Festín de cuervos (86 page)

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Authors: George R.R. Martin

Tags: #Fantástico

BOOK: Festín de cuervos
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—Habláis como si lo compadecierais —dijo Brienne.

—Así es. Vos también os habríais compadecido de él si lo hubierais visto en sus últimos momentos. Lo encontré junto al Tridente; sus gritos de dolor me llevaron a él. Me suplicó el don de la misericordia, pero he jurado no volver a matar. Le lavé la frente febril con agua del río, le di a beber vino y le puse una cataplasma en la herida, pero todo fue inútil; llegaba demasiado tarde. El Perro murió allí, en mis brazos. Tal vez hayáis visto el corcel negro que tenemos en los establos. Era su caballo de guerra,
Desconocido
. Un nombre blasfemo. Preferimos llamarlo
Pecio
, ya que lo encontramos abandonado junto al río. Mucho me temo que compartía la naturaleza de su difunto amo.

«El caballo.» Había visto el corcel, lo había oído cocear, y aun así no se había dado cuenta. Los caballos de combate estaban entrenados para morder y cocear. En la guerra eran un arma, al igual que los hombres que los montaban. «Igual que el Perro.»

—Así que es cierto —dijo con voz neutra—. Sandor Clegane está muerto.

—Ya ha encontrado el descanso. —El Hermano Mayor hizo una pausa—. Sois joven, niña. Yo ya he vivido cuarenta y cuatro días del nombre, así que tengo más del doble de edad que vos. ¿Os sorprendería saber que fui caballero?

—No. Tenéis más aspecto de caballero que de hombre santo. —Lo llevaba escrito en el pecho, en los hombros, en aquella mandíbula cuadrada, fuerte—. ¿Por qué renunciasteis a la caballería?

—Porque no la elegí. Mi padre era caballero, como lo había sido el suyo. Y mis hermanos, todos ellos. Me entrenaron para la batalla desde el día en que me consideraron suficientemente mayor para sostener una espada de madera. Tomé parte en unas cuantas, y no me deshonré. También estuve con mujeres, y en eso sí que me deshonré, porque a algunas las tomé por la fuerza. Había una chica con la que quería casarme, la hija pequeña de un señor insignificante, pero yo era el tercer hijo de mi padre; no podía ofrecerle tierras ni riquezas, sólo una espada, un caballo y un escudo. Era un hombre triste. Cuando no estaba peleando, estaba borracho. Mi vida se escribía en rojo, con sangre y con vino.

—¿Cuándo cambió? —preguntó Brienne.

—Cuando morí en la batalla del Tridente. Yo luchaba por el príncipe Rhaegar, aunque él jamás llegó a conocer mi nombre. No sabría deciros por qué, excepto que el señor al que servía yo servía a otro señor que servía a otro señor que había decidido apoyar al dragón y no al venado. Si hubiera decidido lo contrario, yo habría estado al otro lado del río. La batalla fue sangrienta. Los bardos nos quieren hacer creer que todo se reducía a Rhaegar y a Robert luchando en el río por la mujer que ambos decían amar, pero os aseguro que otros hombres luchaban también, y yo era uno de ellos. Encajé una flecha en el muslo y otra en el pie, y mataron a mi caballo, pero seguí luchando. Aún recuerdo lo desesperado que estaba por dar con otro caballo, porque no tenía monedas para comprarlo, y sin caballo ya no sería caballero. Si he de decir verdad, no pensaba en otra cosa. No vi llegar el golpe que me derribó. Oí unos cascos a mi espalda y pensé: "¡Un caballo!" Pero antes de que pudiera volverme, algo me golpeó en la cabeza y me derribó en el río, donde lo normal habría sido que me ahogara.

»Y me desperté aquí, en la Isla Tranquila. El Hermano Mayor me dijo que llegué a la orilla desnudo como en mi día del nombre. Lo único que puedo imaginar es que alguien me encontró en los bajíos, me quitó la armadura, las botas y los calzones, y me tiró al agua. El río se encargó de lo demás. En fin, todos nacemos desnudos, así que era adecuado que llegara desnudo a mi nueva vida. Pasé en silencio los diez años siguientes.

