Harry Potter. La colección completa (392 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

BOOK: Harry Potter. La colección completa
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—Señor —dijo Harry nerviosamente—, se me olvidó lo del fuego, señor… Me atacaron y… me entró pánico…

—Es comprensible —murmuró Dumbledore, y el muchacho se alarmó al notar cuan débil tenía la voz.

En cuanto la embarcación tocó la orilla, Harry saltó a tierra y se apresuró a ayudar a Dumbledore. Tras apearse, éste bajó la varita y el anillo de fuego desapareció, pero los
inferi
no volvieron a surgir del agua. La pequeña barca se hundió en el lago y la cadena, tintineando, también volvió a deslizarse hacia el fondo. Dumbledore soltó un profundo suspiro y se apoyó contra la pared de la cueva.

—Me siento débil… —dijo.

—No se preocupe, señor —repuso Harry, atemorizado por la extrema palidez y el agotamiento del anciano profesor—. No se preocupe, lo ayudaré a salir de aquí… Apóyese en mí, señor…

Y colocándose el brazo ileso de Dumbledore alrededor de los hombros, lo condujo por la orilla cargando con casi todo su peso.

—La protección… resultó… bien diseñada —balbuceó Dumbledore con un hilo de voz—. Yo solo nunca lo habría logrado… Lo has hecho muy bien, Harry, muy bien…

—Ahora no hable —le aconsejó Harry, asustado por la dificultad que Dumbledore tenía para hablar y al ver cómo arrastraba los pies—. Conserve sus energías, señor… Pronto saldremos de aquí…

—El arco se habrá sellado otra vez… Necesitaremos el cuchillo…

—No hace falta, me he cortado con la roca —dijo Harry—. Dígame dónde…

—Aquí…

Harry rozó la piedra con el brazo rasguñado y el arco, tras recibir su tributo de sangre, se abrió al instante. Cruzaron la cueva exterior y Harry ayudó a Dumbledore a meterse en el agua que llenaba la grieta del acantilado.

—Todo saldrá bien, señor —repetía una y otra vez, más preocupado por el silencio del director que por la debilidad de su voz—. Ya casi hemos llegado… Puedo hacer que nos desaparezcamos los dos… No se preocupe…

—No estoy preocupado, Harry —repuso el anciano con tono más firme, pese a que el agua estaba helada—. Estoy contigo.

27
La torre alcanzada por el rayo

Cuando salieron bajo el cielo estrellado, Harry subió a Dumbledore a la roca más cercana y lo ayudó a levantarse. Empapado y tembloroso, cargando con el anciano profesor, el muchacho se concentró con todas sus fuerzas en su destino: Hogsmeade. Cerró los ojos, agarró a Dumbledore por el brazo tan firmemente como pudo y se abandonó a aquella horrible sensación de opresión.

Antes de abrir los ojos ya supo que la Aparición había dado buen resultado, pues el olor a salitre y la brisa marina se habían esfumado. Temblando y chorreando, se hallaban en medio de la oscura calle principal de Hogsmeade. Por un instante Harry fue víctima de un espantoso truco de su imaginación y creyó que allí también había
inferi
saliendo de las tiendas y arrastrándose hacia él, pero parpadeó varias veces y comprobó que nada se movía en la calle, donde sólo había algunas farolas y ventanas encendidas.

—¡Lo hemos conseguido, profesor! —susurró con dificultad, sintiendo una dolorosa punzada en el pecho—. ¡Lo hemos conseguido! ¡Tenemos el
Horrocrux
!

Dumbledore medio perdió el equilibrio y se apoyó en el muchacho. Harry creyó que su inexperiencia en aparecerse había afectado al director, pero entonces reparó en que su cara estaba más pálida y desencajada que nunca, apenas iluminada por una lejana farola.

—¿Se encuentra bien, señor?

—He tenido momentos mejores —contestó Dumbledore con voz frágil, aunque le temblaron las comisuras de la boca, como si quisiera sonreír—. Esa poción… no era ningún tónico reconstituyente…

Y Harry, horrorizado, vio cómo el anciano se desplomaba.

