Grotesco (68 page)

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Authors: Natsuo Kirino

Tags: #Intriga, policiaco

BOOK: Grotesco
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—¿Venganza? ¿De qué?

Kijima parecía interesado de repente. Me ha mirado con atención y luego ha apartado la vista.

—¡Y yo qué sé! —he gritado haciendo un mohín exagerado al tiempo que me balanceaba de un lado a otro—. ¡Por todo! ¡Por todo lo que funciona mal!

—Te comportas como una niña pequeña —ha resoplado Kijima mirándome con una incredulidad fingida—. Mira, tengo que irme. Cuídate, Kazue, te estás moviendo en terreno peligroso.

Me ha dicho adiós con la mano y ha dado media vuelta en dirección a la avenida.

—¡Kijima-kun, no te consiento que me hables de ese modo! ¿Crees que estoy loca? ¿Es eso? ¡Nunca nadie me había dicho nada parecido, gilipollas! —le he gritado mientras lo observaba marcharse.

Con mi confianza por los suelos, he desechado la idea de intentar volver a La Fresa Jugosa o de insinuarme a los hombres que pasaban por la avenida de Dogenzaka. Me he ajustado la gabardina y me he cruzado de brazos. Quería llegar cuanto antes a mi puesto delante de la estatua de Jizo. Me encontraba mucho más cómoda en la oscuridad, esperando a que pasaran los clientes.

Al abrirme paso por el callejón donde están los hoteles del amor, he visto a una vieja que me observaba desde las sombras. Se me ha acercado y, amablemente, me ha cogido del brazo.

—¿Te importa si te pregunto algo? —ha dicho.

Llevaba un sombrero blanco de lana con unos guantes a juego. Una bufanda de poliéster con flores estampadas le cubría el abrigo gris, como si fuera un cuello de marinero. Su vestimenta era tan inusual que no he podido reprimir la risa. Me ha cogido la mano tiernamente entre sus guantes y me ha susurrado con una voz aguda y suave:

—No debes caer en esta profesión vergonzosa. El amor de Dios es infinito, pero tú también debes intentar elevarte, ¿sabes? Si lo haces, podrás empezar de nuevo. Tu dolor es mi dolor, tu sumisión será mi sumisión. Rezaré por ti.

Me ha sentado bien que me calentara las manos, pero aun así las he apartado.

—¿De qué hablas? ¡Ya estoy trabajando tanto para elevarme que creo que voy morir de un momento a otro! Debes saber que fui una estudiante sobresaliente.

—Lo sé, lo sé tan bien que casi me duele.

Cuando la anciana ha exhalado el aliento he percibido un olor mentolado.

—¿Qué es lo que sabes? —le he preguntado con sorna—. Me las apaño bien sin tu ayuda. Durante el día trabajo en una empresa.

He sacado una tarjeta para mostrársela, pero ella apenas la ha mirado. En vez de eso, ha sacado un libro negro de su bolso y se lo ha apretado contra el pecho.

—¿Disfrutas vendiendo tu cuerpo?

—Sí, sin duda.

Ella ha negado con la cabeza.

—Eso no es verdad. Tu estupidez me hiere profundamente. ¿Realmente te gusta que los hombres te traten de forma cruel? Me duele ver lo ingenua que eres. Mi corazón sufre cada vez que me encuentro con mujeres desgraciadas como tú. Tus jefes te han decepcionado, ¿me equivoco, querida? Y por la noche te traicionan los hombres. Éste es el terrible limbo en el que vives. Incluso te dejas engañar por tus propios deseos. Pobrecita, no pierdas más el tiempo y abre los ojos a la verdad.

La mujer me ha acariciado la mejilla descolocándome la peluca. Le he apartado la mano de un golpe.

—¿Pobrecita? ¡No te des esos aires conmigo! —le he gritado.

