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Authors: Iain M. Banks

Tags: #Ciencia Ficción

Excesión (56 page)

BOOK: Excesión
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Si la
Destino susceptible de cambio
hubiera sido un ser humano, llegado a este punto habría bajado la mirada, se habría tapado los ojos y habría sacudido la cabeza.

La pequeña máquina tardó varios minutos en llegar a la superficie impoluta y negra de la Excesión, que aparentemente seguía ajena a su presencia. Activó una unidad de hiperespacio de corto alcance y un solo uso y desapareció del tejido como si estuviera atravesando un espejo de fluido oscuro.

Una vez en el Infraespacio... desapareció también, por un instante.

La
Destino susceptible de cambio
estaba vigilando el dron desde cien perspectivas diferentes, a través de sus sistemas remotos. Todos lo vieron desaparecer. Un instante después reapareció. Utilizando un pequeño agujero cuántico, regresó al tejido y emprendió, con no menos titubeos, el camino de regreso a la
Apelación a la razón.

La
Destino susceptible de cambio
preparó sus cámaras de plasma y a continuación aisló y preparó un puñado de misiles de fusión. Al mismo tiempo, envió una señal urgente.

~ ¿Tenía que
desaparecer
así el dron?

~ Hmmm –envió la
Apelación a la razón

.
Bueno...

~ Destrúyelo –le instó la
Destino

.
¡Destrúyelo ahora mismo!

~ Se ha comunicado con un mensaje de texto, como se le ordenó –replicó la
Apelación a la razón,
con voz pensativa y cautelosa–. Ha recogido gran cantidad de datos sobre la entidad. –Hubo una pausa y luego, excitadamente, continuó–. ¡Ha localizado el estado mental de
La paz trae plenitud!

~ ¡Destrúyelo! ¡Destrúyelo!

~ ¡No! –envió la
Consejo sobrio.

~ ¿Cómo
voy
a hacerlo? –protestó la
Apelación a la razón.

~ Lo siento –dijo la
Destino susceptible de cambio
a las dos naves cercanas, un instante antes de iniciar una secuencia de Desplazamiento que envió varias esferas de plasma comprimido y una nube de bombas de fusión contra el dron.

XIV

Ulver Seich se recogió el húmedo y negro cabello sobre el hombro y apoyó la barbilla en el hombro de Genar-Hofoen. Con un dedo, empezó a trazar lentos círculos alrededor de su pezón derecho. Él rodeó su esbelta espalda con un brazo sudoroso, le cogió la otra mano, se la llevó a la boca y besó delicadamente sus dedos, uno por uno. La chica sonrió.

Cena, charla, copas, un cuenco de humo compartido, un chapuzón para aclararse la cabeza, chapoteos, tonterías... y más tonterías. Ulver había estado conteniéndose un poco durante parte de la velada, hasta estar segura de que el hombre no esperaba que ocurriera nada y entonces, una vez supo que no estaba dando nada por hecho, de que ella le gustaba y de que –después de la espantosa experiencia en el módulo– se llevaban bien, fue cuando sugirió lo del baño.

Levantó ligeramente la barbilla de su pecho y, utilizando un dedo, sacudió repetidamente el erguido pezón.

–¿Lo decías en serio? –le preguntó–. ¿Un
Afrentador?

Genar-Hofoen se encogió de hombros.

–En aquel momento me pareció una buena idea –dijo–. Solo quería saber cómo era ser uno de ellos.

–Así que ahora tendrías que declararte la guerra a ti mismo, ¿no? –preguntó ella mientras aplastaba el pezón y, con el ceño fruncido de concentración, veía cómo volvía a levantarse.

Genar-Hofoen se echó a reír.

–Supongo que sí.

Lo miró a los ojos.

–¿Y las mujeres? ¿Alguna vez te has preguntado eso mismo? Una vez hiciste el cambio, ¿no? –Volvió a apoyar la barbilla en su pecho.

Él aspiró hondo y levantó la cabeza como si estuviera atravesando el oleaje de un océano. Se puso un brazo detrás de la cabeza y contempló el techo de su camarote.

–Sí, una vez –dijo en voz baja.

Ulver le acarició el pecho con una mano durante un rato, observando detenidamente su piel.

–¿Lo hiciste solo por ella?

Genar-Hofoen levantó la cabeza. Se miraron.

–¿Cuánto sabes de mí? –preguntó. Durante la cena, había estado tratando de sonsacarle lo que sabía y la razón por la que la habían enviado a Grada a buscarlo, pero ella se había hecho la misteriosa (y, para ser justos, tampoco él podía decir con exactitud por qué estaba de camino a la
Servicio durmiente).

–Oh, lo sé todo sobre ti –dijo ella con voz suave pero seria. Entonces bajó la mirada–. Bueno, al menos conozco los hechos. Supongo que eso no lo es todo.

Genar-Hofoen volvió a apoyar la cabeza en la almohada.

–Sí, lo hice solo por ella.

–Mmm-hmm –dijo Ulver. Siguió acariciándole el pecho–. Debiste de amarla un montón.

