Harry Potter y las Reliquias de la Muerte (6 page)

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Authors: J. K. Rowling

Tags: #fantasía, #infantil

BOOK: Harry Potter y las Reliquias de la Muerte
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—No, claro que no.

—¿Lo ves? —le dijo Vernon a su hijo—. Y ahora, vámonos.

Vernon Dursley salió al recibidor y oyeron cómo se abría la puerta de entrada, pero Dudley no se movió; tras dar unos pasos vacilantes, tía Petunia se detuvo también.

—Y ahora ¿qué pasa? —gruñó su marido, y volvió a plantarse en el umbral.

Al parecer, Dudley lidiaba con conceptos demasiado difíciles para expresarlos con palabras. Tras unos momentos de dolorosa lucha interna, cuestionó:

—Pero ¿adónde va a ir?

Los tíos de Harry se miraron, de pronto asustados por la pregunta de Dudley. Hestia Jones interrumpió el silencio.

—Pero… ustedes saben adónde irá su sobrino, ¿verdad? —preguntó desconcertada.

—Claro que lo sabemos —contestó Vernon Dursley—. Se va con los de su calaña, ¿no? Métete en el coche, Dudley; ya has oído a ese hombre: tenemos prisa.

Y volvió a ir hasta la puerta de entrada, pero su hijo no lo siguió.

—¿Ha dicho que se va con los de su calaña? —Hestia estaba escandalizada.

Harry ya había vivido otras veces esa reacción, pero los magos y las brujas no entendían que los parientes más próximos del famoso Harry Potter se interesaran tan poco por él.

—No pasa nada —la tranquilizó Harry—. No importa, en serio.

—¿Que no importa? —repitió Hestia elevando la voz amenazadoramente—. ¿Es que esta gente no se da cuenta de lo que has llegado a sufrir, ni del peligro que has corrido, ni de la excepcional posición que ocupas en el seno del movimiento antiVoldemort?

—Pues… no, la verdad es que no. Ellos creen que lo único que hago es ocupar espacio, pero estoy acostumbrado a…

—Yo no creo que lo único que hagas sea ocupar espacio.

Si Harry no hubiera visto cómo Dudley movía los labios, quizá no lo habría creído. Miró a su primo unos segundos antes de aceptar que era él quien había hablado, porque, para empezar, Dudley se había sonrojado. Harry se quedó abochornado y atónito.

—Bien… eh… gracias, Dudley.

Una vez más dio la impresión de que Dudley lidiaba con pensamientos demasiado complicados para expresar, hasta que logró balbucear:

—Tú me salvaste la vida.

—No exactamente —repuso Harry—. Lo que te hubiera quitado aquel
dementor
habría sido el alma…

Miró con curiosidad a su primo. Durante ese verano y el anterior apenas se habían relacionado, porque Harry había pasado poco tiempo en Privet Drive y casi siempre se encerraba en su habitación. Sin embargo, entonces comprendió que la taza de té frío con que había tropezado esa mañana no era ninguna broma. Aunque estaba emocionado, le alivió que Dudley hubiera agotado su capacidad de manifestar sus sentimientos. Tras despegar los labios un par de veces más, su primo, rojo como un tomate, decidió guardar silencio.

Tía Petunia rompió a llorar. Hestia Jones le dirigió una mirada de comprensión que se transformó en indignación al ver que la mujer corría a abrazar a Dudley en lugar de a Harry.

—¡Qué tierno eres, Dudders! —sollozó Petunia hundiendo la cabeza en el inmenso pecho de su hijo—. ¡Qué chico tan encantador! ¡Mira que darle las gracias…!

—¡Pero si no le ha dado las gracias! —protestó Hestia, ofendida—. ¡Sólo ha dicho que no creía que Harry únicamente ocupara espacio!

—Ya, pero viniendo de Dudley, eso es como decir «te quiero» —aclaró Harry, que se debatía entre el fastidio y las ganas de echarse a reír, mientras su tía seguía abrazando a Dudley como si éste acabara de salvar a su primo de un edificio en llamas.

—¿Nos vamos o no? —rugió tío Vernon, que había reaparecido en el umbral del salón—. ¡Creía que tenían un margen de tiempo muy ajustado!

—Sí, es verdad —confirmó Dedalus Diggle, que había observado la escena con aire de desconcierto. Tras recobrar la compostura, añadió—: Tenemos que irnos. Harry… —Decidido, fue hacia el muchacho y le estrechó la mano enérgicamente—. Buena suerte. Espero que volvamos a vernos. Todas las esperanzas del mundo mágico están puestas en ti.

—¡Ah, vale! Gracias.

—Adiós, Harry —se despidió Hestia, y también le estrechó la mano—. Pensaremos en ti.

—Espero que todo salga bien —repuso el muchacho mirando de soslayo a tía Petunia y Dudley.

