Feed

Read Feed Online

Authors: Mira Grant

Tags: #Intriga, Terror

BOOK: Feed
11.76Mb size Format: txt, pdf, ePub

 

En el año 2014, el hombre había encontrado la cura para el cáncer y había erradicado la gripe común. Pero también creó algo nuevo, algo terrible e imparable. La infección se propagó rápidamente y el virus invadió cuerpos y mentes siguiendo una única e irrevocable orden: alimentarse. Ahora, transcurridos veinte años desde el Levantamiento, Georgia y Shaun Mason van tras la noticia más importante de sus vidas: la oscura conspiración que se esconde detrás de los infectados. La verdad saldrá a la luz, aunque eso les cueste la vida.

«Apasionante, escalofriante y cruda… una obra maestra del suspense con unos personajes complejos y cautivadores.» Publishers Weekly

«Feed es una obra inteligente e intensa, un thriller postapocalíptico ambientado en un futuro muy creíble que resulta fascinante y aterrador a la vez.» John Joseph Adams, editor de la antología Zombies

Mira Grant

Feed

Trilogía Newsflesh - 1

ePUB v1.0

AlexAinhoa
15.09.12

Título original:
Feed

Mira Grant, 05/2011.

Traducción: Simón Saito

Editor original: AlexAinhoa (v1.0)

ePub base v2.0

Este libro está dedicado con agradecimiento

a Gian-Paolo Musumeci y a Michael Ellis.

Cada uno me hizo una pregunta.

Ésta es mi respuesta.

Libro Primero
El Levantamiento

No se puede matar la verdad.

Georgia Mason

No hay nada que no se pueda matar. Sólo que a veces hay cosas a las que después de matarlas has de seguir disparándoles hasta que dejan de moverse. Lo que es bastante chulo si te paras a pensarlo.

Shaun Mason

Todo el mundo tiene a alguien en el Muro.

No importa lo ajeno que te creas a los acontecimientos que cambiaron el mundo durante el atroz verano de 2014, todos tenemos a alguien en el Muro. Puede que sólo sea un primo, o un viejo amigo de la familia, o quizá alguien a quien simplemente viste una vez en la pantalla del televisor… No dejan de ser personas que forman parte de tu vida, que te pertenecen. Ellos murieron para que tú pudieras sentarte en tu casita entre tus seguras paredes, y ver pasar las palabras de una hastiada periodista de veintidós años por la pantalla de tu ordenador. Piénsalo por un momento. Ellos murieron por ti.

Ahora contempla la vida que llevas y dime: ¿hicieron lo correcto?

Extraído de
Las imágenes pueden herir tu sensibilidad
,

blog de
Georgia Mason,

16 de mayo de 2039

Uno

N

uestro relato empieza en el punto en el que han terminado innumerables relatos a lo largo de los últimos veintiséis años: con un idiota (en este caso mi hermano Shaun) que considera una buena idea salir a apalear zombies con el único fin de ver qué sucede. Como si no supiéramos ya lo que pasa cuando te metes con un zombie: el zombie se da la vuelta y te muerde, y te conviertes en la cosa que has apaleado. Ya no es ninguna sorpresa; hace ya veinte años que dejó de ser una sorpresa, y si nos ponemos técnicos, tampoco antes era ninguna sorpresa.

Cuando aparecieron los infectados, en una irrupción anunciada con gritos que clamaban que los muertos estaban levantándose y que el día del juicio final estaba a la vuelta de la esquina, éstos se comportaban exactamente como nos lo habían mostrado las películas de terror durante décadas. Lo único sorprendente esta vez fue que estaba ocurriendo de verdad.

Los brotes se dieron sin previo aviso. Un día todo era normal y al día siguiente personas que se suponía muertas, estaban levantándose y arremetiendo contra todo aquello que encontraban a su paso. Esto sobrecogió a todos los implicados salvo a los propios infectados, que ya no se sobrecogían ante ese tipo de cosas. El estupor inicial dio paso a las carreras y a los chillidos, que finalmente derivaron en más infectados y en más ataques. Así sucedieron las cosas. De modo que, ¿cómo está el mundo ahora, en esta época de progresos, pasados veintiséis años del Levantamiento? Pues tenemos idiotas que apalean zombies, lo cual nos lleva de nuevo a mi hermano y explica el motivo por el que no va a tener una vida larga y plena.

—¡Eh, George, mira esto! —me grita, mientras empuja al zombie en el pecho con su palo de hockey. El zombie suelta un débil gemido e intenta devolverle el golpe infructuosamente. Es evidente que lleva largo tiempo en un estado de total amplificación viral, y ha perdido la fuerza y la agilidad necesarias para arrebatarle a Shaun el palo de las manos. Para ser justos he de decir en favor de mi hermano que sabe que no debe incordiar a los infectados recientes—. ¡Estamos jugando a las palmitas!

—¡Deja de fastidiar a los vecinos y vuelve a la moto! —le digo, mirándole con los ojos ocultos tras las gafas de sol.

Quizá su contrincante estuviera en las últimas, y al borde de su segunda y definitiva muerte, pero eso no significaba que no hubiera otra manada de criaturas con mejor salud deambulando por la zona. Santa Cruz es territorio zombie, y uno no viene aquí a menos que tenga tendencias suicidas, sea estúpido o ambas cosas a la vez. A veces yo misma dudo en qué grupo incluir a Shaun.

—¡Ahora no puedo hablar! ¡Estoy ocupado haciendo nuevos amigos en el vecindario!

—¡Shaun Phillip Mason, regresa ahora mismo a la moto o te juro por Dios que me largo de aquí y te dejo solo!