Sorprendida, ha retrocedido un paso. Le he arrancado la biblia de las manos y la he arrojado contra la pared. Se ha oído un sonido agudo, y luego ha caído en el asfalto con un ruido sordo. La mujer ha chillado mientras se apresuraba a coger el libro, pero yo la he apartado de un empujón y lo he pisoteado con furia, sintiendo cómo las finas páginas se rasgaban bajo el tacón de mi zapato. Me sentía eufórica por hacer algo indebido.

Luego he echado a correr por la calle oscura. El frío viento del norte me azotaba las mejillas mientras el traqueteo de mis tacones rompía el silencio de la noche. Me ha sentado bien humillar a aquella mujer. Me he comprado una cerveza y un paquete de calamar seco en el colmado y he bebido la lata mientras caminaba. Con el líquido fresco bajando por mi garganta, he mirado el cielo nocturno. Me sentía libre, me sentía incluso más delgada y hermosa que antes, y disfrutaba de mi independencia a fondo.

No me apetecía esperar pacientemente frente a la estatua de Jizo, de modo que he bajado la escalera de piedra que lleva a la estación de Shinsen y he pasado por delante del solar donde lo había hecho con el indigente. He entrado de nuevo y me he quedado allí bebiendo la cerveza y comiendo el calamar. No me importaba nada el frío. Me han entrado ganas de mear, así que me he puesto de cuclillas sobre la hierba pisoteada y lo he hecho allí mismo. Al recordar el mugriento lavabo de Zhang, me he dicho que orinar en ese solar era mucho mejor.

—Oye, chica, ¿qué haces ahí?

Un hombre me observaba desde la escalera de piedra. Debía de ir muy borracho porque el olor a alcohol de su aliento ha llegado hasta mí.

—Algo divertido.

—¿Ah, sí? ¿Puedo ayudarte?

El tipo ha bajado tambaleándose la escalera.

—Oye, me estoy congelando aquí. Vayamos a algún lugar más abrigado —he sugerido.

Al verlo asentir, lo he tomado del brazo y hemos ido caminando hacia Maruyama-cho. Allí, lo he arrastrado hasta el primer hotel que hemos encontrado. Parecía un simple trabajador, y debía rondar los cincuenta. La piel le ardía debido a todo el sake que había bebido y su tez se veía turbia. Hemos recorrido el pasillo a duras penas porque él casi no se mantenía en pie, y luego lo he metido en la habitación.

—Cobro treinta mil yenes.

—No tengo tanto dinero.

El hombre ha rebuscado en sus bolsillos, inclinándose un poco hacia adelante, y ha sacado un recibo y un abono de metro. He pensado que ya que habíamos llegado hasta allí, lo mejor era acabar lo que habíamos empezado, así que lo he tumbado sobre la cama, me he puesto encima de él y he empezado a besarlo en la boca. Apestaba a alcohol. Él ha apartado la cara de mala manera y se me ha quedado mirando.

—¡Para! —ha protestado—. No quiero hacer esto.

—Has sido tú quien me ha traído aquí. Dame los treinta mil antes de que te desdigas.

Hacía tanto tiempo que no tenía un cliente que no quería que se fuera. Estaba desesperada. Finalmente, el hombre ha cedido y ha sacado varios billetes de mil de su cartera. Luego ha bajado la cabeza.

—Lo siento, esto es todo lo que tengo. Pero no te voy a pedir nada, me voy ya.

—Oye, yo trabajo en una empresa de primera categoría. ¿Quieres saber por qué me dedico a la prostitución de noche?

Me he tumbado boca arriba en la cama con aire seductor. El tipo ha cerrado su cartera y se ha puesto el abrigo, de modo que yo también he recogido mis cosas con rapidez, puesto que no quería que me cobraran a mí la habitación. Él ha salido al pasillo y se ha dirigido a recepción para hacerse cargo de la cuenta. Se le había pasado la borrachera de golpe.

—No hemos hecho nada arriba. ¿Por qué no me cobra la mitad por la habitación? No hemos estado ni diez minutos.

El recepcionista me ha echado un vistazo. Era un hombre de mediana edad con un tupé demasiado pronunciado.

—De acuerdo, se lo dejo por mil quinientos yenes.

