Harry Potter. La colección completa (342 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

BOOK: Harry Potter. La colección completa
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—Yo creo que sólo quería largarse de allí —opinó Hermione.

—Le enseñó a Borgin algo que nosotros no llegamos a ver —se empeñó Harry—. Algo que asustó mucho a Borgin. Era la Marca, estoy seguro. Quería demostrarle con quién estaba tratando, ya visteis que el hombre se lo tomó muy en serio.

Ron y Hermione volvieron a mirarse.

—No sé qué decirte, Harry…

—Sí, sigo sin creer que Quien-tú-sabes haya permitido a Malfoy unirse a…

Harry, contrariado pero convencido de que tenía razón, cogió varias túnicas de
quidditch
sucias y salió de la habitación; la señora Weasley llevaba días recordándoles que no convenía dejar los preparativos del viaje a Hogwarts para el último momento. En el rellano tropezó con Ginny, que volvía a su habitación con un montón de ropa limpia.

—Yo en tu lugar no entraría en la cocina en este momento —le avisó—. Está inundada de
Flegggrrr
.

—Iré con cuidado para no resbalar —replicó Harry sonriendo.

Y en efecto, cuando entró en la cocina, encontró a Fleur sentada a la mesa en pleno discurso sobre sus planes para la boda con Bill, mientras la señora Weasley, con cara avinagrada, vigilaba un considerable montón de coles de Bruselas que se limpiaban solas.

—…Bill y yo casi hemos decidido que sólo
tendgemos
dos damas de
honog
. Ginny y
Gabgielle quedagán
monísimas juntas. Estoy pensando en
vestiglas
de
colog ogo clago
; el
gosa
le
quedaguía
fatal a Ginny con el
colog
de su pelo…

—¡Ah, Harry! —exclamó la señora Weasley, interrumpiendo el monólogo de Fleur—. Quería explicarte las medidas de seguridad que hemos adoptado para el viaje a Hogwarts. Volveremos a tener coches del ministerio, y habrá
aurores
esperándonos en la estación…

—¿Irá Tonks? —preguntó Harry, y le dio la ropa sucia.

—No, no lo creo. Me parece que Arthur comentó que la han destinado a otro sitio.

—Esa
mujeg
se ha descuidado tanto… —caviló Fleur mientras examinaba su deslumbrante reflejo en una cucharilla—. Un
gave egog
, si
quiegues
mi opinión…

—Sí, gracias —la cortó la señora Weasley—. Más vale que espabiles, Harry. A ser posible, quiero que los baúles estén preparados esta noche para que mañana no haya las típicas prisas del último minuto.

Y la verdad es que, al día siguiente, la partida fue más tranquila de lo habitual. Cuando los coches del ministerio se detuvieron delante de La Madriguera, ellos ya estaban esperando con los baúles preparados; el gato de Hermione,
Crookshanks
, encerrado en su cesto de viaje; y
Hedwig
,
Pigwidgeon
—la lechuza de Ron— y
Arnold
—el nuevo
micropuff
morado de Ginny— en sus respectivas jaulas.


Au revoir, Hagy
—dijo Fleur con voz ronca, y le dio un beso de despedida.

Ron enseguida se abalanzó, ilusionado, pero Ginny le puso la zancadilla y el chico cayó cuan largo era a los pies de Fleur. Furioso, colorado y salpicado de barro, subió presuroso al coche sin despedirse.

En la estación de King's Cross no los aguardaba un Hagrid jovial, sino dos barbudos
aurores
de expresión adusta, ataviados con trajes oscuros de
muggle
. Se acercaron en cuanto los coches se detuvieron y, flanqueando al grupo, lo condujeron hasta la estación sin mediar palabra.

—Rápido, rápido, por la barrera —dijo la señora Weasley, un poco intimidada por tanta formalidad—. Convendría que Harry pasara primero, ya que…

Miró de manera inquisitiva a uno de los
aurores
. Éste asintió levemente y agarró a Harry por el brazo para dirigirlo hacia la barrera que separaba el andén nueve del diez.