Shaun se volvió con un repentino brillo de interés en los ojos mientras ponía el extremo del palo de hockey contra el pecho del zombie para mantenerlo a una distancia prudencial.

—¿En serio? ¿Serías capaz de hacer eso por mí? Porque «Mi hermana me abandonó en territorio zombie sin ningún medio de escape» sería un artículo increíble.

—Sí, y probablemente póstumo —le espeté—. ¡Vuelve a la maldita moto!

—¡Sólo un momento! —me respondió riendo, y se volvió hacia a su amigo, que no paraba de gimotear.

Mirándolo con la perspectiva que ofrece el tiempo puedo afirmar que fue en ese preciso momento cuando las cosas se torcieron.

Probablemente, la manada habría estado acechándonos desde antes de que alcanzáramos los límites de la ciudad, incorporando refuerzos procedentes de todo el condado según iban acercándose a nosotros. La astucia y la peligrosidad de las manadas de infectados aumentan en proporción a su número. Los grupos de hasta cuatro zombies no representan ninguna amenaza a menos que te acorralen, pero una manada compuesta por veinte o más infectados tiene muchas posibilidades de sortear cualquier tipo de defensa levantada por los no infectados. Si los infectados llegan a rodearte en un número considerable, despliegan técnicas de caza en manada; ponen en práctica verdaderas tácticas de ataque. Es como si el virus que los domina empezara a razonar cuando suficientes individuos infectados se juntan en un mismo lugar. Es espeluznante, y la peor pesadilla de los que se adentran habitualmente en territorio zombie: ser acorralado por un nutrido grupo de criaturas que conocen el terreno mejor que tú.

Estos zombies conocían el terreno mejor que nosotros, y hasta la manada más desnutrida y cargada de virus sabe cómo tender una emboscada. El eco de los gemidos débiles resonaba por todas partes, y de pronto aparecieron arrastrando los pies, algunos moviéndose con el lento balanceo de los que llevan mucho tiempo infectados; otros con un brío cercano a la carrera. Los más veloces encabezaban la manada, y bloquearon tres de las vías de escape antes de que tuviéramos tiempo de apartar la mirada de ellos. Me quedé mirándolos y me eché a temblar.

Los infectados recientes, muy recientes, todavía conservan el aspecto que debían de tener cuando estaban vivos. La expresión de sus rostros revela emociones, y avanzan con unos movimientos secos que podrían deberse a haber dormido mal la noche anterior. Se hace más difícil matar algo que todavía parece una persona; y peor aún, los cabrones son rápidos. Sólo hay una cosa peor que un zombie reciente: una manada de ellos. Y conté por lo menos dieciocho antes de comprender que ya daba igual y dejar de preocuparme.

Agarré el casco y me lo puse sin atarme la correa. Si me caía de la moto y moría porque el casco se me salía volando de la cabeza, sería una de las mejores cosas que podían pasarme. Mi cuerpo se reanimaría, pero al menos yo no me enteraría..

—¡Shaun!

Shaun se volvió bruscamente y se quedó mirando fijamente la horda de zombies que se aproximaba.

Por desgracia para él, la suma de tal cantidad de zombies había transformado a su colega de un estúpido individuo aislado en un miembro de una turba pensante. El zombie agarró el palo de hockey en cuanto Shaun desvió la atención hacia otro lado y se lo arrancó de las manos. Shaun se tambaleó hacia delante, y el zombie lo cogió del cárdigan con unos dedos anquilosados de una fuerza engañosa. El infectado gemía entre dientes.

Yo grité, mientras por la cabeza me pasaban imágenes de mi inevitable futuro como hija única.

—¡Shaun!

Un mordisco, y las cosas se pondrían muchísimo más feas. Hay pocas cosas peores que ser acorralado por una manada de zombies en el centro de Santa Cruz. Perder a Shaun podría considerarse una de ellas.

Que mi hermano me convenciera para subirme a una moto de motocross y adentrarme en territorio zombie no me convierte en una idiota. Llevaba puesta una armadura completa todo terreno, incluida una chaqueta de piel con protecciones de acero en los codos y los hombros, un chaleco de kevlar, pantalones de moto con protecciones en las caderas y las rodillas, y botas de media caña. Todo junto es superaparatoso, pero no me importa, porque, si contamos los guantes, el cuello es lo único que me queda al descubierto.

Shaun, por el contrario, es imbécil, y se había lanzado a incordiar zombies sin más protección que el cárdigan, un chaleco de kevlar y unos pantalones militares. Ni siquiera lleva gafas protectoras; dice que «estropean el efecto». Dejarte desprotegidas las membranas mucosas sí que pueden estropearte lo que ni te imaginas. Yo casi tengo que chantajearle para conseguir que se ponga el chaleco de kevlar, de modo que, lo de las gafas, ya ni lo intento.

Sin embargo, llevar puesto un jersey como el suyo cuando te metes con los zombies tiene una ventaja, por mucho que a mí me parezca una idiotez: la lana se desgarra. Shaun consiguió soltarse, dio media vuelta y salió disparado hacia la motocicleta; la velocidad es la única arma realmente efectiva que tenemos contra los infectados. Ni los más recientes pueden seguir el ritmo de un humano no infectado en un esprint corto. Tenemos la velocidad y las balas. En esta guerra, todo lo demás está de su lado.

Other books

29 - The Oath by Michael Jecks
The League by Thatcher Heldring
Una vecina perfecta by Caroline L. Jensen
The Hearts of Horses by Molly Gloss
Stone Fox by John Reynolds Gardiner
If Angels Fight by Richard Bowes
Blind Eye by Jan Coffey