aparecerá tarde o temprano. ¿Por qué no iba a hacerlo? Es la estrella indiscutible del instituto. El más guapo, el más rico, el que organiza las fiestas más increíbles o, al menos, eso he oído. Casi le hacen una ovación cuando aparece. ¿Quién resistiría algo así, eh?

Camino entre los estudiantes y me fijo en la gente con la que nunca he hablado y que jamás me ha dirigido la palabra salvo para gritarme cosas horribles. Y, aunque estoy segura de que ellos no me echarán de menos, no puedo evitar preguntarme si se darán cuenta de que me he ido. Si todo sale como lo he planeado, volveré al pasado, ellos volverán al pasado y el tiempo que he vivido aquí se convertirá en un mero parpadeo en sus pantallas.

Respiro hondo y me encamino hacia la clase de lengua mientras me preparo mentalmente para ver a Damen con Stacia, pero cuando entro, me la encuentro sola. En realidad está cuchicheando con Hoñor y con Craig, como de costumbre, pero Damen no está por ningún lado. Y, cuando paso a su lado de camino a mi sitio, lista para esquivar cualquier cosa que pueda arrojar en mi camino, solo me encuentro silencio. Es obvio que se niega a reconocer mi presencia y que no piensa molestarse en ponerme la zancadilla, y eso me llena de miedo e intranquilidad.

Después de sentarme en mi sitio y colocar mis cosas, me paso los siguientes cincuenta minutos paseando la mirada entre el reloj y la puerta, más nerviosa a cada segundo que pasa. Me imagino toda clase de posibilidades horribles hasta que por fin suena el timbre y salgo pitando hacia el pasillo.

Ha llegado la cuarta hora y Damen sigue sin aparecer, así que está a punto de darme un síncope cuando entro en la clase de historia y veo que Roman tampoco está.

—Ever —dice el señor Muñoz cuando me pongo a su lado para contemplar con la boca abierta y un nudo en el estómago el sitio vacío de Roman—, tienes mucho trabajo que hacer para ponerte al día.

Lo miro de reojo. Sé que quiere hablar sobre mi asistencia a clase, las tareas que me faltan y otros asuntos irrelevantes que no necesito oír. Corro hacia la puerta, atravieso el patio a la carrera y dejo atrás las mesas del comedor antes de detenerme en la acera. Suelto un suspiro de alivio cuando lo veo. Bueno, no lo veo a él, pero veo su coche. El resplandeciente BMW negro que tanto solía mimar y que ahora tiene una gruesa capa de polvo y barro está aparcado de cualquier manera en una zona no autorizada.

A pesar de todo, a pesar de lo asqueroso que está, lo miro como si fuera la cosa más bonita que hubiese visto en mi vida. Porque sé que si su coche está aquí, él también lo está. Y que todo va bien.

Justo cuando pienso que debería cambiarlo de sitio para que no se lo lleve la grúa, alguien carraspea a mi espalda y una voz grave dice:

—Disculpe, ¿no debería estar en clase?

Me doy la vuelta y descubro al director Buckley.

—Hum… sí… —le digo—, pero primero quería… —Señalo el coche mal aparcado de Damen como si no solo pretendiera hacerle un favor a mi amigo, sino también a todo el instituto.

Pero a Buckley le preocupan menos las infracciones de aparcamiento que las continuas faltas injustificadas de las «delincuentes» como yo. Y, puesto que aún le escuece nuestro último y desafortunado encuentro, cuando Sabine transformó la expulsión en una suspensión, me mira de arriba abajo con los ojos entornados y dice:

—Tiene dos opciones. Puedo llamar a su tía y pedirle que abandone su trabajo para venir aquí… O… —Hace una pausa para intentar amedrentarme con el suspense, aunque no hace falta tener poderes psíquicos para saber adonde quiere ir a parar—. O puedo acompañarla de vuelta a clase. ¿Cuál prefiere?

Durante un momento me siento tentada de elegir la primera opción… solo para ver qué hace. Pero al final lo sigo de vuelta hasta el aula. Sus zapatos repiquetean sobre el cemento del patio y a lo largo del pasillo antes de dejarme frente a la puerta del señor Muñoz. Roman no solo ocupa ya su sitio, sino que además sacude la cabeza y se echa a reír mientras yo regreso al mío.

Y, aunque a estas alturas Muñoz está más que acostumbrado a mi comportamiento errático, es obvio que quiere llamarme la atención. Me pide que responda todo tipo de preguntas acerca de acontecimientos históricos, tanto los que hemos estudiado como los que no. Y, como mi mente está tan ocupada con Roman, Damen y mis planes de futuro, me limito a responder de manera mecánica, «visualizando» las respuestas de su mente y repitiéndolas casi al pie de la letra.

Así pues, cuando dice:

—Bueno, Ever, dime también qué cené anoche, anda…

Yo respondo de manera automática:

—Dos trozos de pizza que le habían sobrado y una copa y media de Chianti.

Mi cerebro está tan absorto en mis dramas personales que tardo un momento en darme cuenta de que se ha quedado boquiabierto.

De hecho, todo el mundo se ha quedado con la boca abierta.

Bueno, todo el mundo menos Roman, que se limita a sacudir la cabeza y a reír con más ganas que antes.

Y, justo cuando suena el timbre e intento salir pitando hacia la puerta, Muñoz me detiene y dice:

—¿Cómo lo haces?

Aprieto los labios y me encojo de hombros, como si no tuviera la más remota idea de lo que me habla. No obstante, es obvio que no va a dejar pasar el tema; lleva semanas dándole vueltas.

—¿Cómo… cómo sabes las cosas? —pregunta, mirándome con los ojos entornados—. Hechos históricos que ni siquiera hemos estudiado todavía… cosas sobre mí…

Bajo la vista al suelo y respiro hondo, preguntándome qué tendría de malo darle algún hueso que roer. Bueno, me marcho esta noche y lo más probable es que él no recuerde nada de esto, así que ¿qué mal podría hacer decirle la verdad?

—No lo sé. —Alzo los hombros en un gesto de indiferencia—. La verdad es que no hago nada. Las imágenes y la información aparecen sin más en mi cabeza.

Él me mira mientras decide si creerme o no. No tengo ni tiempo ni ganas de intentar convencerlo, pero quiero despedirme con algo agradable, así que le digo:

—Por ejemplo, sé que no debería rendirse con su libro, porque se lo publicarán algún día.

Abre los ojos de par en par. Su expresión varía entre la esperanza y la más absoluta incredulidad.

BOOK: Espejismos
7.83Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Artful Deceptions by Patricia Rice
La forja de un rebelde by Arturo Barea
The City of the Sun by Stableford, Brian
The Heart of Two Worlds by Anne Plichota
Longsword by Veronica Heley
George Eliot by Kathryn Hughes
Heretic Queen by Susan Ronald