Nora llegó corriendo junto a ellos. Fet se alarmó por su herida, y se dirigió hacia ella.
—¿Quién te ha hecho eso? —rugió.
—Barnes —dijo—. Pero no te preocupes. No lo volveremos a ver. —Entonces se volvió al señor Quinlan— ¡Tienes que irte! Sabes que no puedes esperar a que amanezca.
El Amo espera eso. Así que me quedaré. Quizá sea esta la última vez que vemos el sol.
—Vamos —dijo Eph, con Zack tirando de su brazo.
—Estoy listo —contestó Fet, dirigiéndose al muelle.
Eph levantó su espada, y dirigió la punta a la garganta de Fet. El exterminador lo miró, con un gesto iracundo.
—Solo yo —dijo Eph.
—¿Qué…? —Fet utilizó su propia espada para alejar a Eph—. ¿Qué diablos te crees que estás haciendo?
Eph negó con la cabeza.
—Tú te quedas con Nora.
Nora miró a Fet, y luego a Eph.
—No —dijo Fet—. Necesitáis que yo haga esto.
—Ella te necesita —dijo Eph, con un tono deliberadamente hiriente—. Tengo al señor Quinlan. —Le echó un vistazo al muelle; necesitaba partir de inmediato—. Conseguid un bote y navegad río abajo. Tengo que dejar a Zack con Ann y William para sacarlo de aquí. Les diré que os busquen.
—Deja que el señor Quinlan instale el detonador. Limítate a llevarlo allí —dijo Nora.
—Tengo que asegurarme de que esté instalado. Después volveré.
Nora lo abrazó con fuerza, y luego dio un paso atrás. Levantó la barbilla de Zack para mirarlo a la cara, para tratar de darle un poco de confianza o de consuelo.
El niño parpadeó y miró hacia otro lado.
—Todo irá bien —le dijo.
Pero la atención del niño estaba en otra parte. Oteaba el cielo, y al cabo de un momento, Eph oyó algo.
Helicópteros de color negro. Viniendo desde el sur. Descendiendo.
Gus llegó cojeando desde la playa. Eph se percató inmediatamente de la fractura en su brazo izquierdo, y la mano inflamada y sanguinolenta, aunque esto no atenuó la ira del pandillero hacia él.
—¡Helicópteros! —gritó Gus—. ¿Qué demonios estás esperando?
Eph se quitó la mochila con rapidez.
—Cógela —le dijo a Fet. El
Lumen
estaba dentro.
—A la mierda con el manual, hombre —replicó Gus—. ¡Esto es algo práctico!
Gus dejó caer su arma, desprendiéndose también de su bolsa con un gruñido doloroso.
—Primero el brazo sano… —Nora le ayudó a levantar el brazo destrozado, y luego buscó en el interior los dos cilindros de color púrpura. Gus retiró los seguros con los dientes, e hizo rodar las granadas de humo a ambos lados.
El humo violeta se elevó, levantado por el viento que venía de la orilla opuesta, ocultando la playa y el embarcadero y dándoles cierta cobertura frente a los helicópteros que se aproximaban.
—¡Fuera de aquí! —gritó Gus—. Tú y tu niño. Tened cuidado con el Amo. Os cubriré el trasero, pero recuerda, Goodweather: tú y yo tenemos asuntos que resolver.
Suavemente, aunque con un dolor indescriptible, Gus se remangó el puño de la chaqueta hasta la muñeca inflamada, mostrándole a Eph la palabra «madre» escrita con las cicatrices de las numerosas heridas.
—Eph —dijo Nora—, no te olvides: el Amo está aquí, en alguna parte.
E
n el rincón más alejado del muelle, a unos treinta metros de la orilla, Ann y William esperaban dentro de dos botes de aluminio de tres metros de eslora con motores fueraborda. Eph llevó a Zack a la primera embarcación. Como el muchacho se negó a subir, Eph lo levantó en vilo y lo metió en el bote.
—Vamos a salir de esto, ¿vale, Z? —le prometió, mirándolo a los ojos.
Zack no tenía respuesta. Observó al Nacido descargar la bomba en el otro bote, entre los asientos de atrás y los del medio; luego levantó a William suavemente pero con firmeza, y lo dejó de nuevo en el muelle.
Eph recordó que el Amo vigilaba desde la mente de Zack, y que lo observaba todo. A él particularmente, de pie en el muelle, en ese preciso instante.
—Ya está a punto de acabar todo —aseveró Eph.
L
a nube de humo violeta se elevó sobre la playa, soplando a través de los árboles, dejando al descubierto a más vampiros avanzando.
—El Amo necesita a un ser humano para que lo lleve a través del agua —dijo Fet, embarcándose con Nora y con Gus—. No creo que haya nadie aquí, aparte de nosotros tres. Simplemente tenemos que asegurarnos de que nadie más suba a las lanchas.
El humo violeta se desdobló en una forma extraña, como plegado sobre sí mismo. Como si algo hubiera pasado por él a una velocidad increíble.
—Espera… ¿Has visto eso? —dijo Fet.