—Ya veo. —Brienne no sabía por qué le contaba todo aquello, ni qué otra cosa podía decir.

—¿De verdad? —Se inclinó hacia delante con las enormes manos en las rodillas—. Si es así, renunciad a vuestra búsqueda. El Perro está muerto, y aunque no fuera así, no era él quien tenía a vuestra Sansa Stark. En cuanto a ese animal que lleva su yelmo, lo encontrarán y lo ahorcarán. Las guerras tocan a su fin; esos bandidos no sobrevivirán en tiempos de paz. Randyll Tarly les da caza desde Poza de la Doncella y Walder Frey desde Los Gemelos, y hay un nuevo señor en Darry, un hombre joven y piadoso que impondrá la paz en sus tierras. Volved a vuestro hogar, niña. Tenéis un hogar, que es más de lo que muchos pueden decir en estos tiempos que corren. Tenéis un padre noble que sin duda os ama. Pensad en cuánto sufriría si no regresarais jamás. Tal vez, cuando caigáis, le lleven vuestro escudo y vuestra espada. Tal vez los cuelgue en sus salones y los contemple con orgullo... Pero si se lo preguntarais a él, seguro que os diría que prefiere una hija viva a un escudo roto.

—Una hija. —Brienne tenía los ojos llenos de lágrimas—. Se lo merecería, sí. Una hija que le cantara, que embelleciera su castillo y le diera nietos. También merece un hijo, un joven fuerte y galante que honre su nombre. Pero Galladon se ahogó cuando yo tenía cuatro años y él ocho, y Alysanne y Arianne murieron en la cuna. Soy el único vástago que le han dejado los dioses. El más monstruoso, el que no sirve ni como hijo ni como hija.

De repente tuvo que soltarlo todo, como la sangre negra de una herida: las traiciones y los compromisos; Ronnet
el Rojo
y su rosa; Lord Renly bailando con ella; la apuesta por su virginidad; las amargas lágrimas que derramó cuando su rey se casó con Margaery Tyrell; el combate cuerpo a cuerpo en el torneo de Puenteamargo; la capa arco iris que tanto la había enorgullecido; la sombra en la carpa del rey; Renly agonizando en sus brazos, y Aguasdulces, Catelyn, el viaje por el Tridente, el duelo con Jaime en los bosques, los Titiriteros Sangrientos, Jaime gritando «zafiros», Jaime en la bañera de Harrenhal, el vapor que subía de su cuerpo, el sabor de la sangre de Vargo Hoat cuando le arrancó la oreja de un mordisco, el foso del oso, Jaime saltando a la arena, el largo viaje hasta Desembarco del Rey, Sansa Stark, el juramento que le había hecho a Jaime, el juramento que le había hecho a Lady Catelyn,
Guardajuramentos
... El Valle Oscuro y Poza de la Doncella. Dick
el Ágil
, Zarpa Rota y Los Susurros; los hombres que había matado...

—Tengo que encontrarla —terminó—. Hay otros que la están buscando; todos quieren capturarla y vendérsela a la Reina. Tengo que encontrarla antes que ellos. Se lo prometí a Jaime.
Guardajuramentos
, así llamó a la espada. Tengo que salvarla... o morir en el intento.

CERSEI (7)

—¡Un millar de barcos! —La cabellera castaña de la pequeña reina estaba enmarañada, y la luz de las antorchas hacía que sus mejillas parecieran acaloradas, como si acabara de estar en brazos de un hombre—. ¡Alteza, tenéis que dar una respuesta enérgica! —La última palabra retumbó en las vigas y resonó en el gigantesco salón del trono.

Cersei, sentada en un sillón dorado y carmesí al pie del Trono de Hierro, sintió que se le tensaba el cuello.

«"Tenéis que" —pensó—. Se atreve a decirme qué tengo que hacer. —Se moría de ganas de abofetear a la pequeña Tyrell—. Debería estar de rodillas, suplicándome ayuda. Y osa decirle a su legítima reina qué tiene que hacer.»

