Gusanos de arena de Dune (41 page)

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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Gusanos de arena de Dune
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Las máquinas pensantes responderían enseguida. El Danzarín Rostro ya podía sentir la red de taquiones hambrienta e invisible que se acercaba. Esta vez no habría escapatoria. La no-nave estaba atrapada.

59

Incluso el oponente más pequeño puede resultar mortal.

Informe analítico Bene Gesserit sobre el problema tleilaxu

Cuando Duncan, Sheeana y Teg llegaron al puente de navegación, las gruesas escotillas estaban selladas, eran inexpugnables. El puente había sido diseñado para aguantar incluso frente a un ejército.

Otras hermanas llegaron enseguida, después de correr a la armería para hacerse con algunas armas de mano: pistolas de agujas venenosas, aturdidores y cortadores láser de alta potencia. Ninguno de aquellos artilugios sería suficiente. Los niños ghola se unieron a la multitud ante el puente sellado, entre ellos Paul, Chani, Jessica, Leto II y la pequeña Alia.

Cuando la no-nave saltó por el tejido espacial Duncan lo notó enseguida.

—¡Está en los controles, nos mueve!

—Entonces Garimi ha muerto —fue la conclusión de Sheeana.

—El Danzarín Rostro nos llevará al Enemigo —dijo Teg.

—Ha llegado el momento de utilizar el gas venenoso de Scytale para matar al Danzarín Rostro. —Sheeana se volvió hacia dos de las hermanas que esperaban en el corredor—. Buscad al tleilaxu y llevadlo al almacén de seguridad. Que coja uno de los tubos. Saturaremos el puente con ese gas.

—No hay tiempo para eso —dijo Duncan—. ¡Tenemos que entrar ahí!

—Yo puedo entrar. —Alia habló con un tono misteriosamente frío e inteligente.

Duncan la miró. Aquella niña evocaba en él recuerdos inquietantes. El Duncan original nunca la conoció de pequeña… él fue asesinado por los Sardaukar cuando Jessica acababa de quedar embarazada. Pero tenía vividos recuerdos de una Alia mayor como su amante, en otra vida. Pero todo aquello era historia. Bien podía haber sido mito o leyenda.

Se inclinó para dirigirse a ella.

—¿Cómo? No tenemos mucho tiempo.

—Soy pequeña. —Con un movimiento de ojos, la pequeña indicó los estrechos conductos de ventilación que llevaban a la cubierta de mando. Ella era más pequeña incluso que Scytale.

Sheeana ya estaba quitando la rejilla.

—Por el camino hay pantallas, filtros, barras. ¿Cómo pasarás?

—Dadme un cortador. Y una pistola de agujas. Os abriré desde dentro en cuanto pueda.

Cuando Alia tuvo lo que necesitaba, Duncan la aupó para que pudiera introducirse por el diminuto conducto. Aún no había cumplido los cuatro años y pesaba muy poco. Jessica observaba, con expresión mucho más madura que hacía solo unos días, pero aunque vio cómo ponían a su «hija» en una situación tan peligrosa, no protestó.

Concentrada y fría, la niña sujetó el cortador entre los dientes, se metió la pistola de agujas entre la ropa y empezó a arrastrarse por el conducto. La distancia no era grande, pero avanzar solo medio metro por un espacio tan estrecho era una batalla. Espiró, tratando de hacerse más pequeña para poder pasar.

Fuera, los otros empezaron a aporrear la puerta sellada a modo de distracción. Y, utilizando pesados cortadores que lanzaban chispas y humeaban y hacían mucho ruido, fingieron estar tratando de penetrar la barrera blindada y gruesa milímetro a milímetro. El Danzarín Rostro ya sabría que tardarían horas en entrar, Alia confiaba en que no esperaría una emboscada de ella.

La niña topó con la primera barrera, una serie de barras de plastiacero entrelazadas con la rejilla de filtración. La densa esterilla estaba revestida de sustancias químicas neutralizadoras, cargada con una ligera película electrostática pensada para eliminar drogas y venenos del aire que llegaba al puente. Con aquel filtro, el gas de Scytale no habría funcionado, incluso si hubieran podido liberarlo.

Clavándose los codos en los costados, Alia se sacó el cúter de entre los dientes y con unos movimientos espasmódicos de la muñeca troceó las barras. Con cuidado, puso la pantalla ante ella, tratando de no hacer ruido, y pasó arrastrándose por encima. Los bordes afilados le arañaron el pecho y las piernas, pero no le importaba el dolor.

De igual modo, pasó por una segunda rejilla, hasta que finalmente se encontró ante la última abertura. Desde allí podía ver al Danzarín Rostro. Su apariencia oscilaba de vez en cuando, a veces era el anciano, otras un futar, pero básicamente el Danzarín Rostro lucía unas facciones neutras, como un cráneo desnudo. Antes de ver el cuerpo roto de Garimi en el suelo, Alia supo que no debía subestimar a su oponente.