Nora oyó el zumbido que anunciaba la presencia del Amo. La pared de humo cambió de rumbo de una manera imposible, desprendiéndose de los árboles y extendiéndose contra el viento del río hacia la orilla, azotándolos. Nora y Fet fueron separados de inmediato; los vampiros emergieron entre el humo y corrieron hacia ellos en silencio, con sus pies descalzos sobre la arena húmeda.
Los rotores del helicóptero cortaban el aire. Los crujidos de la madera del muelle y los proyectiles levantaron la arena contra sus zapatos; los francotiradores disparaban a ciegas sobre la nube de humo. Un vampiro recibió un disparo en la parte superior de la cabeza justo cuando Nora estaba a punto de degollarlo. Los rotores empujaron el humo hacia ella, y Nora hizo un giro de trescientos sesenta grados con su espada hacia fuera a ciegas, tosiendo y asfixiándose. De repente, no sabía dónde estaba la orilla y dónde el agua. Vio un remolino en el humo, como las partículas de un polvo diabólico, y escuchó de nuevo el fuerte zumbido.
El Amo. Ella siguió girando, luchando contra el humo y contra todo lo que había en él.
G
us mantuvo su brazo fracturado detrás y corrió ciegamente hacia los lados a través de la nube violeta y asfixiante, cerca de la orilla. Los veleros estaban amarrados a un muelle sin conexión con la orilla, algunos anclados a doce o quince metros dentro del río.
A Gus le palpitaba el lado izquierdo debido a la hinchazón de su brazo. Se sentía enfebrecido cuando se apartó de la nube violeta, frente a las ventanas del restaurante que daban al río, pues se esperaba una columna de vampiros hambrientos.
Pero estaba solo en la playa.
Sin embargo, no en el aire. Vio los helicópteros negros, seis de ellos exactamente sobre su cabeza, y otra media docena venían detrás. Volaban a baja altura, como un enjambre de abejas gigantes mecanizadas, haciendo que la arena azotara la cara de Gus. Uno de ellos se dirigió hacia el río, dispersando el agua, batiendo la superficie como en un estallido de un millón de fragmentos de vidrio.
Gus oyó las descargas de rifle y supo que estaban disparando a los botes. Tratando de hundirlos. Los impactos a ambos lados de sus pies también le indicaron que le disparaban a él, pero en ese momento le preocupaban más los helicópteros que se dirigían al lago en busca de Goodweather y de la bomba nuclear.
—¿Qué chingados esperas?
—maldijo en español.
Gus les disparó, tratando de derribarlos. Una puñalada abrasadora en su pantorrilla le hizo caer de rodillas, y supo que había recibido un impacto de bala. Siguió disparando a los helicópteros que volaban sobre el río, y vio chispas en el rotor de la cola. Otra ráfaga de fusil le atravesó el costado con el ímpetu de una lluvia de flechas.
—¡Hazlo, Eph! ¡Hazlo de una puta vez! —gritó, cayendo sobre su codo indemne, pero aún disparando.
Un helicóptero se tambaleó, y una figura humana cayó al agua. El helicóptero se descontroló, la cola giró hacia delante y chocó con otro helicóptero, y ambos aparatos se desplomaron, estrellándose contra el río.
Gus se quedó sin munición. Se tendió en la playa, a unos pocos metros del agua, observando a aquellos pájaros de la muerte cernirse sobre él. En un instante, su cuerpo estuvo cubierto con miras láser que atravesaban la niebla de colores brillantes.
—Goodweather tiene a esos ángeles de mierda —dijo Gus, riendo e inhalando con fuerza, porque sentía que se le iba el aire—. Y yo en cambio tengo estas miras láser.
Vio que los francotiradores salían por las puertas de la cabina y le apuntaban a él.
—¡Iluminadme, hijos de puta!
La arena bailó a su alrededor, mientras recibía múltiples disparos. Decenas de balas sacudieron su cuerpo, rompiéndolo, destrozándolo…, y el último pensamiento de Gus fue: «Será mejor que no arruines esto también, doc».
—¿A
dónde me lleváis?
Zack iba en el centro del bote, meciéndose con la corriente. El sonido del motor se difuminaba entre la oscuridad y la niebla púrpura, dando paso a la sensación familiar del zumbido en la mente de Zack. Aquel susurro vertiginoso se mezcló con el fragor de los helicópteros que se aproximaban.
La mujer llamada Ann retiró la abrazadera del muelle, mientras William tiraba una y otra vez de la cuerda de arranque del motor fueraborda; las corrientes de humo violeta pasaban por delante de ellos.
—A nuestra isla, río abajo —contestó Ann. Y le dijo a William—. Date prisa.
—¿Qué hay allí? —preguntó Zack.
—Nuestro refugio. Camas calientes.
—¿Y?
—Tenemos pollos. Un huerto en el que trabajamos. Se trata de una antigua fortaleza de la Guerra de la Independencia. Encontrarás a niños de tu edad. No te preocupes, estarás seguro allí.
Estabas seguro aquí,
dijo la voz del Amo.
