Trevize sonrió.
—Estoy de acuerdo contigo, Janov. Si encontramos las tres cosas juntas, tendremos, sin duda, la Tierra delante.
—¡Sí…! —dijo Bliss, lanzando un suspiro.
Se encontraban más allá de los mundos principales del sistema planetario, dirigiéndose hacia fuera, entre las posiciones de los dos planetas exteriores, de manera que no había ninguna masa significativa a menos de mil quinientos millones de kilómetros. Adelante de ellos, sólo estaba la vasta nube de cometas que, desde el punto de vista de la gravedad, era insignificante.
La
Far Star
había acelerado hasta una velocidad de 0,1 c, un décimo de la velocidad de la luz. Trevize sabía muy bien que, en teoría, la nave podía acelerar hasta casi la velocidad de la luz, pero que, en la práctica, 0,1 c era el limite razonable.
A esa velocidad, podía evitarse cualquier objeto de masa apreciable, pero no había manera de esquivar las innumerables partículas de polvo del espacio y, en cantidad todavía mayor, los átomos y moléculas individuales. A grandes velocidades, incluso unos objetos tan pequeños podían causar daños, frotando y arañando el casco de la nave. A una velocidad próxima a la de la luz, cada átomo que chocase contra el casco tendría las propiedades de una partícula de rayo cósmico. Y bajo esa radiación cósmica penetrante, nadie que viajase a bordo de la nave sobreviviría mucho tiempo.
Las estrellas lejanas no mostraban movimiento perceptible en la pantalla, y aunque la nave se movía a treinta mil kilómetros por segundo, daba la impresión de que permanecía inmóvil.
El ordenador registraba el espacio alcanzando grandes distancias, por si algún objeto de pequeño pero significativo tamaño se acercaba, y la nave se desviaba ligeramente para evitar la colisión, en el caso improbable de que ésta se pudiese producir. Dados el pequeño tamaño del posible objeto que se acercaba, la velocidad a la que la nave se cruzaba con él y la ausencia de efectos de inercia como resultado del cambio de rumbo, no había manera de saber si se producía algo que pudiese llamarse una «aproximación».
Por consiguiente, Trevize no se preocupaba por esas cosas, y ni siquiera pensaba en ellas. Toda su atención permanecía alerta a las tres series de coordenadas que Deniador le había dado y, en particular, a la que indicaba el objeto más cercano a ellos.
—¿Hay algún error en las cifras? —preguntó, ansioso, Pelorat.
—Todavía no lo sé —respondió Trevize—. Las coordenadas no son útiles por sí solas, a menos que conozcas el punto cero y las convenciones empleadas para establecerlas como, por ejemplo, la dirección en que hay que marcar la distancia, por decirlo así; cuál es el equivalente de un primer meridiano, y otros datos por el estilo.
—¿Cómo averiguarás todo esto? —preguntó Pelorat palideciendo.
—En relación con Comporellon, he obtenido las coordenadas de Términus y otros puntos conocidos. Si las pongo en el ordenador, éste calculará cuáles deben ser las convenciones para tales coordenadas si Términus y los otros puntos tienen que estar situados correctamente.
Sólo estoy tratando de organizar las cosas en mi mente para poder programar debidamente el ordenador a ese respecto, En cuanto hayamos terminado las convenciones, las cifras de que disponemos para los Mundos Prohibidos adquirirán, posiblemente, un significado.
—¿Sólo posiblemente? —preguntó Bliss.
—Temo que sí —dijo Trevize—. A fin de cuentas, esas cifras son viejas…, opino que comporellianas, pero no estoy muy seguro. ¿Y si se basasen en otras convenciones?
—¿Qué pasaría?
—Que sólo tendríamos unas cifras sin significado alguno. Pero…, eso es lo que debemos descubrir.
Sus dedos danzaron sobre las teclas suavemente iluminadas del ordenador para darle la información necesaria. Después, colocó las manos sobre las huellas del tablero. Esperó mientras el ordenador trabajaba según las convenciones de las coordenadas conocidas, se detenía un momento y después interpretaba las coordenadas del Mundo Prohibido más próximo según las mismas convenciones, y, por último, localizaba esas coordenadas en el mapa galáctico que tenía grabado en su memoria.
Un campo de estrellas apareció en la pantalla y se movió rápidamente mientras se ajustaba. Cuando la imagen quedó congelada, se expandió y empezaron a desprenderse estrellas de los bordes en todas direcciones, hasta que hubieron desaparecido casi todas. Los ojos no podían seguir aquel rápido cambio; todo era como una mancha moteada. Hasta que, al fin, quedó un espacio de un décimo de pársec en cada lado (según las cifras indicadoras al pie de la pantalla). No hubo más cambios y sólo media docena de puntos débilmente brillantes salpicaron la negra pantalla.
—¿Cuál es el Mundo Prohibido? —preguntó Pelorat a media voz.
—Ninguna de ellas —dijo Trevize—. Cuatro son enanas rojas; una, enana casi roja; la última, una enana blanca. Ninguna de ellas puede tener un mundo habitable en órbita a su alrededor.