Con la punta candente del cúter, cortó las diminutas sujeciones que sostenían la última rejilla en su sitio. Moviéndose con tanto sigilo como pudo, sujetó la placa y trató de sacarse la pistola de agujas de la ropa. Se puso tensa y respiró hondo, esperando el momento oportuno.

Solo tendré una oportunidad, así que debo aprovecharla bien.

El Danzarín Rostro manipulaba los controles, transmitiendo sin duda una señal al misterioso Enemigo, seguramente otros como él. Cada segundo que se demoraba, el
Ítaca
corría un mayor peligro.

De pronto el Danzarín Rostro levantó la cabeza y volvió la mirada hacia la rejilla. De alguna manera había intuido su presencia. Sin vacilar ni un instante, Alia le arrojó la pantalla a modo de proyectil, y él saltó a un lado, tal como esperaba. Tumbada aún en el conducto de ventilación, extendió la pistola de agujas ante ella y disparó siete veces. Tres de las agujas acertaron en el objetivo: dos en los ojos y una tercera en la arteria del cuello.

El Danzarín Rostro se sacudió, se debatió y cayó sin vida. Alia salió como pudo del conducto y saltó al suelo, recuperó el equilibrio y echó una mirada para verificar que Garimi estaba muerta, y entonces se dirigió tranquilamente a la puerta. Con sus dedos ágiles, anuló las medidas internas de seguridad y abrió desde dentro.

Duncan y Teg estaban allí con sus armas, sin saber lo que podía salir de allí dentro. La pequeña los recibió con una expresión plácida.

—Nuestro Danzarín Rostro ya no es un problema.

Por encima de su hombro vieron la figura no humana tendida cerca de una silla volcada. Pequeños hilillos de sangre caían de las heridas de sus ojos, y llevaba un collar carmesí en torno al cuello.

Sobre las placas del suelo yacía Garimi.

Sheeana entrecerró los ojos.

—Veo que eres una asesina nata.

Alia no se inmutó.

—Eso me han dicho. ¿No querías recuperarnos por nuestras capacidades? Esto es lo que yo hago mejor.

Duncan corrió a los controles de la nave para comprobar qué había hecho el falso rabino. Expandió sus sentidos y comprobó con desazón que los hilos mortales de la red centelleante aparecían de repente y se intensificaban a su alrededor. Era irrompible. La trampa era brillante, poderosa, y todos podían verla.

Teg corrió a una estación de escaneo.

—¡Duncan! Naves acercándose… ¡montones! El Danzarín Rostro nos ha traído justo a las puertas del Enemigo. Estamos atrapados, la red se ha cerrado en torno a nosotros.

—Después de tantos años, estamos atrapados. —Duncan paseó su mirada entre los presentes—. Al menos sabremos por fin quién es realmente nuestro Enemigo.

60

Por definición, nuestra común humanidad tendría que convertirnos en aliados. Sin embargo, la triste realidad es que nuestras similitudes con frecuencia se convierten en vastas diferencias y obstáculos insalvables.

M
ADRE
COMANDANTE
M
URBELLA
, palabras dirigidas a la Nueva Hermandad

El tiempo escaseaba, así que las miles de naves de la Cofradía recién equipadas no pudieron ser sometidas a revisiones y pruebas concienzudas. Los destructores producidos en masa fueron cargados en las naves con pesados blindajes que se habían construido en Conexión y en los diecisiete astilleros satélite. Las cuadrillas estaban realizando los preparativos necesarios para salir hacia el frente.

Recién llegadas después de su reclutamiento en cientos de planetas en riesgo, las comandantes novicias recibían un entrenamiento mínimo que difícilmente bastaría para que hicieran frente al Enemigo en los numerosos puntos vulnerables donde la humanidad estaba tratando de trazar una línea en el espacio. Murbella sabía que a pesar de su valor y determinación, por mucho entrenamiento que recibieran, la mayoría de los combatientes humanos serían aniquilados.

Meses después de que la epidemia hubiera completado su ciclo en Casa Capitular, la madre comandante había abierto las puertas a los refugiados de los planetas evacuados. Al principio tenían miedo de poner el pie en aquel mundo que había estado en cuarentena, pero luego empezaron a llegar de manera continuada. No había muchas alternativas, y los grupos de zarrapastrosos aceptaron la oferta de la Hermandad de refugio a cambio de realizar labores vitales en el esfuerzo de guerra. La política y las viejas facciones tenían que quedar a un lado. Ahora cada vida estaba dedicada a los preparativos para la última batalla contra las fuerzas de Omnius.

Desde Buzzell, la reverenda madre Corysta envió la sorprendente noticia de que los gusanos de mar que estaban causando estragos en las operaciones con las soopiedras producían una suerte de especia. Murbella enseguida sospechó de algún experimento de la Cofradía. No podía ser algo espontáneo. Corysta propuso que los gusanos fueran capturados para la extracción de especia, pero la madre comandante no podía pensar tan a largo plazo, Que hubiera una nueva fuente de especia solo tendría relevancia si la raza humana sobrevivía al Enemigo.

