Fénix Exultante (40 page)

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Authors: John C. Wright

Tags: #Ciencia-Ficción

BOOK: Fénix Exultante
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El amor es frustrante. La cercanía del Sol no era una ayuda, pues lo obligaba a rotar la gran nave lentamente, para distribuir el calor. Tampoco era una ayuda que los robots autoevolutivos fueran suficientemente listos para reconocer que era conveniente ampararse en la sombra de cien kilómetros de anchura del
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para escapar de los rayos solares, pero no para aprehender los principios del beneficio de largo plazo y la devoción al deber, que inducían a realizar las tareas con eficacia. Faetón los puso en presupuesto limitado, desactivó sus reguladores de conducta y comenzó a organizar enjambres de catalizadores de autorreconstrucción y autorréplica. Los robots que no realizaban su tarea no recibían una paga energética suficiente para alquilar un catalizador y reproducirse. Como los robots que estaban dispuestos a arriesgarse a la exposición solar aumentaban geométricamente en cantidad y potencia, Faetón no se preocupaba por la regulación individual; dejaba que la selección natural siguiera su curso.

A pesar de todo, le llevó menos tiempo del estimado cargar y preparar la nave para la ignición. Al cabo de cincuenta horas, Faetón estaba dispuesto.

Era la novena noche antes de la Gran Trascendencia. Faetón se había perdido la danza. No había movimiento en el espacio cercano, ni siquiera de sistemas automáticos. Todas las naves se enfriaban. Pero había un tráfico radial que no se había visto en diez centurias. Faetón estaba solo en la cubierta, entre los almacenes, las tiendas orbitales y los astilleros. Todos los demás estaban de celebración. Sólo él trabajaba.

No necesitaba ninguna danza. Lanza en mano, voló a través de las vastas dársenas hacia el núcleo central. Todo estaba en penumbra, silencioso, frío. Atravesó el espacio del núcleo de motores, dejando atrás kilómetros de células de combustible, la geometría sin horizontes de esferas de antimateria de hidrógeno congelado metálico, anillo tras anillo y bastión tras bastión de cajas mentales, cerebros de navegación que envolvían las viviendas.

Las cubiertas principales eran como el diminuto cerebro hallado en los dinosaurios originales prerreconstruidos, en comparación con esa nave descomunal. En el interior y «encima» de ellos (ahora que el carrusel estaba girando), las viviendas estaban presurizadas y superrefrigeradas según las pautas de la forma corporal de los duquefríos neptunianos. Los niveles externos de esta pequeña ciudad de gabinetes y aposentos giraban a muchas veces las especificaciones del diseño original.

Más adentro, en gravedad terrícola, las cubiertas «superiores» albergaban laboratorios, confabulacionarios, dispositivos mentales y materiales en abundancia, atrios comunitarios, baños, formularias, quirófanos, celdas de nanorreconstrucción, jardines, invernáculos, celestiarios, salones de fiesta, pajareras, palacios, museos, estudios metantrópicos y las otras necesidades básicas de la existencia civilizada.

Y, como la gema que hace de un anillo algo más que un ornamento, sino un valioso servidor y biblioteca, ahí estaba el puente.

Faetón se había perdido la danza de la Tierra y todos los mundos en la noche de Epifanía. Y se había perdido participar en el coro de todos los mundos, esa prodigiosa sinfonía de alabanza en que cada mente, cada voz y cada alma se unían en una armonía inimaginable, que coronaba las horas de la décima noche. Pero no necesitaba música, danza ni ninguna otra celebración.

Faetón se elevó; la puerta de «arriba» se abrió; una luz opaca lo rodeó, como una pincelada del alba; el piso se elevó y lo llevó hacia arriba, y llegó al puente. ¿Qué otro cantar o esplendor necesitaba?

Pidió luz, y se hizo la luz. Pidió conocimiento; altos espejos energéticos despertaron en balcones concéntricos, y la información le inundó el cerebro. Recorrió la cubierta.

Cada tesela de la cubierta estaba revestida con maderas de diferente matiz, granos más oscuros contrastados con otros más claros, para formar una grata regularidad, cada cual reluciente como oro, oscuro o brillante, por su pátina lustrosa.

Cortinas de presión se elevaron del piso al domo, titilaciones de color azul, escarlata y borgoña. Bancos concéntricos de cajas mentales y espejos energéticos se elevaron como un anfiteatro, con un espejo más grande extendido hasta el domo, sintonizado para exhibir el espacio y las comunicaciones locales. No había naves activas en el espacio, pero los canales de comunicaciones fluían por doquier como ríos de luz, una extensa red cargada con volúmenes enormes, conectando cada habitat, nave en reposo, vela, satélite, nube xenonanomecánica y banco de nubes, cada subestación de la corona y formación inteligente, en toda esa zona de la estación.

