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Authors: Nicholas Sparks

Fantasmas del pasado (22 page)

BOOK: Fantasmas del pasado
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—No me cabe la menor duda —apuntó Jeremy.

—Pero tal y como te decía, ella es realmente especial, ¿eh?

Jeremy no contestó, y el alcalde le guiñó el ojo antes de proseguir.

—Me he fijado en el modo en que la miras. Los ojos pueden delatar los sentimientos de un hombre. Los ojos siempre dicen la verdad.

—¿Qué se supone que significa eso?

El alcalde sonrió burlonamente.

—No lo sé. ¿Por qué no me lo cuentas tú?

—No hay nada que contar.

—Claro que no —dijo el alcalde al tiempo que esbozaba una mueca de complicidad.

Jeremy sacudió la cabeza repetidas veces.

—Mire, señor alcalde… Tom…

—Oh, no importa. Sólo estaba bromeando. Pero déjame que te diga un par de cosas acerca de la fiestecita de esta noche.

El alcalde le refirió dónde se celebraría la cena y luego le explicó cómo llegar hasta allí.

—¿Crees que serás capaz de encontrar el lugar? — le preguntó el alcalde cuando terminó de darle las indicaciones.

—Tengo un mapa —murmuró Jeremy.

—Seguramente te ayudará, pero no olvides que esas carreteras no están muy iluminadas, que digamos. Resulta muy fácil perderse si uno no va con cuidado. Lo más aconsejable sería que fueras con alguien que sepa cómo llegar hasta allí.

Cuando Jeremy lo observó con curiosidad, Gherkin miró insistentemente a través de los cristales de la puerta.

—¿Cree que debería pedirle a Lexie que me acompañe? — preguntó Jeremy.

Los ojos del alcalde parpadearon.

—Eso es cosa tuya. Si piensas que ella accederá… Muchos hombres la consideran el bien más preciado de todo el condado.

—Ella aceptaría —proclamó Jeremy, sintiéndose más esperanzado que seguro.

El alcalde lo miró con porte dubitativo.

—Me parece que sobreestimas tus habilidades. Pero si estás tan seguro, entonces supongo que será mejor que no me interponga. Precisamente venía a invitarla para que fuera conmigo. Pero puesto que tú te ocuparás de ella, me retiro. Ya nos veremos esta noche.

El alcalde se dio la vuelta para marcharse, y unos minutos más tarde Jeremy observaba cómo Lexie daba por terminada la sesión. Cerró el libro, y mientras los padres se levantaban del suelo, se sorprendió por lo nervioso que se sentía. ¿Cuándo fue la última vez que había sentido una subida de adrenalina similar?

Algunas madres empezaron a llamar a los pocos niños que no habían estado atentos a la narración, y unos breves momentos más tarde Lexie se incorporó al grupo que estaba a punto de abandonar la sala infantil. Cuando vio a Jeremy, fue directamente hacia él.

—Supongo que estás listo para empezar a examinar los diarios —conjeturó.

—Si todavía te queda tiempo para buscarlos, perfecto, aunque aún no he terminado con los mapas. De todos modos, hay otra cosa de la que quería hablarte.

—¿Ah, sí?

Lexie irguió la barbilla ligeramente.

Mientras Jeremy pensaba en el modo de pedirle que fuera con él a la fiesta, se sintió invadido por una sensación de embriaguez absolutamente extraña.

—El alcalde ha venido para contarme lo de la fiesta de esta noche en la plantación de Lawson, y no está seguro de si seré capaz de encontrar el lugar yo solo, así que me ha sugerido que busque a alguien que sepa llegar hasta allí. Y bueno, ya que tú eres la única persona que conozco en el pueblo, me preguntaba si no te importaría acompañarme.

Durante un larguísimo momento que pareció eterno, Lexie no dijo nada.

—¡Cómo no! — exclamó finalmente.

La respuesta cogió a Jeremy desprevenido.