—Sé caminar, gracias —protestó el chico, y de un tirón se soltó del
auror
. Luego embistió la sólida barrera con su carrito, ignorando a su silencioso acompañante, y un instante después se encontró en la plataforma nueve y tres cuartos, donde un tren de color escarlata, el expreso de Hogwarts, lanzaba nubes de vapor sobre la gente.

Hermione y los Weasley se le unieron a los pocos segundos. Sin consultar al malhumorado
auror
, Harry les hizo señas para que lo ayudaran a buscar un compartimiento vacío.

—No podemos, Harry —se disculpó Hermione—. Ron y yo debemos ir al vagón de los prefectos, y luego tenemos que patrullar un rato por los pasillos.

—¡Ah, claro! No me acordaba.

—Será mejor que subáis todos al tren, sólo faltan unos minutos para que arranque —dijo la señora Weasley, consultando su reloj de pulsera—. Bueno, que tengas un buen inicio de curso, Ron…

—¿Puedo hablar un momentito con usted, señor Weasley? —pidió Harry, pues acababa de tomar una decisión.

—Por supuesto —respondió el señor Weasley, un poco sorprendido, y ambos se apartaron del grupo.

Harry había meditado bastante sobre el asunto que le preocupaba y había llegado a la conclusión de que, si se decidía a contárselo a alguien, la persona más indicada era el señor Weasley; en primer lugar, porque trabajaba en el ministerio y, por tanto, estaba bien situado para seguir investigando, y en segundo lugar, porque creía que el riesgo de que montara en cólera no era muy elevado.

Advirtió que la señora Weasley y el
auror
con cara de antipático les lanzaban miradas desconfiadas.

—Cuando fuimos al callejón Diagon —empezó Harry, pero el señor Weasley se le adelantó y dijo con una mueca de desaprobación:

—¿Vas a contarme dónde os metisteis mientras se suponía que estabais en el reservado de Fred y George?

—¿Cómo lo ha sabido?

—Por favor, Harry. Estás hablando con el padre de los gemelos.

—Ya, claro. Bueno, pues tiene razón, no estábamos en el reservado.

—Muy bien. Y ahora, desembucha.

—Verá, nos pusimos mi capa invisible y seguimos a Draco Malfoy.

—¿Teníais algún motivo para hacerlo o sólo fue un capricho?

—Me pareció que Malfoy se traía algo entre manos —contestó Harry, sin hacer caso de la mezcla de exasperación y regocijo que mostraba el otro—. Le había dado esquinazo a su madre y yo quería saber por qué.

—Claro, lógico —comentó el señor Weasley con resignación—. ¿Y bien? ¿Lo averiguaste?

—Malfoy fue a Borgin y Burkes y se puso a intimidar a Borgin, el dueño, para que lo ayudara a arreglar algo. Y también dijo que quería que le guardara algo. Una cosa que, al parecer, es igual a esa que exigía que le arreglara. Como si tuviera una pareja. Y… —respiró hondo— hay otra cosa: vimos a Malfoy sobresaltarse mucho cuando Madame Malkin intentó tocarle el brazo izquierdo. Creo que le han grabado la Marca Tenebrosa y que ha relevado a su padre como
mortífago
.

Weasley se quedó atónito.

—Harry, dudo mucho que Quien-tú-sabes permitiera que un chico de dieciséis años…

—¿Tan seguros están todos de lo que haría y de lo que no haría Quien-usted-sabe? —repuso el chico, enfadado—. Lo siento, señor Weasley, pero ¿no opina que vale la pena investigarlo? Si Malfoy quiere que le arreglen algo y si necesita amenazar a Borgin para conseguirlo, debe de ser una cosa tenebrosa o peligrosa, ¿no le parece?