El hombre, aliviado, le ha entregado un billete de dos mil.

Cuando el recepcionista le ha entregado la vuelta —una moneda de quinientos yenes— el hombre le ha dicho que podía quedarse con ella.

—No es mucho, pero le agradezco su comprensión.

Al oírlo decir eso, de inmediato he extendido la mano.

—Un momento, me parece que eso me pertenece a mí. Después de todo, he sido yo la que ha tenido que aguantar tus besos por tres mil miserables yenes.

Los dos me han mirado perplejos pero yo no he parpadeado siquiera y, al final, el recepcionista me ha dado la moneda.

Quedaba poco para que saliera el último tren de la noche. Me he comprado otra lata de cerveza y me la he bebido. He bajado de nuevo la escalera de piedra en dirección a la estación de Shinsen. Esta noche he ganado tres mil yenes —tres mil quinientos, contando la propina que le he sacado al recepcionista—, pero con lo que me he gastado en las cervezas y el calamar, me he quedado en números rojos. Al bajar hacia la estación he visto el edificio donde vive Zhang, me he fijado en las ventanas del cuarto piso y he visto que las luces estaban encendidas.

—Vaya, volvemos a encontrarnos. Tienes buen aspecto —he oído que alguien decía detrás de mí.

Era Zhang. He tirado la lata al suelo y ésta ha rebotado más allá. Zhang llevaba su chaqueta de piel y unos tejanos, igual que la otra noche. Tenía una expresión seria. He mirado mi reloj.

—Todavía me queda algo de tiempo. ¿Crees que tus amigos querrán divertirse un poco otra vez?

—Lo siento mucho —ha dicho disculpándose—, pero no les causaste muy buena impresión. Tanto Dragón como Chen-yi piensan que estás demasiado delgada. Les gustan las mujeres con curvas, ¿sabes?

—Bueno, ¿y qué me dices de ti?

Zhang ha puesto los ojos en blanco. Tiene unas cejas espesas y unos labios carnosos y, si dejamos de lado el hecho de que se está quedando calvo, es mi tipo. Por alguna razón quiero estar con él.

—A mí no me importa, cualquier mujer me sirve —ha dicho riéndose—. Siempre que no sea mi hermana.

—En ese caso, ¿quieres abrazarme?

Me he abalanzado contra él. El tren en dirección a Shibuya acababa de entrar en la estación y el andén estaba atestado de pasajeros. Nos han mirado, pero a mí no me ha importado. A Zhang, sí. Me ha abrazado incómodo, manteniéndome a distancia. Yo, sin embargo, he seguido intentando abrirme paso para acercarme más a su cuerpo. De repente, me ha inundado la tristeza.

—¿Serás bueno conmigo? —le he preguntado con un tono empalagoso.

—¿Quieres que sea bueno contigo o quieres que follemos?

—Las dos cosas.

Zhang me ha apartado para mirarme a la cara.

—Tienes que elegir: ¿qué prefieres? —ha preguntado con frialdad.

—Que seas bueno conmigo.

En el momento de pronunciarlo he sabido que lo decía en serio. No me interesaba en absoluto el dinero. Entonces, ¿por qué diablos he estado noche tras noche en la calle? ¿Acaso sólo quería que alguien fuera bueno conmigo? No, seguro que no. Estaba confundida, quizá borracha, y me he puesto la mano en la frente.

—¿Vas a pagarme por ser bueno contigo? —ha preguntado él.

Lo he mirado sorprendida. Zhang me observaba con su mirada lasciva; me ha parecido siniestro.

—¿Por qué voy a pagarte? ¿No debería ser al revés?

—Lo que me pides es retorcido. A ti no te gusta nadie, ¿verdad? Ninguna persona, y tampoco te gustas a ti misma. Te sientes estafada.

—¿Estafada? —He ladeado la cabeza, ignorando a qué se refería. No he intentado hacer mi pose de chica mona, no tenía suficiente energía.

