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Authors: Mira Grant

Tags: #Intriga, Terror

BOOK: Feed
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—Sigamos una línea y no nos desviemos de ella, ¿de acuerdo? —dijo Shaun—. Es mi manera de hacer las cosas.

—Por mí bien —repuse—. También es la mía.

Realizamos el resto del viaje en silencio. Cruzamos las puertas del Centro y aguantamos el aluvión de controles de sangre con la mejor cara que pudimos. Tres de nosotros estábamos agotados, aterrorizados y enfadados; Steve sólo estaba enfurecido, y casi me dio envidia. El enfado es más sencillo de sobrellevar que el agotamiento; el daño que produce en tu engranaje no es tan severo. Menos de dos horas después de convencerlo para que abandonara su puesto y me sacara de paseo, Steve devolvió el coche a su lugar entre los demás vehículos de la candidatura, cargado con dos periodistas más y un buen montón de preocupaciones sin resolver.

—No cuentes nada —le pedí mientras descendíamos del coche—. Esta noche me reuniré con el senador, cuando regrese de la cena de gala. Después…

—Después supongo que habrá que tomar una decisión definitiva, ya sea en un sentido u otro —dijo Steve—. No te preocupes. No me hubiera metido en seguridad si no supiera mantener la boca cerrada.

—Gracias.

—No hay de qué. —Steve sonrió fugazmente y le devolví la sonrisa.

—¡Vamos, George! —gritó Shaun, ya a cuatro o cinco metros del coche—. ¡Quiero quitarme de una vez este condenado esmoquin!

—¡Ya voy! —le respondí, y dando media vuelta hacia las caravanas añadí entre dientes—: Dios.

Rick nos acompañó hasta la furgoneta, luego torció a la izquierda y se dirigió hacia su caravana mientras que nosotros fuimos a la derecha en dirección a la nuestra.

—Es un buen tipo —comentó Shaun, con el dedo pulgar apretado contra la cerradura de la puerta de la caravana. El cerrojo se abrió para permitir la entrada de mi hermano—. Un poco anticuado, pero un buen tipo. Me alegro de tener la oportunidad de trabajar con él.

—¿Crees que se quedará con nosotros cuando volvamos a casa? —Empecé a revolver las montañas de ropa que se levantaban en las camas y en el suelo, buscando la camiseta de algodón y los vaqueros que había llevado puestos antes de cambiarme.

—Después de la campaña podrá hacer lo que le venga en gana, pero sí, creo que se quedará. —Shaun ya se había medio desvestido con la facilidad que le daba la práctica—. Él sabe que puede trabajar con nosotros.

—Me alegro.

Estaba desabrochándome el último botón de la blusa cuando oí un grito. Shaun y yo nos miramos pasmados, con los ojos como platos, y salimos disparados hacia la puerta de la caravana. Salí primera por medio cuerpo, justo a tiempo para ver a Rick con el rostro desencajado y corriendo hacia nosotros con
Lois
acurrucada contra el pecho. No necesité ser veterinaria para adivinar que a la gatita le había pasado algo terrible, pues no hay ningún animal con el cuello tan doblado ni que le cuelgue tan suelto de los brazos de su amo.

—¿Rick…?

Rick frenó en seco, con la mirada clavada en mí y todavía con el cuerpo de la gatita apretado contra el pecho. Cubrí a la carrera los escasos cinco metros que nos separaban, seguida por Shaun. Probablemente ésa fue la parte con la que no habían contado: los escasos cinco metros.

Esos insignificantes escasos cinco metros nos salvaron la vida.

—¿Qué ha ocurrido? —pregunté, extendiendo una mano como si todavía pudiera hacer algo. Viendo al gato de cerca resultaba evidente que llevaba varias horas muerto. Tenía los ojos abiertos y vidriosos, con la mirada perdida en el infinito.