—Lo dudo mucho, Harry. Sinceramente. Mira, cuando detuvimos a Lucius Malfoy, registramos su casa y nos llevamos todo lo que podía resultar peligroso.

—Pues yo creo que se dejaron algo.

—Bueno, es posible —concedió el señor Weasley, pero Harry se dio cuenta de que sólo era mera cortesía.

Oyeron un pitido; casi todos los pasajeros habían subido al tren y estaban cerrando las puertas.

—Date prisa —dijo el señor Weasley, y su esposa gritó:

—¡Rápido, Harry!

El echó a correr y los Weasley lo ayudaron a subir el baúl.

—Vendrás a pasar las Navidades con nosotros, tesoro, ya nos hemos puesto de acuerdo con Dumbledore, así que nos veremos pronto —dijo la señora Weasley mientras Harry cerraba la puerta y el convoy se ponía en marcha—. ¡Ten mucho cuidado y… —el tren estaba acelerando— pórtate bien y… —echó a correr junto al vagón— cuídate!

Harry se despidió con la mano hasta que el expreso de Hogwarts tomó una curva y los Weasley casi se perdieron de vista; entonces se dio la vuelta en busca de los demás. Supuso que Ron y Hermione estarían en el vagón de los prefectos, pero vio a Ginny en el pasillo charlando con unas amigas. Se dirigió hacia allí arrastrando su baúl.

Al verlo acercarse, los otros estudiantes se quedaban mirándolo con todo descaro e incluso pegaban la cara a los cristales de sus compartimientos para observarlo bien. Él ya había previsto que durante ese curso tendría que soportar muchas miradas curiosas después de los rumores sobre «el Elegido» propagados por
El Profeta
, pero no le gustaba sentir que era el centro de atención.

—¿Vienes conmigo a buscar compartimiento? —le preguntó a Ginny.

—No puedo, Harry, he quedado con Dean —se disculpó ella con una sonrisa—. Nos vemos luego.

—Vale —contestó él, pero notó una extraña punzada de fastidio cuando la vio alejarse haciendo oscilar su roja cabellera. Durante el verano se había acostumbrado tanto a la compañía de Ginny que casi había olvidado que, en el colegio, ella no andaba mucho con él, ni con Ron o Hermione. Entonces parpadeó y miró alrededor: estaba rodeado de niñas que lo miraban cautivadas.

—¡Hola, Harry! —saludó una voz a sus espaldas.

—¡Neville! —exclamó con alivio al volverse y ver a un chico de cara redonda que intentaba abrirse paso hacia él.

—¡Hola, Harry! —dijo también una chica de cabello largo y grandes ojos vidriosos que iba con Neville.

—¡Hola, Luna! ¿Cómo estás?

—Muy bien, gracias —contestó ella. Llevaba una revista apretada contra el pecho; en la portada se anunciaba con grandes letras que ese número incluía unas espectro-gafas de regalo.

—Veo que
El Quisquilloso
sigue en la brecha —comentó Harry. Le tenía cierto cariño a ese periódico por haber publicado una entrevista en exclusiva con él el curso anterior.

—Sí, ya lo creo. Su tirada ha aumentado mucho —confirmó Luna, muy contenta.

—Vamos a buscar asientos —propuso Harry.

Los tres echaron a andar por el pasillo, pasando entre grupos de alumnos silenciosos que los miraban de hito en hito. Al final encontraron un compartimiento vacío y lo ocuparon con gran alivio.

—¿Te has fijado? ¡Nos miran a nosotros porque vamos contigo! —comentó Neville.

—Os miran porque también estuvisteis en el ministerio —lo corrigió Harry mientras ponía su baúl en la rejilla portaequipajes—. En
El Profeta
se ha hablado mucho de nuestra pequeña aventura allí. Te habrás enterado, ¿no?