La madre comandante Murbella convocó un gran concilio de delegados de los planetas que estaban en peligro directo de ataque de las fuerzas de las máquinas pensantes. A pesar de su indignación, cada uno de ellos había sido sometido a test celulares para descartar que fueran Danzarines Rostro. Murbella no quería arriesgarse; los insidiosos cambiadores de forma podían estar en cualquier parte.

En la gran sala de reuniones de Central, Murbella caminó junto a la mesa de madera de elacca hasta llegar a su asiento. Utilizando sus capacidades Bene Gesserit de observación, estudió a los allí reunidos, todos movidos por la desesperación. Murbella trató de ver a aquellos representantes con vestimentas y uniformes diversos como líderes militares, generales en la última gran batalla por la humanidad. Las personas que había en la habitación guiarían los grupos de naves y formarían un centenar de barreras defensivas. Pero ¿eran la clase de héroes que necesitaba la humanidad?

Cuando se volvió para mirar a los delegados, Murbella vio inquietud en sus ojos, percibió el olor del miedo en el aire. La inmensa flota enemiga avanzaba como el fuego por el mapa de la galaxia, arrasando un sistema estelar tras otro, dirigiéndose inexorablemente hacia Casa Capitular y los mundos que aún quedaban en el corazón del Imperio Antiguo.

Tras desplazarse a varios planetas atrincherados y estudiar sus preparativos, Murbella había asegurado alianzas con sus líderes, señores de la guerra, consorcios comerciales y unidades menores de gobierno. La visión de Leto II de una Senda de Oro había fragmentado a la humanidad de tal manera que ya no seguían a un único líder carismático, y ahora ella tenía que reparar el daño. En otro tiempo quizá la diversidad fue el camino para la supervivencia, pero a menos que los numerosos planetas y ejércitos actuaran unidos frente a un enemigo mucho más poderoso, todos morirían.

Si la presciencia del Tirano era tan grande, ¿cómo es posible que no hubiera previsto la existencia del gran imperio de máquinas, por muy lejano en el tiempo que estuviera? ¿Cómo es posible que el Dios Emperador no hubiera sabido que otro conflicto titánico esperaba a la humanidad? Murbella sintió un estremecimiento. ¿O sí lo había hecho, y todo estaba saliendo como el Tirano quería?

Tras un considerable esfuerzo, Murbella había ganado una importante batalla al lograr que los diferentes líderes aceptaran que la mejor defensa vendría con un plan unificado —el plan de Murbella— y no de cien batallas independientes y desesperadas. Para hacer llegar su mensaje, había tenido que superar los obstinados tentáculos de las diversas burocracias planetarias. En aquella guerra no había nada fácil.

Muy consciente de la responsabilidad de su posición, Murbella golpeó ligeramente una gran piedra esférica sobre la mesa, provocando un fuerte retumbar para llamar a todos al orden.

—Todos saben por qué están aquí. Debemos preparar una línea de últimas barreras defensivas, un millar por todo el espacio. Muchos de nosotros moriremos… o tal vez todos. No hay alternativa. La única duda es lo que tardaremos en morir y cómo pasará. ¿Moriremos libres y luchando hasta que no quede ninguno… o derrotados y huyendo?

Una cacofonía de voces, acentos e idiomas resonó por la habitación, aunque Murbella había insistido en que utilizaran el idioma galach universal. Utilizó la Voz para atajar aquel clamor.

—¡Las máquinas vienen! Si cooperamos y no nos retiramos ante nuestro Enemigo, es posible que tengamos los medios para detenerlos.

Entre los presentes vio que había oficiales de la Cofradía e ingenieros ixianos. Dados los apretados plazos de entrega, parte del proceso de construcción de las naves de guerra se había hecho de forma inevitablemente precipitada, pero sus inspectoras y supervisoras de línea Bene Gesserit habían controlado las operaciones.

—Nuestras armas y naves están listas, pero antes de que procedamos, tengo una pregunta para todos. —Atravesó a los líderes con su mirada. De haber sido aún una Honorada Matre, sus ojos se habrían vuelto naranjas—. ¿Tendrán el valor y la decisión para llegar a las últimas consecuencias?

—¿Lo tiene usted? —exclamó un hombre con barba de un pequeño planeta en un sistema remoto.

Murbella volvió a utilizar su piedra sónica.

—Mi Nueva Hermandad aguantará el golpe inicial. Ya nos hemos enfrentado a ellos en diferentes sistemas estelares, destruyendo muchas de sus naves, y hemos sobrevivido a sus epidemias aquí, en Casa Capitular. Pero esta guerra no puede ganarse en campos de batalla individuales. —Hizo una señal y Janess manipuló los controles—. Miren esto.

Para sorpresa de los presentes, una gran proyección holográfica apareció y ocupó todo el espacio libre que había en la gran sala de reuniones, con mapas detallados de los numerosos sistemas solares de la galaxia. Una mancha avanzaba indicando las conquistas de las máquinas pensantes, como una marea que anegaba todos los sistemas a su paso. La oscuridad de la derrota y la exterminación ya había ennegrecido la mayoría de los sistemas conocidos en las regiones de la Dispersión.

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