—La gatita… Entré en la caravana y estuve a punto de tropezar con ella. —Por primera vez reparé en que Rick todavía llevaba puesto el smoking. Ni siquiera había tenido tiempo de cambiarse—. Estaba tendida justo delante de la puerta. Creo que… ya herida intentó huir. —Las lágrimas le caían por las mejillas; dudo que lo notara—. Creo que quería salir a buscarme. Sólo era una gatita, Georgia. ¿Quién haría algo así a una simple gatita?

Shaun se enderezó.

—¿Estaba dentro? ¿Estás seguro de que no ha muerto por causas naturales?

—¿Desde cuándo un cuello roto es una causa natural? —inquirió Rick en un tono que hubiera sido de sensatez de no ser por las lágrimas.

—Deberíamos ir a la furgoneta.

Fruncí el ceño.

—¿Shaun?

—Hablo en serio. Podemos seguir hablando de esto allí, pero debemos ir a la furgoneta ahora mismo.

—Dame un segundo; iré a buscar mi pistola —dije. Iba a salir corriendo hacia la caravana, pero Shaun me agarró del codo y me tiró hacia él. Me tambaleé.

La caravana explotó con un estruendo seco, como el de un motor fallando.

Tras esa primera explosión se produjo una segunda, más potente y que halló eco en la distancia, cuando otra caravana, probablemente la de Rick, saltó por los aires hecha una bola de llamas azules y naranja. Mi hermano no me había soltado el brazo y corría arrastrándome hacia la furgoneta; nos siguió Rick con
Lois
apretada contra el pecho; todos recortados contra el furioso resplandor de color naranja del fuego. Alguien intentaba matarnos y, llegados a este punto, no tenía sentido preguntarme de quién se trataba. Tate sabía que lo sabíamos, y ya no tenía motivos para andarse con miramientos.

Cuando tuvo la certeza de que yo corría, Shaun me soltó el brazo y se quedó atrás para cubrir nuestra retirada hacia la furgoneta. Reprimí el impulso de pararme para protegerlo y me concentré en seguir corriendo. Mi hermano sabía cuidar de sí mismo. Si no tenía fe en eso, nunca podría tener fe en nada. Rick corría como en un sueño, con
Lois
dando bandazos entre sus brazos con cada zancada. Yo simplemente seguí corriendo.

Sentí una picadura en el bíceps del brazo izquierdo cuando estábamos a mitad de camino de la furgoneta, pero no le presté atención y seguí corriendo, más preocupada en ponerme a cubierto que en soltar un manotazo a un mosquito con el maldito don de la oportunidad. Nadie ha sido capaz de decir a los insectos que no deberían interrumpir los momentos verdaderamente dramáticos, de modo que siguen haciéndolo. Quizás en el fondo sea algo positivo, ya que si los dramas espantaran a los insectos, la mayoría de la gente nunca maduraría emocionalmente después de cumplir los diecisiete años.

—¡Rick, ve hacia la puerta! —gritó Shaun. Mi hermano nos seguía a unos cinco metros, empuñando su 45 mm, atento a nuestra retaguardia. Nada más verlo se me aceleró el corazón y se me hizo un nudo en la garganta. Sabía que llevaba un chaleco Kevlar bajo la ropa, pero el Kevlar no le serviría de nada si recibía un tiro en la cabeza. Quien hubiera hecho explotar las caravanas podría seguir por los alrededores, vigilándonos, y cuando nos vieran separándonos a campo abierto, había muchas posibilidades de que decidieran acabar el trabajo que habían iniciado. Pero nada de eso importaba, porque alguien tenía que vigilar la retaguardia y alguien tenía que abrir la furgoneta, y si nos apiñábamos simplemente para que yo me sintiera mejor nada de todo eso se conseguiría y moriríamos todos.

Ser consciente de la situación no me ayudaba un carajo a sentirme mejor por dejar a Shaun detrás; simplemente quería decir que no teníamos otras opciones.

