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Authors: J. K. Rowling

Tags: #fantasía, #infantil

Harry Potter y las Reliquias de la Muerte (2 page)

BOOK: Harry Potter y las Reliquias de la Muerte
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Snape sonrió y comentó:

—Mi fuente ya me advirtió que planeaban dar una pista falsa; debe de ser ésa. No cabe duda de que a Dawlish le han hecho un encantamiento
confundus
. No sería la primera vez; todos sabemos que es muy vulnerable.

—Os aseguro, mi señor, que Dawlish parecía muy convencido —insistió Yaxley.

—Si le han hecho un encantamiento
confundus
, es lógico que así sea —razonó Snape—. Te aseguro, Yaxley, que la Oficina de Aurores no volverá a participar en la protección de Harry Potter. La Orden cree que nos hemos infiltrado en el ministerio.

—En eso la Orden no se equivoca, ¿no? —intervino un individuo rechoncho sentado a escasa distancia de Yaxley; soltó una risita espasmódica y algunos lo imitaron.

Pero Voldemort no rió; dejaba vagar la mirada por el cuerpo que giraba lentamente suspendido encima de la mesa, al parecer absorto en sus pensamientos.

—Mi señor —continuó Yaxley—, Dawlish cree que utilizarán un destacamento completo de aurores para trasladar al chico…

El Señor Tenebroso levantó una mano grande y blanca; el hombre enmudeció al instante y lo miró con resentimiento, mientras escuchaba cómo le dirigía de nuevo la palabra a Snape:

—¿Dónde piensan esconder al chico?

—En casa de un miembro de la Orden —contestó Snape—. Según nuestra fuente, le han dado a ese lugar toda la protección que la Orden y el ministerio pueden proporcionar. Creo que una vez que lo lleven allí habrá pocas probabilidades de atraparlo, mi señor; a menos, por supuesto, que el ministerio haya caído antes del próximo sábado, lo cual nos permitiría descubrir y deshacer suficientes sortilegios para burlar las protecciones que resten.

—¿Qué opinas, Yaxley? —preguntó Voldemort mientras el fuego de la chimenea se reflejaba de una manera extraña en sus encarnados ojos—. ¿Habrá caído el ministerio antes del próximo sábado?

Una vez más, todas las cabezas se volvieron hacia Yaxley, que se enderezó y replicó:

—Mi señor, tengo buenas noticias a ese respecto. Con grandes dificultades y tras ímprobos esfuerzos, he conseguido hacerle una maldición
imperius
a Pius Thicknesse.

Los que se hallaban cerca de Yaxley se mostraron impresionados, y su vecino, Dolohov —un hombre de cara alargada y deforme—, le dio una palmada en la espalda.

—Algo es algo —concedió Voldemort—. Pero no podemos basar todos nuestros planes en una sola persona; Scrimgeour debe estar rodeado por los nuestros antes de que yo entre en acción. Si fracasara en mi intento de acabar con la vida del ministro, me retrasaría mucho.

—Sí, mi señor, tenéis razón. Pero Thicknesse, como jefe del Departamento de Seguridad Mágica, mantiene contactos regulares no sólo con el ministro, sino también con los jefes de todos los departamentos del ministerio. Ahora que tenemos controlado a un funcionario de tan alta jerarquía, creo que será fácil someter a los demás, y entonces trabajarán todos juntos para acabar con Scrimgeour.

—Siempre que no descubran a nuestro amigo Thicknesse antes de que él haya convertido a los restantes —puntualizó Voldemort—. En todo caso, sigue siendo poco probable que me haya hecho con el ministerio antes del próximo sábado. Si no es posible capturar al chico una vez que haya llegado a su destino, tendremos que hacerlo durante su traslado.

—En eso jugamos con ventaja, mi señor —afirmó Yaxley, que parecía decidido a obtener cierta aprobación por parte de Voldemort—, puesto que tenemos algunos hombres infiltrados en el Departamento de Transportes Mágicos. Si Potter se aparece o utiliza la Red Flu, lo sabremos de inmediato.

