Fantasmas del pasado (20 page)

Read Fantasmas del pasado Online

Authors: Nicholas Sparks

BOOK: Fantasmas del pasado
2.28Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Bueno, si me da por ir, supongo que aceptarás bailar conmigo, ¿no?

Ella sonrió antes de lanzarle una mirada casi seductora.

—Mira, hagamos un trato. Si el viernes has hallado la solución al misterio, bailaré contigo.

—¿Lo prometes?

—Lo prometo —repuso ella—. Pero el trato es que primero tienes que resolver el misterio.

—De acuerdo —aceptó Jeremy—. ¡Estoy impaciente! Y si me pongo a pensar en el
lindy
o el
fox—trot…
—Sacudió la cabeza y soltó un prolongado suspiro—. Bueno, lo único que puedo decir es que espero que estés a mi altura.

—Lo intentaré —dijo Lexie entre risas. De repente se puso seria; cruzó los brazos, desvió la vista hacia el sol que intentaba abrirse paso entre la bruma sin éxito y anunció—: Esta noche.

Jeremy frunció el ceño.

—¿Esta noche qué?

—Verás las luces esta noche, si vas al cementerio.

—¿Cómo lo sabes?

—Se acerca la niebla.

Él siguió su mirada.

—¿Cómo lo sabes? Yo no aprecio nada diferente.

—Mira al otro lado del río, detrás de mí. Las puntas de las chimeneas de la fábrica de papel ya están prácticamente ocultas entre las nubes.

—¡Ya! — soltó él con incredulidad.

—Date la vuelta y mira.

Jeremy miró hacia atrás por encima del hombro. Entonces volvió a mirar con más atención, estudiando el contorno de la fábrica de papel.

—Tienes razón —confesó.

—Claro.

—Supongo que has mirado de refilón cuando estaba despistado, ¿no?

—No —repuso ella—. Simplemente lo sabía.

—Ah —dijo él—. ¿Otro de esos misterios inexplicables?

Lexie se separó de la barandilla.

—Defínelo como quieras. Vamos, se está haciendo tarde y he de regresar a la biblioteca. Dentro de quince minutos tengo una sesión de lectura con los niños.

Mientras regresaban al coche, Jeremy se fijó en que la cima de Riker's Hill también había quedado oculta. Sonrió, pensando que así lo había adivinado ella. Desde su posición había avistado la niebla en lo alto de la colina y había deducido que también habría niebla al otro lado del río. Trampa, trampa.

—Y bien; puesto que parece que tú también tienes poderes ocultos, ¿cómo puedes estar tan segura de que esta noche se podrán ver las luces? — inquirió él, intentando encubrir su sonrisa burlona.

Lexie tardó unos instantes en contestar.

—Porque lo sé —dijo simplemente.

—Entonces supongo que tengo que creerte. ¿Y sugieres que vaya a verlas? — Súbitamente, tras formular la pregunta, se acordó de la cena a la que se suponía que debía asistir y entornó los ojos con aire de fastidio.

—¿Qué pasa? — preguntó ella, desconcertada.

—El alcalde va a organizar una cena con varias personas a las que quiere que conozca; algo parecido a una presentación oficial.

—¿Para ti?

Jeremy sonrió.

—¿Qué? ¿Impresionada?

—No, sólo sorprendida.

—¿Por qué?

—Porque no me han dicho nada.

—Yo me he enterado esta mañana.

—De todos modos es extraño. Aunque vayas a cenar con el alcalde, no te preocupes por la posibilidad de perderte el espectáculo de las luces. Suelen aparecer bastante tarde, por lo que tendrás tiempo de sobra de verlas.

—¿Estás segura?

—Así es como las vi yo. Era casi medianoche

Jeremy se detuvo en seco.

—Espera un momento. ¿Tú las has visto? ¿Y por qué no me lo habías dicho?

Ella sonrió.

—No me lo habías preguntado

—Siempre te sales por la tangente con la misma excusa.

