Harry Potter. La colección completa (227 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

BOOK: Harry Potter. La colección completa
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Harry miró con disimulo por la puerta al pasar por delante. Los
aurores
habían cubierto las paredes con fotografías de sus familias y de los magos más buscados, carteles de sus equipos de
quidditch
favoritos y artículos de
El Profeta.
Dentro había un individuo, con una túnica de color escarlata y una coleta más larga que la de Bill, que estaba sentado con las botas encima de la mesa dictándole un informe a su pluma. Un poco más allá, una bruja con un parche en un ojo hablaba con Kingsley Shacklebolt por encima de la pared de su compartimento.

—Buenos días, Weasley —lo saludó Kingsley con desgano cuando se acercaron a él—. Quiero hablar contigo, ¿tienes un momento?

—Si sólo es un momento, sí —contestó el señor Weasley—. Tengo mucha prisa.

Hablaban como si apenas se conocieran, y cuando Harry despegó los labios para saludar a Kingsley, el señor Weasley le dio un pisotón. Siguieron a Kingsley por un pasillo hasta llegar al último cubículo.

Harry sufrió una pequeña conmoción, pues la cara de Sirius lo miraba pestañeando desde todas las paredes, cubiertas de recortes de periódico y viejas fotografías, incluida una de Sirius haciendo de padrino en la boda de los Potter. El único espacio donde no aparecía la cara de Sirius era el que ocupaba un mapamundi en el que había clavados pequeños alfileres rojos que relucían como joyas.

—Toma —le dijo Kingsley con brusquedad al señor Weasley, poniéndole un fajo de pergaminos en las manos—. Necesito toda la información que puedas conseguir sobre vehículos
muggles
voladores avistados en los doce últimos meses. Hemos recibido información de que Black podría seguir utilizando su vieja motocicleta. —Kingsley le hizo un enorme guiño a Harry y añadió en un susurro—: Dale la revista, quizá la encuentre interesante. —Luego, hablando otra vez en un tono de voz normal, añadió—: Y no tardes demasiado, Weasley, el retraso en aquel informe sobre armas de juego tuvo la investigación en suspenso durante más de un mes.

—Si hubieras leído mi informe sabrías que la expresión es «armas de fuego» —respondió el señor Weasley fríamente—. Y me temo que si buscas información sobre motocicletas tendrás que esperar, porque ahora estamos muy ocupados. —Bajó la voz y dijo—: A ver si puedes salir antes de las siete; Molly va a hacer albóndigas.

Le hizo señas a Harry y lo sacó del cubículo de Kingsley; pasaron por otras puertas de roble, recorrieron otro pasillo, torcieron a la izquierda, desfilaron por otro pasillo más, torcieron a la derecha por un nuevo pasillo, mal iluminado y feo, y por fin se encontraron ante una pared; a la izquierda había una puerta entornada que dejaba entrever un armario de escobas, y a la derecha otra puerta con una placa de latón deslustrada que decía: «Uso Indebido de Artefactos
Muggles

El sombrío despacho del señor Weasley parecía un poco más pequeño que el armario de las escobas. Dentro había dos mesas apretujadas, y apenas quedaba espacio para moverse a su alrededor por culpa de los rebosantes archivadores que cubrían las paredes, encima de los cuales había montones de documentos en precario equilibrio. El poco espacio libre de la pared delataba las obsesiones del señor Weasley, pues estaba lleno de varios carteles de coches, entre ellos uno de un motor desmontado, dos ilustraciones de buzones que parecían recortadas de libros infantiles y un diagrama que mostraba cómo montar un enchufe.

Encima de la desbordada bandeja que contenía la correspondencia sin abrir del señor Weasley, se hallaba una vieja tostadora que hipaba con desconsuelo y un par de guantes de piel vacíos que movían los pulgares. Junto a la bandeja había una fotografía de la familia Weasley. Harry se fijó en que Percy, al parecer, había salido de ella.

—No tenemos ventana —se disculpó el señor Weasley al mismo tiempo que se quitaba la cazadora y la colgaba del respaldo de su silla—. La hemos pedido, pero por lo visto no creen que la necesitemos. Siéntate, Harry, veo que Perkins todavía no ha llegado.

Harry se sentó en la silla que había detrás de la mesa de Perkins mientras el señor Weasley daba un vistazo al fajo de pergaminos que le había entregado Kingsley Shacklebolt.

—¡Ah! —dijo, sonriendo, y extrajo del montón un ejemplar de la revista
El Quisquilloso
—, sí… —Se puso a hojear la revista—. Sí, Kingsley tiene razón, seguro que Sirius encuentra esto muy divertido. ¡Vaya! ¿Qué será eso?