—¿Un millar de barcos? —Ser Harys Swyft respiraba con dificultad—. No es posible. Ningún señor tiene una flota de mil barcos.

—Algún imbécil muerto de miedo ha contado doble —asintió Orton Merryweather—. O tal vez nos mientan los banderizos de Lord Tyrell; hinchan el número de sus enemigos para que no los consideremos negligentes.

Las antorchas de la pared trasera proyectaban la sombra larga y angulosa del Trono de Hierro hasta la mitad de la estancia. El otro extremo de la sala estaba envuelto en la oscuridad, y Cersei tenía la sensación de que las sombras se cerraban también en torno a ella.

«Mis enemigos están por todas partes y mis amigos son unos inútiles.» Sólo tenía que mirar a sus consejeros para darse cuenta; los únicos que parecían despiertos eran Lord Qyburn y Aurane Mares. Los mensajeros de Margaery habían sacado de la cama a los demás a base de golpearles la puerta, y estaban allí, mal vestidos y desorientados. En el exterior, la noche era oscura y sin estrellas. El castillo y la ciudad dormían. Boros Blount y Meryn Trant también parecían dormir, aunque se mantuvieran erguidos. Hasta Osmund Kettleblack bostezaba.

«Loras, en cambio, no. Todo lo contrario, nuestro Caballero de las Flores.» Estaba tras su hermana pequeña, una sombra pálida con una espada larga a la cintura.

—La mitad seguirían siendo quinientos barcos, mi señor —señaló Mares a Orton Merryweather—. Sólo el Rejo puede enfrentarse en el mar a una flota de tal magnitud.

—¿Qué hay de vuestros nuevos dromones? —preguntó Ser Harys—. Los barcoluengos de los hombres del hierro no podrán enfrentarse a ellos, ¿verdad? La
Martillo del Rey Robert
es la nave de guerra más poderosa de todo Poniente.

—Por ahora —respondió Mares—. Cuando esté terminada, la
Bella Cersei
será su igual, y la
Lord Tywin
, el doble de grande. Pero por ahora sólo la mitad está equipada, y ninguna cuenta con toda su tripulación. Y aunque estuvieran listas, nos superan con mucho en número. Comparados con nuestras galeras, los barcoluengos normales son pequeños, cierto, pero los hijos del hierro también tienen barcos más grandes. El
Gran Kraken
de Lord Balon y los navíos de guerra de la Flota de Hierro se construyeron para batallas, no para saqueos. Son comparables a nuestras galeras de guerra en potencia y velocidad, y casi todas están mejor tripuladas y capitaneadas. Los hombres del hierro se pasan la vida en el mar.

«Robert tendría que haber arrasado las islas después de que Balon Greyjoy se alzara contra él —pensó Cersei—. Destruyó su flota, quemó sus ciudades y derribó sus castillos, pero cuando los tenía de rodillas, permitió que se volvieran a levantar. Tendría que haber creado otra isla con sus calaveras.» Eso habría hecho su padre, pero Robert nunca tuvo los redaños que debía tener un rey si quería mantener el reino en paz.

—Los hombres del hierro no se atrevían a atacar el Dominio desde que Dagon Greyjoy se sentó en el Trono de Piedramar —dijo—. ¿Por qué se atreven ahora? ¿Qué los ha envalentonado?

—Su nuevo rey. —Qyburn tenía las manos escondidas en las mangas—. El hermano de Lord Balon. Lo llaman Ojo de Cuervo.

—Los cuervos carroñeros celebran banquetes con los cadáveres de los muertos y los moribundos —intervino el Gran Maestre Pycelle—, no atacan a animales sanos y robustos. Lord Euron se ceba con oro y saqueos, sí, pero en cuanto avancemos contra él se retirará a Pyke, como hacía Lord Dagon en sus tiempos.