Zack asintió con la cabeza, y parpadeó. Había vivido como un príncipe, en un castillo real en el centro de una ciudad gigante. Era dueño de un zoológico. Tenía todo lo que quería.
Hasta que tu padre intentó llevarte lejos
.
Algo le dijo a Zack que permaneciera concentrado en el muelle. El motor se encendió, crepitando con un rumor vivificante, y William se sentó en el asiento trasero y se ocupó del timón, dirigiéndose hacia la corriente. Los helicópteros eran visibles ahora, las luces y las miras láser iluminaban el humo púrpura en la playa. Zack contó siete grupos de siete parpadeos cada uno a medida que el muelle desaparecía de su vista.
Una mancha de humo púrpura explotó desde el borde del muelle, volando por el aire hacia ellos. Detrás de ella apareció el Amo, con su manto agitándose al viento como alas, los brazos extendidos, el bastón con cabeza de lobo en la mano.
Sus dos pies descalzos cayeron en el bote de aluminio con un estampido.
Ann, de rodillas en la proa, apenas tuvo tiempo de darse la vuelta.
—Mierda…
Vio al Amo frente a ella y reconoció en la carne pálida la figura de Gabriel Bolívar. Era el tipo del que siempre hablaba su sobrina, que lo llevaba en camisetas y adornaba las paredes de su habitación con carteles suyos. Y ahora, todo lo que Ann podía pensar era: «Nunca me gustó su música de mierda».
El Amo dejó su bastón, se abalanzó sobre ella y, en un movimiento arrasador, la partió en dos por la cintura de la misma forma que un hombre especialmente fuerte lo haría con una gruesa guía de teléfonos, y luego arrojó las dos mitades al río.
William se quedó pasmado al ver al Amo, que lo levantó de la axila y le dio un manotazo en la cara con tanta violencia que le destrozó el cuello, dejando la cabeza colgando de los hombros como la capucha de un abrigo. Lo tiró también al río, recuperó su bastón y miró al chico.
Llévame allí, hijo mío.
Zack se dirigió al timón y cambió el curso del bote. El Amo se colocó a horcajadas en el asiento central, con su manto flotando al viento, mientras seguían la estela casi desvanecida del primer bote.
E
l humo comenzó a diluirse, y las llamadas de Nora fueron respondidas por Fet. Se encontraron el uno al otro, y también el camino de vuelta al restaurante, escapando a los disparos de los francotiradores desde los helicópteros.
Descubrieron los restos de las armas de Gus. Fet agarró a Nora de la mano y corrieron a las ventanas junto al río, abriendo la que daba a la terraza. Nora había recogido el
Lumen
y lo llevaba encima.
Vieron los botes alejarse de la orilla.
—¿Dónde está Gus? —preguntó Nora.
—Tendremos que nadar para encontrarlo —dijo Fet; su brazo lesionado estaba cubierto de sangre; la herida se había vuelto a abrir—. Pero primero…
Fet disparó contra los faros del helicóptero y rompió uno con el primer disparo.
—¡No pueden disparar a lo que no pueden ver! —gritó.
Nora hizo lo mismo y su arma traqueteó al dispararla, dándole a otro. Las luces restantes barrieron la orilla en busca de la fuente de los disparos.
Fue entonces cuando Nora vio el cuerpo de Gus tendido en la arena, con el chapoteo del agua a su lado.
Su conmoción y dolor solo la paralizaron un momento. Inmediatamente, el espíritu de lucha de Gus se apoderó de ella, y también de Fet. «No llores: lucha».
Salieron a la playa con aire decidido, disparando a los helicópteros del Amo.
A
medida que se alejaban de la orilla, el bote se balanceaba con más fuerza. El Nacido apretaba con fuerza las correas del arma nuclear mientras Eph se encargaba del timón, procurando no escorarse. El agua negra y verdosa salpicaba a ambos costados, rociando la carcasa de la bomba y las urnas de roble, formando un limo delgado en el suelo del bote. Lloviznaba de nuevo, y ellos navegaban siguiendo el sentido del viento.
El señor Quinlan levantó las urnas del suelo húmedo. Eph no sabía muy bien cómo interpretar el significado de aquel gesto, pero el acto de traer los restos de los Ancianos al sitio de origen del último de ellos le dejó entrever que todo estaba a punto de terminar. El tremendo impacto de volver a ver a Zack lo había descontrolado.
Pasaron la segunda isla, una playa extensa y rocosa resguardada por árboles desnudos y moribundos. Eph miró el mapa; el papel se había humedecido más y la tinta estaba empezando a difuminarse.
Eph gritó, tratando de imponerse sobre el rugido del motor y del viento, pero el dolor en las costillas constreñía su voz.
—¿Cómo, sin convertirlo, el Amo creó esa… relación simbiótica con mi hijo? —preguntó.
No sé. Lo importante ahora es que esté lejos del Amo.
—¿La influencia del Amo desaparecerá cuando nos salgamos con la nuestra, igual que la de todos sus vampiros?
Todo lo que el Amo era desaparecerá.
Eph se alegró. Sintió una verdadera esperanza. Pensó en que él y Zack podían ser padre e hijo otra vez.