–Dors, no le llames monstruo. Ten cuidado. Estamos rodeados de orejas y lenguas.
–Supongo que tienes razón -dijo Dors bajando inmediatamente el tono de voz-. Mira a tu alrededor. Todos esos rostros sonrientes y sin embargo… ¿Quién sabe cuál de nuestros «amigos» se encargará de informar al gran Jefe y a sus esbirros cuando la velada haya terminado? ¡Ah, los humanos! Después de miles de siglos y siguen existiendo traiciones tan bajas y repugnantes… En fin, me parece terriblemente innecesario, pero sé el daño que pueden causar y por eso he de ir contigo, Hari.
–Imposible, Dors. Sólo serviría para complicarme las cosas. Iré solo y no tendré ningún problema.
–No tienes ni idea de cómo manejar al general.
Seldon se puso muy serio.
–¿Y tú sabrías cómo manejarlo? Me recuerdas a Elar. Él también está convencido de que soy un viejo chocho, y él también quiere acompañarme… o, mejor dicho, quiere ir en mi lugar. Me pregunto cuántas personas habrá en Trantor dispuestas a ocupar mi lugar -añadió Seldon en un tono sarcástico-. ¿Docenas? ¿Millones?
El Imperio Galáctico llevaba diez años sin Emperador, pero en el recinto del Palacio Imperial no había ni la más mínima señal de ello. Milenios de costumbre hacían que la ausencia de un Emperador careciese de significado.
Naturalmente, no había ninguna silueta vestida con el ropaje imperial que presidiera las ceremonias. Ninguna voz imperial daba órdenes; no había ningún deseo imperial que satisfacer de inmediato; no había complacencias o disgustos imperiales que dieran vida al Palacio ni enfermedades que lo sumieran en la melancolía. Los aposentos personales del pequeño palacio ocupados por el Emperador estaban vacíos, y la familia imperial no existía.
Pero el ejército de jardineros seguía ocupándose del perfecto estado de los jardines. Miles de obreros y técnicos mantenían los edificios en condiciones impecables. La cama del Emperador -en la que no dormía nadie-, era hecha cada día con sábanas limpias; las habitaciones eran limpiadas; todo funcionaba tal y como había funcionado siempre, y todo el personal imperial trabajaba tal y como siempre había trabajado, desde el nivel más alto hasta el más bajo de la jerarquía. Los funcionarios de rango más elevado daban órdenes como lo habrían hecho si el Emperador hubiera vivido, y daban las órdenes que habría dado el Emperador. En muchos casos -especialmente en los niveles más altos-, el personal no había cambiado desde la muerte de Cleon. El personal nuevo que había entrado en el recinto desde entonces, había sido meticulosamente adiestrado e instruido en las tradiciones a las que debía servir.
Era como si el Imperio estuviera tan acostumbrado a ser gobernado por un Emperador que insistía en aquel «gobierno fantasma» para mantener su cohesión. La Junta lo sabía o, al menos, era vagamente consciente.
En diez años, ninguno de los militares que se habían adueñado del Imperio se había trasladado al pequeño palacio para instalarse en los aposentos privados del Emperador. Aquellos hombres no tenían sangre imperial ni derecho alguno a estar allí. Una población que soportaba la pérdida de la libertad no soportaría ninguna señal de irreverencia hacia el Emperador…, vivo o muerto.
El general Tennar no se había mudado al hermoso edificio que había alojado a los Emperadores de una docena de dinastías distintas durante tanto tiempo. Había establecido su hogar y su despacho en una de las estructuras construidas en la periferia del recinto imperial.
Eran auténticos monstruos arquitectónicos, pero construidos como si fuesen fortalezas: eran lo bastante sólidos para resistir un asedio, y contaban con edificios adyacentes en los que se podía alojar a un gran contingente de guardias.
Tennar era un hombre corpulento y tenía bigote. No era el bigote vigoroso y desbordante de los dahlitas, sino un bigote cuidadosamente recortado y adaptado a los contornos del labio superior que dejaba una tira de piel entre el vello y la línea del labio. El bigote era pelirrojo, y Tennar tenía los ojos azules e inexpresivos. Probablemente había sido muy apuesto en sus días de juventud, pero en la actualidad su rostro estaba un poco hinchado y por sus ojos se desprendían mayoritariamente sentimientos de ira.
Estaba hablando con Hender Linn, y usaba el tono de irritación propio de quien se considera dueño y señor absoluto de millones de mundos y, sin embargo, no se atreve a hacerse llamar Emperador.
–Puedo establecer mi propia dinastía. – Tennar miró a su alrededor y frunció el ceño-. Éste no es el lugar adecuado para el gobernante del Imperio.
–Lo que importa es gobernarlo -dijo Linn en voz baja y suave-. Es mejor gobernar desde un cuchitril que estar en un palacio y ser una figura decorativa.
–Creo que es preferible ser el que gobierna y estar en un palacio. ¿Por qué no va a ser posible?