Un memorándum entró volando por la puerta abierta y se posó encima de la tostadora hipante. El señor Weasley lo desdobló y lo leyó en voz alta:

—«Tercer inodoro público regurgitante denunciado en Bethnal Green; por favor, investiguen de inmediato.» Esto ya es demasiado…

—¿Un inodoro regurgitante?

—Bromistas
antimuggles
—explicó el señor Weasley frunciendo el entrecejo—. La semana pasada tuvimos dos, uno en Wimbledon y otro en Elephant and Castle. Los
muggles
tiran de la cadena y en lugar de desaparecer todo… Bueno, ya te lo imaginas. Los pobres llaman a esos… sonajeros, creo que se llaman, ya sabes, los que arreglan sus cañerías y esas cosas.

—¿Fontaneros?

—Eso es, pero, como es lógico, no saben qué hacer. Espero que podamos atrapar al responsable.

—¿Se encargan los
aurores
de buscarlo?

—Oh, no, esto es demasiado trivial para los
aurores
; lo hará la Patrulla de Seguridad Mágica. Ah, Harry, te presento a Perkins.

Un anciano mago, encorvado y de aspecto tímido, que lucía un suave y sedoso cabello blanco, acababa de entrar en la habitación jadeando.

—¡Oh, Arthur! —exclamó desesperadamente sin mirar a Harry—. Por fin te encuentro, no sabía qué hacer, si esperarte aquí o no. He enviado una lechuza a tu casa, pero veo que no la has recibido. Hace diez minutos llegó un mensaje urgente…

—Ya sé, lo del inodoro regurgitante —comentó el señor Weasley.

—No, no, no es el inodoro, es la vista de ese chico, Potter. Han cambiado la hora y el lugar: empieza a las ocho en punto y se celebra abajo, en la vieja sala número diez del tribunal…

—En la vieja sala… Pero si a mí me dijeron… ¡Por las barbas de Merlín! —El señor Weasley consultó su reloj, soltó un grito y se levantó de un brinco de la silla—. ¡Rápido, Harry, hace cinco minutos que deberíamos estar allí!

Perkins se pegó a los archivadores mientras el señor Weasley salía corriendo del despacho con Harry pisándole los talones.

—¿Por qué han cambiado la hora? —preguntó éste, casi sin aliento, mientras pasaban a toda velocidad por delante de los cubículos de los
aurores
; la gente asomaba la cabeza y se quedaba mirándolos. Harry tenía la sensación de que se había dejado las tripas en la mesa de Perkins.

—¡No tengo ni idea, pero menos mal que hemos venido con tiempo; si no te hubieras presentado habría sido catastrófico! —El señor Weasley se detuvo patinando junto a los ascensores y pulsó con impaciencia el botón de «Bajar»—. ¡Vamos!

Apareció el ascensor, acompañado de fuertes ruidos metálicos, y subieron en él rápidamente. Cada vez que el ascensor se detenía en una planta, el señor Weasley se ponía a maldecir, furioso, y aporreaba el botón número nueve.

—Esas salas del tribunal no se utilizan desde hace años —explicó el señor Weasley con enojo—. No sé cómo se les ha ocurrido celebrar la vista allí, a menos que… Pero no…

Una bruja regordeta, que llevaba una copa humeante, entró en ese momento en el ascensor, y el señor Weasley no dio más explicaciones.

—El Atrio —dijo la gélida voz femenina, y las rejas doradas se abrieron mostrando a Harry una lejana vista de las estatuas doradas de la fuente. La bruja regordeta salió del ascensor, y entró un mago de piel cetrina y rostro muy triste.

—Buenos días, Arthur —saludó con voz sepulcral mientras el ascensor empezaba a descender de nuevo—. No se te ve mucho por aquí abajo.

—Es un asunto urgente, Bode —dijo el señor Weasley, que se balanceaba sobre la punta de los pies y lanzaba nerviosas miradas a Harry.

—¡Ah, sí! —exclamó Bode mirando a Harry sin pestañear—. Claro.

Harry ya no era capaz de experimentar más emociones, pero la imperturbable mirada de Bode no hizo que se sintiera muy cómodo.

—Departamento de Misterios —anunció la voz femenina, y no dijo nada más.

—Rápido, Harry —lo apremió el señor Weasley cuando las puertas del ascensor se abrieron, y entonces echaron a correr por un pasillo muy distinto de los superiores.

Las paredes estaban desnudas; no había ventanas ni puertas, aparte de una, negra y sencilla, situada al final. Harry pensó que entrarían por ella, pero el señor Weasley lo agarró por un brazo y lo arrastró hacia la izquierda, donde había una abertura que conducía a unos escalones.

—Por aquí, por aquí —indicó el señor Weasley, jadeante, bajando los escalones de dos en dos—. El ascensor no llega tan abajo… ¿Por qué la celebrarán aquí?