Rick se lanzó a toda velocidad y cuando alcanzó la furgoneta, me había sacado seis metros de ventaja. Pareció reparar entonces en que estaba cargando con
Lois
, pues la soltó para coger los tiradores de las puertas traseras del vehículo. Apretó los índices contra las placas lectoras. Se oyó un clic mientras los sistemas de análisis de a bordo comprobaban su sangre y sus huellas, y determinaban que no estaba infectado y que se trataba de un conductor autorizado. Las puertas se desbloquearon.

—¡Ya está! —exclamó. Tiró de las puertas para abrirlas y nos hizo gestos para que entráramos.

No tuvo que pedírmelo dos veces. Pegué un acelerón; me faltaba el aire en los pulmones mientras corría para ponerme a cubierto. Shaun continuó retrocediendo al mismo ritmo, barriendo el frente con su arma para cubrirnos la retirada.

—¡Shaun, maldito idiota! —grité—. ¡Mueve el culo y ven de una vez! ¡No queda nadie a quien cubrir!

Echó un vistazo atrás por encima del hombro y enarcó las cejas en un gesto de sorpresa. Debió de ver algo en mi expresión que le aconsejó no discutir, porque asintió con la cabeza y dio media vuelta para cubrir a la carrera el tramo que nos separaba.

No recuperé la respiración hasta que mi hermano y Rick estuvieron dentro de la furgoneta y cerramos las puertas. Shaun echó los cerrojos de las puertas traseras, y Rick fue a hacer lo mismo con los de la pared móvil que separaba la cabina del resto del vehículo. Con los seguros echados estábamos completamente aislados del resto del mundo. Nada podía entrar y, a menos que abriéramos los cerrojos, nada podía salir. Si no usaban potentes explosivos, estábamos tan a salvo como era posible.

Me senté frente a la consola principal y busqué las grabaciones de seguridad del día. Los resultados no arrojaron ninguna incidencia; no se habían producido intentos de allanamiento de la furgoneta ni tampoco nadie se había acercado a ella durante ese periodo de tiempo.

—Shaun, ¿cuándo fue la última inspección de seguridad?

—Hice una a distancia mientras esperaba a que acabara el discurso del senador.

—Bien. Eso significa que estamos limpios. —Me incliné para activar las cámaras externas, ya que sin ellas estaríamos a ciegas y no tendríamos forma de enterarnos de la llegada de ayuda. Me quedé paralizada.

—¿George?

La voz de Shaun me llegaba lejana y sorprendida. Mi hermano había visto acercar la mano a los botones y me había visto parar de golpe, pero no había visto por qué. No le respondí. Estaba demasiado ocupada.

—George, ¿qué pasa?

—Yo… —empecé a decir, y me callé. Tragué saliva tratando de acabar con la sequedad repentina de mi garganta. Hice un esfuerzo para recuperar la voz—: Creo que podríamos tener un problema. —Levanté la mano derecha, apreté los dedos entumecidos alrededor del dardo de plástico hueco que me sobresalía del bíceps del brazo izquierdo y tiré de él. Me volví a mis compañeros. Rick se puso pálido al ver la mancha de sangre que se esparcía por mi camiseta. Shaun, por su parte, mantuvo la mirada clavada en el dardo; por la expresión de su rostro parecía que estuviera viendo el fin del mundo.

De un modo muy concreto y real, había una posibilidad magnífica de que así fuera.

Veintiséis

S

haun rompió el silencio.

—Por favor, dime que no te ha atravesado la epidermis —dijo en un tono casi de súplica—. La sangre no es por el dardo, ¿verdad, George? ¿Verdad?

—Necesitamos una bolsa para residuos biológicos. —En mi voz no había ni rastro de miedo. Os lo aseguro, ni rastro. Sonaba como… hueca, desconectada de todo lo que me rodeaba. Era como si mi cuerpo y mi voz habitaran universos distintos, cosidos juntos con el más delgado de los hilos—. Sacadla del botiquín, dejadla en el mostrador y retroceded. No quiero que ninguno de vosotros toque el dardo. —Ni a mí. No quería que me tocaran mientras existiera el riesgo de que pudiera infectarlos. Sin embargo no podía decírselo; si lo hacía, me hundiría, y todo intento de mantener la situación controlada se iría al garete.

