Harry Potter. La colección completa (344 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

BOOK: Harry Potter. La colección completa
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—Nos vemos luego —dijo, y sacó la capa invisible para echársela por encima.

—Pero ¿qué…? —preguntó Neville.

—¡Después te lo cuento! —susurró Harry, y se apresuró sigilosamente tras los pasos de Zabini, aunque el traqueteo del tren hacía innecesaria tanta cautela.

Los pasillos se habían quedado casi vacíos porque la mayoría de los alumnos había regresado a sus compartimientos para ponerse la túnica del colegio y recoger sus cosas. Aunque Harry iba casi pegado a la espalda de Zabini, no fue lo bastante ágil para meterse en el compartimiento en cuanto el chico abrió la puerta corredera, pero cuando iba a cerrarla logró encajar un pie para impedirlo.

—¿Qué le pasa a esta puerta? —se extrañó Zabini, y tiró de ella haciéndola chocar contra el pie de Harry.

Este la agarró con ambas manos y la abrió de un tirón. Zabini, que todavía aferraba el tirador, trastabilló de lado y fue a parar al regazo de Gregory Goyle. Aprovechando el momento de confusión, Harry se coló dentro, subió de un salto al asiento de Blaise, que éste todavía no había ocupado, y trepó a la rejilla portaequipajes. Afortunadamente Goyle y Zabini se estaban gruñendo el uno al otro y atraían las miradas de los demás, porque estaba seguro de que se le habían visto los pies y los tobillos al ondear la capa; es más, hubo un horrible instante en que creyó ver cómo la mirada de Malfoy seguía la fugaz trayectoria de una de sus zapatillas antes de que ésta desapareciera de la vista. Goyle cerró la puerta de golpe y apartó a Zabini de un empujón, que se desplomó en su asiento con gesto malhumorado. Vincent Crabbe volvió a la lectura de su cómic, y Malfoy, que reía por lo bajo, se tumbó ocupando dos asientos con la cabeza sobre las rodillas de Pansy Parkinson. Harry se acurrucó al máximo bajo la capa para asegurarse de que no asomaba ni un centímetro de su cuerpo. Luego miró cómo Pansy acariciaba el lacio y rubio cabello de Malfoy, sonriendo como si a cualquier chica le hubiera encantado estar en su lugar. Los focos del techo proyectaban una luz intensa, de modo que Harry podía leer sin dificultad el texto del cómic de Crabbe, que estaba sentado justo debajo de él.

—Cuéntame, Zabini —pidió Malfoy—. ¿Qué quería Slughorn?

—Sólo trataba de ganarse el favor de algunas personas bien relacionadas —contestó Zabini, que seguía mirando con rabia a Goyle—. Aunque no ha encontrado muchas.

Eso no pareció agradar a Malfoy.

—¿A quién más invitó? —inquirió.

—A McLaggen, de Gryffindor…

—Ya. Su tío es un pez gordo del ministerio.

—… a un tal Belby, de Ravenclaw…

—¿A ése? ¡Pero si es un mocoso! —intervino Pansy.

—…ya Longbottom, Potter y esa Weasley —terminó Zabini.

Malfoy se incorporó de golpe y apartó la mano de Pansy.

—¿Invitó a Longbottom?

—Supongo, porque Longbottom estaba allí —respondió Blaise con una mueca.

—¿Por qué iba a interesarle Longbottom? —preguntó Malfoy. Zabini se encogió de hombros—. A Potter, al maldito Potter, vale; es lógico que quisiera conocer al «Elegido» —se burló—, pero ¿a esa Weasley? ¿Qué tiene de especial?

—Muchos chicos están colados por ella —terció Pansy, observándolo de reojo para ver su reacción—. Hasta tú la encuentras guapa, ¿no, Blaise? ¡Y todos sabemos lo exigente que eres!

—Yo jamás tocaría a una repugnante traidora a la sangre como ella, por muy guapa que fuese —replicó Zabini con frialdad, y Pansy sonrió satisfecha.

