Mientras iba meditando sobre todas estas cuestiones, Collins entró en la cafetería, se sirvió una taza de café y se sentó a la mesa más cercana que encontró. No reparó en la figura que se aproximó a su mesa hasta que no la tuvo justo delante. Jack levantó la vista y vio que se trataba de Sarah McIntire.
—Hola, comandante.
—Especialista —le dijo, parco en la respuesta.
—Solo quería decirle que… bueno, señor, veo que tiene…
—¿Cuál era su especialidad, Sarah? —preguntó mientras se llevaba la taza de café a la boca y daba un pequeño sorbo.
—Minas y túneles, dentro de poco seré nombrada ayudante del director del departamento de Geología. Dentro de tres semanas tendré mi máster en la Escuela de Minas de Colorado.
—¿Piensa quedarse después de acabar el servicio?
—Eso creo; me encanta el Grupo, pero quizá me intimide un poco volver al Ejército como alférez.
McIntire sonrió, miró a Jack a los ojos y a punto estuvo de preguntarle si quería comer algo cuando los altavoces de la pared del fondo la interrumpieron.
—Equipo de reconocimiento Odín, preséntese en la sala de reuniones. Equipo de reconocimiento Odín, a la sala de reuniones —los interrumpió la voz computerizada.
Sarah agachó la mirada cuando oyó el mensaje. Su equipo se llamaba Hokkaido. Desde que había empezado su trabajo en el Grupo Evento su equipo no había sido nunca convocado a ninguna reunión extraordinaria.
Jack se puso en pie echando la silla atrás cuando escuchó el distintivo del grupo de reconocimiento que hacía de avanzadilla.
—Si tienen necesidad de una geóloga o de un equipo de túneles, acuérdense de mí y de mi equipo de geología. Somos muy buenos, comandante, podemos hacer un gran servicio —propuso ella, ahorrándole a Collins el aprieto de tener que despedirse a toda prisa.
Jack percibió lo triste de su sonrisa y dijo;
—Lo tendré en cuenta —y, guiñándole un ojo, añadió—: Y Sarah, si no fuese usted buena, dudo mucho que estuviera aquí.
Sarah lo vio marcharse a toda prisa a través de las puertas de la cafetería y cayó de pronto en la cuenta de a qué se debía la convocatoria del equipo de reconocimiento.
—Será posible, han encontrado el lugar donde se ha estrellado —murmuró para sí.
Echó un vistazo a la cafetería y vio a los cocineros preparando cajas con comida y poniendo dentro cafés para que el equipo de reconocimiento se los llevara a la misión. Sarah deseó fervientemente ir con ellos.
Gus se sobresaltó al ver a Palilo levantarse de golpe de la cama y correr hasta la ventana que había frente a la puerta. El rápido movimiento tuvo que causarle un gran dolor al cuerpo del pequeño ser.
—Pero ¿qué demonios estás haciendo? —preguntó Gus, poniéndose en pie.
Palilo levantó parcialmente la persiana y se quedó mirando la noche oscura a través de la sucia ventana. La cabeza sin pelo giró hacia la izquierda y luego hacia la derecha, abriendo los ojos más de lo habitual. Emitió un gruñido casi inaudible; luego, se quedó observando la zona que rodeaba la cabaña y pareció tranquilizarse.
Después de comer, Gus le había dado a su huésped una de sus viejas camisas blancas (habían sido blancas cuando Lyndon Johnson era presidente). La camisa le venía grandísima y le colgaba alrededor de los delgados y pequeños pies. Gus podía ver cómo la tela se movía mientras el pequeño alienígena temblaba. Sus pequeños y largos dedos se cogían del alféizar de la ventana mientras observaba la oscuridad que los rodeaba.
—¿Qué es lo que te pasa, hijo?
Palilo siguió vigilando la noche oscura, mirando a un punto determinado, fijando toda su atención un momento, para luego desviarla y mirar a otro punto en medio de la oscuridad. De nuevo volvió a mover la cabeza y se quedó observando el corral donde Gus solía guardar a Buck y el gallinero que había al lado. Después, se dio por fin la vuelta y miró otra vez a Gus.
—A lo mejor es que has oído a ese maldito mulo que viene de vuelta.
Los grandes párpados se cerraron desde los lados de la cabeza mientras el alienígena volvía a pestañear.
A continuación, inclinó la cabeza.
—Buckkkk —dijo, tratando de pronunciar correctamente la palabra con esa voz que sonaba como un zumbido algodonado.
—Es mi mulo —dijo él finalmente—, y también es mi amigo.
—¿Se… ha… perdido? —dijo Palilo tras dejar de mirar por la ventana.
Gus no estaba seguro de qué era peor: los dolores de cabeza y que le sangrara la nariz, o el ruido terrible que hacía el alienígena cuando hablaba de verdad. Le recordaba al sonido que hacen las uñas al recorrer una pizarra.
—Joder, si ese Buck conoce el desierto mejor que yo. No, no se ha perdido.