Después de un momento, él contestó:

–Supongo que sí.

Ella pensó que parecía triste. Hubo una pausa y entonces Genar-Hofoen volvió a suspirar y, con tono más alegre, dijo:

–¿Y tú? ¿Alguna vez has sido un chico?

–No –respondió ella con una risa que tal vez contuviera un leve rastro de desdén–. Puede que algún día. –Se movió y empezó a rodear el pezón con la punta de la lengua–. Me estoy divirtiendo demasiado como chica.

Él extendió los brazos y la levantó para darle un beso.

Entonces, en medio del silencio, sonó una diminuta campanada.

Ulver se detuvo.

–¿Sí? –dijo, con la respiración entrecortada y el ceño fruncido.

–Siento muchísimo la intrusión –dijo la nave, sin esforzarse demasiado en parecer sincera–. ¿Puedo hablar con el señor Genar-Hofoen?

Ulver emitió un sonido de exasperación y rodó para apartarse del hombre.

–Buen Dios, ¿no puede esperar? –dijo Genar-Hofoen.

–Sí, probablemente –dijo la nave con tono razonable, como si acabara de pensarlo–. Pero lo habitual es que la gente quiera enterarse de estas cosas al instante. O eso creía yo.

–¿De qué se trata?

–El módulo consciente Scopell-Afranqui ha muerto –le dijo la nave–. Llevó a cabo una autodestrucción limitada el primer día de la guerra. Acabamos de enterarnos. Lo siento. ¿Erais muy amigos?

Genar-Hofoen guardó silencio un momento.

–No. Bueno... No. No mucho. Pero lo siento. Gracias por decírmelo.


¿Podía
haber esperado? –preguntó la nave con tono prosaico.

–Sí, pero no tenías por qué saberlo.

–Oh, vaya. Lo siento. Buenas noches.

Ulver le rozó el hombro.

–Era el módulo en el que vivías, ¿no?

Asintió.

–Nunca llegamos a conocernos –le dijo–. Más que nada por mi culpa, supongo. –Volvió la cabeza hacia ella–. Francamente, algunas veces puedo ser un montón de basura.

–Si tú lo dices, lo creeré –le dijo mientras volvía a encaramarse a él.

10. Honda nostalgia
I

¡Dios, nada funcionaba! Las salvas que la
Destino susceptible de cambio
dirigía contra el dron de la nave del Elenco desaparecían sin más, enviadas quién sabía dónde. Tuvo que reaccionar rápidamente para cerrar los agujeros de gusano que normalmente utilizaba para lanzar sus bombas y que ahora estaban regresando, interminables, a sus Desplazadores. ¿Cómo se podía
hacer
eso? (¿Y se habían dado cuenta las naves del Elenco?). El pequeño dron continuó con su vuelo, a escasos segundos de distancia de su nave progenitora.

~ Confieso que acabo de intentar destruir a tu dron –envió la
Destino
a la
Apelación a la razón

.
No me disculpo por ello. Mira lo que ha ocurrido. –Le envió un sumario de los acontecimientos–.
¿Vas a escucharme
ahora? Tratar de destruir esa maquinita no parece tener mucho sentido, así que aléjate de ella. Intentaré encontrar otra forma de responder.

~ No tienes que hacer nada con mi dron –replicó la
Apelación a la razón
–. Me alegro de que hayas fracasado. Y de que el dron parezca estar bajo la protección de la entidad. Me parece una señal alentadora.

~
¿Qué?
¿Estás loca?

~ Te agradeceré que dejes de impugnar mi estado mental con tanta regularidad y me permitas continuar con mi trabajo. No he informado a las demás naves de tu desafortunado e ilegal ataque contra mi nave. Sin embargo, cualquier nuevo intento de naturaleza similar no será respondido con tanta indulgencia.

~ No trataré de razonar contigo. Adiós y buena suerte.

~ ¿Dónde vas?

~ No voy a ninguna parte.

II

La Unidad General de Contacto
Zona gris
estaba a punto de encontrarse con el Vehículo General de Sistemas
Servicio durmiente
. La UGC había reunido a su escaso pasaje en un salón para la ocasión. Uno de los esqueléticos drones esclavo de la nave se unió a ellos mientras contemplaban el hiperespacio en una pantalla de la pared. La UGC estaba avanzando a toda velocidad, volando bajo el tejido a poco más de cuarenta mil años luz, en un curso cada vez más recto y que ahora era casi idéntico al de la gran nave que se aproximaba a ellos desde popa.

–Vamos a llevar a cabo un apagado completo del motor y un Desplazamiento coordinados –les dijo el pequeño cubo de componentes que era el dron–. Durante un instante, ninguno de nosotros estará por completo bajo mi control.

Genar-Hofoen estaba todavía tratando de dar con una respuesta ingeniosa cuando el dron Churt Lyne dijo:

–No piensa frenar para esperarnos, ¿verdad?

–Exacto –dijo el dron esclavo.