Malfoy volvió a apoyarse en el regazo de la chica y dejó que siguiera acariciándole el cabello.

—Por lo visto, Slughorn tiene muy mal gusto. A lo mejor ya chochea. Es una lástima; mi padre siempre decía que en sus tiempos fue un gran mago, y él era uno de sus alumnos predilectos. Seguramente Slughorn no se ha enterado de que yo viajaba en el tren, porque si no…

—Yo no creo que te hubiese invitado —lo interrumpió Zabini—. Cuando llegué a la reunión, me preguntó por el padre de Nott. Se ve que eran viejos amigos, pero cuando se enteró de que lo habían pillado en el ministerio no pareció alegrarse, y Nott no fue invitado, ¿verdad? Me parece que a Slughorn no le interesan los
mortífagos
.

Malfoy, furioso, soltó una risa forzada.

—¿Y a mí qué me importa lo que le interesa? Al fin y al cabo, ¿quién es? Tan sólo un estúpido profesor. —Y dio un bostezo de hipopótamo—. Además, ni siquiera sé si el año que viene iré a Hogwarts —añadió—. ¿A mí qué más me da si le caigo bien o mal a un viejo gordo y estúpido?

—¿Qué quieres decir con que no sabes si irás a Hogwarts? —se alarmó Pansy, y dejó de acariciarlo.

—Nunca se sabe —replicó él, y esbozó una sonrisita picara—. Quizá me dedique a cosas más importantes e interesantes.

A Harry, acurrucado en la rejilla portaequipajes bajo su capa invisible, se le aceleró el corazón. ¿Qué dirían Ron y Hermione cuando les contara eso? Crabbe y Goyle miraban boquiabiertos a Malfoy; al parecer, no estaban al corriente de que hubiera planes de dedicarse a cosas más importantes e interesantes. Incluso Zabini permitió que una expresión de curiosidad estropeara sus altaneras facciones. Pansy volvió a acariciarle el cabello, atónita.

—¿Te refieres… a «él»?

—Mi madre quiere que acabe mi educación en Hogwarts —contestó Malfoy con un encogimiento de hombros—, pero francamente, tal como están las cosas, no creo que eso tenga tanta importancia. Si lo piensas un poco… Cuando el Señor Tenebroso se haga con el poder, ¿crees que se va a fijar en cuántos
TIMOS
y
ÉXTASIS
tiene cada uno? Pues claro que no. Lo que importará entonces será la clase de servicio que se le haya prestado o el grado de devoción demostrado.

—¿Y crees que tú podrás hacer algo por él? —repuso Zabini con tono mordaz—. Pero si sólo tienes dieciséis años y todavía no has terminado los estudios.

—¿No acabo de explicarlo? Sé que a él no le importará si he terminado los estudios o no. Quizá para hacer el trabajo que él quiera encomendarme no sea necesario tener ningún título —replicó Malfoy.

Crabbe y Goyle seguían boquiabiertos, como dos gárgolas, y Pansy miraba a Malfoy como si jamás hubiera visto nada tan impresionante.

—Ya se ve Hogwarts —anunció Malfoy, deleitándose con el efecto logrado, y señaló por la ventanilla envuelta en penumbra—. Será mejor que vayamos poniéndonos las túnicas.

Harry estaba tan concentrado observando a Malfoy que no se fijó en que Goyle intentaba bajar su baúl de la rejilla, y cuando lo logró, Harry recibió un fuerte golpe en la cabeza, de modo que no pudo reprimir un grito ahogado. Malfoy miró hacia la rejilla con cara de extrañeza.

Harry no le tenía miedo a Malfoy, pero no le hacía ninguna gracia que un grupo de alumnos de Slytherin poco amistosos lo descubrieran allí. Con los ojos llorosos y una aguda punzada de dolor en la cabeza, sacó su varita y esperó conteniendo la respiración. Por fortuna, Malfoy pareció decidir que se había imaginado aquel ruido; se puso la túnica como hacían los demás, cerró su baúl y, cuando el tren redujo la velocidad hasta casi detenerse, se abrochó una gruesa capa de viaje nueva.

