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Authors: J. H. Marks

Girl 6 (22 page)

BOOK: Girl 6
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Ella se encogió de hombros.

—Hago lo que me piden —se limitó a decir.

Siguieron en la tienda y se entretuvieron en distintas secciones. Él se puso unos auriculares, se distrajo y fue con ellos puestos hasta la sección de teléfonos.

Un dependiente reparó en que se llevaba los auriculares, fue hacia él y le dijo que los dejase en su sitio.

El ladrón y Girl 6 se echaron a reír. Había sido, de verdad, una distracción. El ladrón adoptó la expresión de un perplejo y «normal» comprador, por completo ajeno al ladronzuelo que se dedicaba a aligerar de existencias las tiendas.

Le gustó que el dependiente se inclinase a creer en su inocencia. Ocurría muy a menudo que los potenciales compradores fuesen a salir, distraídamente, con los auriculares puestos.

El ladrón se echó a reír. Por un momento se imaginó como un miembro de la alta sociedad americana, todo un
wasp
—blanco, anglosajón y protestante.

—Oh, perdone. Qué estúpido soy. ¡Qué imperdonable distracción la mía!

El dependiente rió de buena gana y se excusó por haberlo molestado. El ladrón casi no podía creer haber salido bien librado. Girl 6 meneó la cabeza con perplejidad.

Siguieron hacia la sección de telefonía. Ella miraba fascinada la amplia gama de aparatos. Parecía una niña en una pastelería, pensó él. Iba de teléfono en teléfono y los probaba todos.

El ladrón estaba más interesado en mirarla a ella que a los aparatos. En la sección de telefonía de aquella tienda tenían casi todos los teléfonos imaginables: digitales, de disco, de «góndola», con señal luminosa, en forma de joyero estilo Luis XV, de Micky Mouse, de varias líneas, con fax incorporado, con contestador, con reloj, con pequeños televisores acoplados, celulares. Incluso tenían una reproducción de las rojas cabinas de teléfono inglesas.

El ladrón dejó de prestar atención a Girl 6, atraído por la variedad de maravillas electrónicas. Allí había cosas muy interesantes. Echaría una... «ojeada».

Girl 6 probó un teléfono que desfiguraba la voz y luego un juego de auriculares y micrófono, que decidió comprar en seguida. El dependiente que la atendió le puso el juego en la bolsa y le dio el recibo. Era un chico muy simpático, casi un colegial, y Girl 6 le sonrió amablemente. Estaba contenta por haber encontrado lo que quería y por haber pasado el día de una manera tan normal.

Aunque se había convertido casi en una adicta al sexo telefónico, que era la base de su trabajo, también le gustaba darse un respiro. Ir de compras con el ladrón, como cualquier pareja normal, e intercambiar las habituales sonrisas con los dependientes le sentó a Girl 6 como una bocanada de aire fresco.

Nada más trasponer la puerta de la tienda sonó una alarma. Girl 6 supuso que el dependiente había olvidado retirar la banda de seguridad. Se detuvo y se encogió de hombros, como para señalarle su error al joven del modo más desenfadado. El dependiente creyó lo mismo y fue a excusarse. Pero antes de que a Girl 6 le diese tiempo a volver al mostrador, y al dependiente a abrir la boca, el ladrón agarró a Girl 6 de la mano, la sacó a rastras de la tienda y ambos echaron a correr.

Girl 6 no sabía de qué iba. Hacía un momento era una ciudadana corriente que iba de compras y de pronto la perseguían.

—Pero..., ¿qué puñeta pasa?

—Tú corre y calla —la atajó el ladrón.

Girl 6 sintió el impulso de detenerse y decirles a los vigilantes de seguridad que llevaba el justificante de su compra. Pero reparó en que al ladrón se le caían casetes de los bolsillos. Y no eran un par, ni tres, ni cinco. Parecía que hubiese arramblado con todas las cintas de la tienda. Por más inocente que ella fuese era inútil pararse a dar explicaciones. Lo único que podía hacer era correr. Y corrió. ¡Vaya que si corrió! Tanto que rebasó al ladronzuelo, que trataba de que no se le cayesen más cintas de los bolsillos.