—Eso, señor periodista, es porque usted se olvida siempre de preguntar.

Capítulo 8

En el otro extremo del pueblo, en el Herbs, Rodney Hopper, el ayudante del sheriff, tenía un aspecto apesadumbrado, con la mirada clavada en su taza de café, preguntándose adonde había ido Lexie con ese urbanita.

Se había aventurado a presentarse en la biblioteca por sorpresa con la intención de invitar a Lexie a comer para que el urbanita supiera exactamente cómo estaban las cosas. Pensó que a lo mejor ella incluso le permitiría escoltarla hasta el coche mientras el forastero los observaba por la ventana, muerto de envidia.

Sabía exactamente lo que a ese tipo le atraía de Lexie; había que estar ciego para no verlo. Ella era la chica más guapa del condado, probablemente de todo el estado, incluso quizá del mundo entero.

Normalmente los tipos que decidían encerrarse un par de días en la biblioteca para llevar a cabo alguna investigación no le quitaban el sueño, y tampoco se inquietó la primera vez que oyó hablar del urbanita. Pero entonces empezó a oír cuchicheos por doquier sobre el recién llegado y decidió verlo con sus propios ojos. Y se dio cuenta de que los del pueblo tenían razón: sólo necesitó examinarlo una única vez para cerciorarse de su innegable pinta de seductor empedernido; nada que ver con el típico provinciano. Se suponía que los que se encerraban en la biblioteca eran hombres mayores con aspecto de profesores despistados, ratitas sabias con gafas, con los hombros caídos hacia adelante y con un apestoso aliento a café. Pero el urbanita no era así. Ese tipo parecía como recién salido del Della, el único salón de belleza del pueblo. Pero incluso eso no le habría preocupado demasiado de no ser porque, en esos precisos instantes, ese par andaba paseándose por el pueblo sin ninguna otra compañía; sólo ellos dos.

Rodney resopló con rabia. ¿Dónde diantre se habían metido?

No en el Herbs, y tampoco en el Pike's Diner. Había inspeccionado el aparcamiento del otro restaurante, y el coche de Lexie no estaba allí aparcado. Podría haberse atrevido a entrar y preguntar si los habían visto, pero probablemente entonces él se habría convertido en la comidilla del pueblo, y no estaba seguro de que fuera una idea demasiado acertada. Todos sus amigos siempre le gastaban bromas sobre Lexie, especialmente cuando mencionaba que tenía otra cita con ella. Le decían que se olvidara de ella, que Lexie sólo accedía a salir con él para no ser descortés, pero él sabía que no era cierto. Lexie siempre aceptaba salir con él cuando él se lo pedía, ¿no? Se quedó meditabundo… Bueno, al menos la mayoría de las veces. Ella jamás le había dado un beso, cierto, pero eso no significaba nada. Rodney tenía la paciencia de un santo con Lexie, y creía que poco a poco se iban acercando al momento estelar. Cada vez que salían, presentía que daban un paso adelante hacia algo más serio. Lo sabía. Y también sabía que lo único que les pasaba a sus amigos era que estaban celosos.

Deseó que Doris pudiera revelarle algo, pero la vieja no estaba en el local. Le habían dicho que había ido a casa del contable, aunque seguramente no tardaría en volver. El problema era que no podía esperar más; se le acababa el rato de descanso que tenía. Además, probablemente Doris negaría saber nada al respecto. Había oído que a la vieja le gustaba el urbanita, ¿qué raro, no?

—¿Estás bien, cielo? — le preguntó Rachel. Rodney levantó la vista y la vio de pie delante de él, con la cafetera en la mano.

—Oh, no te preocupes, Rachel; es sólo uno de esos días en los que todo parece pesar más de la cuenta.

—¿Los chicos malos te están mareando de nuevo?

Rodney asintió.

—Sí, por decirlo de algún modo.

Ella sonrió, y su cara resplandeció con un atractivo especial, aunque Rodney no pareció darse cuenta. Hacía tanto tiempo que la conocía, que simplemente era capaz de verla como a una hermana.