Palilo se volvió otra vez hacia los cuatro paneles que formaban la ventana. Acercó la mano a la cabeza vendada y la fue tocando con mucho cuidado mientras giraba el cuello a izquierda y derecha observando el desierto que se extendía ahí fuera.
—El Destructor está de caza.
El viejo dejó de mirar por la ventana y volvió la vista hacia su extraño huésped, sin importarle ahora el dolor que le causaban sus palabras.
—¿Quieres decir que algo ahí fuera quiere cazar a Buck? —preguntó Gus al tiempo que levantaba las cejas.
El pequeño alienígena cerró los ojos. La suave nariz le tembló una vez, luego volvió a abrirlos y se quedó mirando al viejo.
—El Destructor caza —dijo con su voz grave e irritante, luego señaló a Gus y luego se señaló a sí mismo.
—¿Y qué es ese Destructor? —preguntó el viejo mientras se alejaba lentamente de la ventana.
Palilo regresó a la vieja cama, se subió encima y se sentó. Se quedó mirando al viejo y luego volvió la vista hacia la ventana. Sus pequeños pies de tres dedos cada uno colgaban a casi un metro de distancia del suelo.
—Aneemal —dijo, sin pronunciar bien la palabra—. El Destructor es un aneemal.
Gus fue hasta la mesa y se sentó en una de las dos sillas. Apoyó los codos sobre las rodillas y se quedó mirando a Palilo.
—Nunca he oído hablar de ese Destructor, Palillo.
El alienígena ladeó la cabeza con la vista fija en Gus.
—Paaa-liii-looo —dijo pronunciando su nombre fonéticamente, sílaba por sílaba.
El viejo percibió el tono indignado con que lo corregía, pero no hizo ningún caso.
Palilo movió la cabeza con gesto cansado, luego se incorporó, se giró hacia la ventana que había junto a la cama y empujó a un lado la cortina.
—Mío animal… mi animal… —rectificó—. Mi animal capturado para… hacer el trabajo… en otros mundos, no es de este… lugar. —Se paró y se quedó pensando un momento—. No es de la Tierra… No está… pensado para vuestro… mundo.
—¿Has dejado suelto a un animal de tu nave o algo así?
La pequeña cabeza se movió hacia delante y hacia atrás varias veces.
—Palilo no querer hacer daño a la vida aquí. El Destructor escapa.
—¿Quieres decir que esa cosa, ese Destructor, es peligroso? —Gus se sintió estúpido por preguntar si algo llamado así podía ser peligroso.
La criatura asintió varias veces mientras seguía oteando la oscuridad que reinaba afuera.
—Es peligro, peligro para vuestro mundo.
—¿Tan peligroso un solo animal? Pues más le vale no acercarse por según qué barrios de Los Ángeles —bromeó Gus.
Palilo dejó de mirar por la ventana y volvió la vista hacia Gus, algo desconcertado.
—Cuarenta y ocho unidades, peligro, cuarenta y ocho unidades de tiempo cuando… —decía, haciendo un esfuerzo por encontrar la palabra adecuada—. Yo… yo… la nave golpeó… la nave chocó… cuarenta y ocho… ¿horas?
—¿Por qué cuarenta y ocho horas? —preguntó Gus con bastante inquietud.
—Por las crías.
—No te sigo.
Palilo apretó los ojos, nervioso ya.
—¿Los hombres vienen aquí, a la montaña, mañana, tal vez? ¿Los hombres ayudan Palilo y Gus cuando el sol venga otra vez?
—Si te refieres a si vendrá la policía o el Ejército, no lo sé. Según mi experiencia, los militares siempre llegan tarde y mal, y los polis a lo mejor te ponen una multa por estrellar ahí tu nave.
Palilo abrió los ojos y se quedó mirando fijamente al viejo. Después, bajó de la cama y fue caminando hacia Gus. Apoyó la mano derecha encima de la mesa y clavó los ojos de color negro obsidiana en su anfitrión. Ladeó ligeramente la cabeza con forma de bombilla y se concentró para pronunciar lo más claramente posible.
—Dentro de diez horas más de las vuestras, el Destructor tiene crías. Necesitamos toda la gente de tu especie que venga a buscar la nave. Cuando encuentren mi nave, tendrán que ayudar a encontrar al Destructor pronto, si es muy tarde, demasiadas crías, aplastarán la vida en este mundo. Mis amos Grises vivir aquí después.
Gus parpadeó asombrado. Pese a la mala vocalización, lo había pronunciado todo lentamente y con mucha claridad.
—¿Qué te hace pensar que vendrán a recuperar tu nave? Quizá deberíamos ir a la ciudad a buscar ayuda.
—No, no, en la oscuridad no, nunca cuando está oscuro. Nunca camines sobre el suelo cuando está oscuro. Los hombres vendrán a la montaña. Lo siento aquí —dijo mientras se llevaba la pequeña mano de color verde a la cabeza—. Tenemos que contar a los hombres acerca del Destructor, del talkhan, o será demasiado tarde para vuestro mundo. Alguno de mis amos, de los Grises, quiere vuestro planeta, Gusss. —Ladeó la cabeza y posó su mano encima de la pierna del viejo—. ¿Gus ayudará a Palilo? —preguntó mientras parpadeaba.