—¿Cómo sabes que son enanas rojas con sólo mirarlas?
—No estamos viendo estrellas reales, sino un sector del mapa galáctico almacenado en la memoria del ordenador. Cada una de ellas está rotulada. Vosotros no podéis verlo y a mí me ocurriría igual de ordinario; pero mientras mis manos mantengan contacto con el ordenador, como ahora, percibiré una considerable cantidad de datos de cualquier estrella en la que concentre la mirada.
—Entonces, las coordenadas son inútiles —dijo Pelorat, en tono de desconsuelo.
Trevize le miró.
—No Janov, no he terminado. Está la cuestión del tiempo. Las coordenadas del Mundo Prohibido son las de hace veinte mil años. Por aquel entonces, tanto él como Comporellon giraban alrededor del Centro Galáctico. Y es posible que ahora se trasladen a velocidades diferentes y en órbitas de distintas inclinaciones y excentricidades. Con el paso del tiempo los mundos pueden acercarse o separarse, y, en veinte mil años, el Mundo Prohibido puede haberse apartado de medio a cinco pársec de la posición marcada aquí. En tal caso, no estaría incluido en este cuadrado de una décima de pársec.
—Entonces, ¿qué haremos?
—Bueno…, pues que el ordenador haga retroceder veinte mil años la Galaxia en tiempo relativo a Comporellon.
—¿Puede conseguir eso? —preguntó Bliss, bastante pasmada.
—Bien…, no puede hacer retroceder la Galaxia en el tiempo pero sí el mapa en su banco de memoria.
—¿Veremos algo? —dijo Bliss
—Observad.
Muy lentamente, las seis estrellas se movieron en la pantalla. Y una nueva estrella, ausente hasta entonces, entró en aquélla desde el borde izquierdo. Y Pelorat la señaló, excitado.
—¡Allí! ¡Allí!
—Lo siento —dilo Trevize—. Es otra enana roja. Son muy comunes.
Al menos tres cuartas partes de todas las estrellas de la Galaxia son de esa clase.
La imagen se inmovilizó en la pantalla.
—¿Y bien? —Preguntó Bliss.
—Ya está —dijo Trevize—. Es la representación de aquella parte de la Galaxia tal como debió de ser hace veinte mil años. El Mundo Prohibido tendría que hallarse en el centro de la pantalla si se hubiese movido a la velocidad normal.
—Tendría que estar, pero no es así —dijo Bliss vivamente.
—Es cierto —convino Trevize, con bastante indiferencia.
Pelorat suspiró profundamente.
—Es una mala cosa, Golan.
—No te desesperes —dijo Trevize—. Yo no esperaba ver ahí la estrella.
—¿No lo esperabas? —preguntó, asombrado, Pelorat.
—No. Ya os dije que esto no es la Galaxia, Sino el mapa que el ordenador tiene de ella. Si una estrella real no ha sido incluida en el mapa, no la veremos. Y si el planeta lleva el nombre de «Prohibido» y ha sido llamado así durante veinte mil años lo más probable es que no lo incluyesen. Y no lo hicieron para que no lo viésemos.
—Quizá no podamos verlo porque no existe —dijo Bíiss—. Las leyendas de Comporellon pueden ser falsas, o tal vez las coordenadas estén equivocadas.
—Eso es verdad. Pero el ordenador puede hacer un cálculo de cuáles serían las coordenadas en aquella época, ahora que ha situado el lugar donde el planeta debía estar hace veinte mil años. Empleando las coordenadas corregidas por el tiempo, corrección que yo sólo podía hacer empleando el mapa estelar, podemos pasar al campo estelar real de la propia Galaxia.
—Pero tú has atribuido una velocidad normal al Mundo Prohibido —dijo Bliss—. ¿Y si su velocidad no hubiese sido la normal? Ahora no tendrías las coordenadas válidas.
—Cierto, pero una corrección a base de la velocidad normal es casi seguro que nos acercará más a la posición real que si no hubiésemos hecho corrección alguna.
—¡Lo esperas! —exclamó Bliss, poco convencida.
—Eso es exactamente lo que hago —dijo Trevize—. Espero. Y ahora, veamos la Galaxia real.
Los dos mirones observaron atentamente, mientras Trevize (tal vez para mitigar su propia tensión y retrasar el momento cero) hablaba pausadamente, como si estuviese dando una conferencia.
—Observar la galaxia real resulta más difícil —dijo—. El mapa del ordenador es una construcción artificial, con irrelevancias susceptibles de ser eliminadas. Si una nebulosa oscurece la visión, puede borrarla. Si el ángulo visual es inadecuado para lo que pretendo, me permite cambiarlo y cosas como éstas. En cambio, debo aceptar la galaxia real tal como la encuentro, y si quiero un cambio, tengo que moverme físicamente a través del espacio, para lo cual necesitada mucho más tiempo que para ajustar un mapa.
