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Authors: Jon Krakauer

Tags: #Relato

Hacia rutas salvajes (31 page)

BOOK: Hacia rutas salvajes
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Existen unas cincuenta variedades tóxicas de astrágalo, la mayor parte de las cuales se agrupan bajo el género
astragalus
, estrechamente emparentado con el
hedysarum
. Los síntomas de envenenamiento por astrágalo más evidentes afectan el sistema nervioso central. Según un artículo publicado en el
Journal of the American Veterinary Medicine Association
, los síntomas del envenenamiento por astrágalo consisten en «depresión, andar lento y vacilante, pelaje áspero, ojos opacos, mirada extraviada, delgadez extrema, falta de coordinación muscular y nerviosismo, en especial bajo condiciones de tensión. Asimismo, los animales afectados suelen adoptar un comportamiento solitario, volverse difíciles de controlar y tener crecientes dificultades para comer y beber».

El descubrimiento de Clausen y Treadwell prueba que las semillas de patata silvestre pueden almacenar reservas de swainsonina u otra sustancia tóxica parecida, lo que constituye un argumento sólido para sostener que fueron la causa de la muerte de McCandless. En el caso de ser cierto, significaría que Chris McCandless no era tan imprudente ni incompetente como se ha creído hasta ahora. No confundió por descuido las dos plantas, sino que desconocía que lo que consumía era tóxico. De hecho, durante semanas estuvo comiendo tubérculos de
Hedysarum alpinum
sin problemas. En su estado rayano en la desnutrición, McCandless sencillamente cometió el error de ingerir también las semillas. Alguien con mayores conocimientos de botánica tal vez no lo hubiese hecho, pero fue un error derivado de la desinformación, no de la irresponsabilidad. En cualquier caso, bastó para que falleciera.

Los efectos de la intoxicación por swainsonina pueden llegar a ser irreversibles, pero el alcaloide sólo actúa como el responsable indirecto de la muerte del sujeto. La toxina opera de un modo insidioso y oculto, por el procedimiento de inhibir una enzima que es esencial para metabolizar las glucoproteínas. En los mamíferos provoca una obstrucción generalizada de los mecanismos de absorción de los alimentos, de modo que el cuerpo no puede convertir lo que come en una fuente de energía aprovechable. La ingestión de grandes cantidades de swainsonina provoca la muerte por inanición del sujeto con independencia del alimento que su estómago reciba.

A veces, los animales se restablecen progresivamente de la intoxicación por swainsonina a partir del momento en que dejan de comer astrágalo, pero para que ello ocurra su estado físico ha de ser excelente. Para que la sustancia tóxica sea eliminada mediante la orina, primero tiene que combinarse con las moléculas disponibles de glucosa o aminoácidos. Es necesario que el cuerpo tenga unas reservas suficientes de proteínas y azúcares para absorber la toxina y expulsarla.

«El problema es que si uno está demasiado delgado y hambriento, no podrá desperdiciar la glucosa y las proteínas, con lo que será imposible expulsar la toxina del sistema —explica el profesor Bryant—. Cuando un animal desnutrido ingiere un alcaloide, incluso uno tan benigno como la cafeína, le produce un efecto mucho mayor que el previsible en circunstancias normales, puesto que carece de las reservas de azúcares necesarias para eliminar la sustancia. El alcaloide irá acumulándose en el sistema. Si McCandless hubiera ingerido grandes cantidades de semillas de patata silvestre cuando ya estaba en unas condiciones próximas a la desnutrición, el resultado habría sido catastrófico.»

Debilitado por el efecto de las semillas, McCandless descubrió de pronto que no le quedaban fuerzas para ponerse a andar y recorrer la distancia que lo separaba del Teklanika. Su debilidad le impedía incluso cazar con un mínimo de efectividad, lo cual no hizo sino debilitarlo aún más y empujarlo hacia las puertas de la muerte. Su vida se transformó en una espiral incontrolable que giraba a velocidad de vértigo.

Los días 31 de julio y 1 de agosto no existen entradas en el diario. La correspondiente al 2 de agosto se limita a una sola observación: «HACE UN VIENTO TERRIBLE.» La llegada del otoño era inminente. Las temperaturas descendían y los días se acortaban con rapidez. Cada veinticuatro horas, había siete minutos menos de luz natural, que a su vez se convertían en otros tantos de oscuridad y frío. En una sola semana, la noche se alargó casi una hora.

«¡DÍA 100! ¡LO HE CONSEGUIDO!», anotó con alegría el 5 de agosto, orgulloso de haber alcanzado un hito tan significativo. Y añadió: «PERO NUNCA ME HABÍA SENTIDO TAN DÉBIL. LA MUERTE EMPIEZA A SER UNA GRAVE AMENAZA. ESTOY DEMASIADO ENFERMO PARA SALIR ANDANDO Y ME HE QUEDADO LITERALMENTE ATRAPADO EN EL MONTE. NO HAY CAZA.»

