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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

Harry Potter. La colección completa (261 page)

BOOK: Harry Potter. La colección completa
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El Profeta
creería que Harry tenía el cerebro inflamado si se enteraba de que sabía lo que sentía Voldemort…

«… corrientemente en la fabricación de filtros para confundir y ofuscar…»

… «Confundir» era la palabra, sin duda; ¿por qué sabía él lo que sentía Voldemort? ¿Qué era aquella extraña conexión entre ambos que Dumbledore nunca había sido capaz de explicar satisfactoriamente?

«… o allí donde el mago pretenda…»

… Qué sueño le estaba entrando a Harry…

«… producir exaltación…»

… Estaba tan calentito y cómodo en su butaca junto al fuego, escuchando el repiqueteo de la lluvia en los cristales de las ventanas, el ronroneo de
Crookshanks
y el chisporroteo de las llamas…

El libro que Harry tenía en las manos resbaló y cayó sobre la alfombra de la chimenea, produciendo un ruido sordo. Harry ladeó la cabeza…

Volvía a caminar por un pasillo sin ventanas, y sus pasos resonaban en el silencio. La puerta que había al fondo fue aumentando de tamaño; el corazón de Harry latía muy deprisa por la emoción… Si pudiera abrirla, si pudiera pasar por ella…

Extendió un brazo… Las yemas de sus dedos estaban a sólo unos centímetros de la puerta…

—¡Harry Potter!

Harry despertó sobresaltado. Todas las velas de la sala común se habían apagado, pero vio que algo se movía cerca de él.

—¿Quién está ahí? —preguntó incorporándose en la butaca. El fuego estaba casi apagado, y la estancia, oscura.

—¡Dobby tiene su lechuza, señor! —dijo una vocecilla chillona.

—¿Dobby? —se extrañó Harry con una voz pastosa, y escudriñó la oscuridad hacia el sitio de donde procedía el sonido.

Dobby, el elfo doméstico, estaba de pie junto a la mesa donde Hermione había dejado media docena de gorros de punto. Sus grandes y puntiagudas orejas sobresalían por debajo de lo que Harry sospechó que eran todos los gorros de lana que Hermione había tejido hasta entonces; los llevaba uno encima de otro, y su cabeza parecía dos o tres palmos más larga. En lo alto de la borla del último gorro estaba posada
Hedwig
, que ululaba tranquilamente y, según todos los indicios, curada.

—Dobby se ofreció voluntario para devolverle la lechuza a Harry Potter —explicó el elfo con voz de pito mientras miraba con manifiesta adoración a Harry—. La profesora Grubbly-Plank opina que ya está bien, señor —añadió, e hizo una exagerada reverencia hasta que su puntiaguda nariz rozó la raída alfombra de la chimenea.
Hedwig
soltó un ululato de indignación y voló hasta el brazo de la butaca de Harry.

—¡Gracias, Dobby! —exclamó el chico al mismo tiempo que acariciaba la cabeza de su lechuza y pestañeaba para borrar de su mente la imagen de la puerta que había visto en sueños y que parecía tan real…

Entonces miró con más detenimiento a Dobby y vio que el elfo también llevaba varias bufandas e innumerables calcetines, de modo que sus pies parecían desmesurados para su cuerpo.

—Oye, ¿has cogido todas las prendas que Hermione ha dejado por ahí?

—¡Oh, no, señor! —repuso Dobby alegremente—. Dobby también ha cogido unas cuantas para Winky, señor.

—¡Ah, sí! ¿Cómo está Winky? —le preguntó Harry.

Dobby agachó ligeramente las orejas.

