Harry Potter. La colección completa (237 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

BOOK: Harry Potter. La colección completa
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—Este año se ha ido un poco por las ramas, ¿no? —comentó Ron arqueando las cejas.

—Pero tiene mucha razón —repuso Harry.

El Sombrero Seleccionador solía limitarse a describir las diferentes cualidades que buscaba cada una de las casas de Hogwarts y su forma de seleccionar a los alumnos. Harry no recordaba que el Sombrero Seleccionador hubiera dado consejos al colegio.

—Me pregunto si habrá hecho advertencias como ésta alguna otra vez —dijo Hermione con ansiedad.

—Sí, ya lo creo —afirmó Nick Casi Decapitado dándoselas de entendido e inclinándose hacia ella a través de Neville (quien hizo una mueca, pues era muy desagradable tener a un fantasma atravesando tu cuerpo)—. El sombrero se cree obligado a prevenir al colegio siempre que…

Pero la profesora McGonagall, que esperaba para empezar a leer la lista de alumnos de primer año, miraba a los ruidosos muchachos con aquellos ojos que abrasaban. Nick Casi Decapitado se llevó un transparente dedo a los labios y se sentó remilgadamente tieso, y los murmullos cesaron de inmediato. La profesora McGonagall, tras recorrer por última vez las cuatro mesas con el entrecejo fruncido, bajó la vista hacia el largo trozo de pergamino que tenía entre las manos y pronunció el primer nombre:

—Abercrombie, Euan.

El muchacho muerto de miedo en el que Harry se había fijado antes se adelantó dando trompicones y se puso el sombrero en la cabeza; sus grandes orejas impidieron que éste se le cayera hasta los hombros. El sombrero caviló unos instantes, y luego la rasgadura que tenía cerca del borde volvió a abrirse y gritó:

—¡Gryffindor!

Harry aplaudió con el resto de los de su casa mientras Euan Abercrombie iba tambaleándose hasta su mesa y se sentaba; parecía que estaba deseando que se lo tragara la tierra para que nadie volviera a mirarlo jamás.

Poco a poco, la larga fila de alumnos de primero fue disminuyendo. En las pausas que había entre la lectura de los nombres y la decisión del Sombrero Seleccionador, Harry oía cómo a Ron le sonaban las tripas. Finalmente seleccionaron a «Zeller, Rose» para Hufflepuff, y la profesora McGonagall recogió el sombrero y el taburete y se los llevó mientras el profesor Dumbledore se ponía en pie.

Pese a los amargos sentimientos que Harry había experimentado últimamente hacia su director, en ese momento lo tranquilizó ver a Dumbledore de pie ante los alumnos. Entre la ausencia de Hagrid y la presencia de los caballos con pinta de dragón, tenía la sensación de que su regreso a Hogwarts, tan esperado, estaba lleno de inesperadas sorpresas, como notas discordantes en una canción conocida. Sin embargo, la ceremonia era, al menos en aquel instante, como se suponía que debía ser: el director del colegio se levantaba para saludarlos a todos antes del banquete de bienvenida.

—A los nuevos —dijo Dumbledore con voz sonora, los brazos abiertos y extendidos y una radiante sonrisa en los labios— os digo: ¡bienvenidos! Y a los que no sois nuevos os repito: ¡bienvenidos otra vez! En toda reunión hay un momento adecuado para los discursos, y como éste no lo es, ¡al ataque!

Las palabras de Dumbledore fueron recibidas con risas y aplausos, y el director se sentó con sumo cuidado y se echó la larga barba sobre un hombro para que no se le metiera en el plato, pues la comida había aparecido por arte de magia, y las cinco largas mesas estaban llenas a rebosar de trozos de carne asada, pasteles y bandejas de verduras, pan, salsas y jarras de zumo de calabaza.

—Excelente —dijo Ron con un gemido de placer; luego agarró la bandeja de chuletas que tenía más cerca y empezó a amontonarlas en su plato bajo la nostálgica mirada de Nick Casi Decapitado.