—George…

—Necesitamos una unidad de análisis. —La voz de Rick sonó sorprendentemente firme dadas las circunstancias. Shaun y yo lo miramos. Estaba blanco y temblaba, pero su voz se mantenía firme—. Shaun, se qué no quieres oírlo, y si luego quieres pegarme, vale, pero ahora mismo necesitamos una unidad de análisis.

La expresión de mi hermano comenzó a ensombrecerse. Él sabía que Rick tenía razón; yo misma podía verlo en sus ojos y en la manera en la que evitaba mirarme. Si no lo hubiera sabido, no le habría importado que Rick pidiera una unidad de análisis de sangre. Pero precisamente porque sabía que Rick tenía razón, era la última cosa en el mundo que quería hacer. Bueno, quizá no exactamente la última. De nuevo su rostro empezó a adquirir esa expresión de quien está contemplando el fin del mundo.

—Rick tiene razón, Shaun. —Deposité el dardo sobre el mostrador, junto a mi teclado. Era diminuto. ¿Cómo algo tan pequeño podía ser el fin del mundo? Apenas lo había notado cuando se me había clavado. Nunca había pensado que fuera posible que uno no se enterara de su propia muerte, pero al parecer, lo era—. No me deis una simple unidad de campaña. Dadme la unidad de verdad. Si vamos a hacer esto, lo haremos bien.

La XH-237 nunca ha dado un resultado erróneo; su diagnóstico es fiable en el cien por cien de los casos conocidos.

Shaun nunca confiaría en otro dispositivo. Me miraba fijamente con una incredulidad no disimulada. Se negaba con todas sus fuerzas a aceptar lo que estaba sucediendo.

—¿Y por qué no yo? Georgia…

—Si resulta que estoy haciendo un drama de todo esto, compraré uno nuevo con el dinero de mi regalo de cumpleaños —dije, dejándome caer contra el respaldo de la silla—. ¿Rick?

—Iré por él, Georgia —anunció, y se dirigió hacia el material médico.

Cerré los ojos.

—No estoy haciendo un drama de todo esto.

—Lo sé —farfulló Shaun en un hilo de voz que apenas me llegó a los oídos.

—Traigo la bolsa —dijo Rick. Abrí los ojos y me volví hacia la dirección de procedencia de la voz. Rick sostenía una bolsa forrada de Kevlar. Le hice un gesto de asentimiento con la cabeza, y él dejó la bolsa sobre el mostrador y se alejó. Todos conocíamos el protocolo. Lo teníamos grabado con fuego en la cabeza para no olvidarlo el resto de nuestra vida. Hasta que no se confirmara que estaba limpia nadie debía tocarme…, y yo sabía que no estaba limpia.

Con unos movimientos exageradamente cuidadosos, para que Shaun y Rick no perdieran detalle de lo que hacía, cogí la bolsa y la abrí antes de volver a coger el dardo. Lo dejé caer en el interior de la bolsa y activé el precinto. A partir de ese momento el asunto pasaba a manos del CDC; su gente abriría el precinto cuando la recibieran, y yo ya no tenía que preocuparme de lo que ocurriera después. No estaría allí para verlo.

Levanté la mirada después de precintar la bolsa y dejarla aparte.

—¿Dónde está la unidad de análisis? —Noté que se me relajaban los músculos de los ojos. Podía tratarse simplemente de una alteración de naturaleza psicosomática, pero me parecía improbable. Los cuerpos víricos responsables de la dilatación permanente de mis pupilas estaban emigrando en busca de praderas más fértiles. Exactamente igual que el resto de mi organismo.

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