—Señor… No pasa nada, señor, se pondrá bien, no se preocupe. —Desesperado, miró en derredor en busca de ayuda, pero no vio a nadie; su único pensamiento fue que debía ingeniárselas para llevar cuanto antes a Dumbledore a la enfermería—. Tenemos que volver al colegio, señor. La señora Pomfrey…

—No —balbuceó Dumbledore—. Necesito… al profesor Snape… Pero no creo… que pueda caminar mucho…

—Está bien. Mire, señor, voy a llamar a alguna casa y buscaré un sitio donde pueda quedarse. Luego iré corriendo al castillo y traeré a la señora…

—Severus —dijo Dumbledore con claridad—. Necesito ver a Severus…

—Muy bien, pues a Snape. Pero tendré que dejarlo aquí un momento para…

En ese instante Harry oyó pasos precipitados y el corazón le dio un vuelco: alguien los había visto y acudía en su ayuda. Era la señora Rosmerta, que corría hacia ellos por la oscura calle luciendo sus elegantes zapatillas de tacón y una bata de seda con dragones bordados.

—¡Os he visto aparecer cuando corría las cortinas de mi dormitorio! Madre mía, madre mía, no sabía qué… Pero ¿qué le pasa a Albus?

Se detuvo resoplando y miró boquiabierta a Dumbledore, que yacía en el suelo.

—Está herido —explicó Harry—. Señora Rosmerta, ¿puede acogerlo en Las Tres Escobas mientras yo voy al colegio a buscar ayuda?

—¡No puedes ir solo! ¿No te das cuenta? ¿No has visto…?

—Si me ayuda a levantarlo —dijo Harry sin prestarle atención—, creo que podremos llevarlo hasta allí…

—¿Qué ha pasado? —preguntó Dumbledore—. ¿Qué ocurre, Rosmerta?

—La… la Marca Tenebrosa, Albus.

Y la bruja señaló el cielo en dirección a Hogwarts. El terror inundó a Harry al oír esas palabras. Se dio la vuelta y miró.

En efecto, suspendido en el cielo encima del castillo, había un reluciente cráneo verde con lengua de serpiente, la marca que dejaban los
mortífagos
cuando salían de un edificio donde habían matado…

—¿Cuánto tiempo lleva ahí? —preguntó el anciano, e hizo un esfuerzo por ponerse en pie agarrándose al hombro de Harry.

—Supongo que unos minutos. No estaba allí cuando saqué al gato, pero cuando subí…

—Hemos de volver enseguida al castillo —dijo Dumbledore, tomando las riendas de la situación pese a que le costaba mantenerse en pie—. Rosmerta, necesitamos un medio de transporte, escobas…

—Tengo un par detrás de la barra —dijo ella, muy asustada—. ¿Quieres que vaya a buscarlas y…?

—No, que las traiga Harry.

Harry levantó la varita de inmediato.


¡Accio escobas de Rosmerta!

Un segundo más tarde, la puerta del pub se abrió con un fuerte estrépito para dar paso a dos escobas que salieron disparadas y volaron hacia Harry; cuando llegaron a su lado, se pararon en seco con un ligero estremecimiento.

—Rosmerta, envía un mensaje al ministerio —pidió Dumbledore al tiempo que montaba en una escoba—. Es posible que en Hogwarts aún no se hayan dado cuenta de que ha pasado algo. Harry, ponte la capa invisible.

El muchacho la sacó del bolsillo y se la echó por encima antes de montar en la escoba. A continuación dieron una patada en el suelo y se elevaron, mientras la señora Rosmerta se encaminaba hacia el pub. Durante el vuelo hacia el castillo, el muchacho miraba de reojo a Dumbledore, preparado para atraparlo si se caía, pero la visión de la Marca Tenebrosa parecía haber actuado sobre el anciano como un estimulante: iba inclinado sobre la escoba, con los ojos fijos en la Marca y la melena y la barba, largas y plateadas, ondeando en el oscuro cielo. Harry miró al frente y fijó la vista en aquel siniestro cráneo; y entonces el miedo, semejante a una burbuja venenosa, se infló en su interior, le comprimió los pulmones y le apartó de la mente cualquier otra inquietud.

