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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

Harry Potter. La colección completa (241 page)

BOOK: Harry Potter. La colección completa
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Después de Pociones, Adivinación era la asignatura que menos le gustaba a Harry, debido sobre todo a la costumbre de la profesora Trelawney de vaticinar, de vez en cuando, que él moriría prematuramente. Era una mujer delgada, envuelta siempre en varios chales y con muchos collares de cuentas; a Harry le recordaba a una especie de insecto por las gruesas gafas que llevaba, que aumentaban de tamaño sus ojos. Cuando Harry entró en el aula, ella estaba ocupada repartiendo unos viejos libros, encuadernados en cuero, por las mesitas de finas patas que llenaban desordenadamente la habitación; pero la luz que proyectaban las lámparas cubiertas con pañuelos, y la del fuego de la chimenea, que ardía con lentitud y desprendía un desagradable olor, era tan tenue que pareció que la profesora Trelawney no se había dado cuenta de que Harry se sentaba en la penumbra. Los demás alumnos llegaron al cabo de unos cinco minutos. Ron entró por la trampilla, miró con detenimiento a su alrededor, vio a Harry y fue derecho hacia él, o todo lo derecho que pudo, pues tuvo que abrirse camino entre las mesas, las sillas y los abultados pufs.

—Hermione y yo ya hemos dejado de pelearnos —aseguró al sentarse junto a su amigo.

—Me alegro —gruñó Harry.

—Pero Hermione dice que le gustaría que dejaras de descargar tu mal humor sobre nosotros —añadió Ron.

—Yo no…

—Sólo te repito lo que ella me ha dicho —aclaró Ron sin dejar que Harry acabara—. Pero creo que tiene razón. Nosotros no tenemos la culpa de cómo te traten Seamus o Snape.

—Yo nunca he dicho que…

—Buenos días —saludó la profesora Trelawney con su sutil y etérea voz, y Harry se interrumpió; volvía a estar enfadado y un poco avergonzado a la vez—. Y bienvenidos de nuevo a Adivinación. Como es lógico, durante las vacaciones he ido siguiendo con atención vuestras peripecias, y me alegro mucho de ver que habéis regresado todos sanos y salvos a Hogwarts, como yo, evidentemente, ya sabía que sucedería.

»Encima de las mesas encontraréis vuestros ejemplares de
El oráculo de los sueños,
de Inigo Imago. La interpretación de los sueños es un medio importantísimo de adivinar el futuro, y es muy probable que ese tema aparezca en vuestro examen de
TIMO
. No es que crea que los aprobados o los suspensos en los exámenes tengan ni la más remota relevancia cuando se trata del sagrado arte de la adivinación, porque si tenéis el Ojo que Ve, los títulos y los certificados importan muy poco. Con todo, el director quiere que hagáis el examen, así que…

Su frase quedó en suspenso, y los alumnos comprendieron que la profesora Trelawney consideraba que su asignatura estaba muy por encima de asuntos tan insignificantes como los exámenes.

—Abrid el libro por la introducción, por favor, y leed lo que Imago dice sobre el tema de la interpretación de los sueños. Luego sentaos en parejas y utilizad el libro para interpretar los sueños más recientes de vuestro compañero. Podéis empezar.

Lo único bueno que tenía aquella clase era que no duraría dos horas. Cuando todos terminaron de leer la introducción del libro, apenas les quedaban diez minutos para la interpretación de los sueños. En la mesa contigua a la de Harry y Ron, Dean había formado pareja con Neville, quien de inmediato emprendió un denso relato de una pesadilla en la que aparecían unas tijeras gigantes que se habían puesto el mejor sombrero de su abuela; Harry y Ron se limitaron a mirarse con desánimo.

—Yo nunca me acuerdo de lo que sueño —dijo Ron—. Cuéntame tú algún sueño que hayas tenido.

—Seguro que recuerdas alguno —replicó Harry con impaciencia.

El no pensaba compartir sus sueños con nadie. Sabía perfectamente qué significaba su recurrente pesadilla sobre el cementerio; no necesitaba que Ron, la profesora Trelawney o ese estúpido libro se lo explicara.

—Bueno, la otra noche soñé que jugaba al
quidditch
—confesó Ron haciendo muecas mientras intentaba rescatar aquel sueño de su memoria—. ¿Qué crees que significa?

—Pues que te va a comer un malvavisco gigante, o algo así —sugirió Harry mientras pasaba distraídamente las páginas de
El oráculo de los sueños.

Buscar fragmentos de sueños en el libro era un trabajo aburridísimo, y a Harry no le hizo ninguna gracia que la profesora Trelawney les mandara escribir durante un mes un diario de los sueños que tenían. Cuando sonó la campana, Harry y Ron fueron los primeros en salir del aula y bajar la escalera; Ron gruñía sin parar.