—¿Cómo has dicho?

—Oh, perdona; no me refería a tu propuesta. Estaba pensando en la forma tan maquiavélica que tiene el alcalde de hacer las cosas. Sabe que evito asistir a eventos como el de esta noche siempre que puedo, a menos que no estén directamente vinculados con la biblioteca. Habrá pensado que le diría que no si él me lo pedía, así que ha urdido un plan para que me lo pidas tú. Y mira por dónde se ha salido con la suya, ya que eso es precisamente lo que acabas de hacer: pedirme que te acompañe porque el alcalde te lo ha dicho.

Jeremy parpadeó varias veces, intentando comprender el sentido de la disertación que acababa de escuchar, aunque sólo lo logró a medias. ¿Quién había sugerido que él fuera con Lexie? ¿El alcalde, o él?

—¿Por qué tengo la terrible sensación de estar en medio de un culebrón?

—Porque lo estás. Se llama vivir en una pequeña localidad sureña.

Perplejo, Jeremy se quedó callado un momento, y después agregó:

—¿De veras crees que el alcalde ha planeado todo esto?

—Sé que lo ha hecho. De entrada puede parecerte un pobre zoquete, pero tiene la habilidad de conseguir que todos hagan exactamente lo que él quiere, haciéndoles creer que la idea no parte de él sino de ellos. ¿Por qué otra razón crees que todavía te alojas en el Greenleaf?

Jeremy hundió las manos en los bolsillos y consideró la explicación de Lexie.

—Mira, no te preocupes. No tienes que venir. Estoy seguro de que encontraré el lugar yo solo.

Ella se llevó las manos a las caderas y lo miró fijamente.

—¿Me estás diciendo que no quieres que te acompañe?

Jeremy se quedó paralizado, sin saber qué responder.

—Bueno, sólo pensé que ya que el alcalde…

—¿Quieres que vaya contigo o no? — insistió Lexie.

—Claro, pero si tú no…

—Entonces vuélvemelo a pedir.

—¿Cómo has dicho?

—Pídeme que te acompañe esta noche. Pero esta vez sin nombrar al alcalde; y no uses la excusa de que me necesitas para no perderte. Di algo como: «Me encantaría que me acompañaras a la cena esta noche. ¿Te parece bien si paso a recogerte más tarde?».

Jeremy la miró fijamente, intentando descifrar si ella estaba hablando en serio.

—¿Quieres que diga esas palabras?

—Si no lo haces, interpretaré que es idea del alcalde, y entonces no iré. Pero si tú me lo pides, tiene que ser porque quieras que te acompañe, así que usa el tono adecuado.

Jeremy se sintió tan nervioso como un chiquillo ante el primer día de escuela.

—Me encantaría que me acompañaras a la cena esta noche. ¿Te parece bien si paso a recogerte más tarde?

Ella sonrió y apoyó la mano en el hombro de Jeremy.

—Caramba, señor Marsh —gorjeó—. Estaré más que encantada.

Unos minutos más tarde Jeremy todavía se sentía aturdido, mientras observaba cómo Lexie agrupaba los diarios guardados en un arcón cerrado con llave que había en la sala de los originales.

Las mujeres en Nueva York simplemente no le hablaban del modo en que lo hacía ella. No estaba seguro de si Lexie había sido razonable o no, o ni una cosa ni la otra. «Vuélvemelo a pedir y usa el tono adecuado.» ¿Qué clase de mujer decía una cosa así? ¿Y por qué diantre le había parecido una petición tan… ocurrente?

No estaba seguro, y de repente, la historia de las luces y la oportunidad de aparecer en televisión le parecieron simplemente unos detalles irrisorios. Mientras seguía contemplando a Lexie, sólo podía pensar en la calidez de su mano cuando la había puesto con tanta dulzura sobre su brazo.

Capítulo 9

Un poco más tarde, esa misma noche, mientras la niebla se tornaba más densa, Rodney Hopper pensó que la plantación de Lawson tenía toda la pinta de estar lista para un concierto de Barry Manilow.