–Ahí viene –dijo Ulver Seich. Estaba sentada en cuclillas en un sofá, bebiendo una infusión de delicado aroma en una taza de porcelana. Un punto apareció tras ellos en la representación del espacio. Empezó a acercárseles a gran velocidad. Creció hasta convertirse en un grueso y brillante ovoide que pasó en silencio por debajo. La visión cambió al instante para seguirlo, y mientras lo hacía, la nave llevó a cabo medio giro para mantener la orientación bien alineada. Genar-Hofoen, que se encontraba de pie cerca de Ulver, tuvo que apoyar la mano en el respaldo del sofá para permanecer erguido. En ese instante se produjo una sensación extraña, como una titánica y envolvente dislocación, el más vago atisbo de vastas energías que se recogían, se almacenaban, se liberaban, se contenían, se intercambiaban y se manipulaban. Fuerzas inimaginables se materializaron aparentemente de la nada y se estremecieron por un instante a su alrededor, se colapsaron en el vacío y abandonaron la realidad apenas alteradas, al menos desde la perspectiva de quienes viajaban a bordo de la
Zona gris.

Ulver siseó al ver que unas gotas de infusión se habían vertido en el platillo de su taza.

La vista había cambiado. Ahora mostraba una extensión entre gris y azulada de algo curvo, como una nube con forma de cuenco vista desde el interior. Volvió a pivotar y se encontraron contemplando una serie de vastos escalones que recordaban a la entrada de un templo antiguo. Los grandes peldaños conducían a una entrada rectangular jalonada de lucecillas: más allá de ella había un espacio aún más oscuro en el que brillaban luces más pequeñas. La vista retrocedió y les mostró una serie de entradas dispuestas lado con lado. Todas las demás estaban cerradas. Por encima y por debajo, en la superficie de los escalones, había puertas más pequeñas, todas ellas similarmente cerradas.

–Conseguido –dijo el dron esclavo.

La vista estaba cambiando de nuevo, al mismo tiempo que la nave era arrastrada lentamente hacia la única compuerta abierta.

Genar-Hofoen frunció el ceño.

–¿Vamos a entrar? –preguntó al dron esclavo.

Este se giró hacia él e hizo la pausa justa para que el humano tuviera la impresión de que lo estaban tratando como si fuera un cretino.

–... Vaya, sí... –dijo, con lentitud, como si estuviera hablando con un niño especialmente tonto.

–Pero si me dijeron...

–Bienvenidos a bordo de la
Servicio durmiente
–dijo una voz tras ellos. Se volvieron y vieron que una criatura alta, angulosa y ataviada de negro entraba andando en la sala–. Me llamo Amorphia.

III

El dron regresó a la
Apelación a la razón
y lo subieron a bordo. Pasaron varios segundos.

~ ¿Y bien? –preguntó la
Destino susceptible de cambio.

Hubo una breve pausa. Un microsegundo, más o menos. Y luego:

~ Está vacío –envió la
Apelación a la razón
.

~
¿Vacío?

~ Sí. No ha grabado nada. Es como si no hubiera ido a ninguna parte.

~ ¿Estás segura?

~ Compruébalo por ti misma.

Se produjo un vertido de datos. La
Destino susceptible de cambio
los guardó en un núcleo de memoria que había preparado con tal propósito en el preciso instante en que había comprendido lo que era la Excesión, casi un mes atrás. Era el equivalente a una habitación cerrada con llave, una zona de aislamiento, una celda. La
Apelación a la razón
vertió más información; un río desbocado de datos que trataba de fluir tras el volcado inicial. La nave de la Cultura los ignoró. Parte de su Mente estaba ocupada escuchando los aullidos y golpes que salían de aquella habitación cerrada.

La información discurrió en un parpadeo entre la
Apelación a la razón
y la
Consejo sobrio,
un instante antes de que la
Destino
enviara su propia señal de advertencia. Se maldijo por su desidia, a pesar de que estaba casi segura de que hubiera hecho oídos sordos a sus advertencias.

Así que envió una señal a las lejanas naves del Elenco, preparadas para la guerra, en la que les suplicaba que creyeran que había ocurrido lo peor. No recibió respuesta inmediata.

La
Apelación a la razón
era la más cercana de las dos naves del Elenco. Se volvió y empezó a acelerar hacia la
Destino
. Utilizando haces estrechos, rayos láser y campos de impulsos, transmitió a la nave de la Cultura unas señales vastas, de una complejidad imposible. La
Destino
evacuó el contenido de la habitación cerrada. A continuación dio media vuelta y encendió los motores.

Parece que al final sí que me voy a algún sitio
–pensó, y empezó a alejarse de la
Apelación a la razón
, que seguía enviando señales como una loca y avanzando en línea recta hacia ella.

La
Destino
se alejó a toda velocidad de las naves del Elenco y empezó a describir una gran curva por la esfera invisible que era el límite de aproximación máximo que había trazado. La
Consejo sobrio
estaba desplazándose en dirección opuesta a la
Apelación a la razón
, que seguía en pos de la nave de la Cultura. Una dirección que se convertiría en una trayectoria de interceptación si todas seguían en sus actuales rumbos.

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