¿Cuánto tiempo habían pasado fuera? ¿Se habría agotado ya la suerte de Ron, Hermione y Ginny? ¿Había aparecido la Marca sobre el colegio por alguno de ellos, o sería por Neville, Luna o algún otro miembro del
ED
. Y si así era… Harry les había pedido que patrullaran por los pasillos, privándolos de la seguridad de sus camas… ¿Volvería a ser responsable de la muerte de uno de sus amigos?

Mientras sobrevolaban el oscuro y sinuoso camino que al salir de Hogwarts habían recorrido a pie, y a pesar del silbido del aire, Harry oyó a Dumbledore murmurar algo en una lengua extraña. Entonces su escoba se sacudió un poco al pasar por encima del muro que cercaba los jardines del castillo, y comprendió que el director estaba deshaciendo los sortilegios que él mismo había puesto alrededor del colegio; necesitaban entrar sin perder tiempo. La Marca Tenebrosa relucía por encima de la torre de Astronomía, la más alta del castillo. ¿Significaba eso que la muerte se había producido allí?

Dumbledore ya había rebasado el pequeño muro con almenas —el parapeto que bordeaba la azotea de la torre— y desmontaba de la escoba; Harry aterrizó a su lado unos segundos más tarde y miró alrededor.

La azotea estaba desierta. La puerta de la escalera de caracol por la que se bajaba al castillo se hallaba cerrada y no había ni rastro de lucha, pelea a muerte o cadáveres.

—¿Qué significa esto? —preguntó Harry contemplando el cráneo verde cuya lengua de serpiente destellaba maléficamente por encima de ellos—. ¿Es una Marca Tenebrosa de verdad? Profesor, ¿es cierto que han…?

Bajo el débil resplandor verdoso que emitía la Marca, Harry vio que el anciano se llevaba la renegrida mano al pecho.

—Ve a despertar a Severus —dijo Dumbledore en voz baja pero clara—. Cuéntale lo que ha pasado y tráelo aquí. No hagas nada más, no hables con nadie más y no te quites la capa. Te espero aquí.

—Pero…

—Juraste obedecerme, Harry. ¡Márchate!

El muchacho corrió hacia la puerta que conducía a la escalera de caracol, pero en el preciso instante en que cogía la argolla de hierro oyó pasos al otro lado. Volvió la cabeza y miró a Dumbledore, que le indicó por señas que se apartara. El muchacho retrocedió y sacó su varita.

La puerta se abrió de par en par y alguien irrumpió gritando:


¡Expelliarmus!

Harry quedó inmóvil, con el cuerpo rígido, y cayó hacia atrás contra el murete almenado de la torre, donde permaneció apoyado como una estatua que no se tuviera sola en pie, sin poder hablar ni moverse. No entendía cómo había sucedido, pues
Expelliarmus
era el conjuro del encantamiento de desarme, no el del encantamiento congelador.

Entonces vio, a la luz verdosa de la Marca, cómo la varita de Dumbledore saltaba de su mano y describía un arco por encima del borde del parapeto… El profesor lo había inmovilizado sin pronunciar en voz alta el conjuro, pero el segundo empleado en realizar el encantamiento le había costado la oportunidad de defenderse.

Apoyado contra el muro y aún muy pálido, Dumbledore se mantenía en pie sin dar señales de pánico o inquietud. Se limitó a mirar a quien acababa de desarmarlo y dijo:

—Buenas noches, Draco.

Malfoy avanzó unos pasos, lanzando miradas alrededor para comprobar si Dumbledore estaba solo. Descubrió que había otra escoba en el suelo.