—¿Te das cuenta de la cantidad de deberes que tenemos ya? Binns nos ha puesto una redacción de medio metro sobre las guerras de los gigantes; Snape quiere que le entreguemos otra de treinta centímetros sobre las propiedades y los usos del ópalo; ¡y ahora Trelawney nos manda redactar un diario de sueños durante un mes! Fred y George no andaban equivocados sobre el año de los
TIMOS
, ¿no crees? Espero que la profesora Umbridge no nos ponga…

Cuando entraron en el aula de Defensa Contra las Artes Oscuras, la profesora Umbridge ya estaba sentada en su sitio. Llevaba la suave y esponjosa chaqueta de punto de color rosa que había lucido la noche anterior, y el lazo de terciopelo negro en la cabeza. A Harry volvió a recordarle a una gran mosca posada imprudentemente en la cabeza de un sapo aún más descomunal.

Los alumnos guardaron silencio en cuanto entraron en el aula; la profesora Umbridge todavía era un elemento desconocido y nadie sabía lo estricta que podía ser a la hora de imponer disciplina.

—¡Buenas tardes a todos! —saludó a los alumnos cuando por fin éstos se sentaron. Unos cuantos respondieron con un tímido «Buenas tardes»—. ¡Ay, ay, ay! —exclamó—. ¿Así saludáis a vuestra profesora? Me gustaría oíros decir: «Buenas tardes, profesora Umbridge.» Volvamos a empezar, por favor. ¡Buenas tardes a todos!

—Buenas tardes, profesora Umbridge —gritó la clase.

—Eso está mucho mejor —los felicitó con dulzura—. ¿A que no ha sido tan difícil? Guardad las varitas y sacad las plumas, por favor.

Unos cuantos alumnos intercambiaron miradas lúgubres; hasta entonces la orden de guardar las varitas nunca había sido el preámbulo de una clase que hubieran considerado interesante. Harry metió su varita en la mochila y sacó la pluma, la tinta y el pergamino. La profesora Umbridge abrió su bolso, sacó su varita, que era inusitadamente corta, y dio unos golpecitos en la pizarra con ella; de inmediato, aparecieron las siguientes palabras:

Defensa Contra las Artes Oscuras:
regreso a los principios básicos

—Muy bien, hasta ahora vuestro estudio de esta asignatura ha sido muy irregular y fragmentado, ¿verdad? —afirmó la profesora Umbridge volviéndose hacia la clase con las manos entrelazadas frente al cuerpo—. Por desgracia, el constante cambio de profesores, muchos de los cuales no seguían, al parecer, ningún programa de estudio aprobado por el Ministerio, ha hecho que estéis muy por debajo del nivel que nos gustaría que alcanzarais en el año del
TIMO
. Sin embargo, os complacerá saber que ahora vamos a rectificar esos errores. Este año seguiremos un curso sobre magia defensiva cuidadosamente estructurado, basado en la teoría y aprobado por el Ministerio. Copiad esto, por favor.

Volvió a golpear la pizarra y el primer mensaje desapareció y fue sustituido por los «Objetivos del curso».

1. Comprender los principios en que se basa la magia defensiva.

2. Aprender a reconocer las situaciones en las que se puede emplear legalmente la magia defensiva.

3. Analizar en qué contextos es oportuno el uso de la magia defensiva.

Durante un par de minutos en el aula sólo se oyó el rasgueo de las plumas sobre el pergamino. Cuando los alumnos copiaron los tres objetivos del curso de la profesora Umbridge, ésta preguntó:

—¿Tenéis todos un ejemplar de
Teoría de defensa mágica,
de Wilbert Slinkhard? —Un sordo murmullo de asentimiento recorrió la clase—. Creo que tendremos que volver a intentarlo —dijo la profesora Umbridge—. Cuando os haga una pregunta, me gustaría que contestarais «Sí, profesora Umbridge», o «No, profesora Umbridge». Veamos: ¿tenéis todos un ejemplar de
Teoría de defensa mágica,
de Wilbert Slinkhard?

—Sí, profesora Umbridge —contestaron los alumnos al unísono.

—Estupendo. Quiero que abráis el libro por la página cinco y leáis el capítulo uno, que se titula «Conceptos elementales para principiantes». En silencio, por favor.

La profesora Umbridge se apartó de la pizarra y se sentó en la silla, detrás de su mesa, observándolos atentamente con aquellos ojos de sapo con bolsas. Harry abrió su ejemplar de
Teoría de defensa mágica
por la página cinco y empezó a leer.

Era extremadamente aburrido, casi tanto como escuchar al profesor Binns. El muchacho notó que le fallaba la concentración, pues al poco rato se dio cuenta de que había leído la misma línea media docena de veces sin entender nada más que las primeras palabras. Pasaron unos silenciosos minutos. A su lado, Ron, distraído, giraba la pluma una y otra vez entre los dedos con los ojos clavados en un punto de la página. Harry miró hacia su derecha y se llevó una sorpresa que lo sacó de su letargo. Hermione ni siquiera había abierto su ejemplar de
Teoría de defensa mágica
y estaba mirando fijamente a la profesora Umbridge con una mano levantada.

Pero pasados unos minutos más, Harry dejó de ser el único que observaba a Hermione. El capítulo que les habían ordenado leer era tan tedioso que muchos alumnos optaban por contemplar el mudo intento de Hermione de captar la atención de la profesora Umbridge, en lugar de seguir adelante con la lectura de los «Conceptos elementales para principiantes».