Durante los últimos veinte minutos había estado ocupado dirigiendo el tráfico hacia los terrenos que habían habilitado para aparcar los coches de los invitados, contemplando con desconcierto la procesión de individuos eufóricos que se dirigían hacia la puerta. Hasta ese momento había visto a los doctores Benson y Tricket; a Albert, el dentista; a los ocho miembros del Consistorio, entre ellos Tully y Jed; al alcalde y al personal de la Cámara de Comercio; a toda la junta directiva de la escuela; a los nueve comisionados del condado; a los voluntarios de la Sociedad Histórica; a tres contables; a todo el personal del Herbs; al barman del Lookilu; al barbero, e incluso a Toby, quien a pesar de que se dedicaba a limpiar las fosas sépticas del pueblo, tenía un aspecto remarcablemente distinguido. La plantación de Lawson ni siquiera estaba tan concurrida en Navidad, cuando la decoraban hasta límites inimaginables y permitían el acceso libre a todos los de la localidad el primer viernes de diciembre.

Sin embargo, esta vez era diferente. No era una celebración en la que los amigos y los familiares se reunieran para disfrutar de la compañía antes de la locura y las prisas de las fiestas navideñas. La finalidad del evento era honorar a alguien que no tenía nada que ver con el pueblo y al que el lugar le importaba claramente un pimiento. Incluso peor: aunque estaba allí por una cuestión oficial, de repente Rodney tuvo la certeza de que no debería ni haberse preocupado por planchar la camisa y lustrarse los zapatos, puesto que dudaba que Lexie se fijara en esa clase de detalles.

Lo sabía todo sobre ese par. Después de que Doris regresara al Herbs para hacerse cargo de la cena, el alcalde se había dejado caer por el restaurante y había mencionado las ominosas noticias sobre Jeremy y Lexie, y Rachel lo había llamado sin perder ni un segundo. Rachel, pensó, era un cielo en ese sentido; siempre lo había sido. Sabía lo que él sentía por Lexie y no le gastaba bromas al respecto como el resto de sus amigos. De todos modos, tuvo la impresión de que a ella tampoco le hizo ni pizca de gracia que los dos fueran juntos a la fiesta. Pero Rachel sabía ocultar mejor sus sentimientos que él, y justo en ese momento Rodney hubiera preferido estar en cualquier otro lugar menos en la plantación de Lawson. Le molestaba todo, absolutamente todo, lo referente a esa noche.

Especialmente el modo en que se estaba comportando toda la población. No recordaba haber visto a los muchachos tan excitados ante las perspectivas del futuro del pueblo desde que
Raleigh News Observer
envió a un reportero para escribir un artículo sobre Jumpy Walton, quien intentaba construir una réplica del rudimentario avión de los hermanos Wright y en el que pensaba volar en conmemoración del centésimo aniversario de la aviación en Kitty Hawk. Jumpy, al que todos sabían que le faltaban un par de tornillos, llevaba tiempo proclamando que prácticamente ya había terminado la réplica, pero cuando abrió los portones del granero para mostrar con pleno orgullo su obra maestra, el reportero se dio cuenta de que Jumpy no tenía ni idea de lo que hacía. En el granero, la réplica se asemejaba a una versión gigante y retorcida de un pollo hecho con alambres y paneles chapados.

Y ahora el pueblo había depositado todas sus esperanzas en la existencia de fantasmas en el cementerio y en que el urbanita consiguiera atraer al mundo entero hasta la mismísima puerta de Boone Creek precisamente gracias a esos fantasmas. Rodney tenía serias dudas de que el plan saliera como todos esperaban. Además, francamente, le importaba un comino si el mundo entero venía o no. Lo único que quería era que Lexie continuara formando parte de su mundo.