—¿Qué decía usted antes de que se iniciara la Ceremonia de Selección? —le preguntó Hermione al fantasma—. Eso de que el sombrero podía lanzar advertencias.

—¡Ah, sí! —contestó Nick, contento de tener un motivo para apartar la mirada del plato de Ron, quien estaba comiendo patatas asadas con un entusiasmo casi indecente—. Sí, he oído al sombrero lanzar advertencias otras veces, siempre que ha detectado momentos de grave peligro para el colegio. Y, por supuesto, el consejo siempre ha sido el mismo: permaneced unidos, fortaleceos por dentro.

—¿Cóbo va a fabeb um fombebo fi el cobefio ftá em belifro? —preguntó Ron.

Tenía la boca tan llena que Harry creyó que era todo un logro que hubiera conseguido articular algún sonido.

—¿Cómo decís? —preguntó con mucha educación Nick Casi Decapitado mientras Hermione hacía una mueca de asco. Ron tragó como pudo y repitió:

—¿Cómo va a saber un sombrero si el colegio está en peligro?

—No tengo ni idea —respondió el fantasma—. Bueno, vive en el despacho de Dumbledore, así que supongo que allí se entera de cosas.

—¿Y pretende que todas las casas sean amigas? —inquirió Harry echando un vistazo a la mesa de Slytherin, donde estaba Draco Malfoy rodeado de admiradores—. Pues lo tiene claro.

—Mirad, no deberíais adoptar esa actitud —les aconsejó Nick en tono reprobatorio—. Cooperación pacífica, ésa es la clave. Nosotros, los fantasmas, pese a pertenecer a diferentes casas, mantenemos vínculos de amistad. Aunque haya competitividad entre Gryffindor y Slytherin, a mí ni se me ocurriría provocar una discusión con el Barón Sanguinario.

—Ya, pero eso es porque le tiene usted miedo —aseguró Ron.

Nick Casi Decapitado se ofendió mucho.

—¿Miedo? ¡Creo poder afirmar que yo, sir Nicholas de Mimsy-Porpington, nunca jamás he pecado de cobarde! La noble sangre que corre por mis venas…

—¿Qué sangre? —lo interrumpió Ron—. Pero si usted ya no tiene…

—¡Es una forma de hablar! —exclamó Nick Casi Decapitado, tan enojado que empezó a temblarle aparatosamente la cabeza sobre el cuello medio rebanado—. ¡Espero tener todavía libertad para utilizar las palabras que se me antojen, dado que los placeres de la comida y de la bebida me han sido negados! Pero ¡ya estoy acostumbrado a que los alumnos se rían de mi muerte, os lo aseguro!

—¡Ron no se estaba riendo de usted, Nick! —terció Hermione fulminando a su amigo con la mirada.

Por desgracia, éste volvía a tener la boca a punto de explotar, y lo único que consiguió decir fue: «Nunfa me gío fon ga boga gena», algo que Nick no consideró una disculpa adecuada. Se elevó, se colocó bien el sombrero con plumas y se fue hacia el otro extremo de la mesa, donde se sentó entre los hermanos Creevey, Colin y Dennis.

—Felicidades, Ron —le soltó Hermione.

—¿Qué pasa? —protestó él, indignado; al fin había conseguido tragar la comida que tenía en la boca—. ¿No puedo hacer una sencilla pregunta?

—Olvídalo —dijo Hermione con fastidio, y ambos estuvieron el resto de la cena callados y enfurruñados.

Harry estaba tan acostumbrado a sus discusiones que no se molestó en intentar reconciliarlos; le pareció que empleaba mucho mejor su tiempo comiéndose el pastel de filete y riñones, y luego una gran ración de su tarta de melaza favorita.