Los pasillos volvían a llenarse y Harry confió en que Hermione y Ron le bajaran el equipaje al andén, dado que él no podría moverse de allí hasta que el compartimiento quedara vacío. Al fin, con una última sacudida, el tren se detuvo por completo. Goyle abrió la puerta y se sumergió en una riada de alumnos de segundo año, apartándolos a empellones; Crabbe y Zabini lo siguieron.

—Ve tú primero —le dijo Malfoy a Pansy, que lo esperaba con un brazo extendido, como si él fuera a cogerla de la mano—. Necesito comprobar una cosa.

Pansy salió, y Harry y Malfoy se quedaron a solas mientras un tropel de alumnos recorría el pasillo y bajaba al mal iluminado andén. Malfoy echó las cortinas de la puerta para que los del pasillo no lo viesen. Luego se agachó y abrió de nuevo su baúl.

Harry observaba desde el borde de la rejilla con el corazón palpitando. ¿Qué era eso que Malfoy no había querido enseñarle a Pansy? ¿Estaba a punto de ver el misterioso objeto roto que tan importante era que le repararan?


¡Petrificus totalus!

Sin previo aviso, Malfoy apuntó con su varita a Harry, que al instante quedó paralizado, perdió el equilibrio y, con un doloroso golpe que hizo temblar el suelo, cayó casi a cámara lenta a los pies de Malfoy. Quedó encima de la capa invisible, con todo el cuerpo expuesto y las piernas encogidas. Aturdido y paralizado, a duras penas logró mirar a Malfoy, que sonreía de oreja a oreja.

—Ya me lo imaginaba —se jactó éste—. He oído el golpe que Goyle te dio con el baúl. Y cuando Zabini regresó me pareció ver un destello blanco…

Sus ojos se detuvieron un instante en las zapatillas de Harry.

—Supongo que fuiste tú quien atascaba la puerta cuando entró Zabini. —Se quedó mirándolo—. No has oído nada que me importe, Potter. Pero ya que te tengo aquí… —Y le propinó una fuerte patada en la cara.

Harry notó cómo se le rompía la nariz, salpicando sangre por todos lados.

—Esto de parte de mi padre. Y ahora vamos a ver… —Sacó la capa de debajo del indefenso cuerpo y se ocupó de cubrirlo bien—. Listo. No creo que te encuentren hasta que el tren haya regresado a Londres —comentó con tranquilidad—. Ya nos veremos, Potter… o quizá no.

Y dicho eso, salió del compartimiento, no sin antes pisarle una mano.

8
La victoria de Snape

Harry no podía mover ni un músculo. Tendido bajo la capa invisible, oía voces y pasos provenientes del pasillo y notaba cómo la sangre que le brotaba de la nariz le resbalaba, caliente y húmeda, por la cara. Lo primero que pensó fue que seguramente alguien se encargaba de revisar los compartimientos antes de que el tren volviera a partir. Pero enseguida se dio cuenta de que, aunque alguien mirara en el que él se hallaba, no podría verlo ni oírlo. Su única esperanza era que entraran y tropezaran con él.

Harry nunca había odiado tanto a Malfoy como en ese momento, tendido patas arriba como una tortuga, mientras la sangre se le escurría en la boca entreabierta y le producía náuseas. En qué situación tan estúpida había acabado… Los últimos pasos que se percibían en el pasillo iban apagándose; los alumnos ya desfilaban por el andén, y Harry los oía hablar y arrastrar los baúles.

Ron y Hermione creerían que había bajado sin esperarlos, y cuando llegaran a Hogwarts y ocuparan sus asientos en el Gran Comedor, miraran a ambos lados de la mesa de Gryffindor varias veces y por fin comprendieran que no se encontraba allí, él ya estaría a mitad de camino de regreso a Londres.