—Sí, creí que a mi abuela le desagradaría tanta publicidad —repuso Neville—, pero el caso es que está encantada. Dice que por fin empiezo a hacer honor al apellido de mi padre. ¡Mira, me ha comprado una varita nueva! —La sacó y se la mostró—. Cerezo y pelo de unicornio —dijo con orgullo—. Creemos que fue la última que vendió Ollivander; al día siguiente desapareció. ¡Eh,
Trevor
, vuelve aquí! —Y se metió debajo del asiento para recuperar a su sapo, que acababa de protagonizar uno de sus frecuentes conatos de fuga.

—¿Seguiremos celebrando reuniones del
ED
este año, Harry? —preguntó Luna mientras despegaba unas gafas psicodélicas del interior de
El Quisquilloso
.

—No tendría sentido, puesto que ya nos libramos de la profesora Umbridge, ¿no? —respondió él, y se sentó.

Neville se golpeó la cabeza contra el asiento al salir de debajo.

—¡A mí me gustaba mucho el
ED
. ¡Aprendí muchísimo contigo!

—A mí también me gustaban esas reuniones —coincidió Luna—. Era lo más parecido a tener amigos.

Luna hacía a menudo ese tipo de comentarios embarazosos, y en esas ocasiones Harry sentía una desagradable mezcla de lástima y bochorno. Sin embargo, antes de que pudiera replicar hubo un pequeño alboroto en el pasillo: un grupo de niñas de cuarto cuchicheaban y reían delante del compartimiento.

—¡Pídeselo tú!

—¡No, tú!

—¡Ya se lo pido yo!

Y una de ellas, una niña con cara de atrevida y grandes ojos oscuros, de barbilla puntiaguda y largo cabello negro, abrió la puerta y entró.

—¡Hola, Harry! Me llamo Romilda Vane —se presentó con aplomo—. ¿Por qué no vienes a nuestro compartimiento? No tienes por qué sentarte con éstos —añadió señalando el trasero de Neville, que había vuelto a meterse debajo del asiento y buscaba a tientas a
Trevor
, y a Luna, que se había puesto las
espectrogafas
y parecía una lechuza multicolor chiflada.

—Son mis amigos —respondió Harry con frialdad.

—¡Ah! —musitó la niña, cortada—. Pues vale.

Se retiró y cerró la puerta corredera.

—La gente espera que tengas amigos más enrollados —observó Luna, exhibiendo una vez más su don para hacer comentarios de una franqueza turbadora.

—Vosotros sois enrollados —replicó Harry, tajante—. Ninguna de esas niñas estuvo en el ministerio. Ninguna peleó a mi lado.

—Eso que dices es muy bonito —le agradeció Luna, y se colocó bien las
espectrogafas
para leer
El Quisquilloso
.

—Pero nosotros no nos enfrentamos a «él» —intervino Neville, saliendo de debajo del asiento; tenía polvo y pelusa en el cabello y sujetaba con una mano a
Trevor
, que ponía cara de resignación—. Te enfrentaste tú. Tendrías que oír a mi abuela hablar de ti: «¡Ese Harry Potter tiene más agallas que todos los empleados del Ministerio de Magia juntos!» Daría cualquier cosa por que fueras su nieto.

Harry rió, incómodo, y se puso a hablar de los resultados de los
TIMOS
para cambiar de tema. Luego, mientras Neville recitaba sus notas y se preguntaba en voz alta si le dejarían hacer el
ÉXTASIS
de Transformaciones habiendo aprobado con un modesto aceptable, Harry lo observó sin prestar mucha atención a lo que decía.

Voldemort le había arruinado la infancia a Neville, igual que a él, pero el chico ni siquiera sospechaba lo cerca que había estado de que le tocara el destino de Harry. La profecía podía haberse referido a cualquiera de ellos dos, y sin embargo, por razones que sólo Voldemort conocía, éste había decidido creer que hacía alusión a Harry.

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