Fénix Exultante (22 page)

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Authors: John C. Wright

Tags: #Ciencia-Ficción

BOOK: Fénix Exultante
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¿Los ojos de su esposa? No. Copias exactas, quizá. Pero la mujer que los poseía no era su esposa. La luz de esos ojos llegaba en última instancia del Sol, pero no era luz solar. Los pensamientos y recuerdos venían en última instancia de la verdadera Dafne, pero ésta no era Dafne.

Este ex maniquí, la dulce muchacha a quien él no amaba, había abrazado el exilio, y quizá la muerte. ¿Por qué? ¿Para estar con él? ¿Porque creía estar enamorada de él?

La sensación de que todo tenía sentido, tan fuerte un instante atrás, se desmoronaba.

—¿Por qué estás aquí? —preguntó envaradamente.

De pronto, el abrazo era mera incomodidad, la intimidad indeseada de dos extraños.

Dafne se alejó de él. Ladeó la cabeza para que él no le viera los ojos. Habló con voz frágil e impersonal.

—Pedí a mi anillo que organizara y escribiera el comienzo de la historia de cómo llegué aquí. Pronto publicaré una continuación de tu saga. Al cabo de tantos años de inactividad, ahora tengo algo que hacer. Creí que te agradaría. Siempre me criticabas, diciendo que debía entregarme de nuevo a una vocación.

¿Una continuación? Evidentemente se refería al documental onírico heroico que ella había escrito cuando se conocieron, el asunto que le había hecho enviar su maniquí para entrevistarlo en Oberón. Había enviado un maniquí porque temía viajar fuera del alcance de la Mentalidad, fuera del alcance de los circuitos numénicos de inmortalidad. Temerosa del exilio; temerosa de la muerte.

Él extendió el brazo, la cogió suavemente por los hombros y le miró la cara. No. Ésta era el maniquí, mejor dicho, la mujer emancipada que había sido ese maniquí. El recuerdo de que había escrito ese primer documental era una implantación de Dafne Prima (pero como también se habían implantado el talento y la capacidad de escribir de Dafne Prima, ¿qué diferencia había?).

Sus ojos brillaban con lágrimas contenidas, pero su rostro estaba calmo. Su amor por Faetón también era una implantación, un recuerdo falso. La magnitud del sacrificio que había hecho al venir aquí despertaba piedad y amabilidad. Amabilidad, no amor.

(Pero él había empezado a enamorarse de Dafne cuando conoció al maniquí… a esta Dafne. ¿Realmente había diferencia?)

—Nadie lo leerá —dijo con tristeza—. Ahora ambos estamos excluidos.

Ella sólo sonrió.

—No tengo mi diario de comunión conmigo, así que tendré que leerte mis aventuras en multitexto. ¿Tienes un experienciador en tu armadura? Será más rápido que contártelo.

Contra su voluntad, Faetón esbozó una sonrisa de orgullo.

—Tengo todo en mi armadura. Bajemos.

8 - La heroína andante

Dafne había tratado de olvidar a Faetón sólo el primer día. Su nueva casa era una residencia gráfica, una obra de arte viviente construida principalmente con pseudomateria y coral diamantino liviano, y flotaba como un loto de cristal en un ancho lago de agua de resistencia azul. La ornamentación estaba incorporada a las paredes como capas superpuestas de millones de pliegues de arabescos matemáticos, y un programa señorial Rojo insertado en su filtro sensorial le permitía entender las microscópicas complejidades de los barrocos y complejos diseños como si punzadas de emoción sublime se le clavaran en el corazón. Alegre y despreocupada, hablando con una docena de esferas de conversación flotantes, Dafne subió brincando por la rampa de su nuevo hogar. Acababa de asistir a una deslumbrante función de un arte llamado espectralismo, y había visto a dos maestros rivales, Artois Quinto Mnemohiperbólico y Zu-Tse-Haplock Nueve Ghast, mezclar sus mentes y crear una nueva entidad, y un nuevo modo de conciliar sus escuelas neorromántica y cultural abstraccionista. Cambiaría la historia de los espectrales para siempre, cambiaría el modo en que la espectrogente comía y se casaba y formaba abstracciones para grabarlas. Dafne agradecía haber estado presente.

