Read Harry Potter y las Reliquias de la Muerte Online
Authors: J. K. Rowling
Tags: #fantasía, #infantil
»¡Y su conocimiento permaneció lamentablemente incompleto, Harry! Voldemort no se molesta en comprender lo que no valora. Él no sabe ni entiende nada de elfos domésticos, ni de cuentos infantiles, del amor, la lealtad o la inocencia. Nada en absoluto. Porque todo eso tiene un poder que supera el suyo, un poder que está fuera del alcance de cualquier magia; es una verdad que él nunca ha captado.
»Así pues, tomó tu sangre convencido de que lo fortalecería, y de ese modo introdujo en su cuerpo una diminuta parte del sortilegio que tu madre te hizo al morir por ti. Su cuerpo mantiene vivo el sacrificio de Lily, y mientras sobreviva dicho sortilegio, sobreviviréis también tú y la última esperanza de redención de Voldemort.
Al acabar su explicación, Dumbledore volvió a sonreír.
—¿Y usted lo sabía? ¿Siempre lo supo?
—Lo sospechaba. Pero mis sospechas casi siempre se confirman —añadió el profesor alegremente.
Luego guardaron un largo silencio, mientras la criatura proseguía con sus gemidos y temblores.
—Quisiera saber otra cosa —dijo Harry al fin—. ¿Por qué mi varita destruyó la que él había tomado prestada?
—De eso no estoy seguro.
—Pues a ver si se confirman sus sospechas —bromeó Harry, y Dumbledore rió.
—Lo que debes entender es que lord Voldemort y tú habéis viajado juntos a terrenos de la magia hasta ahora desconocidos e inexplorados. Pero creo que esto es lo que pasó, aunque es algo sin precedentes, y también creo que ningún fabricante de varitas podría haberlo vaticinado o habérselo explicado a Voldemort.
»Sin pretenderlo, como ahora sabes, el Señor Tenebroso reforzó el lazo que os unía cuando volvió a adoptar forma humana. Una parte de su alma estaba todavía unida a la tuya, y, pensando fortalecerse, introdujo en su interior una parte del sacrificio de tu madre. Si hubiera entendido el tremendo y preciso poder de ese sacrificio, quizá no se habría atrevido a tocar tu sangre… Pero si hubiera sido capaz de comprenderlo, no sería lord Voldemort y jamás habría matado.
»Tras garantizar esa doble conexión, tras unir vuestros destinos como jamás dos magos estuvieron unidos en toda la historia de la magia, él procedió a atacarte con una varita que compartía el núcleo central con la tuya. Y entonces, como ya sabemos, ocurrió algo muy extraño: los núcleos centrales reaccionaron de una forma que lord Voldemort, quien nunca supo que tu varita era hermana gemela de la suya, no habría podido predecir.
»La noche en que eso ocurrió él se asustó más que tú, Harry. Tú habías aceptado, abrazado incluso, la posibilidad de la muerte, algo que el Señor Tenebroso nunca ha sido capaz de hacer. Venció tu coraje, y tu varita superó a la suya. Y al hacerlo, algo ocurrió entre esas dos varitas, algo que repercutió en la relación entre sus dueños.
»Creo que esa noche tu varita se imbuyó en parte de la fuerza y las cualidades de la suya, lo cual equivale a decir que a partir de entonces contenía algo del propio Voldemort. Por eso tu varita lo reconoció cuando te perseguía, reconoció a un hombre que era a la vez amigo y enemigo mortal, y regurgitó parte de su propia magia contra él, una magia mucho más poderosa de la que habría realizado la varita de Lucius. Desde ese momento, tu varita contenía el poder de tu enorme valor y el de la letal habilidad de Voldemort; así las cosas, ¿qué posibilidades tenía la pobre varita de Lucius Malfoy?
—Pero si mi varita era tan poderosa, ¿cómo es que Hermione logró destruirla?