Faetón se aproximó a la silla del capitán. Ahí estaba, bruñida, limpia, cargada. A la izquierda un tablero de símbolos mostraba a dos visitantes que lo aguardaban. A la derecha el tablero de estado mostraba que se habían efectuado los millones de chequeos previos al vuelo; la
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estaba preparada para la ignición.

Saboreó el momento, mirando la silla. Luego, con una levísima sonrisa, se sentó, suspiró, cogió los brazos de la silla, y miró atrás, adelante, arriba y abajo. Los cien espejos energéticos que relucían en los balcones se encendieron con vistas e imágenes de cada parte de la nave, diagramas, flujos informáticos, estado de las máquinas, fuerzas de campo, distribuciones de peso, formaciones de almacenaje y contenido para el cargamento, proyecciones de supercargamento, paraguas de aceleración, visiones de radio y radar, informes meteorológicos sobre las condiciones del espacio próximo, incluido recuento de partículas, análisis robopsiquiátrico y de cerebros de navegación, monitores de configuración de casco. Todo.

Faetón se sentó en su trono y oteó su reino, y quedó complacido con lo que veía.

Para poblar su reino, y como homenaje a la estética Gris Plata en que se había formado, creó una dotación de maniquíes con ropa de diversos períodos y cargados con una diferente personalidad parcial. Faetón no quería estar solo en su hora de triunfo, así que pobló la cubierta con sus héroes del mito y la historia.

Unos cuadrados se replegaron en la cubierta. Varios estantes se elevaron para mostrar hileras de maniquíes. Faetón activó su filtro sensorial, envió una señal a la mente de la nave, creó, descargó, construyó, dibujó.

Pronto cada cual estuvo ante un puesto, manipulando controles que eran meros símbolos que exhibían el estado de la nave.

Allí estaba Ulises, usando harapos de mendigo sobre su coraza oculta, empuñando un arco de piel de rinoceronte, a cargo del puesto de navegación. Junto a él, sir Francis Drake, espléndido en sobreveste azul y encaje blanco, miraba por un anteojo mágico en busca de otras naves y objetos extraños. El almirante Byrd, con su parka, observaba el tablero de controles térmicos y ambientales.

Neil Armstrong empuñaba una rígida bandera de Estados Unidos en una mano, encargado de guiar los remotos y las pequeñas naves robot que precedían a la
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como parte de su despliegue. Jasón, con su vellocino de oro, sostenía la hebra que mostraba las líneas de comunicaciones abiertas; en el timón, por supuesto, estaba Hanón.

También estaban Magallanes, Cortés, Clark y Cook, así como Buckland-Boyd Cyrano D'Atano, el primer hombre que había sobrevivido a un descenso en Marte. Allí estaba Sloppy Rufus, el perro de Cyrano DAtano, sin ninguna tarea, sólo porque Faetón no podía imaginar al iconoclasta pionero marciano sin el leal perro callejero que había llevado consigo a Marte.

Oe Sephr al-Midr Surcador de Nubes se encargaba de observar las alteraciones gravitatorias y el plan de aceleración, lo cual era irónico, teniendo en cuenta su trágica muerte en una capa de subducción joviana.

Precoz Singular Exarmónico, con su blanca armadura ablativa, analizaba las temperaturas del motor de conversión total, lo cual no era nada irónico, teniendo en cuenta el notable éxito de su primera misión a la fotosfera solar, después de que la Composición Armónica hubiera enviado a tantos a una muerte llameante y al fracaso.

Precoz Singular Exarmónico era el segundo personaje histórico favorito de Faetón, no sólo porque era el espíritu que. había precedido la obra de Helión, sino también porque la transición de la Cuarta a la Quinta Era fue desencadenada en parte porque Precoz, un individuo apartado de la mente grupal, había triunfado donde tantas mentes colectivas habían fracasado.

El explorador favorito de Faetón era sir Francis Drake, que no sólo había explorado el Paso del Norte sino que se había lucrado con la aventura. El explorador que menos le gustaba era Cristóbal Colón, que no figuraba en el puente; Faetón no necesitaba a un hombre que había calculado mal el diámetro de la Tierra y había llegado, por accidente, a un continente que no supo identificar. Tampoco le gustaba Chan Noonyan Sfih de ío, el primer hombre que había «puesto pie» en Plutón. Faetón tampoco necesitaba a un hombre que, a pesar de las advertencias de los expertos, penetró con su vehículo de descenso la superficie de hielo de hidrógeno, debilitada y derretida por sus toberas, y atravesó sucesivas capas de hielo de nitrógeno y metano, hasta chocar con una capa de hielo de oxígeno, que se derritió, se incendió y abrasó toda la superficie del planeta. En el planeta más frío del espacio, Chan Sfih había muerto quemado, mientras que un sujeto alerta como Precoz Singular había atravesado el Sol y había sobrevivido.

Tampoco había ninguna imagen de Ao Ormgorgon Gusanoscuro Sinretorno. Durante la Quinta Era, había sido el líder de la expedición a Cygnus X-l.