Cuando todos los alumnos terminaron de comer y el nivel de ruido del Gran Comedor empezó a subir de nuevo, Dumbledore se puso una vez más en pie. Las conversaciones se interrumpieron al instante y todos giraron la cabeza para mirar al director. En ese momento Harry estaba maravillosamente amodorrado. Su cama de cuatro columnas lo esperaba arriba, blanda y calentita…

—Bueno, ahora que estamos digiriendo otro magnífico banquete, os pido un instante de atención para los habituales avisos de principio de curso —anunció Dumbledore—. Los de primer año deben saber que los alumnos tienen prohibido entrar en los bosques de los terrenos del castillo, y algunos de nuestros antiguos alumnos también deberían recordarlo. —Harry, Ron y Hermione se miraron y rieron por lo bajo—. El señor Filch, el conserje, me ha pedido, y según dice ya van cuatrocientas sesenta y dos veces, que os recuerde a todos que no está permitido hacer magia en los pasillos entre clase y clase, así como unas cuantas cosas más que podéis revisar en la larga lista que hay colgada en la puerta de su despacho.

»Este año hay dos cambios en el profesorado. Estamos muy contentos de dar la bienvenida a la profesora Grubbly-Plank, que se encargará de las clases de Cuidado de Criaturas Mágicas; también nos complace enormemente presentaros a la profesora Umbridge, la nueva responsable de Defensa Contra las Artes Oscuras.

Hubo un educado pero no muy entusiasta aplauso, durante el cual Harry, Ron y Hermione se miraron un tanto angustiados; Dumbledore no había especificado durante cuánto tiempo iba a dar clase la profesora Grubbly-Plank.

Después el director siguió diciendo:

—Las pruebas para los equipos de
quidditch
de cada casa tendrán lugar en…

Se interrumpió e interrogó con la mirada a la profesora Umbridge. Como no era mucho más alta de pie que sentada, se produjo un momento de confusión ya que nadie entendía por qué Dumbledore había dejado de hablar; pero entonces la profesora Umbridge se aclaró la garganta, «Ejem, ejem», y los alumnos se dieron cuenta de que se había levantado y de que pretendía pronunciar un discurso.

Dumbledore sólo vaciló unos segundos; luego se sentó con elegancia y miró con interés a la profesora Umbridge, como si lo que más deseara fuera oírla hablar. Otros miembros del profesorado no fueron tan hábiles disimulando su sorpresa. Las cejas de la profesora Sprout habían subido hasta la raíz de su airosa melena, y la profesora McGonagall tenía la boca más delgada que nunca. Era la primera vez que un profesor nuevo interrumpía a Dumbledore. Muchos alumnos sonrieron; era evidente que aquella mujer no tenía ni idea de cómo funcionaban las cosas en Hogwarts.

—Gracias, señor director —empezó la profesora Umbridge con una sonrisa tonta—, por esas amables palabras de bienvenida.

Tenía una voz muy chillona y entrecortada, de niña pequeña, y una vez más Harry sintió hacia ella una aversión que no podía explicarse; lo único que sabía era que todo en ella le resultaba repugnante, desde su estúpida voz hasta su esponjosa chaqueta de punto de color rosa. La profesora Umbridge volvió a carraspear («Ejem, ejem») y continuó su discurso.

—¡Bueno, en primer lugar quiero decir que me alegro de haber vuelto a Hogwarts! —Sonrió, enseñando unos dientes muy puntiagudos—. ¡Y de ver tantas caritas felices que me miran!

Harry echó un vistazo a su alrededor. Ninguna de las caras que vio tenía el aspecto de sentirse feliz. Más bien al contrario, todas parecían muy sorprendidas de que se dirigieran a ellas como si tuvieran cinco años.

—¡Estoy impaciente por conoceros a todos y estoy segura de que seremos muy buenos amigos!

Al oír aquello, los alumnos se miraron unos a otros; algunos ya no podían contener una sonrisa burlona.

—Estoy dispuesta a ser amiga suya mientras no tenga que ponerme nunca esa chaqueta —le susurró Parvati a Lavender, y ambas rieron por lo bajo.