—Hijo mío, sus asombrosos efectos iban dirigidos únicamente a Voldemort, quien, con gran desatino, había tratado de alterar las más complejas leyes de la magia. Esa varita sólo ejercía un poder anormal contra él. Por lo demás, era una varita como cualquier otra… aunque buena, sin duda —concedió Dumbledore.
Harry se quedó largo rato en silencio, o quizá unos segundos. En aquel lugar era difícil estar seguro de conceptos como el del tiempo.
—Voldemort me mató con la varita que le quitó a usted.
—No, Harry, Voldemort no consiguió matarte con mi varita —lo corrigió Dumbledore—. Creo que podemos afirmar que no estás muerto. Aunque, por supuesto —añadió, como si temiera haber sido descortés—, no estoy minimizando tus sufrimientos, pues estoy seguro de que han sido enormes.
—Pero ahora me encuentro muy bien —observó Harry mirándose las manos, limpias y perfectas—. ¿Dónde estamos exactamente?
—Eso mismo iba a preguntarte —dijo Dumbledore echando una ojeada alrededor—. ¿Dónde crees que estamos?
Harry no lo sabía, pero al oír la pregunta se percató súbitamente de que la respuesta era muy sencilla.
—Parece… —dijo despacio— la estación de King's Cross. Sólo que mucho más limpia y vacía. Y no hay trenes a la vista.
—¡La estación de King's Cross! —exclamó Dumbledore riendo exageradamente—. ¡Qué barbaridad! ¿En serio?
—Bueno, pues ¿dónde cree usted que estamos? —replicó el chico, ceñudo.
—No tengo ni idea, hijo. Como suele decirse, aquí mandas tú.
Harry no sabía qué significaba eso; el profesor lo estaba sacando de quicio. Le lanzó una mirada iracunda y entonces recordó que tenía una pregunta mucho más apremiante.
—Por cierto, las Reliquias de la Muerte… —empezó, y lo alegró comprobar que esas palabras borraban la sonrisa de su interlocutor.
—Ya.
El antiguo director puso cara de preocupación.
—¿Y bien?
Por primera vez desde que Harry lo conocía, Dumbledore no parecía un anciano, sino un niño pequeño al que han sorprendido cometiendo una fechoría.
—¿Me perdonas, Harry? —suplicó—. ¿Me perdonas por no haber confiado en ti? ¿Por no habértelo contado? Mi único temor, muchacho, era que fracasaras como yo, que cometieras los mismos errores. Te ruego que me perdones. Desde hace tiempo sé que eres mejor persona que yo.
—Pero ¿de qué me habla? —repuso el muchacho, sorprendido por el tono de Dumbledore y por las lágrimas que, de pronto, le anegaron los ojos.
—Las reliquias, las reliquias… ¡El sueño de un hombre desesperado!
—¡Pero existen! ¡Son reales!
—Reales y peligrosas; un señuelo para necios. Y yo fui muy necio. Pero tú ya lo sabes, ¿verdad? Ya no tengo secretos para ti; lo sabes.
—¿Qué es lo que sé?
Dumbledore lo miró; las lágrimas todavía le chispeaban en los ojos.
—¡Señor de la muerte, Harry, señor de la muerte! ¿Era yo mejor, en última instancia, que Voldemort?
—Pues claro que sí. Por supuesto. ¿Cómo puede preguntar eso? ¡Usted nunca mató si pudo evitarlo!
—Cierto, cierto —afirmó Dumbledore como un niño que deja que lo tranquilicen—. Pero aun así yo también buscaba una forma de vencer a la muerte, muchacho.
—Pero no como él —sentenció Harry. Con lo enfadado que estaba con Dumbledore, resultaba extraño estar allí sentado, bajo aquel alto techo abovedado, defendiendo al antiguo director de sus propias críticas—. Se trataba de las reliquias, no de
Horrocruxes
.
—Reliquias —murmuró Dumbledore—, no
Horrocruxes
. Exactamente.
Hubo una pausa. La criatura gimoteó, pero Harry ya no le hizo caso.
—¿Grindelwald también las buscaba? —preguntó.
Dumbledore cerró los ojos y asintió.
