Harry Potter y las Reliquias de la Muerte (8 page)

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Authors: J. K. Rowling

Tags: #fantasía, #infantil

BOOK: Harry Potter y las Reliquias de la Muerte
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—¡No!
¡HEDWIG!

La escoba cayó girando sobre sí misma, pero Harry consiguió atrapar el asa de la mochila y sujetar la jaula, al mismo tiempo que la motocicleta volvía a girar y se colocaba en la posición correcta. Hubo un segundo de alivio… y luego otro destello de luz verde. La lechuza chilló y se desplomó en la jaula.

—¡No!
¡NOOO!

Hagrid aceleró y Harry vio cómo los encapuchados
mortífagos
se dispersaban ante la motocicleta, que arremetía a toda velocidad contra el círculo que habían formado.


¡Hedwig! ¡Hedwig!

La lechuza, inmóvil y patética como un juguete, yacía al fondo de la jaula. Pero Harry no podía ocuparse de su mascota; en ese momento, su mayor preocupación era la suerte de los demás. Miró hacia atrás y vio un enjambre de personas en movimiento, destellos de luz verde y dos parejas montadas en sendas escobas que se alejaban a toda velocidad, pero no las reconoció.

—¡Tenemos que dar media vuelta, Hagrid! ¡Tenemos que volver! —gritó por encima del estruendo del motor. Sacó su varita mágica y dejó la jaula en el suelo, resistiéndose a creer que la lechuza hubiese muerto—.
¡DA MEDIA VUELTA, HAGRID!

—¡Mi misión es llevarte allí sano y salvo, Harry! —bramó Hagrid, y aceleró aún más.

—¡Detente!
¡DETENTE!
—chilló Harry. Pero cuando volvió a mirar atrás, dos chorros de luz verde pasaron rozándole la oreja izquierda: cuatro
mortífagos
se habían separado del círculo y los perseguían apuntando con sus varitas a la ancha espalda de Hagrid.

El guardabosques hizo un viraje brusco, pero los
mortífagos
se acercaban peligrosamente; no cesaban de lanzarles maldiciones y Harry tuvo que agacharse para evitarlas. Retorciéndose en el asiento, gritó
«¡Desmaius!»
y su varita despidió un rayo de luz roja que abrió una brecha entre sus cuatro perseguidores, que se separaron para eludir el encantamiento.

—¡Sujétate, Harry! ¡Se van a enterar! —rugió Hagrid, y el muchacho alcanzó a ver cómo el guardabosques apretaba con un grueso dedo el botón verde situado junto al indicador de la gasolina.

Por el tubo de escape salió una pared, una sólida pared de ladrillo. Harry estiró el cuello y vio cómo la pared se extendía por el cielo. Tres
mortífagos
viraron a tiempo y la esquivaron, pero el cuarto no tuvo tanta suerte: se perdió de vista y de súbito cayó como una piedra por detrás de la pared, con la escoba hecha añicos. Uno de sus compinches intentó socorrerlo, pero tanto ellos como el muro volador desaparecieron en la oscuridad. Hagrid se inclinó sobre el manillar y volvió a acelerar.

Los otros dos
mortífagos
seguían lanzando maldiciones asesinas que pasaban rozándole la cabeza a Harry. Éste respondió con más hechizos aturdidores: el rojo y el verde chocaban en el aire produciendo una lluvia de chispas multicolores que le recordaron los fuegos artificiales. ¡Y pensar que los
muggles
que vivían allá abajo no tenían ni idea de lo que estaba pasando!

—¡Vamos allá, Harry! ¡Agárrate bien! —gritó Hagrid, y pulsó otro botón.

Esta vez una gran red salió por el tubo de escape, pero los
mortífagos
estaban alertas y la esquivaron. Y el que había reducido la marcha para socorrer a su camarada, surgiendo de pronto de la oscuridad, los había alcanzado ya. De modo que los tres siguieron persiguiendo la motocicleta y lanzando a sus ocupantes una maldición tras otra.

—¡Esto los detendrá, Harry! ¡Sujétate fuerte! —bramó Hagrid, y el chico vio cómo apretaba con toda la mano el botón morado.

Con un inconfundible fragor, un chorro de fuego de dragón —blanco y azul— brotó del tubo de escape. El vehículo salió despedido hacia delante como una bala y produjo un ruido de metal desgarrándose. Harry vio cómo los
mortífagos
se alejaban virando para esquivar la letal estela de llamas, y al mismo tiempo notó que el sidecar oscilaba amenazadoramente: la pieza que lo sujetaba a la motocicleta se había rajado debido a la fuerza de la aceleración.

—¡No pasa nada, Harry! —gritó el guardabosques, bruscamente inclinado hacia atrás por el repentino incremento de la velocidad. Pero ya no dirigía la motocicleta y el sidecar daba fuertes bandazos a su cola—. ¡Yo lo arreglaré, no te preocupes! —chilló, y del bolsillo de la chaqueta sacó su paraguas rosa con estampado de flores.