Si McCandless hubiera llevado consigo un mapa del Servicio Geológico de Estados Unidos, habría advertido que hay una cabaña del servicio de guardas forestales del parque del Denali a sólo nueve kilómetros del autobús, remontando el curso del Sushana, una distancia que tal vez hubiese podido recorrer incluso en su estado de extrema debilidad. El refugio se halla dentro de los límites del parque y está provisto de literas, víveres para situaciones de emergencia y un equipo de primeros auxilios, con el fin de que los guardas forestales que patrullan puedan utilizarlo durante el invierno. Asimismo, pese a no estar señalizadas en el mapa, a unos tres kilómetros del autobús había dos cabañas en las que McCandless podría haber encontrado comida. Una pertenece a Will y Linda Forsberg, unos conocidos conductores de trineos de perros que residen en Healey; la otra, a Steve Carwile, un empleado del parque del Denali.

En resumidas cuentas, la salvación de McCandless parecía depender sólo de una caminata de tres horas río arriba. Esta triste ironía fue apuntada con reiteración en el período inmediatamente posterior al descubrimiento del cadáver. Sin embargo, aunque hubiera conocido la existencia de estas tres cabañas, no se habría librado del peligro. A mediados de abril, después de que la última de las cabañas quedase vacía a causa de lo problemático que resulta en primavera, debido al deshielo, viajar con trineo incluso con una máquina quitanieves, alguien entró en las tres cabañas y las saqueó. Los víveres terminaron por estropearse al quedar a merced de los animales y las inclemencias del tiempo.

El acto vandálico no se descubrió hasta finales de julio, cuando un biólogo que realizaba un trabajo de campo, Paul Atkinson, llegó a la cabaña del servicio de guardas forestales por el camino del parque del Denali, después de una agotadora travesía de 15 kilómetros por los bosques cercanos a la cordillera Exterior. Quedó sorprendido y perplejo por el grado de violencia gratuita con que la habían asaltado.

«Desde luego, no era la obra de un oso —explica Atkinson—. Estoy especializado en el comportamiento de los osos y sé el aspecto que habrían tenido los daños si uno de ellos hubiera sido el causante. Parecía más bien como si alguien hubiese entrado allí con un martillo de carpintero decidido a llevárselo todo por delante. A juzgar por la altura de las hierbas que crecían a través de los colchones que habían arrojado fuera, había sucedido hacía varias semanas.»

«Lo habían destrozado todo —dice Will Forsberg—. Destruyeron cuanto no estaba clavado. Las lámparas aparecían rotas, así como los cristales de las ventanas, casi sin excepción. Arrastraron fuera camas y colchones y los amontonaron, arrancaron tablones del techo, agujerearon los bidones de gasóleo, movieron de sitio la estufa e incluso sacaron una gran alfombra para que se pudriera. La comida había desaparecido. Si Alex hubiese encontrado la cabaña, no le habría servido de gran cosa. O tal vez el problema es que la encontró.»

Forsberg considera que McCandless es el primer sospechoso del ataque que sufrieron las tres cabañas. Cree que las descubrió poco después de llegar al autobús, a principios de mayo, y las saqueó en un acceso de rabia porque encarnaban una injerencia de la civilización en su valiosa experiencia de contacto con la naturaleza. Sin embargo, esta teoría no explica por qué no destruyó también el autobús.

«Sólo es una intuición —dice Carwile mientras confiesa que también sospecha de Chris—, pero me parece que sus opiniones eran similares a las de algunos ecologistas radicales. Desde su punto de vista, destrozar las cabañas habría sido una manera de proteger la naturaleza. O puede que sintiera un profundo odio contra el Gobierno. Si vio el rótulo de la cabaña del parque del Denali, a lo mejor supuso que las tres eran propiedad gubernamental y decidió dar un golpe contra el Gran Hermano. Entra en el terreno de lo posible.»

Por su parte, el servicio de vigilancia de parques no cree que McCandless fuera el saqueador.

«No hemos logrado averiguar quién lo hizo —dice Ken Kehrer, el jefe del servicio de guardas forestales del Parque Nacional del Denali—, pero no sospechamos de McCandless.»

De hecho, no hay nada en el diario o en las fotografías que indique que se aproximó a las cabañas. Cuando se alejó del autobús a primeros de mayo, las fotografías muestran que se dirigió hacia el norte siguiendo el curso del Sushana, es decir, en la dirección opuesta. Aunque hubiera dado con ellas por casualidad, es difícil imaginar que las saqueara sin vanagloriarse de su hazaña por escrito.

Entre el 6 y el 8 de agosto el diario no tiene ninguna entrada. El 9 de agosto anotó que había disparado a un oso, pero sin alcanzarlo. El 10 de agosto avistó un caribú, pero el animal no se puso a tiro; luego abatió cinco ardillas. No obstante, en el supuesto de que hubiera acumulado en su cuerpo una cantidad significativa de swainsonina, estas piezas de caza menor llovidas del cielo no debieron de suponer una gran fuente de alimento. El 11 de agosto cazó una perdiz nival. El 12 se arrastró fuera del autobús para recolectar bayas, no sin antes pegar una nota de socorro para el caso improbable de que alguien se presentase mientras él rondaba por los alrededores. En una página arrancada de
Taras Bulba
de Gogol, escribió con su pulcra letra de molde:

S.O.S. NECESITO QUE ME AYUDEN. ESTOY HERIDO, MORIBUNDO, Y DEMASIADO DÉBIL PARA SALIR DE AQUÍ A PIE. ESTOY COMPLETAMENTE SOLO,
NO ES UNA BROMA
, POR DIOS, LE PIDO QUE SE QUEDE PARA SALVARME. HE SALIDO A RECOGER BAYAS Y VOLVERÉ ESTA NOCHE. GRACIAS.