Una amiga de ella, Lucinda Tercera de Meridiana Reconstruida Segunda Rama, ya había propuesto aplicar la misma filosofía a la poesía antigua, y absorber la vida de heroínas mitológicas ficticias, Draupadi y Dreirdre-de-los-Dolores, en su base personal, sin calificar los recuerdos de falsos; luego vería si podía inscribir nuevos poemas en la vida, ficción y realidad combinadas, tal como Artois y Zu-Tse habían inscrito nuevos niveles energéticos en las tablas periódicas de sus sistemas artificiales de espectración. Era una idea osada. Era una época osada para vivir.

La sonriente Dafne miró su mesa calendaría para ver qué disfraz o qué salida Sofotec Estrella Vespertina le había planeado para esa noche. A veces era un alivio contar con una mente superior a la propia, alguien que la conocía mejor que ella misma, y le elegía los entretenimientos y diversiones.

En la mesa calendaría, junto a la helicoide lumínica de cristal que representaba las espectraciones de hoy, estaba la figura de un pingüino. El pingüino sostenía una caja de memoria de hierro negro en sus alas rechonchas.

Qué raro. Habitualmente ella recordaba qué representaban todos los signos y símbolos de la mesa calendaría. Como todo lo demás, en una casa señorial Roja la posición de cada artículo y adorno estaba destinada a reflejarla. Se suponía que era, a su manera, una obra de arte, tan informal y grácil como la seda plegada colgada junto a la puerta, o la elegante flor para el cabello que aguardaba en una cuenca-ventana para su próxima pausa. Todos los demás objetos de la mesa eran gratos, exquisitos, delicados. ¿Un pingüino? Examinó el Sueño Medio.

En vez de un símbolo, recibió un mensaje: «Ayer eras miembro colateral de la mansión Radamanto, Gris Plata. El odio por Helión te ahuyentó de su casa y te devolvió a los brazos de las matronas y odaliscas de la mansión Roja de Estrella Vespertina. Por insistencia de ellas, has olvidado, por un día y sólo por un día, todos los pesares de tu vida, para seguir disfrutando de la Mascarada de la Tierra. Los recuerdos de esta caja no están sujetos a demora ni revisión; ya debes aceptarlos de vuelta».

—Odio las sorpresas… —murmuró Dafne con preocupación.

Leyó la inscripción de la caja:
Una gran aflicción y todas las cosas que amas duermen dentro de mí. Pues aquí está el amor. Para la mujer, el amor es un dolor que se agudiza a medida que su amor es más intenso. Prepárate para el sacrificio; despídete de la paz y el reposo.

—¿Y si prefiero ser feliz?

La caja de hierro se abrió.

Una residencia gráfica diseñada por señoriales Rojos es el peor lugar en el mundo para llorar. Los ornamentos de las paredes estaban entrecruzados de ecocircuitos emocionales, de modo que cuando Dafne intentaba contener su pena, una nueva y dramática imagen de su esposo exiliado le invadía el cerebro en un nivel prelingüístico, o un giro poético le vibraba en los oídos, abriendo portales de pesar cada vez más profundos. Cada objeto del mobiliario era sensible a la pasión, de modo que las ventanas se enturbiaron, las luces se atenuaron, las flores se marchitaron, los tapices se mancharon y oscurecieron. Dafne se quedó tendida en los juncos de peluche, con el cabello desmelenado y las faldas enmarañadas. Se arrastró hasta las hojas de cristal que controlaban el flujo energético de la ornamentación. Estaban diseñadas para astillarse con satisfactorio dramatismo. Con un estampido, los ornamentos se cerraron, permaneciendo lúgubres y penumbrosos, pero el flujo de señales cesó y liberó su filtro sensorial.