—Exacto, te han estafado —ha proseguido él alegremente—. Acabo de aprender esa palabra. Significa que alguien en quien confiabas te ha engañado. Dejas que te time todo el mundo, en la oficina y en la calle. Del mismo modo que en el pasado te sentiste estafada por tu padre y por el colegio al que ibas.

El último tren saldría en breve de la estación de Shibuya. Mientras Zhang seguía hablando, he mirado la vía. No me quedaba otro remedio que irme a casa, igual que no tengo más elección que ir a trabajar mañana por la mañana. Es inevitable. ¿De modo que la sociedad me está estafando? He recordado lo que me había dicho un rato antes la mujer de la biblia: «Me duele ver lo ingenua que eres.»

8

5 de junio

D
urante la estación lluviosa, los clientes han desaparecido. Y con los constantes aguaceros no me apetece quedarme toda la noche fuera, empapándome. Para colmo, las bajas presiones hacen que se me hinchen los ojos y me siento adormilada todo el día. Cada vez me resulta más difícil levantarme de la cama. Todos los días me apetece tomarme el día libre, y la batalla interna que tengo que librar conmigo misma para salir por la puerta es agotadora. ¿Por qué el cuerpo flaquea, incluso cuando la mente está decidida a hacer algo? Hoy me he levantado aún más tarde de lo habitual y me he sentado a la mesa para escuchar cómo llovía. Mi madre ya había preparado el desayuno de mi hermana y la había despedido; luego se había encerrado en su habitación, con lo que la casa estaba en completo silencio. Me he preparado una taza de café instantáneo. Después, en vez de tomar el desayuno, me he zampado una cápsula de gimnema porque, aunque es cierto que la cinturilla de mi falda azul marino me va tan suelta que me da vueltas en las caderas, cuanto más delgada me veo, mejor me siento. A este paso, llegará un día en que seré transparente. Me siento extasiada. Tal vez el tiempo sea opresivo, pero yo estoy radiante de alegría.

De pronto ha empezado a llover a cántaros. En el jardín, las flores de las que mi madre está tan orgullosa han quedado arrasadas: hortensias, azaleas, rosas y otras hierbas con flores, todas estaban aplastadas. He salido y he maldecido a esas plantas estúpidas, aunque tan pronto como deje de llover, volverán

a erguirse, más espabiladas que antes gracias al agua. ¡Malditas flores! Cómo odio el precioso jardín de mi madre.

He levantado la vista al cielo. De nuevo, esta noche no habrá clientes. Sólo he podido trabajar un día en lo que llevamos de mes, y apenas he sacado 48.000 yenes con cuatro clientes, incluidos Yoshizaki y un borracho. A Yoshizaki le saqué treinta mil y el borracho me dio diez mil. Luego se lo hice a un par de indigentes; el primero era el mismo de la otra vez, el del solar; el otro era nuevo. Con los dos lo hice en la calle mientras llovía. He llegado a un punto en que aceptaría que los hombres me pagaran por verme mear en el descampado. Ya todo me da igual. Pero, por otro lado, cada vez me resulta más difícil concentrarme en la oficina. Estoy agotada. Me limito a sentarme frente al escritorio y a recopilar artículos de periódico. Ya ni siquiera me preocupa qué clase de artículos recorto; a veces, incluso, me entretengo archivando la programación televisiva. Mi jefe, enfadado, me mira de reojo pero nunca dice nada. El resto de los empleados me observan y forman corrillos para cuchichear, pero a mí no me importa. Que hablen. Yo soy fuerte.

He abierto el periódico de la mañana y, después de fijarme en la previsión del tiempo, he ojeado las páginas de sociedad. He visto migas del desayuno de mi hermana. Ella había mirado el periódico antes que yo, y debía de haberse parado a leer esa página: «Hallado en un apartamento el cuerpo sin vida de una mujer.» Yuriko Hirata era el nombre de la víctima. ¡Yuriko! He recordado que hacía tiempo que no la veía. «Así que finalmente has conseguido que te maten como habías predicho, ¿no? Felicidades.» Mientras decía esto para mis adentros, he oído que alguien reía. Pero ¿quién? He mirado a mi alrededor.

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