—Sí, estoy seguro de que acabaremos siendo íntimos amigos —vaticinó el mago alegremente, y al salir de la habitación agitó su sombrero. Hestia lo siguió.

Dudley se soltó con cuidado del abrazo de su madre, se aproximó a Harry, que tuvo que dominar el impulso de amenazarlo con magia, y le tendió una manaza rosada.

—Caray, Dudley —exclamó Harry mientras tía Petunia sollozaba con renovado ímpetu—, ¿estás seguro de que los
dementores
no te metieron dentro otra personalidad?

—No lo sé —farfulló el chico—. Hasta otra, Harry.

—Ya… —Harry le cogió la mano y se la estrechó—. Puede ser. Cuídate, Big D.

Dudley casi compuso una sonrisa y salió de la habitación con andares torpes. Harry oyó sus fuertes pisadas por el camino de grava y cómo se cerraba la puerta del coche.

Tía Petunia, que tenía la cara hundida en un pañuelo, alzó la cabeza al oír el ruido. Al parecer no había previsto quedarse a solas con su sobrino, de modo que se guardó precipitadamente el pañuelo húmedo en el bolsillo y dijo:

—Bueno, adiós.

Y caminó hacia la puerta sin mirarlo.

—Adiós —repuso Harry.

Ella se detuvo y se dio la vuelta. Por un instante Harry creyó que quería decirle algo, porque le lanzó una extraña y trémula mirada y despegó los labios; pero entonces hizo un gesto brusco con la cabeza y salió presurosa de la habitación tras los pasos de su esposo y su hijo.

4
Los siete Potters

Harry subió corriendo a su habitación y se acercó a la ventana justo a tiempo de ver cómo el coche de los Dursley salía por el camino de la casa y enfilaba la calle. Distinguió el sombrero de copa de Dedalus en el asiento trasero, entre tía Petunia y Dudley. El coche torció a la derecha al llegar al final de Privet Drive y los cristales de las ventanillas se tiñeron de rojo un instante, bañados por la luz del sol poniente; luego se perdió de vista.

Cogió la jaula de
Hedwig
, la Saeta de Fuego y la mochila, le echó una última ojeada a su dormitorio, mucho más ordenado de lo habitual, y bajó otra vez con andares desgarbados al recibidor. Dejó la jaula, la escoba y la mochila junto al pie de la escalera. Oscurecía rápidamente y el recibidor estaba quedando en penumbra. Le producía una sensación extrañísima estar allí plantado, en medio de aquel completo silencio, sabiendo que se disponía a abandonar la casa por última vez. En otras ocasiones, cuando se quedaba solo porque los Dursley salían a divertirse, las horas de soledad suponían todo un lujo, pues iba a la cocina, cogía algo que le apetecía de la nevera y subía para jugar con el ordenador de Dudley, o encendía el televisor y zapeaba a su antojo. Recordando esos momentos tuvo una extraña sensación de vacío; era como recordar a un hermano pequeño al que hubiera perdido.

—¿No quieres echarle un último vistazo a la casa? —le preguntó a
Hedwig
, que seguía enfurruñada, con la cabeza bajo el ala—. No volveremos a pisarla, ¿sabes? ¿No te gustaría recordar los momentos felices que hemos pasado aquí? Mira ese felpudo, por ejemplo. ¡Qué recuerdos! Dudley vomitó encima de él después de que lo salvara de los
dementores
. Y resulta que el pobre estaba agradecido y todo, ¿te imaginas? Y el verano pasado Dumbledore entró por esa puerta…

Harry perdió el hilo de lo que estaba diciendo y la lechuza no lo ayudó a recuperarlo, sino que siguió inmóvil, sin sacar la cabeza. Harry se puso de espaldas a la puerta de entrada.

—Y aquí,
Hedwig
—prosiguió, abriendo la alacena que había debajo de la escalera—, es donde dormía antes. Tú no me conocías cuando… ¡Caray, qué pequeña es! Ya no me acordaba.

Paseó la mirada por los zapatos y paraguas amontonados y recordó que lo primero que veía todas las mañanas al despertar era el interior de la escalera, casi siempre adornado con una o dos arañas. En esa época todavía no conocía su verdadera identidad ni le habían explicado cómo habían muerto sus padres ni por qué muchas veces ocurrían cosas extrañas en su entorno. Pero todavía recordaba los sueños que ya entonces lo acosaban; sueños confusos en que aparecían destellos de luz verde, y en una ocasión (tío Vernon estuvo a punto de chocar con el coche cuando se lo explicó) una motocicleta voladora…

De pronto se oyó un rugido ensordecedor fuera de la casa. Harry se incorporó bruscamente y se golpeó la coronilla con el marco de la pequeña puerta. Se quedó quieto sólo lo necesario para proferir algunas de las palabrotas más selectas de tío Vernon y, frotándose la cabeza, fue tambaleante hasta la cocina. Miró por la ventana que daba al jardín trasero.