El ladrón y Girl 6 se abrieron paso a empujones entre los viandantes, que los llenaron de improperios por su extemporáneo modo de apartarlos.

Girl 6 no daba crédito a lo que le ocurría: que tuviese que correr perseguida por los vigilantes de seguridad de una tienda, que quienes la veían correr diesen por sentado que era una ladrona. La irritación la hacía correr aún más de prisa, como si tratase de huir de sí misma.

El ladrón la hizo adentrarse por un callejón en obras, cuyas señales y maquinaria los ocultaron a sus perseguidores. En cuanto se alejaron un poco de la avenida, el ladrón empezó a caminar y le dijo a Girl 6 que hiciese otro tanto.

Trataron de parecer una pareja normal. Pero sus jadeos los delataban. Él sacó del bolsillo interior de la chaqueta un teléfono móvil que acababa de robar también, lo examinó rápidamente, desplegó la antena y simuló marcar.

—¡Ring! ¡Ring! ¡Ring!

Girl 6 se quedó estupefacta.

—¡Madre mía! —se limitó a musitar.

—¡Ring! ¡Ring! —insistió el ladrón intentando hacerse el gracioso.

—No contesta —dijo Girl 6, que ya había recobrado un poco el aliento—. No pienso cogerlo —añadió algo menos furiosa, aunque tan hastiada como perpleja.

No comprendía que hubiese vuelto a caer en las mañas del ladrón, aunque sólo hubiese logrado engañarla durante apenas medio día.

—¡Aléjate de mí! —le gritó a la vez que retrocedía—. ¿Entendido? Nunca funcionará. ¡No vuelvas a llamarme nunca!

El ladrón farfulló unas palabras para justificarse. Pero ella lo atajó.

—Dejémoslo todo bien claro: eres un delincuente. Eres un caso perdido. Y además eres un fracasado. De modo que se acabó la historia.

Estaba tan furiosa que no pudo contenerse.

—¡Imbécil! —le gritó antes de darse la vuelta y rehacer sus pasos hacia la avenida.

El ladrón la vio alejarse furioso. ¿Quién se había creído que era? ¿A qué venían tantos humos? Girl 6 no era mejor que él.

CAPÍTULO 24

Girl 6 seguía con su línea erótica particular. En aquellos momentos atendía a Cliente 36.

Estaba sentada frente al tocador, caracterizada de una «chica corriente» para alimentar una repugnante perversión. Aunque la sencilla blusa blanca que llevaba encajase con el personaje, la peluca de rubias trencitas que se había puesto la hundía en la depravación.

Girl 6 era una escandalosa imagen de un remedo de inocencia —el sueño del pederasta, del impotente—. A su candor virginal unía las artes de la seducción, que absolvían al cliente de toda responsabilidad.

El trabajo de Girl 6 se desarrollaba ahora en un clima muy distinto del de la empresa de Lil. En la nave del sexófono siempre hubo una protectora separación entre Girl 6 y sus clientes. Y tanto si las conversaciones que allí mantenía eran eróticas, pueriles, divertidas, sórdidas o hirientes, Girl 6 siempre estuvo resguardada bajo la brillante luz de los fluorescentes y, sobre todo, por la presencia de las compañeras.

Los cubículos y las compañeras le proporcionaban una sensación de seguridad y de camaradería. Y a pesar de que a menudo atendían llamadas que les resultaban desagradables, las compañeras de la línea de Lil lo sobrellevaban mejor, porque lo consideraban una especie de trabajo en equipo.

Si Girl 6 se exasperaba por la conversación de un cliente, no tenía más que levantarse, ir al salón y desahogarse contándoselo a Lil. La empresa le proporcionaba anonimato y distanciamiento.