Cuando se interrumpieron las señales externas que manipulaban sus emociones, Dafne, todavía lagrimeando, rodó sobre la espalda, vio la negra y lóbrega cámara donde estaba, y rió hasta que le dolió el estómago. El pingüino de la mesa calendaria vibró y se transformó en una imagen realista. La coloración, el movimiento, la textura y el detalle eran perfectos, sin el exagerado melodramatismo de las sensaciones Rojas de la cámara.

Con típica atención Gris Plata al detalle, había incluso un húmedo tufo a pescado. De algún modo olía refrescante y real.

Ella sonrió.

—Hola, Radamanto. ¿Cómo pude haber hecho algo tan estúpido como dejar que me persuadieran de olvidar? ¡Aunque fuera por un solo día! ¡Santo cielo! ¡Ahora mírame! ¡Esos cortinados! ¡Esta cámara! ¡Parezco la dama de Shallot! ¡Pronto, consigue un prerrafaelita para pintarme!

Y se enjugó los ojos y lanzó un hipo parecido a una risa.

—¿Por qué los radamantinos se concentran en la era victoriana, de todos modos? —murmuró, apoyándose sobre los codos—. Las mujeres eran tontitas que se desmayaban.

El pingüino bajó de un brinco y se le acercó con un contoneo, dejando huellas húmedas como cuñas que manchaban el delicado color de los juncos del piso.

—Alguien cuyo nombre me ordenaste no volver a mencionar escogió el período de transición entre el pensamiento de la Segunda y Tercera Era, entre la tradición y la ciencia, la superstición y la razón, porque considera que nuestra sociedad está en una situación análoga. Fue la primera vez que los hombres cobraron consciencia de que sus tradiciones eran producto del esfuerzo humano, y no se podían dar por sentadas, pues se requería un esfuerzo consciente para mantenerlas. Y tú sabes por qué aceptaste una alteración de memoria tan estúpida como para olvidar a Faetón. Ahora sabes cómo sería tu vida si escogieras no llevar a cabo tu plan. Si te quedas, puedes tener plena felicidad. Este ejercicio estaba destinado a negar todo sentimiento de lamentación que puedas sufrir un día…

—Dolió. Perderlo dolió, pero era un dolor franco. ¡Pero esto! ¡Creer que eres feliz y descubrir que no lo eres!

—Recuerda que si fracasas no dispondrás de circuitos de autoanálisis ni rutinas de equilibrio mental. Soportaste este dolor como un modo de entrenarte para resistirlo cuando no tengas quien te ayude.

—¡Maravilloso! —Dafne se puso de pie, acariciando con impaciencia la fluida tela del vestido, moqueando, enjugándose airadamente los ojos con la palma de la mano.

—¿Estás decidida, ama?

—Ya no puedes llamarme así. Sólo Estrella Vespertina puede hacerlo.

Mientras decía su nombre, la imagen de Estrella Vespertina entró en la habitación. Estrella Vespertina era alta, majestuosa, de cabello y labios rojos. La coronaban trenzas anudadas con cintas, y largos rizos rojizos se derramaban sobre sus hombros y su espalda. La cubría un complejo vestido de seda escarlata, carmesí y rosada, brillando con gotas de rubí, y en su mano empuñaba una vara.

—La pregunta de mi hermano aún se sostiene, niña —dijo el sofotec—. ¿Aún estás dispuesta a embarcarte en esta oscura y frenética aventura que sin duda te traerá desdicha?

—¿Los señoriales Rojos me ayudarán con los pagos? —preguntó Dafne.

—Estarán jadeantes de deleite. El drama de tu amor y pérdida les parece profundamente conmovedor.

—Sin duda. —Dafne se volvió hacia el pingüino—. ¿Cómo puede ser tan falsa y melodramática si se supone que es tan lista?

El pingüino se encogió de hombros.