—Winky todavía bebe mucho, señor —afirmó con pesar, mirando al suelo con sus enormes, redondos y verdes ojos, del tamaño de pelotas de tenis—. Siguen sin interesarle las prendas de ropa, Harry Potter. Y a los otros elfos domésticos tampoco. Ya nadie quiere limpiar la torre de Gryffindor porque hay gorros y calcetines escondidos por todas partes; los encuentran insultantes, señor. Dobby lo hace todo él solo, señor, pero a Dobby no le importa, señor, porque él siempre confía en encontrarse a Harry Potter, y esta noche, señor, ¡se ha cumplido su deseo! —El elfo volvió a hacer una reverencia—. Pero Harry Potter no parece contento —prosiguió Dobby, enderezándose de nuevo y mirando tímidamente a Harry—. Dobby lo ha oído hablar en sueños. ¿Tenía Harry Potter pesadillas?

—Sí, aunque no eran muy desagradables —explicó Harry bostezando y frotándose los ojos—. Las he tenido peores.

El elfo contempló a Harry con sus enormes ojos como esferas. Entonces se puso muy serio y, agachando las orejas, dijo:

—A Dobby le encantaría poder ayudar a Harry Potter, porque Harry Potter le dio la libertad a Dobby, y Dobby es mucho, mucho más feliz ahora.

Harry sonrió.

—No puedes ayudarme, Dobby, pero gracias de todos modos.

Se agachó y recogió su libro de Pociones. Tendría que intentar terminar la redacción al día siguiente. Cerró el libro, y en ese instante la luz del fuego iluminó las delgadas cicatrices blancas que tenía en el dorso de la mano, resultado de sus castigos con la profesora Umbridge.

—Un momento, quizá sí puedas hacerme un favor, Dobby —dijo Harry muy despacio.

El elfo miró a Harry sonriente.

—¡Harry Potter sólo tiene que pedírmelo, señor!

—Necesito encontrar un sitio donde veintiocho personas puedan practicar Defensa Contra las Artes Oscuras sin que las descubra ningún profesor, sobre todo —añadió, agarrando con tanta fuerza el libro que las cicatrices brillaron con un tono blanco y perlado— la profesora Umbridge.

Se había imaginado que la sonrisa del elfo desaparecería con rapidez y que Dobby agacharía las orejas o diría que eso era imposible, o como mucho que intentaría buscar algún sitio, pero se equivocó. Lo que no esperaba era que Dobby pegara un saltito, agitando alegremente las orejas, y diera una palmada.

—¡Dobby conoce el sitio perfecto, señor! —exclamó—. Dobby oyó hablar de él a los otros elfos domésticos cuando llegó a Hogwarts, señor. ¡Lo llamamos la Sala que Viene y Va, señor, o la Sala de los Menesteres!

—¿Por qué la llamáis así? —preguntó Harry, intrigado.

—Porque es una sala en la que uno sólo puede entrar —explicó Dobby poniéndose muy serio— cuando tiene verdadera necesidad. A veces está allí y a veces no, pero cuando aparece siempre está equipada para satisfacer las necesidades de la persona que la busca. Dobby la ha utilizado en algunas ocasiones, señor —añadió el elfo bajando la voz, como si tuviera remordimientos—, cuando Winky estaba muy borracha; Dobby la ha escondido en la Sala de los Menesteres y ha encontrado allí antídotos contra la cerveza de mantequilla, y una bonita cama de tamaño adecuado para los elfos donde ponerla a dormir, señor… Y Dobby sabe que el señor Filch ha encontrado allí productos de limpieza extra cuando se le han terminado, señor, y…

—Y si necesitas urgentemente un lavabo —terció Harry, que de pronto había recordado algo que había dicho Dumbledore en el baile de Navidad el curso anterior—, ¿se llena de orinales?

—Dobby se imagina que sí, señor —afirmó el elfo asintiendo enérgicamente con la cabeza—. Es una sala muy especial, señor.

—¿Cuánta gente conoce su existencia? —le preguntó Harry enderezándose un poco más en la butaca.

—Muy poca, señor. La mayoría tropiezan con ella cuando la necesitan, señor, pero no suelen volver a encontrarla porque no saben que siempre está allí esperando a que se solicite su servicio, señor.