Gus se puso de pie, apartando la mano lentamente de su pierna. Sintió que Palilo le miraba mientras él se dirigía hacia la ventana una vez más y miraba a través de los cristales sucios.
—Parece que no me queda otra opción, ¿no?
Se dio la vuelta y miró a Palilo, que tenía la vista puesta en el suelo; luego movió la cabeza hacia los lados mientras mascullaba:
—Vaya forma de abusar de una amistad reciente —murmuró—, diciéndole que se va a extinguir y todo lo demás. Pero como ya he dicho antes, parece que no tengo otra opción, ¿verdad?
La criatura levantó la vista, de nuevo la pequeña boca tenía forma de círculo.
—¿Gus ayudar?
—Sí, Gus te ayudará, pedazo de mierda —contestó con tono enfadado mientras bajaba las amarillentas persianas para dejar de ver la oscuridad.
—Gus ayudará pedazo de mierda —repitió con respeto. Luego se quedó pensando un momento. Frunció el ceño y entrecerró los ojos—. Mierda, no, Gus, nombre de Palilo no mierda. ¿Qué es mierda?
—La mierda es donde me temo que me he metido, muchacho.
Las Vegas, Nevada
9 de julio, 1.30 horas
El sargento Will Mendenhall puso el cartel de «Cerrado» en la puerta y apagó el neón donde se podía leer «Abierto»: por primera vez en muchos años la casa de empeños Gold City permanecía cerrada. Echó un vistazo a través del cristal mientras el zumbido del neón se iba apagando, luego se volvió hacia el hombre que estaba a su lado.
—Bueno, ya está. Si convocan a todo el personal de seguridad es porque debe de tratarse de algo gordo —dijo, mirando al soldado de primera clase.
—¿Qué crees que puede ser? —preguntó el joven marine.
—No lo sé, pero es la primera vez en los últimos veinte años que cerramos esta puerta, así que no es nada habitual. Todo el complejo está en pie de guerra, o por lo menos en el máximo nivel de alerta que he visto desde los ataques al World Trade Center y al Pentágono.
Mendenhall no iba sobrado de tiempo y no tenía ganas de contestar más preguntas de las necesarias. El reducido equipo de seguridad que estaban dejando para guardar la puerta le preocupaba más que los diferentes niveles de alerta que pudieran estar siendo activados.
—Así está bien. Tenemos que meter uno de los coches por la puerta Uno para recoger algo de equipo y acudir después a la reunión.
Henri Farbeaux vio cómo el hombre de raza negra le aguantaba la puerta al otro hombre de menor estatura. En el momento en que la señal luminosa de color rojo que decía «Abierto» se había apagado y había dejado a oscuras la zona que había frente a la tienda, el francés había puesto toda su atención en lo que sucedía. Con la información que Reese le había proporcionado acerca de la puerta de seguridad que daba acceso al complejo Evento, tenía planeado entrar y hacer lo que fuese necesario. Pero cuando las luces se apagaron, tuvo que pensar rápido. La casa de empeños afirmaba estar abierta veinticuatro horas al día, siete días a la semana, así que Farbeaux supo de forma instintiva que este era el momento que estaba esperando. Podía ser aquí en el complejo o en el lugar donde se había estrellado la nave.
Se metió dos muestras dentales dentro de la boca y dejó que se acoplaran a la altura de la mandíbula, de forma que rellenaron los mofletes hasta obtener la consistencia adecuada. A continuación, sonrió, contento no solo con el disfraz sino también con lo comunicativo que había sido el señor Reese acerca de esta puerta mágica que conducía al Grupo Evento.
Farbeaux abrió la puerta del coche deprisa y cruzó la calle. Mientras avanzaba, cogió un pequeño tubo que llevaba en el bolsillo y, justo cuando alcanzaba la acera tras esquivar a un conductor que había cambiado bruscamente de dirección, dejó preparado el pulgar sobre la parte superior del pequeño objeto. Se quedó mirando al hombre de raza negra que salía por la puerta y se dirigía a un coche aparcado frente a la casa de empeños. El otro hombre fue hasta la puerta del acompañante.
—Disculpen, caballeros —dijo Farbeaux imitando lo mejor que podía el acento del sur de los Estados Unidos—. Esta ciudad es más complicada que Houston durante una tormenta de nieve. ¿Saben cómo puedo llegar hasta el hotel Flamingo?
Mendenhall observó detenidamente al desconocido. El sombrero de vaquero le caía de lado sobre la cabeza y llevaba unas botas de piel de serpiente que él mismo había deseado tener algún día.
—Sí, está a tres manzanas. Cuando llegue al cruce que hay enfrente del Caesars Palace, gire a la derecha y después todo recto —contestó.
Farbeaux estaba ya lo suficientemente cerca, pero para acabar de asegurarse se acercó un par de pasos más al corpulento soldado.
—¿Tres manzanas dice?
—Eso es, no tiene perdida, amigo —dijo Mendenhall mientras abría la puerta del coche.
—Que me aspen, he estado antes allí y no veía por dónde tenía que ir.