La profesora Umbridge se aclaró la garganta una vez más («Ejem, ejem»), pero cuando habló de nuevo su voz ya no sonaba tan entrecortada como antes. Sonaba mucho más seria, y ahora sus palabras tenían un tono monótono, como si se las hubiera aprendido de memoria.

—El Ministerio de Magia siempre ha considerado de vital importancia la educación de los jóvenes magos y de las jóvenes brujas. Los excepcionales dones con los que nacisteis podrían quedar reducidos a nada si no se cultivaran y desarrollaran mediante una cuidadosa instrucción. Las ancestrales habilidades de la comunidad mágica deben ser transmitidas de generación en generación para que no se pierdan para siempre. El tesoro escondido del saber mágico acumulado por nuestros antepasados debe ser conservado, reabastecido y pulido por aquellos que han sido llamados a la noble profesión de la docencia.

Al llegar a ese punto la profesora Umbridge hizo una pausa y saludó con una pequeña inclinación de cabeza al resto de los profesores, pero ninguno le devolvió el saludo. Las oscuras cejas de la profesora McGonagall se habían contraído hasta tal punto que parecía un halcón, y a Harry no se le escapó la mirada de complicidad que intercambió con la profesora Sprout, mientras Umbridge carraspeaba otra vez y seguía con su perorata.

—Cada nuevo director o directora de Hogwarts ha aportado algo a la gran tarea de gobernar este histórico colegio, y así es como debe ser, pues si no hubiera progreso se llegaría al estancamiento y a la desintegración. Sin embargo, hay que poner freno al progreso por el progreso, pues muchas veces nuestras probadas tradiciones no aceptan retoques. Un equilibrio, por lo tanto, entre lo viejo y lo nuevo, entre la permanencia y el cambio, entre la tradición y la innovación…

Harry notó que su concentración disminuía, como si su cerebro se conectara y se desconectara. El silencio que siempre se apoderaba del Gran Comedor cuando hablaba Dumbledore estaba rompiéndose, pues los alumnos se acercaban unos a otros y juntaban las cabezas para cuchichear y reírse. En la mesa de Ravenclaw, Cho Chang charlaba la mar de animada con sus amigas. Unos cuantos asientos más allá, Luna Lovegood había sacado
El Quisquilloso.
Mientras tanto, en la mesa de Hufflepuff, Ernie Macmillan era uno de los pocos que seguían mirando fijamente a la profesora Umbridge, pero tenía los ojos vidriosos y Harry estaba seguro de que sólo fingía escuchar en un intento de hacer honor a la nueva insignia de prefecto que relucía en su pecho.

La profesora Umbridge no pareció reparar en la inquietud de su público. Harry tenía la impresión de que si se hubiera desatado una revuelta delante de sus narices, ella habría continuado, impasible, con su discurso. Los profesores, a pesar de todo, seguían escuchando con atención, y Hermione parecía pendiente de cada una de las palabras que pronunciaba, aunque, a juzgar por su expresión, no eran de su agrado.

—… porque algunos cambios serán para mejor, y otros, con el tiempo, se demostrará que fueron errores de juicio. Entre tanto se conservarán algunas viejas costumbres, y estará bien que así se haga, mientras que otras, desfasadas y anticuadas, deberán ser abandonadas. Sigamos adelante, así pues, hacia una nueva era de apertura, eficacia y responsabilidad, decididos a conservar lo que haya que conservar, perfeccionar lo que haya que perfeccionar y recortar las prácticas que creamos que han de ser prohibidas.

Y tras pronunciar esa última frase la mujer se sentó. Dumbledore aplaudió y los profesores lo imitaron, aunque Harry se fijó en que varios de ellos sólo juntaban las manos una o dos veces y luego paraban. Unos cuantos alumnos aplaudieron también, pero el final del discurso, del que en realidad sólo habían escuchado unas palabras, pilló desprevenidos a casi todos, y antes de que pudieran empezar a aplaudir como es debido, Dumbledore ya había dejado de hacerlo.

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