—¡Hagrid! ¡No! ¡Déjame a mí!


¡REPARO!

Se oyó un estallido ensordecedor y el sidecar se soltó por completo. Harry salió despedido hacia delante, propulsado por el impulso de la motocicleta, y el sidecar fue perdiendo altura…

Desesperado, Harry intentó arreglarlo con su varita y gritó:


¡Wingardium leviosa!

El sidecar se elevó como si fuera de corcho; Harry no podía dirigirlo, pero al menos no caía. Sin embargo, el chico sólo tuvo ese momento de respiro, porque los
mortífagos
se les echaron encima de nuevo.

—¡Ya voy, Harry! —gritó Hagrid desde la oscuridad, pero el muchacho vio que el sidecar comenzaba a perder altura otra vez. Se agachó cuanto pudo, apuntó a sus tres perseguidores con la varita y gritó:


¡Impedimenta!

El embrujo le dio en el pecho al
mortífago
del medio. El individuo se quedó suspendido en el aire con los brazos y las piernas extendidos, en una postura ridícula, como si se hubiera empotrado contra una barrera invisible, y uno de sus compinches estuvo a punto de chocar con él…

Entonces el sidecar se precipitó en picado. Uno de los
mortífagos
que seguía persiguiéndolos lanzó una maldición que pasó rozando a Harry. El muchacho se agachó bruscamente en el hueco del sidecar y, al hacerlo, se golpeó los dientes contra el canto del asiento.

—¡Ya voy, Harry! ¡Ya voy!

Una mano enorme lo agarró por la espalda de la túnica y lo levantó, sacándolo del sidecar, que continuaba cayendo a plomo. Consiguió coger la mochila y se las ingenió para trepar al asiento de la motocicleta, hasta que se encontró instalado detrás de Hagrid, espalda contra espalda. Mientras ascendían a toda velocidad, alejándose de los dos
mortífagos
restantes, Harry escupió sangre, apuntó con su varita al sidecar y gritó:


¡Confringo!

El sidecar explotó y Harry sintió una tremenda punzada de dolor por
Hedwig
, como si le arrancaran las entrañas. El
mortífago
más cercano cayó de su escoba y se perdió de vista; su compinche cayó también y se desvaneció.

—¡Lo siento, Harry, lo siento! —gimió Hagrid—. No debí intentar repararlo yo mismo… Ahí no tienes sitio…

—¡No pasa nada! ¡Sigue volando! —le gritó Harry al ver que otros dos
mortífagos
surgían de la oscuridad y se les aproximaban.

Hagrid viraba hacia uno y otro lado, zigzagueando, mientras las maldiciones volvían a destellar en el espacio que los separaba de sus perseguidores. Harry comprendió que Hagrid no se atrevía a apretar el botón del fuego de dragón por temor a que él resbalara del asiento, de modo que no cesó de lanzar un hechizo aturdidor tras otro contra los
mortífagos
, pero a duras penas lograba repelerlos. Entonces les arrojó otro embrujo bloqueador. El
mortífago
más cercano viró para zafarse y le resbaló la capucha. Al iluminarlo la luz roja del siguiente hechizo aturdidor, Harry distinguió la cara extrañamente inexpresiva de Stanley Shunpike, Stan.


¡Expelliarmus!
—bramó Harry.

—¡Es él! ¡Es él! ¡Es el auténtico!

El grito del
mortífago
encapuchado llegó a oídos del muchacho pese al rugido de la motocicleta. Al cabo de un instante, ambos perseguidores se habían quedado atrás y perdido de vista.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Hagrid—. ¿Dónde se han metido?

—¡No lo sé!

Pero Harry estaba asustado: el
mortífago
encapuchado había gritado «es el auténtico»; ¿cómo lo había descubierto? Miró alrededor escudriñando el oscuro cielo, aparentemente vacío, y tuvo miedo. ¿Dónde se habían metido los
mortífagos
?

Se dio la vuelta en el asiento, se colocó mirando al frente y se sujetó a la espalda de Hagrid.

—¡Suelta el fuego de dragón otra vez, Hagrid! ¡Larguémonos de aquí!

—¡Agárrate fuerte, chico!

Volvió a oírse un rugido ensordecedor y Harry resbaló hacia atrás en el poco trozo de asiento que le quedaba. Hagrid también salió despedido hacia atrás y aplastó a su pasajero, aunque se sujetó por los pelos al manillar.

—¡Me parece que los hemos despistado, Harry! ¡Lo hemos conseguido! —gritó el guardabosques.

Pero Harry no estaba tan convencido. Presa del miedo, siguió mirando a derecha e izquierda en busca de perseguidores, pues sabía que volverían. ¿Por qué se habían retirado? Uno de ellos todavía conservaba su varita. «Es él, es el auténtico», habían gritado después de que intentara desarmar a Stan.