Linn poseía el rango de coronel, pero nunca había participado en ninguna contienda. Sus funciones se limitaban a decir a Tennar lo que deseaba oír, y a transmitir sus órdenes sin alterarlas lo más mínimo. De vez en cuando -si le parecía que no era arriesgado-, intentaba convencer a Tennar de que obrara de forma más prudente.
Linn era conocido como «el lacayo de Tennar» y aunque lo sabía no le molestaba. Ser un lacayo le permitía estar a salvo, y no olvidaba la ruina de quienes habían sido demasiado orgullosos para servir como lacayos.
Naturalmente, quizá llegara un momento en que el mismísimo Tennar quedara enterrado en el cambiante paisaje de la Junta, pero Linn tenía cierta tendencia a tomarse las cosas con filosofía y creía poder anticipar los hechos con el tiempo suficiente para salvarse…, o quizá no.
Todo tenía un precio.
–No hay razón alguna por la que no pueda fundar una dinastía, General -dijo Linn-. Otros lo hicieron a lo largo de la historia imperial, pero requiere tiempo. Las personas se adaptan con mucha lentitud. Lo normal es que sólo el segundo o el tercer miembro de la dinastía sea plenamente aceptado como Emperador.
–No lo creo. Me basta con anunciarme como nuevo Emperador. ¿Quién se atreverá a enfrentarse conmigo? Tengo controlada la situación.
–Cierto, general. Su poder es total y absoluto tanto en Trantor como en la mayoría de los mundos exteriores, pero es posible que gran parte de la población de los mundos exteriores más alejados no…, todavía no acepte una nueva dinastía imperial.
–Mundos interiores o mundos exteriores, tanto da… La fuerza militar puede superar cualquier obstáculo. Es una vieja máxima imperial.
–Y muy cierta -dijo Linn-, pero actualmente muchas provincias poseen sus propias fuerzas armadas y quizá no las utilicen en su favor. Vivimos tiempos difíciles.
–Entonces me aconseja que obre con cautela.
–Siempre le aconsejo que obre con cautela, General.
–Algún día quizá me harte de oírlo.
Linn inclinó la cabeza.
–Sólo puedo aconsejarle lo que me parece bueno y útil para usted, general.
–Y supongo que por eso no para de molestarme hablándome del tal Hari Seldon.
–Es el mayor de los peligros que le amenazan, General.
–Eso es lo que me repite continuamente, pero no entiendo por qué cree que es peligroso. No es más que un profesor de universidad.
–Cierto, pero hubo un tiempo en el que fue Primer Ministro -dijo Linn.
–Ya lo sé, ¿y qué…? Eso ocurrió en la época de Cleon. ¿Ha hecho algo desde entonces? Vivimos tiempos difíciles, es cierto, y los gobernadores de las provincias están inquietos… ¿Cómo puede un profesor ser el mayor de los peligros que me amenazan?
–A veces suponer que un hombre discreto que pasa inadvertido es inofensivo puede ser un error -dijo Linn midiendo con mucho cuidado sus palabras (pues educar al general era algo que requería un inmenso cuidado)-. Para los que se han opuesto a él, Seldon ha sido cualquier cosa salvo inofensivo. Hace veinte años el movimiento joranumita estuvo a punto de acabar con Eto Demerzel, el poderoso Primer Ministro de Cleon.
Tennar asintió, pero su ligero fruncimiento de ceño delató el esfuerzo que hacía para acordarse de aquello.
–Fue Seldon quien destruyó a Joranum y quien sucedió a Demerzel en el cargo de Primer Ministro, pero el movimiento joranumita sobrevivió y también fue Seldon quien acabó por destruirlo, pero no antes de que el movimiento asesinara a Cleon.
–Pero Seldon sobrevivió, ¿no?
–Efectivamente, Seldon sobrevivió.
–Qué extraño… Permitir un asesinato imperial tendría que haber significado la muerte para un Primer Ministro.
–Así habría tenido que ser, pero la Junta le permitió seguir con vida. Pareció lo más prudente.
–¿Por qué?
Linn suspiró para sus adentros.
–Hay algo llamado psicohistoria, General.
–No sé nada de eso -replicó secamente Tennar.
En realidad, tenía el vago recuerdo de que Linn había intentado hablarle de aquella extraña retahíla de sílabas en varias ocasiones. Tennar nunca quiso escucharle y Linn era lo bastante inteligente para comprender que no debía insistir. Tennar tampoco quería escucharle entonces, pero las palabras de Linn parecían estar impregnadas de una premura oculta, y Tennar pensó que quizás haría bien escuchándole.
–Casi nadie sabe nada de ella -dijo Linn-, pero unos cuantos… eh… intelectuales opinan que tiene cierto interés.
–¿Y qué es?
–Es un sistema matemático muy complicado.
Tennar meneó la cabeza.
–Haga el favor de no aburrirme con esas cosas. Puedo contar mis divisiones armadas, y ésas son todas las matemáticas que necesito.
–Se afirma que la psicohistoria posibilita la predicción del futuro -dijo Linn.