Y mientras Trevize hablaba, la pantalla mostró una nube de astros tan rica en estrellas individuales que parecía una ráfaga de polvo irregular.
—Ésa —dijo Trevize —es una vista de una parte de la Vía Láctea tomada desde un ángulo muy amplio y, naturalmente, yo quiero un primer plano. Si amplío el primer plano, el fondo tenderá a desvanecerse en comparación con aquél. El lugar coordenado está lo bastante cerca de Comporellon como para que yo pueda ampliarlo aproximadamente a la situación que tenía en la vista del mapa. Daré las instrucciones necesarias, si es que no me vuelvo loco antes. Ahora.
El campo de estrellas se amplió a tal velocidad que miles de ellas avanzaron desde todos los lados, dando a quienes las observaban la impresión de que se movían hacia la pantalla, de modo que los tres se echaron hacia atrás automáticamente, como respondiendo a un alud.
Y volvió la antigua imagen, no tan oscura como había estado en el mapa, pero con las seis estrellas en la misma posición que en la vista original. Y allí, cerca del centro, vieron otra estrella, que brillaba más que las otras.
—Ahí está —indicó Pelorat, en un murmullo de asombro.
—Es posible. Haré que el ordenador tome su espectro y lo analice.
—Hubo una pausa moderadamente larga, y Trevize añadió—: Clase espectral, G-4, lo cual hace que sea un poco más opaca y más pequeña que el sol de Términus, pero bastante más brillante que el de Comporellon. Y ninguna estrella de la clase G hubiese debido omitirse en el mapa galáctico del ordenador. Como ésta sí lo fue, tenemos un sólido indicio de que puede tratarse del sol alrededor del cual gira el Mundo Prohibido.
—¿Hay alguna posibilidad de que exista un mundo habitable girando alrededor de esa estrella? —preguntó Bliss.
—Espero que sí. Y en ese caso, trataremos de encontrar los otros dos Mundos Prohibidos.
—¿Y si los otros dos fuesen falsas alarmas? —insistió Bliss.
—Entonces, probaríamos en otra dirección.
—¿Cuál?
—¡Ojalá lo supiese! —exclamó Trevize, frunciendo el ceño.
—Golan —dijo Pelorat—. ¿Te importa que mire?
—En absoluto, Janov —respondió Trevize.
—¿Y que te haga preguntas?
—Adelante.
—¿Qué estás haciendo?
Trevize apartó su mirada de la pantalla.
—Tengo que medir la distancia de cada astro que parece estar cerca del Mundo Prohibido en la pantalla, a fin de poder determinar lo cerca que se halla en realidad. Debemos conocer sus campos de gravitación, y para esto necesito saber masa y distancia. Sin este conocimiento, no se puede estar seguro de un Salto limpio.
—¿Cómo lo haces?
—Cada astro que veo tiene sus coordenadas en los bancos de datos del ordenador, y éstas pueden ser reconvertidas en coordenadas en el sistema comporelliano. Esto puede ser ligeramente corregido, a su vez, por la actual situación de la
Far Star
en el espacio en relación con el Sol de Comporellon y así me da la distancia de cada cual. Todas aquellas enanas rojas parecen encontrarse muy cerca del Mundo Prohibido en la pantalla, pero algunas pueden estar mucho más cerca y otras mucho más lejos. Necesitamos su posición tridimensional, ¿comprendes?
Pelorat asintió con la cabeza.
—¿Y ya tienes las coordenadas del Mundo Prohibido? —preguntó.
—Sí, pero con esto no basta. Necesito saber las distancias de los otros astros con el menor margen de error posible. La intensidad gravitativa en las cercanías del Mundo Prohibido es tan pequeña que un ligero error no tiene consecuencias perceptibles. El sol alrededor del cual gira, o puede girar, el Mundo Prohibido posee un campo de gravitación enormemente intenso en las proximidades del planeta y debo conocer su distancia con una exactitud tal vez mil veces mayor que en las otras estrellas. Para conseguirla, las coordenadas no bastan.
—¿Y qué haces entonces?
—Mido la separación aparente del Mundo Prohibido, o mejor dicho de su estrella, de tres estrellas próximas tan opacas que se requiere una ampliación considerable para que puedan distinguirse. Presumiblemente, estas tres están muy lejos. Entonces, mantenemos una de esas tres estrellas centrada en la pantalla y saltamos una décima de parsec en una dirección que forme ángulo recto con la línea de visión del Mundo Prohibido. Podemos hacerlo con bastante seguridad aunque desconozcamos las distancias de estrellas relativamente lejanas.
La estrella de referencia, que está centrada, seguirá estándolo después del Salto. Las otras dos estrellas oscuras no cambian sensiblemente sus posiciones, si las tres son realmente muy lejanas. En cambio, el Mundo Prohibido se halla lo bastante cerca como para cambiar su posición aparente en una desviación paraláctica. Partiendo de la importancia de esta desviación, podemos determinar su distancia. Si quiero estar más seguro, elijo otras tres estrellas y pruebo otra vez.