Faetón miró a su izquierda. La tabla de símbolos mostraba los relucientes iconos visitantes. Sólo la más extraordinaria circunstancia haría que alguien lo visitara ahora. Un visitante sería un exiliado o bien alguien que no temía el exilio. ¿Quiénes serían?

Ahora que su nave y su tripulación estaban listas, Faetón hizo el gesto de aceptación para el primer icono de la tabla.

Un maniquí surgió de un cuadrado de cubierta y se cuadró.

—Solicito permiso para subir a bordo.

Qué pintoresco y arcaico. Faetón miró el Sueño Superficial de la nave, esperando ver a un Gris Plata, quizá un neptuniano recientemente convertido al protocolo Gris Plata por su amigo Diomedes.

No. Era un hombre con el uniforme azul oscuro y la coraza de un guardián intermediario de la Sexta Era. Los intermediarios, antes de la evolución del Colegio de Exhortadores, actuaban como emisarios y traductores entre los sofotecs y los humanos. En aquellos años, antes de que la evolución de la tecnología numénica permitiera los realces, los aumentos de inteligencia y la sinoética, el abismo entre la mente sofotec y la mente humana era enorme. Los sofotecs enviaban intermediarios para salvar a la comunidad humana —mediante el ejemplo y la predicción, nunca por la fuerza— de los peligros que se infligía a sí misma. Los guardianes eran un subgrupo de los intermediarios que actuaban como una fuerza policial voluntaria, protegiendo a la gente de incendios, catástrofes y colapsos mentales.

El guardián empuñaba un emblema de doce puntas, indicando su identidad a través del Sueño Medio de la nave. No, no era Gris Plata, sino Gris Oscuro.

Los Gris Oscuro también seguían antiguas costumbres y disciplinas, no porque admirasen la belleza del mundo antiguo, sino porque admiraban la dureza y el rigor que había formado el carácter humano. Un Gris Oscuro debía dedicar parte de su vida al servicio público, como alguacil, bombero, censor, monitor de contratos, rescatador y, en los viejos tiempos, como soldado de reserva bajo la Mente Bélica.

Este era Temer Sexto Lacedemonio, humodificado (adaptado al espacio), no compuesto (anulación ascética «hombre lobo» autoimpuesta), monitores de atención en paralelo múltiple, neuroforma básica, escuela señorial Gris Oscuro.

Y su uniforme no era un disfraz de Mascarada. Temer Lacedemonio era el guardián intermediario a cargo del control de tráfico espacial. Esta corporación había mantenido el monopolio del control de tráfico espacial desde mediados de la Era Sexta, a pesar de la feroz competencia del mercado. Temer Lacedemonio controlaba la seguridad de todas las naves que surcaban el sistema interior, y la mayor parte del exterior, y este puesto lo ponía al borde de ser Par.

Faetón se irguió y proyectó una imagen de sí mismo en el Sueño, para no quitarse la armadura.

—Bienvenido a bordo. Antes que hables, debo advertirte que la interdicción de los Exhortadores aún pesa sobre mí. Si me interpelas, sufrirás el exilio.

Temer Lacedemonio tenía el cabello blanco, una simbología facial que indicaba sagacidad, y su tez era negra, el color que los viajeros espaciales preferían como bloqueo contra la radiación. Sonrió hoscamente.

—En cuanto a eso, estamos en una máquina que tiene cien kilómetros de proa a popa y lanza una descarga de cuatrocientos kilómetros que elimina todas las comunicaciones no protegidas en su aura radial, y es capaz de acelerar a noventa gravedades de impulso. Esta máquina se dispone a zarpar. Dime cómo hago para orquestar trayectorias seguras para todas las naves de la zona sin hablar con el piloto.

Faetón hizo sonreír a su autoimagen, y su rostro real también sonrió detrás del yelmo.

—Podrías advertir a otros vehículos que se aparten de mi camino…

—No me hace gracia, Faetón. —El guardián señaló uno de los espejos, donde el navegante procesaba la información de Mercurio Norte, la torre de control más cercana del sistema interior. Otros documentos legales aparecieron al lado. Él continuó—: Además, nuestro contrato estándar contiene una cláusula que permite honorarios adicionales para vehículos de propiedades inusitadas o cargamentos peligrosos que requieren observación más atenta y mayores precauciones. Espero pingües ganancias. Y espero que no cuestiones el precio, teniendo en cuenta los muchos servicios útiles que el control de tráfico espacial te ha prestado en el pasado.

Faetón estudió al hombre en silencio.

—No era preciso que vinieras en persona —dijo al fin—. Un mensaje indirecto, quizá, o una llamada enviada por la red alternativa, habría servido. ¿Por qué exponerte a mi contaminación, por llamarla de algún modo?

—¿Recuerdas que fui bastante abrupto al expulsarte de mi sector de la torre infinita durante tu descenso a pie…?

—No me proponía abordar un asunto tan inoportuno, pero sí, recuerdo que enviaste remotos para picarme cada que vez que me detenía a alimentarme o descansar.

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