—No hará ninguna de esas cosas —terció Snape—. La Orden evita cualquier forma de transporte controlada o regulada por el ministerio; desconfían de todo lo que tenga que ver con la institución.

—Mucho mejor —repuso Voldemort—. Porque tendrá que salir a campo abierto, y así será más fácil atraparlo. —Miró otra vez el cuerpo que giraba con lentitud y continuó—: Me ocuparé personalmente del chico. Ya se han cometido demasiados errores en lo que se refiere a Harry Potter, y algunos han sido míos. El hecho de que Potter siga con vida se debe más a mis fallos que a sus aciertos.

Todos lo miraron con aprensión; a juzgar por la expresión de sus rostros, temían que se los pudiera culpar de que Harry Potter siguiera existiendo. Sin embargo, Voldemort parecía hablar consigo mismo, sin recriminar nada a nadie, mientras continuaba contemplando el cuerpo inconsciente que colgaba sobre la mesa.

—He sido poco cuidadoso, y por eso la suerte y el azar han frustrado mis excelentes planes. Pero ahora ya sé qué he de hacer; ahora entiendo cosas que antes no entendía. Debo ser yo quien mate a Harry Potter, y lo haré.

En cuanto hubo pronunciado estas palabras y como en respuesta a ellas, se oyó un gemido desgarrador, un terrible y prolongadísimo alarido de angustia y dolor. Asustados, muchos de los presentes miraron el suelo, porque el sonido parecía provenir de debajo de sus pies.

—Colagusano —dijo Voldemort sin mudar el tono serio y sereno y sin apartar la vista del cuerpo que giraba—, ¿no te he pedido que mantengas callado a nuestro prisionero?

—Sí, m… mi señor —respondió resollando un individuo bajito situado hacia la mitad de la mesa; estaba tan hundido en su silla que, a primera vista, ésta parecía desocupada. Se levantó del asiento y salió a toda prisa de la sala, dejando tras de sí un extraño resplandor plateado.

—Como iba diciendo —prosiguió el Señor Tenebroso, y escudriñó los tensos semblantes de sus seguidores—, ahora lo entiendo todo mucho mejor. Ahora sé, por ejemplo, que para matar a Potter necesitaré que alguno de vosotros me preste su varita mágica.

Las caras de los reunidos reflejaron sorpresa; era como si acabara de anunciar que deseaba que alguno de ellos le prestara un brazo.

—¿No hay ningún voluntario? Veamos… Lucius, no sé para qué necesitas ya una varita mágica.

Lucius Malfoy levantó la cabeza. Tenía los ojos hundidos y con ojeras, y el resplandor de la chimenea daba un tono amarillento y aspecto céreo a su cutis. Cuando habló, lo hizo con voz ronca:

—¡Mi señor!

—La varita, Lucius. Quiero tu varita.

—Yo…

Malfoy miró de soslayo a su esposa. Ella, casi tan pálida como él y con una larga melena rubia que le llegaba hasta la cintura, miraba al frente, pero por debajo de la mesa sus delgados dedos ciñeron ligeramente la muñeca de su esposo. A esa señal, Malfoy metió una mano bajo la túnica, sacó su varita mágica y se la entregó a Voldemort, que la sostuvo ante sus rojos ojos para examinarla con detenimiento.

—Dime, Lucius, ¿de qué es?

—De olmo, mi señor —susurró Malfoy.

—¿Y el núcleo central?

—De dragón, mi señor. De fibras de corazón de dragón.

—¡Fantástico! —exclamó Voldemort. Sacó su varita y comparó la longitud de ambas.

Lucius Malfoy hizo un fugaz movimiento involuntario con el que dio la impresión de que esperaba recibir la varita de su amo a cambio de la suya. A Voldemort no le pasó por alto; abrió los ojos con malévola desmesura y cuestionó:

—¿Darte mi varita, Lucius? ¿Mi varita, precisamente? —Algunos rieron por lo bajo—. Te he regalado la libertad, Lucius. ¿Acaso no tienes suficiente con eso? Sí… es cierto, me he fijado en que últimamente ni tú ni tu familia parecéis felices… ¿Tal vez os desagrada mi presencia en vuestra casa, Lucius?