—¿Quién más hay aquí?

—Yo también podría hacerte esa pregunta. ¿O has venido solo?

Malfoy volvió a centrar la mirada en Dumbledore.

—No. No estoy solo. Por si no lo sabía, esta noche hay
mortífagos
en su colegio.

—Vaya, vaya —repuso Dumbledore como si le estuvieran presentando un ambicioso trabajo escolar—. Muy astuto. Has encontrado una forma de introducirlos, ¿no?

—Sí —respondió Malfoy, que respiraba entrecortadamente—. ¡En sus propias narices, y usted no se ha enterado de nada!

—Muy ingenioso. Sin embargo… Perdóname, pero… ¿dónde están? No veo que traigas refuerzos.

—Se han encontrado con algunos miembros de su guardia. Están abajo, peleando. No tardarán en llegar. Yo me he adelantado. Tengo… tengo que hacer un trabajo.

—En ese caso, debes hacerlo, muchacho.

Guardaron silencio. Harry, aprisionado en su paralizado e invisible cuerpo, los observaba y aguzaba el oído intentando detectar a los
mortífagos
que luchaban en el castillo; entretanto, Draco Malfoy seguía mirando fijamente a Albus Dumbledore, quien, aunque pareciera increíble, sonrió.

—Draco, Draco… tú no eres ningún asesino.

—¿Cómo lo sabe? —Malfoy debió de darse cuenta de lo infantiles que sonaban esas palabras, pues Harry percibió que se ruborizaba pese a que el resplandor de la Marca le teñía de verde la piel—. Usted no sabe de qué soy capaz —dijo con tono más convincente—, ¡ni sabe lo que ya he hecho!

—Sí, sí lo sé —repuso Dumbledore con suavidad—. Estuviste a punto de matar a Katie Bell y Ronald Weasley y llevas todo el curso intentando matarme; ya no sabías qué hacer. Perdóname, Draco, pero han sido unas pobres tentativas. Tan pobres, a decir verdad, que me pregunto si realmente ponías interés en ello…

—¡Claro que ponía interés! —afirmó Malfoy—. Es cierto que he estado todo el curso intentándolo, pero esta noche…

Harry oyó un grito amortiguado procedente del castillo. Malfoy se puso tenso y volvió la cabeza.

—Hay alguien que está defendiéndose con uñas y dientes —observó Dumbledore con tono despreocupado—. Pero dices que… ah, sí, que has conseguido introducir
mortífagos
en mi colegio, algo que yo, lo admito, consideraba imposible. ¿Cómo lo has logrado?

Pero Malfoy no respondió: seguía escuchando los ruidos procedentes del castillo; parecía casi tan paralizado como Harry.

—Quizá tengas que terminar el trabajo tú solo —apuntó Dumbledore—. Tal vez mi guardia haya desbaratado los planes de tus refuerzos. Como quizá hayas observado, esta noche también hay miembros de la Orden del Fénix en el castillo. Pero bueno, en realidad no necesitas ayuda. Me he quedado sin varita y no puedo defenderme. —Malfoy seguía mirándolo a los ojos—. Entiendo —prosiguió Dumbledore con tono cordial al ver que Malfoy no hablaba ni se movía—. Temes actuar antes de que lleguen ellos…

—¡No tengo miedo! —le espetó Malfoy de repente, pero sin decidirse a atacarlo—. ¡Usted es quien debería tener miedo!

—¿Por qué iba a tenerlo? No creo que vayas a matarme, Draco. Matar no es tan fácil como creen los inocentes. Pero dime, mientras esperamos a tus amigos, ¿cómo has conseguido traerlos aquí? Veo que has tardado mucho en hallar la manera de hacerlo.

Daba la impresión de que Malfoy estaba reprimiendo un impulso de gritar o vomitar. Tragó saliva y respiró hondo varias veces sin dejar de mirar con odio a Dumbledore y de apuntarle con la varita directamente al corazón. Entonces, como si no pudiera contenerse, dijo:

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