Llegaron al final de los escalones y corrieron por un nuevo pasillo muy parecido al que conducía a la mazmorra de Snape en Hogwarts, con bastas paredes de piedra en las que había soportes con antorchas. Las puertas de ese pasillo eran de madera muy gruesa, con cerrojos y cerraduras de hierro.

—Sala… diez… Creo que… Ya casi… Sí.

El señor Weasley se detuvo frente a una sucia y oscura puerta con un inmenso cerrojo de hierro y se apoyó en la pared, llevándose una mano al pecho, donde notaba una fuerte punzada.

—Adelante —dijo entrecortadamente, señalando la puerta con el pulgar—. Entra.

—¿Usted no… entra… conmigo?

—No, no, yo no estoy autorizado. ¡Buena suerte!

El corazón de Harry latía con violencia contra su nuez. Tragó saliva, giró el pesado pomo de hierro de la puerta y entró en la sala del tribunal.

8
La vista

Harry no pudo contener un grito de asombro. La enorme mazmorra en la que había entrado le resultaba espantosamente familiar. No sólo la había visto antes, sino que había estado allí. Era el lugar que había visitado dentro del
pensadero
de Dumbledore, donde había visto cómo sentenciaban a los Lestrange a cadena perpetua en Azkaban.

Las paredes eran de piedra oscura, y las antorchas apenas las iluminaban. Había gradas vacías a ambos lados, pero enfrente, en los bancos más altos, había muchas figuras entre sombras. Estaban hablando en voz baja, pero cuando la gruesa puerta se cerró detrás de Harry se hizo un tremendo silencio.

Una fría voz masculina resonó en la sala del tribunal:

—Llegas tarde.

—Lo siento —se disculpó Harry, nervioso—. No… no sabía que habían cambiado la hora y el lugar.

—De eso no tiene la culpa el Wizengamot —dijo la voz—. Esta mañana te hemos enviado una lechuza. Siéntate.

Harry miró la silla que había en el centro de la sala, que tenía los reposabrazos cubiertos de cadenas. Había visto cómo aquellas cadenas cobraban vida y ataban a la persona que se había sentado en la silla. Echó a andar por el suelo de piedra y sus pasos produjeron un fuerte eco. Cuando se sentó, con cautela, en el borde de la silla, las cadenas tintinearon amenazadoramente, pero no lo ataron. Estaba muy mareado, a pesar de lo cual miró a la gente que estaba sentada en los bancos de enfrente.

Había unas cincuenta personas que, por lo que pudo observar, llevaban túnicas de color morado con una ornamentada «W» de plata en el lado izquierdo del pecho; todas lo miraban fijamente, algunas con expresión muy adusta, y otras con franca curiosidad.

En medio de la primera fila estaba Cornelius Fudge, el ministro de Magia. Fudge era un hombre corpulento que solía llevar un bombín de color verde lima, aunque ese día no se lo había puesto; tampoco lucía aquella sonrisa indulgente que le había dedicado a Harry cuando en una ocasión habló con él. Una bruja de mandíbula cuadrada y con el pelo gris muy corto estaba sentada a la izquierda de Fudge; llevaba un monóculo y su aspecto era verdaderamente severo. A la derecha de Fudge había otra bruja, pero estaba sentada con la espalda apoyada en el respaldo del banco, de manera que su rostro quedaba en sombras.

—Muy bien —dijo Fudge—. Hallándose presente el acusado, por fin podemos empezar. ¿Están preparados? —preguntó a las demás personas que ocupaban el banco.

—Sí, señor —respondió una voz ansiosa que Harry reconoció al instante.

Era Percy, el hermano de Ron, que estaba sentado al final del banco de la primera fila. Harry miró a Percy esperando ver en su rostro alguna señal de reconocimiento, pero no la encontró. Percy tenía los ojos clavados en su pergamino, y una pluma preparada en la mano.

—Vista disciplinaria del doce de agosto —comenzó Fudge con voz sonora, y Percy empezó a tomar notas de inmediato— por el delito contra el Decreto para la moderada limitación de la brujería en menores de edad y contra el Estatuto Internacional del Secreto de los Brujos, cometido por Harry James Potter, residente en el número cuatro de Privet Drive, Little Whinging, Surrey.

»Interrogadores: Cornelius Oswald Fudge, ministro de Magia; Amelia Susan Bones, jefa del Departamento de Seguridad Mágica; Dolores Jane Umbridge, subsecretaria del ministro. Escribiente del tribunal, Percy Ignatius Weasley…

—Testigo de la defensa, Albus Percival Wulfric Brian Dumbledore —dijo una voz queda por detrás de Harry, quien giró la cabeza con tanta brusquedad que se hizo daño en el cuello.

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