Intentó emitir algún sonido, aunque sólo fuera un débil gruñido, pero fue en vano. Entonces recordó que algunos magos, como Dumbledore, podían realizar hechizos sin hablar, de modo que intentó hacerle un encantamiento convocador a su varita, que se le había caído de la mano, diciendo mentalmente «
¡Accio varita!
» una y otra vez, pero no ocurrió nada.

Le pareció percibir el susurro de los árboles que bordeaban el lago y también el lejano ululato de una lechuza, pero nada que indicara que estaban buscándolo, ni siquiera (y se avergonzó un poco al pensarlo) voces ansiosas preguntando dónde se había metido Harry Potter. La desesperación lo fue embargando cuando imaginó la caravana de carruajes, tirados por
thestrals
, avanzando lentamente hacia el colegio y las amortiguadas risotadas que, con toda seguridad, saldrían del coche de Malfoy una vez hubiera relatado a sus compañeros de Slytherin la mala pasada que le había jugado.

El tren dio una brusca sacudida y Harry quedó tumbado sobre un costado. En esa postura, en lugar del techo veía debajo de los asientos. La locomotora se puso en marcha y el suelo empezó a vibrar. El expreso de Hogwarts estaba a punto de abandonar la estación y nadie sabía que Harry todavía se hallaba en uno de sus vagones.

Entonces el muchacho notó que la capa invisible se levantaba y oyó una voz:

—Hola, Harry.

Hubo un destello rojizo y Harry recuperó la movilidad. Al punto logró sentarse y, adoptando una postura más digna, se limpió la sangre de la magullada cara con el dorso de la mano y levantó la cabeza para ver a Tonks, que sujetaba con una mano la capa invisible.

—Tenemos que salir de aquí ahora mismo —dijo la bruja mientras el vapor empañaba las ventanas del tren, que ya salía de la estación—. Corre, saltaremos.

Harry la siguió por el pasillo. Tonks abrió la puerta del vagón y saltó al andén, que parecía moverse más deprisa a medida que el convoy ganaba velocidad. El chico la imitó y aterrizó trastabillando, pero se enderezó a tiempo de ver cómo la reluciente locomotora de vapor de color escarlata aceleraba y se perdía de vista tras una curva.

El frío nocturno le alivió el dolor de la nariz, pero estaba abochornado por haber sido descubierto en una postura tan ridícula. La bruja, impasible, le devolvió la capa y preguntó:

—¿Quién ha sido?

—Draco Malfoy —contestó Harry con amargura—. Gracias por… bueno…

—De nada —repuso Tonks sin sonreír. El andén estaba en penumbras y no se veía muy bien, pero a Harry le pareció que la bruja aún tenía el cabello desvaído y un aspecto tan triste como el del día en que se habían encontrado en La Madriguera—. Si te quedas quieto un momento te arreglaré la nariz.

A Harry no le hizo mucha gracia; hubiese preferido acudir a la señora Pomfrey, la enfermera de Hogwarts, de la que se fiaba más tratándose de hechizos sanadores, pero creyó que sería de mala educación decirlo, así que se quedó quieto como una estatua y cerró los ojos.


¡Episkeyo!
—exclamó Tonks.

Harry notó en la nariz un intenso calor seguido de un intenso frío. Levantó una mano y se tocó la cara con cuidado: en efecto, estaba curado.

—Muchas gracias —dijo.

—Vuelve a ponerte la capa. Iremos caminando al colegio —repuso Tonks, aún sin sonreír.

Mientras el muchacho se echaba la capa por encima, la bruja agitó su varita: una inmensa criatura plateada de cuatro patas salió de ella, echó a correr y se perdió en la oscuridad.

—¿Qué ha sido eso? ¿Un
patronus
? —preguntó Harry, que en una ocasión había visto cómo Dumbledore enviaba un mensaje de ese modo.

—Sí. Aviso al castillo que te he localizado para que no se preocupen. ¡Vamos, no nos entretengamos!

Echaron a andar hacia el camino que conducía a Hogwarts.

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