Trabajar desde su apartamento, en cambio, equivalía a que el cliente irrumpiese en su intimidad. Al margen de que las conversaciones con los clientes fuesen de contenido erótico, lo peor era que ahora menudeaban las fantasías más depravadas e inquietantes.

Sus actuales clientes se complacían, sobre todo, en violar todos los tabúes y llegaban al orgasmo con fantasías peligrosas y violentas. Y sin embargo ella no podía evitar sentirse atraída por los más bajos instintos agazapados en la mente humana.

Aquel trabajo había empezado a devorarla.

—Papá te va a pegar muy fuerte, porque te lo has ganado, zorrita —dijo Cliente 36 en tono severo.

—Sí. Soy una niña muy mala —reconoció Girl 6.

—Una zorrita de marca mayor es lo que eres. Anda, ¡levántate la falda!

—Oh, papá —gimió anhelante Girl 6.

—Ahora bájate las bragas.

Girl 6 cerró los ojos, los mantuvo cerrados unos instantes y parpadeó. Llevaba trabajando doce horas ininterrumpidamente y estaba exhausta. Pero optó por seguir.

—Oh, papá...

Cliente 36 le sacaba buen partido a su dinero. Tenía más órdenes que darle.

—Pon el culito bien en pompa, que te voy a zurrar, zorrita. Vamos... Vamos... Que oigo la puerta de la entrada. Haz que me corra.

Girl 6 golpeó el tocador con una tira de cuero —efectos especiales.

Cliente 36 no volvió a decir una palabra. Girl 6 no oyó más que espasmódicos jadeos. Y después silencio. Pero Cliente 36 no había colgado. Estaba ocupado con sus cosas.

A Girl 6 no le importaba, porque cuantos más minutos, más dinero ganaba ella. Dejó vagar su agotada mente, oyó risas grabadas y, de inmediato, adoptó la personalidad de su travestí.

Girl 6, en su papel de Esmeralda, se ajustó los auriculares. Era la voz del ladrón la que oía.

—Nena, nena, nena...

Girl 6 se creyó en la obligación de advertirlo.

—Mis padres están en casa —le dijo.

«Jimmy» —en el papel de padre de Girl 6— se ponía hecho una furia.

—¡Dame ese teléfono! —gritaba ella con voz de padre—. Y tú —añadía dirigiéndose al ladrón—, óyeme bien. Soy el padre de esta niña. ¡Más te vale olvidarte de ella y buscarte a otra! ¡No se te ocurra volver a llamarla aquí! ¡Ésta es mi casa!

«Jimmy» colgaba entonces bruscamente.

Una ovación grabada rubricaba la representación.

Lil, en el papel de madre de Girl 6, asentía con la cabeza y miraba orgullosa a su marido, que se dirigía a su hija cariñosamente pero con firmeza.

—Mira, nena, a tu madre y a mí nos encanta que tengas muchos amigos, pero si quien te llama es un obseso no tienes que...

El teléfono volvía a sonar entonces e interrumpía la regañina. Lo cogía «Jimmy».

—No, no puede hablar con ella. Ya le he advertido —contestaba «Jimmy» que volvía a colgar tan bruscamente como antes.

De nuevo sonó una ovación grabada.

—Debes hacerle caso a tu padre, nena —decía Lil, en el papel de madre de Girl 6.

Girl 6 se sentía tan perpleja como acobardada. No imaginaba que sus padres fuesen a enfadarse tanto por una cosita de nada. Lo que ocurría es que habían sorprendido su buena fe.

—¿Cómo iba a saber yo que era un obseso? Lo único que me decía era: «Me voy a correr.» ¿Qué importancia tiene que me diga que va a correr? Yo también voy a correr, ¿no?

Girl 6 ponía cara de caer de pronto en la cuenta de lo que su padre quería decir. Ponía unos ojos como platos y expresión de abatido candor al encendérsele la lucecita. Su madre, Lil, apretaba los dientes y meneaba la cabeza, a la vez que farfullaba unas palabras de reprobación. «Jimmy» crispaba los puños para dominarse.