Observó unas ondulaciones que recorrían la oscuridad, como si el aire temblara. Entonces empezaron a aparecer figuras, una a una, a medida que se desactivaban sus encantamientos desilusionadores. Hagrid, con casco y gafas de motorista, destacaba en medio de la escena, sentado a horcajadas en una enorme motocicleta con sidecar negro. Alrededor de él, otros desmontaban de sus escobas, y dos de ellos de sendos caballos alados, negros y esqueléticos.

Harry abrió de un tirón la puerta trasera y corrió hacia los recién llegados. En medio de un griterío de calurosos saludos, Hermione lo abrazó y Ron le dio palmadas en la espalda.

—¿Todo bien, Harry? —preguntó Hagrid—. ¿Listo para pirarte?

—Ya lo creo —respondió sonriéndoles a todos—. Pero… ¡no esperaba que vinierais tantos!

—Ha habido un cambio de planes —gruñó
Ojoloco
, que llevaba dos grandes sacos repletos y cuyo ojo mágico enfocaba alternativamente el oscuro cielo, la casa y el jardín con una rapidez asombrosa—. Pongámonos a cubierto y luego te lo explicaremos todo.

Harry los guió hasta la cocina. Riendo y charlando, algunos se sentaron en las sillas y sobre las relucientes encimeras de tía Petunia, y otros se apoyaron contra los impecables electrodomésticos. Estaban: Ron, alto y desgarbado; Hermione, que se había recogido la espesa melena en una larga trenza; Fred y George esbozando idénticas sonrisas; Bill, con tremendas cicatrices y el pelo largo; el señor Weasley, con expresión bondadosa, algo más calvo y con las gafas un poco torcidas;
Ojoloco
, maltrecho, cojo, y cuyo brillante ojo mágico azul se movía a toda velocidad; Tonks, con el pelo corto y teñido de rosa, su color preferido; Lupin, con más canas y más arrugas; Fleur, esbelta y hermosa, luciendo su larga y rubia cabellera; Kingsley, negro, calvo y ancho de hombros; Hagrid, con el pelo y la barba enmarañados, encorvado para no darse contra el techo, y Mundungus Fletcher, alicaído, desaliñado y bajito, de mustios ojos de
basset
y pelo apelmazado. Harry tuvo la impresión de que su corazón se agrandaba y resplandecía ante aquel panorama; los quería muchísimo a todos, incluso a Mundungus, a quien había intentado estrangular la última vez que se vieron.

—Creía que estabas protegiendo al primer ministro
muggle
, Kingsley —comentó.

—Puede pasar sin mí por una noche. Tú eres más importante.

—¿Has visto esto, Harry? —dijo Tonks, encaramada en la lavadora, y agitó la mano izquierda mostrándole el anillo que lucía en un dedo.

—¿Os habéis casado? —preguntó Harry mirándola, y luego a Lupin.

—Lamento que no pudieras asistir a la boda, Harry. Fue una ceremonia muy discreta.

—¡Qué alegría! ¡Felici…!

—Bueno, bueno, más adelante ya habrá tiempo para cotilleos —intervino Moody en medio del barullo, y todos se callaron. Dejó los sacos en el suelo y se volvió hacia Harry—. Como supongo que te habrá contado Dedalus, hemos tenido que desechar el plan A, puesto que Pius Thicknesse se ha pasado al otro bando. Por consiguiente, nos hallamos ante un grave problema. Ha amenazado con encarcelar a cualquiera que conecte esta casa a la Red Flu, ubique un traslador o entre o salga mediante Aparición. Y todo eso lo ha hecho, en teoría, para protegerte e impedir que Quien-tú-sabes venga a buscarte, aunque no tiene sentido, porque el encantamiento de tu madre ya se encarga de esas funciones. Lo que ha hecho en realidad es impedir que salgas de aquí de forma segura.

»Segundo problema: eres menor de edad, y eso significa que todavía tienes activado el Detector.

—¿El Detector? No…

—¡El Detector, el Detector! —repitió
Ojoloco
, impaciente—. El encantamiento que percibe las actividades mágicas realizadas en torno a los menores de diecisiete años, y que el ministerio emplea para descubrir las infracciones del Decreto para la moderada limitación de la brujería en menores de edad. Si alguno de nosotros hiciera un hechizo para sacarte de aquí, Thicknesse lo sabría, y también los
mortífagos
.

»Pero no podemos esperar a que se desactive el Detector, porque en cuanto cumplas los años perderás toda la protección que te proporcionó tu madre. Resumiendo: Pius Thicknesse cree que te tiene totalmente acorralado.

Harry a su pesar, estaba de acuerdo con lo que creía ese tal Thicknesse.

—¿Y qué vamos a hacer?

—Utilizaremos los únicos medios de transporte que nos quedan, los únicos que el Detector no puede descubrir, porque no necesitamos hacer ningún hechizo para utilizarlos: escobas,
thestrals
y la motocicleta de Hagrid.

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