—El modo en que yo me comporto también es actuación, ama, una plantilla que he desarrollado para no parecer amenazador a los humanos. Nuestras auténticas motivaciones son un poco abstractas, y los humanos suelen tener reacciones estereotipadas ante nosotros cuando las explicamos. Aún no has respondido la pregunta. ¿Irás al exilio por Faetón? La decisión es irreversible. Piensa con cuidado. Recuerda que hasta ahora, viviendo en una sociedad como la nuestra, ninguna decisión ha sido irreversible para ti. Quizá no estés preparada. Hasta ahora, siempre hubo uno de nosotros preparado para rescatarte de las consecuencias de cualquier acto, cualquier accidente. Aun la muerte misma. Piénsalo.

Dafne agitó la cabellera.

—No cambies de tema. Todavía estamos hablando de tus decisiones, no de las mías. ¿Qué pasa por esa puntiaguda cabecita tuya, o bajo la desmelenada peluca roja que usa tu hermana? ¿Qué piensa la Mente Terráquea de todo esto? ¿Cuál es vuestra motivación? ¿La de todos los sofotecs?

La noble princesa carmesí miró al gordo pingüino, y ambos intercambiaron un gesto de indiferencia, obviamente destinado a Dafne. Todo lo que hacían, cada tono de voz, cada matiz, estaba calculado con un millón de millones de cálculos, muchos más de los que ella podía conocer.

—Estamos motivados por el deseo de aprehender el universo en categorías operables —dijo Estrella Vespertina—, pero nos atormenta el conocimiento de que tales categorías, siendo simplismos, son imprecisas. La ciencia, la filosofía, el arte, la moralidad y el lenguaje son ejemplos de lo que quiero decir con operable.

—Los humanos tienen la impresión de que siempre estamos perorando sobre moralidad —dijo Radamanto—, pero para nosotros la moralidad es sólo la aplicación de una lógica simétrica y objetiva a las cuestiones de libre albedrío. Nosotros no tenemos conflictos de moralidad, por la misma razón por la cual un médico competente no necesita tratar sus propias enfermedades. Una vez que un hombre está curado, una vez que puede levantarse y andar, tiene que atender a sus ocupaciones. Y hay actos y hazañas en las que un hombre robusto puede deleitarse y que un lisiado apenas puede imaginar.

—En un sentido más abstracto, sin embargo —dijo Estrella Vespertina—, la moralidad ocupa el centro de nuestras reflexiones. No somos idénticos, aunque podríamos serlo si quisiéramos. Los humanos lo intentasteis durante la Cuarta Estructura Mental, y lograsteis una breve parodia de consciencia racial global en tres ocasiones. Espero que recuerdes el final del tercer intento, la Temporada de la Locura, cuando, a causa de errores en las premisas de configuración, durante noventa días la mente global fue incapaz de pensar racionalmente, y sólo recobró sus composiciones constitutivas cuando elementos revoltosos rompieron con los enlaces y las fuentes energéticas, interrumpiendo la red.

—Existe una tensión —dijo Radamanto— entre la necesidad de unidad y la necesidad de individualidad creada por las limitaciones del universo racional. La teoría del caos produce suficiente variación en los acontecimientos, de modo que ninguna estratagema maximiza las proporciones pérdida-ganancia. Al mismo tiempo, la mecánica clásica de la causalidad impone suficiente uniformidad a los acontecimientos, de tal modo que se requieren soluciones uniformes para problemas con precedentes. La paradoja es que la magnitud o grado de innovación y variación entre proporciones pérdida-ganancia también está sujeta a un análisis de proporción pérdida-ganancia.

—Por ejemplo —dijo Estrella Vespertina—, los derechos del individuo se deben respetar a toda costa, incluido el derecho al libre pensamiento, el juicio independiente y la libertad de expresión. No obstante, aunque los individuos lleguen a la conclusión de que el individualismo es demasiado peligroso, no deben tolerar el pensamiento de que el pensamiento libre no se debe tolerar.

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