Firmó la nota con un: «Chris McCandless. ¿Agosto?» Al comprender la gravedad de la situación, abandonó el sobrenombre que había estado utilizando durante años, Alexander Supertramp, en favor de aquel que le habían puesto sus padres.

Muchos habitantes de Alaska se han preguntado por qué McCandless, en su desesperación, no encendió un fuego para pedir auxilio. En el autobús había casi 10 litros de gasóleo para la estufa; se presume que todo habría sido una mera cuestión de mantener encendida una hoguera lo suficientemente grande para atraer la atención de las avionetas que sobrevolaran la zona o al menos quemar la maleza dibujando una gigantesca señal de S.O.S en el suelo.

Sin embargo, al contrario de lo que la mayoría de la gente cree, el autobús y sus alrededores no se hallan debajo de ninguna ruta aérea transitada, y son muy pocas las avionetas que lo sobrevuelan. Durante los cuatro días que pasé en la Senda de la Estampida, no vi ni un solo aeroplano, salvo algún reactor comercial que viajaba a una altitud de 7.000 metros o más. Las avionetas sólo pasan por encima del autobús muy de vez en cuando, de manera que para tener la seguridad de que atraería la atención de alguien, McCandless debería haber provocado un incendio forestal a gran escala. Por otro lado, como señala Carine McCandless: «Chris jamás habría incendiado un bosque a sabiendas, ni siquiera para salvar su vida. Todos los que piensan lo contrario no tienen ni idea de cómo era mi hermano.»

La muerte por inanición es un proceso terrible. En los últimos estadios, cuando el cuerpo ha agotado todas sus reservas, la víctima sufre dolores musculares, problemas cardíacos, caída del pelo, insuficiencia respiratoria, hipersensibilidad al frío, aturdimiento y un agotamiento físico y mental generalizado. La piel pierde su pigmentación. A causa de la ausencia de nutrientes esenciales, el cerebro sufre graves desequilibrios bioquímicos que desembocan en convulsiones y alucinaciones. Sin embargo, algunas personas que han conseguido escapar a la muerte por inanición explican que, hacia el final, el hambre se desvanece, así como los dolores atroces; un estado de euforia sublime, una sensación de absoluta calma acompañada de una especie de clarividencia trascendente, reemplaza el sufrimiento. Es un consuelo pensar que tal vez McCandless experimentó un éxtasis similar.

El 12 de agosto escribió lo que serían sus últimas palabras anotadas en el diario: «Hermosos arándanos.» Del 13 al 18 de agosto, el diario sólo registra la cuenta de los días que iban pasando. En algún punto de esta semana, arrancó la última hoja de unas memorias imaginarias de Louis L’Amour,
Education of a Wandering Man
. En una cara de la misma, L’Amour había citado unos versos de un poema de Robinson Jeffers, «Los hombres sabios en sus malos momentos»:

La muerte es una alondra temible
:

pero morir después de dejar

algo más a los siglos venideros

que la carne y los huesos

es despojarse de casi toda la debilidad
.

Las montañas son piedra muerta
,

las personas admiran y odian su estatura
,

su quietud insolente
.

Las montañas son imperturbables e inconmovibles
,

y los pensamientos de unos pocos hombres muertos

poseen el mismo carácter
.

En la otra cara de la hoja, que estaba en blanco, McCandless dejó escrita una breve despedida: «HE TENIDO UNA VIDA FELIZ Y DOY GRACIAS AL SEÑOR. ADIÓS Y QUE DIOS OS BENDIGA.»

Luego se tendió arropado por el saco de dormir que su madre le había confeccionado y fue perdiendo la conciencia. Su fallecimiento tuvo lugar probablemente el 18 de agosto, 112 días después de adentrarse a pie en el monte y 19 días antes de que seis personas llegaran al autobús y descubrieran dentro de éste su cuerpo sin vida.

Uno de sus últimos actos fue tomar una fotografía, donde se le ve de pie cerca del autobús bajo la majestuosa bóveda del cielo de Alaska, mientras muestra la nota de socorro al objetivo con una mano y levanta la otra con un gesto de despedida plácido y valeroso, casi beatífico. Su aspecto físico refleja el horror del hambre: tiene la cara consumida, el cuerpo esquelético. Sin embargo, en el caso de que se compadeciera de sí mismo durante la agonía —porque era muy joven, porque estaba solo, porque el cuerpo lo había traicionado, porque la voluntad lo había abandonado—, la fotografía no lo trasluce. Sonríe y su mirada tiene un brillo inconfundible: Chris McCandless se sentía en paz con el mundo, sereno como un monje que va a reunirse con Dios.

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