—Ya verás como todo se arregla. — Intentó reconfortarlo ella.

Rodney volvió a asentir con la cabeza.

—Supongo que sí.

Rachel apretó los labios. A veces Rodney la preocupaba.

—¿Estás seguro de que no quieres comer nada? Sé que tienes prisa, así que puedo pedirle al cocinero que te prepare algo rápido.

—No, gracias; no tengo hambre. Y en el coche tengo una barra de proteínas por si más tarde me entra apetito. De verdad, no te preocupes. — Le tendió la taza vacía—. Aunque aceptaré encantado otra taza de café.

—¡Eso está hecho! — exclamó Rachel en un tono animado.

—Oye, ¿por casualidad no sabrás si Lexie ha pasado por aquí? ¿Quizá para que le preparasen algo para comer?

Ella sacudió enérgicamente la cabeza.

—No la he visto en todo el día. ¿La has buscado en la biblioteca? Si quieres, puedo pasarme por allí para ver si está; bueno, eso si se trata de algo importante…

—No, no es nada importante.

Rachel se quedó inmóvil delante de la mesa, como si estuviera considerando lo que iba a decir a continuación.

—Esta mañana te he visto sentado con Jeremy Marsh.

—¿Quién? — inquirió Rodney, intentando aparentar un aire abstraído.

—El periodista de Nueva York. ¿No te acuerdas?

—Ah, sí. Pensé que lo más cortés era presentarme.

—Es un tipo muy apuesto, ¿no crees?

—Mira, no me fijo en si los otros hombres son apuestos o no —dijo él refunfuñando.

—Pues para que te enteres, lo es. Podría pasarme todo el día contemplándolo. Ese pelo… Me entran unas ganas inmensas de acariciar ese pelo con mis dedos. Todo el mundo habla de él.

—Pues qué bien —murmuró Rodney, sintiéndose todavía peor.

—Me ha invitado a ir a Nueva York —dijo Rachel vanagloriándose.

Rodney levantó la vista y la miró desconcertado, preguntándose si había oído bien.

—¿Ah, sí?

—Bueno, más o menos. Me dijo que debería visitar esa ciudad, y aunque no utilizó las palabras precisas, creo que se refería que quería que fuera a visitarlo a él.

—¿De veras? Eso es fantástico.

—¿Y qué te ha parecido?

Rodney se puso tenso en la silla.

—Bueno, tampoco es que hayamos hablado tanto rato…

—Oh, pues deberías hacerlo. Es un tipo muy interesante, muy listo. Y ese pelo… ¿Dijo algo sobre su pelo?

—No —respondió Rodney. Tomó otro sorbo de café, intentando ordenar las ideas para comprender lo que sucedía. ¿De veras ese tipo había invitado a Rachel a ir a Nueva York? ¿O Rachel se había autoinvitado? No estaba del todo seguro. No podía creer que el urbanita la encontrara atractiva, y sin lugar a duda ese tipo era la clase de hombre que volvía locas a mujeres como Rachel, pero… Rachel solía exagerar y Lexie y el urbanita estaban por ahí solos, en algún lugar desconocido. Algo no acababa de cuadrar en toda esa historia.

Rodney hizo ademán de levantarse de la silla.

—Bueno, si ves a Lexie, dile que he pasado a saludarla, ¿vale?

—No te preocupes. ¿Quieres que te ponga el resto del café en un vaso térmico para que te lo puedas llevar?

—No, gracias. Me parece que ya he tomado suficiente café para el resto del día. Tengo el estómago un poco irritado.

—Oh, pobrecito. Creo que tenemos Pepto—Bismol en la cocina. ¿Quieres un par de pastillas?

—Te lo agradezco, Rach —respondió, intentando henchir el pecho para parecer de nuevo un oficial de policía—. Pero no creo que eso me ayude.

Al otro lado del pueblo, en la puerta de la oficina del contable, Gherkin apretó el paso para atrapar a Doris.