—¡No, mi señor! ¡En absoluto!

—Mientes, Lucius…

La voz de Voldemort siguió emitiendo un suave silbido incluso después de que su cruel boca hubiera acabado de mover los labios. Pero el sonido fue intensificándose poco a poco, y uno o dos magos apenas lograron reprimir un escalofrío al notar que una criatura corpulenta se deslizaba por el suelo, bajo la mesa.

Una enorme serpiente apareció y trepó con lentitud por la silla de Voldemort; continuó subiendo (parecía interminable) y se le acomodó sobre los hombros. El cuello del reptil era tan grueso como el muslo de un hombre, y los ojos, cuyas pupilas semejaban dos rendijas verticales, miraban con fijeza, sin parpadear. El Señor Tenebroso la acarició distraídamente con sus largos y delgados dedos, mientras observaba con persistencia a Lucius Malfoy.

—¿Por qué será que los Malfoy se muestran tan descontentos con su suerte? ¿Acaso durante años no presumieron, precisamente, de desear mi regreso y mi ascenso al poder?

—Por supuesto, mi señor —afirmó Lucius y, con mano temblorosa, se enjugó el sudor del labio superior—. Lo deseábamos… y lo deseamos.

La esposa de Malfoy, sentada a la izquierda de su marido, asintió con una extraña y rígida cabezada, pero evitando mirar a Voldemort o a la serpiente. Su hijo Draco, que se hallaba a la derecha de su padre observando el cuerpo inerte que pendía sobre ellos, echó un vistazo fugaz a Voldemort y volvió a desviar la mirada, temeroso de establecer contacto visual con él.

—Mi señor —dijo con voz emocionada una mujer morena situada hacia la mitad de la mesa—, es un honor alojaros aquí, en la casa de nuestra familia. Nada podría complacernos más.

Se sentaba al lado de su hermana, pero su aspecto físico —cabello oscuro y ojos de párpados gruesos— era tan diferente del de aquélla como su porte y su conducta: Narcisa adoptaba una actitud tensa e impasible, en tanto que Bellatrix se inclinaba hacia Voldemort, pues las palabras no le bastaban para expresar sus ansias de proximidad.

—«Nada podría complacernos más» —repitió Voldemort ladeando un poco la cabeza mientras la miraba—. Eso significa mucho viniendo de ti, Bellatrix.

La mujer se ruborizó y los ojos se le anegaron en lágrimas de gratitud.

—Mi señor sabe que digo la pura verdad.

—«Nada podría complacernos más…» ¿Ni siquiera lo compararías con el feliz acontecimiento que, según tengo entendido, se ha producido esta semana en el seno de tu familia?

Bellatrix lo miró con los labios entreabiertos y evidente desconcierto.

—No sé a qué os referís, mi señor.

—Me refiero a tu sobrina, Bellatrix. Y también vuestra, Lucius y Narcisa. Acaba de casarse con Remus Lupin, el hombre lobo. Debéis de estar muy orgullosos.

Hubo un estallido de risas burlonas. Los seguidores de Voldemort intercambiaron miradas de júbilo y algunos incluso golpearon la mesa con el puño. La enorme serpiente, molesta por tanto alboroto, abrió las fauces y silbó, furiosa; pero los
mortífagos
no la oyeron, porque se regocijaban con la humillación de Bellatrix y los Malfoy. El rostro de Bellatrix, que hasta ese momento había mostrado un leve rubor de felicidad, se cubrió de feas manchas rojas.

—¡No es nuestra sobrina, mi señor! —gritó para hacerse oír por encima de las risas—. Nosotras, Narcisa y yo, no hemos vuelto a mirar a nuestra hermana desde que se casó con el sangre sucia. Esa mocosa no tiene nada que ver con nosotras, ni tampoco la bestia con que se ha casado.