—¡Parece estupendo! —exclamó Harry muy animado—. ¡Parece perfecto, Dobby! ¿Cuándo podrás enseñarme dónde está?

—Cuando Harry Potter quiera, señor —repuso Dobby, que se mostraba encantado con el entusiasmo del chico—. ¡Podríamos ir ahora mismo si así lo quiere Harry Potter!

Harry estuvo tentado de ir con Dobby a buscar la Sala de los Menesteres. Ya se estaba levantando de la butaca, con la intención de subir a toda prisa a su dormitorio para coger la capa invisible, cuando una voz (que no era la primera vez que oía) que se parecía mucho a la de Hermione le susurró al oído: «Imprudente.» Realmente era muy tarde y estaba agotado.

—Esta noche no, Dobby —dijo Harry a regañadientes, y volvió a sentarse en la butaca—. Esto es muy importante… No quisiera estropearlo, necesito planearlo todo muy bien. Oye, ¿puedes decirme dónde está con exactitud esa Sala de los Menesteres, y cómo entrar en ella?

···

Las túnicas ondeaban al viento y se les enroscaban alrededor del cuerpo mientras atravesaban chapoteando los inundados huertos para asistir a una clase de dos horas de Herbología. El martilleo de las gotas de lluvia, duras como piedras de granizo, apenas les dejaba oír lo que les decía la profesora Sprout. Aquella tarde la clase de Cuidado de Criaturas Mágicas tuvo que trasladarse de los jardines, azotados por la tormenta, a un aula libre de la planta baja, y para gran alivio de los miembros del equipo de
quidditch
, Angelina se había dirigido a ellos a la hora de la comida para informarles de que se había suspendido el entrenamiento.

—Genial —comentó Harry en voz baja cuando Angelina se lo comunicó—, porque hemos encontrado un sitio para celebrar nuestra primera reunión de defensa. Hoy a las ocho en punto en el séptimo piso, frente al tapiz en que los trols están dándole garrotazos a Barnabás el Chiflado. ¿Podrás avisar a Katie y a Alicia?

Angelina se mostró un poco acobardada, pero prometió decírselo a las demás. Harry, que estaba muerto de hambre, siguió comiendo salchichas y puré de patata. Cuando levantó la cabeza para beber un sorbo de zumo de calabaza, vio que Hermione lo observaba atentamente.

—¿Qué pasa? —le preguntó con la boca llena.

—Bueno… Es que no sé si debemos fiarnos de Dobby. ¿No te acuerdas de que te dejó sin huesos en un brazo?

—Esa sala no es una idea descabellada de Dobby. Dumbledore también la conoce, me habló de ella en el baile de Navidad.

La expresión de Hermione se relajó un tanto.

—¿Dumbledore te habló de ella?

—Sólo de pasada —comentó Harry encogiéndose de hombros.

—Ah, bueno, entonces de acuerdo —dijo Hermione con decisión, y ya no puso más reparos.

Harry, Ron y Hermione habían dedicado gran parte del día a buscar a los compañeros que habían firmado en la lista para decirles dónde iban a reunirse aquella noche. Por desgracia para Harry, fue Ginny la que encontró primero a Cho y a su amiga; finalizada la cena estaba convencido de que la noticia ya había llegado a las veinticinco personas que habían acudido a la cita del pub.

A las siete y media, los tres amigos salieron de la sala común de Gryffindor. Harry llevaba un trozo de pergamino viejo en una mano. Los alumnos de quinto curso podían estar en los pasillos hasta las nueve en punto, pero aun así los tres volvían continuamente la cabeza, nerviosos, mientras se dirigían hacia el séptimo piso.

—Un momento —dijo Harry al llegar al final del último tramo de escaleras, y desenrolló el trozo de pergamino. Le dio un golpe con la varita y recitó en voz baja—: ¡Juro solemnemente que mis intenciones no son buenas!