—Os equivocáis —replicó Margaery Tyrell—. Los saqueadores no atacan nunca en ese número. ¡Un millar de barcos! Han matado a Lord Hewett y a Lord Chester, y también al hijo y heredero de Lord Serry. Serry se ha refugiado en Altojardín con los pocos barcos que le quedan, y Lord Grimm está prisionero en su propio castillo. Willas dice que el rey del hierro ha nombrado a cuatro señores que ocuparán sus lugares.

«Willas —pensó Cersei—, el tullido. Él tiene la culpa de esto. Ese zoquete de Mace Tyrell dejó la defensa del Dominio en manos de un infeliz demasiado débil.»

—El viaje de las Islas del Hierro a los Escudos es largo —señaló—. ¿Cómo es posible que un millar de barcos recorriera esa distancia sin llamar la atención?

—Willas cree que no siguieron la costa —dijo Margaery—. Hicieron la travesía por alta mar, se adentraron por el mar Angosto y luego se lanzaron sobre ellos desde el oeste.

«Es más probable que el tullido no pusiera hombres en las torres de vigilancia y ahora tenga miedo de que nos enteremos. La pequeña reina se está inventando excusas para su hermano. —Cersei tenía los labios apretados—. Necesito una copa de dorado del Rejo.» Si los hombres del hierro decidían atacar el Rejo a continuación, el reino entero empezaría a pasar sed.

—Puede que Stannis tenga algo que ver en esto. Balon Greyjoy le ofreció una alianza a mi señor padre. Tal vez su hijo se la haya ofrecido a Stannis.

Pycelle frunció el ceño.

—¿Qué ganaría Lord Stannis con...?

—Otro punto de apoyo. Y su parte de los saqueos, claro. Necesita oro para pagar a sus mercenarios. Al atacar en el Oeste pretende apartar nuestra atención de Rocadragón y Bastión de Tormentas.

—Una distracción —Lord Merryweather asintió—. Stannis es más astuto de lo que sospechábamos. Su Alteza ha sabido ver sus intenciones; es muy sagaz.

—Lord Stannis intenta ganarse a los norteños para su causa —dijo Pycelle—. Si pacta con los hijos del hierro, no podrá...

—Los norteños no lo aceptarán —replicó Cersei, que no comprendía cómo un hombre tan instruido podía ser a la vez tan imbécil—. Lord Manderly le cortó las manos y la cabeza al Caballero de la Cebolla; nos lo han confirmado los Frey. Otra media docena de señores del Norte se ha aliado con Lord Bolton. «El enemigo de mi enemigo es mi amigo.» ¿Hacia quién se puede volver Stannis? Sólo le quedan los hombres del hierro y los salvajes, los enemigos del Norte. Pero si cree que voy a caer en su trampa, es que es aún más idiota que vos. —Se volvió otra vez hacia la pequeña reina—. Las islas Escudo pertenecen al Dominio. Grimm, Serry y los demás son leales a Altojardín, y a Altojardín le corresponde la respuesta.

—Altojardín responderá —dijo Margaery Tyrell—. Willas le ha enviado un mensaje a Leyton Hightower, a Antigua, para que prepare sus defensas. Garlan está reuniendo hombres para volver a tomar las islas. Pero la mayor parte de nuestras fuerzas sigue con mi señor padre. Tenemos que enviarle aviso a Bastión de Tormentas. De inmediato.

—¿Para que levante el asedio? —A Cersei no le gustaba la arrogancia de Margaery. «"De inmediato", me dice. ¿Me ha confundido con su doncella?»—. Desde luego, eso sería muy del agrado de Lord Stannis. ¿Es que no estáis escuchando, mi señora? Si puede desviar nuestra atención de Rocadragón y Bastión de Tormentas a esas piedras...

—¿Piedras? —se atragantó Margaery—. ¿Vuestra Alteza ha dicho «piedras»?

El Caballero de las Flores puso una mano en el hombro de su hermana.

—Perdonad, Alteza, pero desde esas piedras, los hombres del hierro son una amenaza para Antigua y para el Rejo. Desde las fortalezas de los Escudos, pueden navegar Mander arriba hasta el mismísimo corazón del Dominio, como hicieron en el pasado. Con hombres suficientes, serían una amenaza incluso para Altojardín.

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