—Eso fue lo que nos unió, más que ninguna otra cosa —musitó—. Éramos dos chicos listos y arrogantes que compartían una obsesión. El quiso ir a Godric's Hollow, como seguro que adivinaste, porque era allí donde estaba la tumba de Ignotus Peverell. Quería explorar el lugar donde había muerto el hermano menor.
—Entonces ¿es verdad? ¿Todo es cierto? Los hermanos Peverell…
—… eran los tres hermanos de la fábula. Sí, eso creo. Si se encontraron o no a la Muerte en un camino solitario, eso ya… Creo que los hermanos Peverell eran sencillamente unos magos peligrosos y con gran talento que consiguieron crear esos poderosos objetos. La versión de que eran las Reliquias de la Muerte me parece a mí una especie de leyenda que debió de surgir alrededor de la creación de esos objetos.
»Por otra parte, la Capa Invisible, como ya sabes, fue transmitiéndose a lo largo de los años, de padre a hijo, de madre a hija, hasta el último descendiente vivo de Ignotus, que nació, igual que éste, en Godric's Hollow. —Sonrió a Harry.
—¿Yo?
—En efecto, tú. Ya sé que adivinaste por qué tenía en mi poder esa capa la noche en que murieron tus padres. James me la había enseñado hacía pocos días. ¡Entonces entendí por qué consiguió hacer tantas travesuras en el colegio sin que lo descubrieran! Yo no daba crédito a lo que veía, así que le pedí que me la prestara para examinarla. Hacía mucho tiempo que había abandonado mi sueño de reunir las reliquias, pero no pude resistirme, no fui capaz de dejar pasar la ocasión de tenerla en mis manos… Jamás había visto una capa parecida: increíblemente vieja pero perfecta en todos los aspectos… Entonces tu padre murió, ¡y por fin tenía dos reliquias para mí solo!
El director hablaba con gran amargura.
—Pero la Capa Invisible no habría ayudado a mis padres a sobrevivir —se apresuró a decir Harry—. Voldemort sabía dónde estaban y la capa no los habría protegido de las maldiciones.
—Cierto. Tienes razón.
Harry esperó un rato, pero como el profesor no proseguía, le preguntó para animarlo:
—Entonces, ¿usted ya había dejado de buscar las reliquias cuando encontró la capa?
—Sí —contestó con un hilo de voz. Daba la impresión de que le costaba mirar a Harry a los ojos—. Ya sabes qué pasó; ya lo sabes. No puedes despreciarme más de lo que me desprecio a mí mismo.
—Pero si yo no lo desprecio…
—Pues deberías. Estás al corriente del secreto de la enfermedad de mi hermana, de cómo la atacaron esos
muggles
y en qué se convirtió; sabes que mi pobre padre quiso vengarse y pagó por ello, pues murió en Azkaban, y también sabes que mi madre sacrificó su vida para cuidar de Ariana.
»Yo estaba resentido, Harry. —Lo dijo sin rodeos, con frialdad, pero con la mirada perdida a lo lejos—. Tenía talento y era brillante, pero quería escapar. Quería brillar. Quería alcanzar la gloria.
»No me malinterpretes —añadió, y el dolor le ensombreció el rostro y recuperó el aspecto de anciano—. Yo los amaba, amaba a mis padres y mis hermanos. Pero era egoísta, Harry, más egoísta de lo que tú, que eres una persona asombrosamente desinteresada, podrías imaginar siquiera.
»Y cuando murió mi madre y me hallé ante la responsabilidad de una hermana enferma y un hermano díscolo, volví a mi pueblo lleno de rabia y amargura. ¡Me sentía atrapado y desperdiciado! Y entonces llegó él, claro…
Volvió a mirar a Harry a los ojos, y prosiguió:
—Sí, Grindelwald. No te imaginas cómo me atrajeron sus ideas, cuánto me inflamaron: los
muggles
obligados a someterse a los magos, el triunfo de los magos, Grindelwald y yo convertidos en los gloriosos y jóvenes líderes de la revolución… En el fondo tenía algunos escrúpulos. Pero calmaba mi conciencia con palabras vacías: iba a ser por el bien de todos y cualquier daño que provocáramos sería compensado con creces en beneficio de los magos. Aunque, ¿sabía yo, en el fondo, quién era Gellert Grindelwald? Me parece que sí, pero cerré los ojos a la verdad. Si lográbamos llevar a buen término nuestros planes, todos mis sueños se harían realidad.