Cuando más de la mitad de la clase miraba a Hermione en vez de leer el libro, la profesora Umbridge decidió que ya no podía continuar ignorando aquella situación.

—¿Quería hacer alguna pregunta sobre el capítulo, querida? —le dijo a Hermione como si acabara de reparar en ella.

—No, no es sobre el capítulo.

—Ahora estamos leyendo —repuso la profesora Umbridge mostrando sus pequeños y puntiagudos dientes—. Si tiene usted alguna duda podemos solucionarla al final de la clase.

—Tengo una duda sobre los objetivos del curso —aclaró Hermione.

La profesora arqueó las cejas.

—¿Cómo se llama, por favor?

—Hermione Granger.

—Mire, señorita Granger, creo que los objetivos del curso están muy claros si los lee atentamente —dijo la profesora Umbridge con decisión y un deje de dulzura.

—Pues yo creo que no —soltó Hermione sin miramientos—. Ahí no dice nada sobre la práctica de los hechizos defensivos.

Se produjo un breve silencio durante el cual muchos miembros de la clase giraron la cabeza y se quedaron mirando con el entrecejo fruncido los objetivos del curso, que seguían escritos en la pizarra.

—¿La práctica de los hechizos defensivos? —repitió la profesora Umbridge con una risita—. Verá, señorita Granger, no me imagino que en mi aula pueda surgir ninguna situación que requiera la práctica de un hechizo defensivo por parte de los alumnos. Supongo que no espera usted ser atacada durante la clase, ¿verdad?

—¡¿Entonces no vamos a usar la magia?! —exclamó Ron en voz alta.

—Por favor, levante la mano si quiere hacer algún comentario durante mi clase, señor…

—Weasley —dijo Ron, y levantó una mano.

La profesora Umbridge, con una amplia sonrisa en los labios, le dio la espalda. Harry y Hermione levantaron también las manos inmediatamente. La profesora Umbridge miró un momento a Harry con sus ojos saltones antes de dirigirse de nuevo a Hermione.

—¿Sí, señorita Granger? ¿Quiere preguntar algo más?

—Sí —contestó ella—. Es evidente que el único propósito de la asignatura de Defensa Contra las Artes Oscuras es practicar los hechizos defensivos, ¿no es así?

—¿Acaso es usted una experta docente preparada en el Ministerio, señorita Granger? —le preguntó la profesora Umbridge con aquella voz falsamente dulce.

—No, pero…

—Pues entonces me temo que no está cualificada para decidir cuál es el «único propósito» de la asignatura que imparto. Magos mucho mayores y más inteligentes que usted han diseñado nuestro nuevo programa de estudio. Aprenderán los hechizos defensivos de forma segura y libre de riesgos…

—¿De qué va a servirnos eso? —inquirió Harry en voz alta—. Si nos atacan, no va a ser de forma…

—¡La mano, señor Potter! —canturreó la profesora Umbridge.

Harry levantó un puño. Una vez más, la profesora Umbridge le dio rápidamente la espalda, pero otros alumnos también habían levantado la mano.

—¿Su nombre, por favor? —le preguntó la bruja a Dean.

—Dean Thomas.

—¿Y bien, señor Thomas?

—Bueno, creo que Harry tiene razón. Si nos atacan, no vamos a estar libres de riesgos.

—Repito —dijo la profesora Umbridge, que miraba a Dean sonriendo de una forma muy irritante—: ¿espera usted ser atacado durante mis clases?

—No, pero…

La profesora Umbridge no le dejó acabar:

—No es mi intención criticar el modo en que se han hecho hasta ahora las cosas en este colegio —explicó con una sonrisa poco convincente, estirando aún más su ancha boca—, pero en esta clase han estado ustedes dirigidos por algunos magos muy irresponsables, sumamente irresponsables; por no mencionar —soltó una desagradable risita— a algunos híbridos peligrosos en extremo…

—Si se refiere al profesor Lupin —saltó Dean, enojado—, era el mejor que jamás…

—¡La mano, señor Thomas! Como iba diciendo, los han iniciado en hechizos demasiado complejos e inapropiados para su edad, y letales en potencia. Los han asustado y les han hecho creer que podrían ser víctimas de ataques de las fuerzas oscuras en cualquier momento…

—Eso no es cierto —la interrumpió Hermione—. Sólo nos…

—¡No ha levantado la mano, señorita Granger!

Hermione la levantó y la profesora Umbridge le dio la espalda.

—Tengo entendido que mi predecesor no sólo realizó maldiciones ilegales delante de ustedes, sino que incluso las realizó con ustedes.

—Bueno, resultó que era un maniaco, ¿no? —terció Dean acaloradamente—. Y aun así, aprendimos muchísimo con él.

—¡No ha levantado la mano, señor Thomas! —gorjeó la profesora Umbridge—. Bueno, el Ministerio opina que un conocimiento teórico será más que suficiente para que aprueben el examen; y al fin y al cabo para eso es para lo que vienen ustedes al colegio. ¿Su nombre? —añadió mirando a Parvati, que acababa de levantar la mano.

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