—¡Justo la mujer que quería ver! — exclamó.

Doris se dio media vuelta y observó al alcalde mientras éste le acercaba. Gherkin lucía una americana roja y unos pantalones a cuadros, y Doris no pudo evitar preguntarse si era daltónico. La mayoría de las veces exhibía unos trajes absolutamente ridículos.

—¿Qué puedo hacer por ti, Tom?

—Como seguramente ya habrás oído, o quizá no, estamos preparando una cena especial para nuestro ilustre visitante, el señor Jeremy Marsh. Está escribiendo una historia sobre el pueblo que puede ser una verdadera bomba, y…

Doris terminó la historia mentalmente, repitiendo las palabras al mismo tiempo que el alcalde.

—… ya sabes lo importante que eso podría ser para el pueblo.

—Sí, eso he oído —aseveró ella—. Y seguramente será especialmente productivo para tu negocio.

—En esta ocasión pienso en toda la comunidad —proclamó él, ignorando el comentario mordaz—. Me he pasado la mañana intentando organizarlo todo para que no haya ni un solo fallo. Y pensaba que igual te gustaría colaborar; por ejemplo, podrías preparar algo para comer.

—¿Quieres que me encargue de la cena?

—No gratuitamente, por supuesto. El Consistorio estará más que encantado de pagar los gastos. Hemos pensado en organizar una fiestecita en la plantación del viejo Lawson, en las afueras del pueblo. Ya he hablado con los encargados de la plantación, y me han confirmado que estarán más que encantados de prestarnos las instalaciones. Podríamos usar el evento como el pistoletazo de salida de la «Visita guiada por las casas históricas». También he hablado con los del periódico, y uno de los reporteros piensa dejarse caer por allí para…

—¿Y cuándo planeas ofrecer esa fiestecita? — preguntó ella, interrumpiéndolo bruscamente.

El alcalde pareció un poco contrariado ante la abrupta interrupción.

—Esta noche. Pero como iba diciendo…

—¿Esta noche? — volvió a interrumpirlo—. ¿Quieres que prepare la cena para esta noche?

—Es para una buena causa, Doris. Sé que demuestro una enorme desconsideración pidiéndote un favor así, pero te aseguro que esta oportunidad puede reportar unos enormes beneficios para el pueblo, por lo que no podemos perder el tiempo si queremos sacar una buena tajada. Los dos sabemos que tú eres la única persona capaz de organizar una cosa de tal envergadura. Tampoco es que te pida nada especial… Más bien estaba pensando en tu pollo con pesto, pero preparado no como un bocadillo sino…

—¿Jeremy Marsh sabe lo de la fiestecita?

—Claro que sí. Se lo comenté esta mañana, y pareció muy contento.

—¿De veras? — apuntó ella, apoyándose en la pared y con cara de incrédula.

—Y también había pensado en invitar a Lexie. Ya sabes lo importante que es tu nieta para todos los muchachos del pueblo.

—No creo que acepte. Odia ir a esa clase de eventos; sólo asiste cuando es absolutamente necesario, y no me parece que éste sea absolutamente necesario.

—Quizá tengas razón. De todos modos, como iba diciendo, me gustaría aprovechar esta noche para inaugurar el programa del fin de semana.

—Creo que olvidas que estoy en contra de la idea de usar el cementerio como una atracción turística.

—Lo sé —aseveró él—. Recuerdo tus palabras exactamente. Pero tú quieres hacer oír tu voz, ¿no es cierto? Si no te dejas ver, no habrá nadie que represente tu punto de vista.

Other books

Angels Blood by Gerard Bond
The Columbia History of British Poetry by Carl Woodring, James Shapiro
The Art of War by David Wingrove
CREAM (On the Hunt) by Renquist, Zenobia
Frozen Stiff by Sherry Shahan
The Oathbreaker's Shadow by Amy McCulloch
Billionaire Badboy by Kenzie, Sophia
Single Ladies by Tamika Jeffries
To Desire a Wilde by Kimberly Kaye Terry