—¿Qué dices tú, Draco? —preguntó Voldemort, y aunque no subió la voz, se le oyó con claridad a pesar de las burlas y los abucheos—. ¿Te ocuparás de los cachorritos?

La hilaridad iba en aumento. Aterrado, Draco Malfoy miró a su padre, que tenía la mirada clavada en el regazo, y luego buscó la de su madre. Ella negó con la cabeza de manera casi imperceptible y siguió contemplando de forma inexpresiva la pared que tenía enfrente.

—¡Basta! —exclamó Voldemort acariciando a la enojada serpiente—. ¡Basta, he dicho! —Las risas se apagaron al instante—. Muchos de los más antiguos árboles genealógicos enferman un poco con el tiempo —añadió mientras Bellatrix lo miraba implorante y ansiosa—. Vosotros tenéis que podar el vuestro para que siga sano, cortar esas partes que amenazan la salud de las demás, ¿entendido?

—Sí, mi señor —susurró Bellatrix, y los ojos volvieron a anegársele en lágrimas de gratitud—. ¡En la primera ocasión!

—La tendrás —aseguró el Señor Tenebroso—. Y lo mismo haremos con las restantes familias: cortaremos el cáncer que nos infecta hasta que sólo quedemos los de sangre verdadera…

Acto seguido, levantó la varita mágica de Lucius Malfoy y, apuntando a la figura que giraba lentamente sobre la mesa, le dio una leve sacudida. Entonces la figura cobró vida, emitió un quejido y forcejeó como si intentara librarse de unas invisibles ataduras.

—¿Reconoces a nuestra invitada, Severus? —preguntó Voldemort.

Snape dirigió la vista hacia la cautiva colgada cabeza abajo. Los demás
mortífagos
lo imitaron, como si les hubieran dado permiso para expresar curiosidad. Cuando la mujer quedó de cara a la chimenea, gritó con una voz cascada por el terror:

—¡Severus! ¡Ayúdame!

—¡Ah, sí! —replicó Snape mientras la prisionera seguía girando despacio.

—¿Y tú, Draco, sabes quién es? —inquirió Voldemort, acariciándole el morro a la serpiente con la mano libre. Draco negó enérgicamente con la cabeza. Ahora que la mujer había despertado, el joven se sentía incapaz de seguir mirándola—. Claro, tú no asistías a sus clases. Para los que no lo sepáis, os comunico que esta noche nos acompaña Charity Burbage, quien hasta hace poco enseñaba en el Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería.

Se oyeron murmullos de comprensión. Una mujer encorvada y corpulenta, de dientes puntiagudos, soltó una risa socarrona y comentó:

—Sí, la profesora Burbage enseñaba a los hijos de los magos y las brujas todo sobre los
muggles
, y les explicaba que éstos no son tan diferentes de nosotros…

Un
mortífago
escupió en el suelo. Charity Burbage volvió a quedar de cara a Snape.

—Severus, por favor… por favor…

—Silencio —ordenó Voldemort, y volvió a agitar la varita de Malfoy. Charity calló de golpe, como si la hubieran amordazado—. No satisfecha con corromper y contaminar las mentes de los hijos de los magos, la semana pasada la profesora Burbage escribió una apasionada defensa de los sangre sucia en
El Profeta
. Según ella, los magos debemos aceptar a esos ladrones de nuestro conocimiento y nuestra magia, y sostiene que la progresiva desaparición de los sangre limpia es una circunstancia deseable. Si por ella fuera, nos emparejaríamos todos con
muggles
o, ¿por qué no?, con hombres lobo.

Esa vez nadie rió: la rabia y el desprecio de la voz de Voldemort imponían silencio. Por tercera vez, Charity Burbage volvió a quedar de cara a Snape, mientras las lágrimas se le escurrían entre los cabellos. Snape la miró de nuevo, impertérrito, mientras ella giraba.

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