Girl 6 sólo musitaba un ingenuo «¡Oh!».

Una carcajada y un enfebrecido aplauso saludaban el fotograma.

El teléfono volvía a sonar. Lo cogía «Jimmy».

—¡Vas a acabar con mi paciencia! —le espetaba el furioso padre al teléfono.

—Pero, ¿por qué no puedo hablar con su hija? —decía el ladrón con voz quejumbrosa.

«Jimmy» miraba a Girl 6 como diciéndole que tenía la solución al problema de aquellas llamadas.

—Está bien. No cuelgue, que ahora se pone —decía el padre.

«Jimmy» dejaba el teléfono y corría hacia un armario del salón. Girl 6 y Lil se encogían de hombros. ¿Qué se proponía hacer «papá»?

El padre regresaba con un rifle de repetición y acribillaba el teléfono, que quedaba hecho añicos.

—¡Aaayy! —se le oía decir desmayadamente al ladrón—. ¡Me ha dado!

La familia se abrazaba entonces como si todos los problemas del mundo se hubiesen solucionado. El ingeniero de sonido que trajinaba en la mente de Girl 6 elevaba el volumen de las risas y los aplausos grabados hasta una mortificante cantidad de decibelios.

La voz de Cliente 36 devolvió a Girl 6 a la realidad.

—Eres una putita. ¿Verdad que eres una putita?

—Sí, lo reconozco —dijo Girl 6, por completo de acuerdo.

—Sí, nena, sí. Así, nena. Así...

Ya era tarde en Nueva York, pero no lo era tanto en la costa del Pacífico, y Girl 6 empezó a recibir llamadas de los solitarios del otro extremo del país.

Después de tantas horas al teléfono, su peluca de rubias trenzas se le había vencido hacia atrás. Veía su pelo natural en el espejo del tocador.

De acuerdo a las instrucciones que recibió de la operadora de la central de su empresa, Girl 6 sacó una peluca de color castaño y se dispuso a ponérsela. La operadora acababa de darle el nombre de un nuevo cliente.

—Wojowski. Wo-jow-ski. Gregory. ¿Toma nota?

Girl 6 escribió lo que le pareció más aproximado a lo que acababa de oír.

—Sí —contestó con voz de agotamiento.

La operadora la puso en antecedentes.

—Vive en Pasadena. Pero usted lo ignora.

—De acuerdo —se limitó a decir Girl 6.

A la operadora le preocupó la falta de entusiasmo que notaba en Girl 6. Si empleaba el mismo tono con los clientes no iba a trabajar para Jefa 3 mucho tiempo. Más insulsa, imposible. Incluso dudaba que se hubiese enterado de lo que le había dicho.

—¿Me ha oído? —quiso asegurarse la operadora.

—Sí —repuso Girl 6.

La operadora escribió una nota para Jefa 3. Le recomendaba que supervisasen las llamadas de Girl 6.

—Quiere una quinceañera delgada como un alambre. Vio desnudarse a la hija de su vecino a través de la ventana cuando iba a acostarse. Desea revivir el momento.

—Entendido —dijo Girl 6.

Girl 6 llevaba puesto su nuevo juego de auriculares y micrófono, y paseaba inquieta de un lado a otro de la habitación, con los ojos cerrados. Estaba tan cansada que ya le caía mal el Wojowski de la puñetera Pasadena.

Aunque por teléfono Girl 6 estaba dispuesta a hacerlo prácticamente todo con cualquiera, los «números» con niñas los llevaba muy mal. A pesar de que sólo tenía que hablar, le repelían. Pero, ¿no le comentó Jefa 3 que hacerlo por teléfono evitaba que ocurriese en la realidad? De modo que Girl 6 hacía una buena obra; casi un servicio público como el que pudiera prestar la Oficina de Asistencia Infantil. Pese a ello, a Girl 6 no le gustaba nada tener que atender la llamada del tal Wojowski. ¿Por qué no se la pasaban a otra?

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