Los ojos del general se desorbitaron visiblemente.
–¿Quiere decir que el tal Seldon predice el futuro?
–No de la manera habitual. Se trata de una predicción científica.
–No lo creo.
–Resulta difícil de creer, pero Seldon se ha convertido en una especie de figura de culto en Trantor y en algunos de los mundos exteriores. En cuanto a la psicohistoria… Si se la pudiera utilizar para predecir el futuro o, al menos, si la gente lo creyera, podría ser una herramienta muy poderosa con la que apuntalar el régimen. Estoy seguro de que ya habrá pensado en ello, General… Bastaría con predecir que nuestro régimen perdurará y que traerá paz y prosperidad al Imperio, y si la gente lo cree, convertirá la predicción en una de esas profecías que aseguran su propio cumplimiento. Por otra parte, si Seldon deseara lo contrario podría predecir la guerra civil y la ruina. La gente también creería en esa predicción y eso desestabilizaría el régimen.
–Bien, coronel, en ese caso basta con que nos aseguremos de que la psicohistoria emitirá las predicciones que deseamos.
–Sería Seldon quien tendría que hacerlas y no es amigo del régimen. General, es de la máxima importancia que distingamos entre el Proyecto Psicohistórico de la Universidad de Streeling y Hari Seldon. La psicohistoria puede resultarnos extremadamente útil, pero sólo en el caso de que alguien que no sea Seldon esté al frente del Proyecto.
–¿Hay otras personas capaces de ello?
–Oh, sí. Basta con librarse de Seldon.
–¿Y qué tiene eso de difícil? Una orden de ejecución y estará hecho.
–General, sería preferible que el gobierno no apareciera directamente implicado en el asunto.
–¡Explíquese!
–He hecho los arreglos necesarios para que tenga una entrevista con Seldon y, con su habitual perspicacia, pueda hacerse una idea de su personalidad. Después podrá juzgar si ciertas sugerencias que tengo en mente son dignas de ser llevadas a la práctica o no.
–¿Cuándo tendrá lugar esa entrevista?
–Tenía que celebrarse muy pronto, pero sus representantes del Proyecto solicitaron un retraso de unos cuantos días porque estaban a punto de celebrar su cumpleaños…, al parecer acaba de cumplir sesenta años. Me pareció prudente acceder y retrasar la entrevista una semana.
–¿Por qué? – preguntó Tennar-. Ya sabe que odio todo cuanto pueda ser interpretado como una muestra de debilidad.
–Y tiene toda la razón, General, toda la razón… Sus instintos nunca se equivocan, pero me pareció que las necesidades del estado podían exigirnos esperar los acontecimientos de esa celebración, que se desarrolla en este mismo instante.
–¿Por qué?
–El conocimiento siempre resulta útil, sea de la clase que sea. ¿Desea ver algún aspecto de la celebración?
El rostro del general Tennar no perdió su expresión malhumorada.
–¿Es necesario?
–Creo que la encontrará interesante, General.
La reproducción era excelente tanto en imagen como en sonido, y durante un rato, la hilaridad de la celebración se adueñó de la estancia sombría y austera en la que se encontraba el general.
Linn iba comentando las imágenes y el sonido.
–La mayor parte de la celebración se desarrolla en el complejo del Proyecto, pero el resto de la universidad también participa en ella. Dispondremos de una imagen aérea dentro de unos momentos y podremos ver que la celebración cubre un espacio muy grande. De hecho, y aunque en estos momentos no dispongo de datos, hay algunas zonas del planeta, varias universidades y centros de sector, básicamente, en las que se están desarrollando lo que podríamos llamar «celebraciones de simpatía» de una u otra clase. Las celebraciones aún no hay terminado, y como mínimo durarán un día más.
–¿Me está diciendo que esa celebración abarca todo Trantor?
–De forma específica sí. Afecta básicamente a las clases intelectuales, pero se ha extendido de manera sorprendente. Incluso es posible que haya llegado a algunos mundos aparte de Trantor.
–¿De dónde ha sacado esta reproducción?
Linn sonrió.
–Estamos al corriente de casi todo lo que ocurre en el Proyecto. Tenemos fuentes de información en las que podemos confiar, y muy poco de lo que sucede se nos escapa.
–Bien, Linn, ¿cuáles son sus conclusiones acerca de todo esto?
–General, me parece…, y estoy seguro de que a usted también se lo parecerá…, que Hari Seldon es el foco de un culto a la personalidad. Se ha identificado a sí mismo con la psicohistoria hasta el punto de que si nos libráramos de él de una forma demasiado visible, destruiríamos toda la credibilidad de esa ciencia, lo cual no nos serviría de nada.
»Por otra parte, general, Seldon se está haciendo viejo y no resulta difícil imaginar que será sustituido por otro hombre, alguien a quien habríamos escogido y que simpatizara con nuestros grandes objetivos y esperanzas imperiales. Si Seldon pudiera ser eliminado de forma aparentemente natural…, bien, creo que es cuanto necesitamos, ¿no?