»Y tras nuestros planes estaban las Reliquias de la Muerte. ¡Cómo lo fascinaban, cómo nos fascinaban a ambos! ¡La varita invencible, el arma que nos llevaría al poder! Para él, aunque yo fingiera no saberlo, la Piedra de la Resurrección significaba contar con un ejército de inferí; para mí, lo confieso, significaba el regreso de mis padres, algo que me liberaría de toda responsabilidad.
»Y la Capa Invisible… No sé por qué, pero no hablábamos mucho de esa reliquia. Ambos sabíamos escondernos muy bien sin necesidad de ella, cuya verdadera magia, por supuesto, consiste en que puede utilizarse para proteger a otras personas aparte de su propietario. Yo creía que si algún día la encontrábamos, podría resultar útil para ocultar a Ariana, pero lo que más nos interesaba de la capa era que completaba el trío. Según la leyenda, la persona que reuniera los tres objetos se convertiría en el verdadero señor de la muerte, es decir: las reliquias lo harían invencible.
»¡Grindelwald y Dumbledore, los invencibles señores de la muerte! Fueron dos meses de locura, sueños crueles y desatención de los dos únicos familiares que me quedaban…
»El resto de la historia ya lo conoces. Se impuso la realidad, encarnada en mi hermano, un joven tosco, inculto e infinitamente más admirable que yo. Pero no quería escuchar las verdades que me gritaba, ni que me dijera que yo no podía emprender la búsqueda de las reliquias arrastrando a una hermana frágil e inestable.
»La discusión derivó en una pelea y Grindelwald perdió el control. Eso que yo siempre había intuido en él, aunque fingiera ignorarlo, surgió de una forma espantosa. Y Ariana, después de todos los cuidados y toda la cautela de mi madre, yacía muerta en el suelo.
Dumbledore emitió un gemido ahogado y rompió a llorar. Harry quiso consolarlo y le alegró descubrir que podía tocarlo; le cogió un brazo y el director recobró poco a poco la compostura.
—Así pues, Grindelwald se marchó, como cualquiera (excepto yo) habría podido predecir. Desapareció con sus planes para tomar el poder y torturar a los
muggles
y con sus sueños sobre las Reliquias de la Muerte, unos sueños que yo había contribuido a consolidar. Huyó, y yo tuve que enterrar a mi hermana y aprender a vivir con el sentimiento de culpa y un terrible dolor, el precio de mi deshonrosa conducta.
»Pasaron los años y circulaban rumores sobre él. Decían que había conseguido una varita de inmenso poder. Entretanto, a mí me ofrecieron el cargo de ministro de Magia, no una vez sino muchas. Lo rechacé, como es lógico. Me había demostrado a mí mismo que no sabía manejar el poder.
—¡Pero usted habría sido mejor, mucho mejor que Fudge o Scrimgeour!
—¿Tú crees? No estoy tan seguro. Ya de muy joven había demostrado que el poder era mi debilidad y mi tentación. Es curioso, Harry, pero quizá los más capacitados para ejercer el poder son los que nunca han aspirado a él; los que, como tú, se ven obligados a ostentar un liderazgo y asumen esa responsabilidad, y comprueban, con sorpresa, que saben hacerlo.
»Yo resultaba menos peligroso en Hogwarts. Creo que fui un buen profesor…
—El mejor…
—Eres muy amable, Harry. Pero mientras yo me ocupaba en instruir a los jóvenes magos, Grindelwald preparaba un ejército. Dicen que me temía y quizá fuera cierto, pero creo que no tanto como yo lo temía a él.