—¡Ya estamos llegando, Harry! ¡Casi lo hemos logrado! —exclamó Hagrid.

El muchacho notó que la motocicleta descendía un poco, aunque las luces que se distinguían abajo todavía eran como estrellas remotas.

De repente, la cicatriz de la frente comenzó a arderle como si fuera fuego. En ese momento aparecieron dos
mortífagos
, uno a cada lado de la motocicleta, y dos maldiciones asesinas lanzadas desde atrás pasaron rozándolo.

Y entonces lo vio: Voldemort volaba como el humo en el viento, sin escoba ni thestral que lo sostuviera; su rostro de serpiente destacaba en la oscuridad y sus blancos dedos volvían a levantar la varita…

Hagrid soltó un chillido de pánico y lanzó la motocicleta en un descenso en picado. Agarrándose con todas sus fuerzas, Harry arrojó hechizos aturdidores a diestro y siniestro. Vio pasar a alguien volando por su lado y comprendió que había alcanzado a uno, pero entonces oyó un fuerte golpe y observó que salían chispas del motor. La motocicleta comenzó a caer trenzando una espiral, fuera de control…

Los
mortífagos
continuaban lanzándoles chorros de luz verde. Harry no tenía ni idea de dónde era arriba y dónde abajo; seguía ardiéndole la cicatriz y suponía que moriría en cualquier momento. Un encapuchado montado en una escoba llegó a escasos palmos de él, levantó un brazo y…


¡NO!

Con un grito de furia, Hagrid soltó el manillar y se abalanzó sobre el encapuchado. Harry, horrorizado, vio que el guardabosques y el
mortífago
caían y se perdían de vista, porque el peso de ambos era excesivo para la escoba…

Mientras se sujetaba con las rodillas a la motocicleta, que seguía cayendo, oyó gritar a Voldemort:

—¡Ya es mío!

Todo había terminado. Harry ya no veía ni percibía dónde estaba su enemigo, pero distinguió cómo otro
mortífago
se apartaba y oyó:


¡Avada…!

El dolor de la cicatriz obligó a Harry a cerrar los ojos, y entonces su varita actuó por sí sola. Percibió que ésta tiraba de su mano, como si fuera un potente imán; vislumbró una llamarada de fuego dorado a través de los entrecerrados párpados y oyó un estruendo y un chillido de rabia. El
mortífago
que quedaba gritó y Voldemort chilló: «¡No!» En ese momento el muchacho se dio cuenta de que tenía la nariz casi pegada al botón del fuego de dragón: lo apretó con una mano y la motocicleta volvió a lanzar llamas hacia atrás y se precipitó derecha hacia el suelo.

—¡Hagrid! —chilló Harry sujetándose desesperadamente—. ¡Hagrid!
¡Accio Hagrid!

La motocicleta aceleró aún más, atraída por la fuerza de la gravedad. Con la cara a la altura del manillar, Harry sólo veía luces lejanas que se acercaban más y más. Iba a estrellarse y no podría evitarlo. Oyó otro grito a sus espaldas…

—¡Tu varita, Selwyn! ¡Dame tu varita!

Sintió la presencia de Voldemort antes de verlo. Miró de refilón, vio los encarnados ojos de su enemigo y tuvo la certeza de que eso sería lo último que vería: a Voldemort preparándose para lanzarle otra maldición…

Pero de pronto éste se desvaneció. Harry miró hacia abajo y vio a Hagrid tumbado en el suelo con los brazos y las piernas extendidos. El muchacho tiró con todas sus fuerzas del manillar para no chocar contra él y buscó a tientas el freno, pero se estrelló en una ciénaga con un estruendo desgarrador, haciendo temblar el suelo.

5
El guerrero caído

—Hagrid…

Harry se levantó con esfuerzo entre la maraña de cuero y metal que lo rodeaba; al intentar ponerse en pie, sus manos se hundieron varios centímetros en el agua fangosa. No entendía adonde había ido Voldemort y temía verlo aparecer en la oscuridad en cualquier momento. Notando un líquido caliente que le goteaba de la barbilla y la frente, salió arrastrándose de la ciénaga y fue tambaleante hasta un voluminoso bulto oscuro que había en el suelo. Era Hagrid.

—¡Hagrid! ¡Dime algo, Hagrid!

Pero el bulto no se movió.

—¿Quién está ahí? ¿Eres Potter? ¿Eres Harry Potter?

Harry no reconoció aquella voz de hombre. Entonces una mujer gritó:

—¡Se han estrellado, Ted! ¡Se han estrellado en el jardín!

A Harry le daba vueltas la cabeza.

—Hagrid… —repitió como atontado, y se le doblaron las rodillas.

Cuando volvió en sí, estaba tumbado boca arriba sobre algo que parecían cojines, con las costillas y un brazo doloridos. El diente que se le había saltado le había vuelto a crecer, pero todavía notaba un dolor punzante en la cicatriz de la frente.

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