Un mapa de Hogwarts apareció en la superficie en blanco del pergamino. Unos diminutos puntos negros móviles, etiquetados con nombres, mostraban dónde se encontraban en aquel momento algunas personas.

—Filch está en el segundo piso —afirmó Harry acercándose el mapa a los ojos—. Y la
Señora Norris
está en el cuarto.

—¿Y la profesora Umbridge? —le preguntó Hermione, inquieta.

—En su despacho —contestó él, y lo señaló—. Vale, sigamos. —Echaron a andar a buen ritmo por el pasillo hasta el lugar que Dobby le había descrito a Harry: un tramo vacío de pared frente a un enorme tapiz que representaba el absurdo intento de Barnabás el Chiflado de enseñar ballet a los trols—. Muy bien —dijo Harry en voz baja mientras un apolillado trol dejaba por un momento de aporrear despiadadamente a su frustrado profesor de ballet para observarlos—. Dobby dijo que teníamos que pasar tres veces por delante de este trozo de pared, concentrándonos en lo que necesitamos.

Así lo hicieron: dieron media vuelta bruscamente al llegar a la ventana que había más allá del tramo vacío de pared, y luego regresaron al alcanzar el jarrón del tamaño de una persona que había en el otro extremo. Ron tenía los ojos cerrados con fuerza, Hermione susurraba algo y Harry tenía los puños apretados y miraba al frente.

«Necesitamos un sitio donde aprender a luchar… —pensó—. Danos un sitio donde practicar… Un sitio donde no puedan encontrarnos…»

—¡Harry! —exclamó Hermione cuando se dieron la vuelta después de hacer el recorrido por tercera vez.

Una puerta de brillante madera había aparecido en la pared. Ron la miraba fijamente y parecía un poco receloso. Harry extendió un brazo, agarró el picaporte de latón, abrió y entró el primero en una amplia estancia en la que ardían parpadeantes antorchas como las que iluminaban las mazmorras, ocho pisos más abajo.

Las paredes estaban cubiertas de estanterías de madera, y en lugar de sillas había unos enormes cojines de seda en el suelo. En unos estantes, en la pared del fondo de la sala, se veían una serie de instrumentos, como chivatoscopios, sensores de ocultamiento y un gran reflector de enemigos rajado que Harry estaba seguro de haber visto el año anterior en el despacho del falso Moody.

—Esto nos vendrá muy bien cuando practiquemos hechizos aturdidores —comentó Ron con entusiasmo dándole unos golpecitos con el pie a uno de los cojines.

—¡Y mirad los libros! —gritó Hermione, emocionada, mientras pasaba un dedo por los lomos de los grandes volúmenes encuadernados en piel—.
Compendio de maldiciones básicas y cómo combatirlas… Cómo burlar las artes oscuras… Hechizos de autodefensa…
¡Uf! —Radiante, se volvió y miró a Harry, quien comprendió que la presencia de aquellos cientos de libros había convencido definitivamente a Hermione de que lo que estaban haciendo era correcto—. Esto es fabuloso, Harry. ¡Aquí está todo lo que necesitamos!

Y sin más preámbulos, cogió
Embrujos para embrujados
del estante, se sentó en el primer cojín que encontró y se puso a leer.

Entonces oyeron unos golpecitos en la puerta. Harry se dio la vuelta. Habían llegado Ginny, Neville, Lavender, Parvati y Dean.

—¡Vaya! —exclamó Dean observando lo que lo rodeaba impresionado—. ¿Qué es esto?

Harry empezó a explicárselo, pero antes de que hubiera terminado llegó más gente y tuvo que empezar de nuevo. A las ocho en punto todos los cojines ya estaban ocupados. Harry fue hacia la puerta y giró la llave que había en la cerradura con un ruido lo bastante fuerte para convencer a los asistentes; éstos, por su parte, guardaron silencio y se quedaron mirando a Harry. Hermione marcó con cuidado la página que estaba leyendo de
Embrujos para embrujados
y dejó el libro a un lado.

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