En el otro extremo del pueblo y casi a la misma hora, Lexie se asomó al porche de su casa justo en el momento en que Jeremy doblaba la esquina de su calle con un ramo de flores silvestres en la mano. «Qué detalle más agradable», pensó ella, y de repente deseó que él no se diera cuenta de su nerviosismo.

A veces ser mujer suponía todo un reto, y esa noche el reto era más que considerable. Primero porque no estaba segura de si se trataba de una cita formal o no. Desde luego la situación se asemejaba más a una cita que su rápida escapada al mediodía, pero no se trataba exactamente de una cena romántica para dos, y no estaba segura de si habría aceptado algo similar. Después también estaba la cuestión de la imagen y el aspecto que deseaba proyectar, no sólo con Jeremy sino con el resto de los que los verían aparecer juntos. Si además añadía que se sentía mucho más a gusto con unos vaqueros viejos y que no tenía intención de lucir ningún jersey escotado, toda la cuestión se tornaba tan confusa que finalmente Lexie tiró la toalla. Al final se decidió por una imagen profesional: un traje pantalón de color marrón con una blusa de color marfil.

En cambio, él se había decantado por una imagen funeraria: todo de negro, a lo Johnny Cash, como si la ocasión no le importara lo suficiente como para elegir un traje más festivo.

—Vaya, veo que no has tenido problemas para llegar hasta aquí —comentó Lexie a modo de saludo.

—No ha sido tan difícil —reconoció Jeremy—. Me mostraste tu casa cuando estábamos en la cima de Riker's Hill, ¿recuerdas? —Le entregó las flores—. Son para ti.

Ella las aceptó con una sonrisa adorable, incluso sensual, aunque a Jeremy le pareció que el término «adorable» era más apropiado.

—Gracias. ¿Qué tal te ha ido con los diarios?

—Muy bien, aunque hasta ahora no he encontrado nada espectacular en los que he leído.

—No desesperes —apuntó ella con una sonrisa enigmática—. Quién sabe lo que vas a encontrar. — Se acercó el ramo de flores a la nariz—. Son muy bonitas. Dame un segundo para que las ponga en un jarrón con agua y coja un abrigo.

—Te esperaré aquí —dijo Jeremy al tiempo que abría las manos, mostrando las palmas.

Un par de minutos más tarde ya estaban en el coche, conduciendo a través del pueblo en dirección opuesta al cementerio. Entre tanto, la niebla continuaba espesándose, y Lexie se dedicó a indicarle a Jeremy por qué calles tenía que ir hasta que llegaron a una carretera más amplia, flanqueada por unos magníficos robles que parecían centenarios. Aunque él no podía divisar la casa, aminoró la marcha cuando se acercó a una elevada valla de setos que supuso que debía de bordear toda la finca. Se inclinó hacia el volante, preguntándose qué dirección debía tomar.

—Aparca por aquí, si quieres —sugirió Lexie—. No creo que encuentres aparcamiento más adelante, y además, seguramente te interesará poder sacar el coche más tarde, cuando decidas marcharte.

—¿Estás segura? Si ni siquiera podemos ver la casa.

—Confía en mí. ¿Por qué crees que he cogido el abrigo largo?

Jeremy dudó sólo unos instantes antes de decidirse. ¿Por qué no? Y unos momentos más tarde, los dos estaban caminando por la carretera. Lexie luchaba para que el viento no le abriera el abrigo. Siguieron la curva de la valla de setos, y de repente, la vieja mansión georgiana apareció en toda su gloria delante de ellos.

Sin embargo, lo primero que Jeremy vio no fue la casa, sino los coches: un montón de coches, aparcados de forma aleatoria, con los morros apuntando en todas direcciones como si planearan escapar de allí de la forma más práctica posible. Y seguían llegando más vehículos que, o bien daban vueltas alrededor de ese enorme caos de coches mal aparcados, mostrando las luces de los frenos constantemente, o bien intentaban entrar con calzador en los escasos espacios libres que quedaban.

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