Harry Potter y las Reliquias de la Muerte (41 page)

Read Harry Potter y las Reliquias de la Muerte Online

Authors: J. K. Rowling

Tags: #fantasía, #infantil

BOOK: Harry Potter y las Reliquias de la Muerte
5.93Mb size Format: txt, pdf, ePub

Hermione se estrechó más contra Harry bajo la capa, con un brazo pegado al suyo.

—¿Cómo lo sabe?

Harry negó con la cabeza. La mujer, que seguía mirándolos sin moverse en la calle desierta, volvió a hacerles señas, esta vez con apremio. A Harry se le ocurrían muchas razones para no hacerle caso, pero sus sospechas acerca de la identidad de aquella desconocida eran cada vez más sólidas.

¿Cabía la posibilidad de que llevara todos esos largos meses aguardándolos? ¿Podía ser que Dumbledore le hubiera pedido que esperara, porque Harry acabaría yendo a Godric's Hollow? ¿Tal vez era ella la que estaba escondida en el cementerio y los había seguido hasta allí? El que la mujer fuera capaz de percibir su presencia indicaba que poseía poderes que Harry sólo había intuido en Dumbledore.

Por fin decidió dirigirle la palabra, y Hermione, sobresaltada, soltó un gritito ahogado.

—¿Es usted Bathilda?

La figura envuelta asintió y volvió a hacerles señas.

Bajo la capa, Harry consultó a Hermione con la mirada, y ella dio una breve y nerviosa cabezada de asentimiento.

Avanzaron poco a poco y, de inmediato, la mujer se dio la vuelta y echó a andar cojeando por donde había venido. Pasó por delante de varias casas, con los chicos detrás, y al fin entró por la verja de una de ellas. Harry y Hermione la siguieron por el sendero que discurría por un jardín casi tan descuidado como el que acababan de abandonar. Al llegar a la puerta principal, la mujer sacó una llave, abrió y se apartó para dejarlos entrar.

Ella olía mal, o quizá el mal olor provenía de la casa; Harry arrugó la nariz al pasar con sigilo por su lado y se quitó la capa. Ahora que estaba cerca de la anciana comprobó lo bajita que era; encorvada por la edad, apenas le llegaba a la altura del esternón. Cerró la puerta con una mano cubierta de manchas y nudillos azulados y se volvió hacia Harry; hundidos entre pliegues de piel casi translúcida, sus ojos eran opacos a causa de las cataratas, y tenía la cara cubierta de capilares rotos y manchas de vejez. El chico se preguntó si podía verlo con aquellos ojos enfermos; si así era, sólo vería al
muggle
calvo cuya apariencia él había adoptado.

El olor a viejo, polvo, ropa sucia y comida rancia se intensificó cuando la anciana se quitó el chal negro y apolillado, revelando una cabeza de cabello blanco y ralo a través del cual se veía claramente el cuero cabelludo.

—¿Es usted Bathilda? —repitió Harry.

Ella volvió a asentir y él recordó que llevaba el guardapelo colgado del cuello, porque la cosa que contenía el
Horrocrux
había despertado y sus pulsaciones se percibían a través de la fría cubierta de oro. ¿Sabía esa cosa, podía notarlo, que lo que iba a destruirla estaba cerca?

Bathilda echó a andar arrastrando los pies, empujó a Hermione al pasar, como si no la hubiera visto, y entró en lo que parecía un salón.

—Harry, esto no me gusta —musitó Hermione.

—¿La has visto bien? Estoy seguro de que en caso de necesidad podríamos dominarla. Mira, debí decírtelo antes, pero yo ya sabía que no estaba muy bien de la cabeza. Muriel lo dijo.

—¡Ven! —llamó Bathilda desde la otra habitación.

Hermione dio un respingo y se agarró al brazo de Harry.

—Tranquila —dijo él, y la precedió hacia el salón.

Bathilda iba de un lado para otro encendiendo velas, pero la estancia todavía estaba oscura, además de sumamente sucia. Una gruesa capa de polvo se removió bajo sus pies y, al olfatear, Harry detectó entre el olor a humedad y moho algo semejante a carne podrida. Se preguntó cuánto hacía que nadie iba allí a airear las habitaciones. Además, la mujer parecía haber olvidado que podía hacer magia, porque encendía las velas a mano, torpemente, de modo que siempre estaba a punto de prender el puño de encaje de su manga.

—Permítame que lo haga yo —se ofreció Harry, y le cogió las cerillas de la mano.

Ella lo observó mientras él acababa de encender los cabos de vela que había en unos platillos repartidos por toda la estancia, precariamente colocados sobre montones de libros y en mesitas abarrotadas de tazas sucias y desportilladas.

La última vela que encendió Harry estaba en una cómoda de frontal abombado y repleta de fotografías. Cuando la llama cobró vida, su reflejo titiló en los marcos de plata y los polvorientos cristales, y el muchacho detectó pequeños movimientos en las imágenes. Mientras Bathilda buscaba unos troncos para la chimenea, él musitó: «¡Tergeo!», y el polvo desapareció de las fotografías. Enseguida vio que faltaba una media docena de ellas, las de los marcos más grandes y ornamentados, y se preguntó si las habría retirado de allí la propia Bathilda. Entonces le llamó la atención una colocada al fondo de la colección, y la cogió.

Aquel ladrón de cara risueña, el joven rubio que había saltado desde el alféizar de la ventana de Gregorovitch, le sonreía perezosamente desde su marco de plata. Al instante recordó que había visto a aquel chico en
Vida y mentiras de Albus Dumbledore
, abrazado a un Dumbledore adolescente, y comprendió que las fotografías que faltaban probablemente estaban en el libro de Rita.

—Señora Bagshot… —dijo, y le tembló un poco la voz—. ¿Quién es éste?

Bathilda estaba en medio de la habitación contemplando cómo Hermione encendía el fuego de la chimenea.

—Señora Bagshot… —repitió Harry, y fue hacia ella para enseñarle la fotografía, al mismo tiempo que las llamas prendían en la chimenea. Bathilda miró a Harry y el
Horrocrux
latió más deprisa—. ¿Quién es este joven? —preguntó.

La anciana observó la fotografía con aire solemne, y luego a Harry.

—¿Sabe quién es? —insistió él en voz más alta y articulando con mayor claridad—. ¿Sabe quién es este joven? ¿Lo conoce? ¿Cómo se llama?

Bathilda compuso una expresión de indiferencia, frustrando a Harry. ¿Cómo había conseguido Rita Skeeter desenterrar los recuerdos de aquella mujer?

—¿Quién es este hombre? —dijo elevando aún más la voz.

—¿Qué pasa, Harry? —preguntó Hermione.

—Mira esta fotografía… ¡Es el ladrón, el ladrón que robó a Gregorovitch!

»¡Por favor! —le suplicó a Bathilda—. ¿Quién es?

Pero ella se limitó a mirarlo fijamente.

—¿Por qué nos ha pedido que viniéramos con usted, señora Bagshot? —intervino Hermione elevando también el tono—. ¿Quería contarnos algo?

Bathilda se acercó a Harry arrastrando los pies, como si no hubiera oído a Hermione, y con la cabeza señaló el vestíbulo.

—¿Quiere que nos marchemos? —preguntó él.

Bathilda repitió el gesto, esta vez señalándolo primero a él, luego a sí misma y por último el techo.

—Ah, ya… me parece que quiere que suba con ella al piso de arriba.

—Está bien, vamos —dijo Hermione, pero cuando dio un paso, Bathilda sacudió la cabeza con repentina vehemencia y volvió a señalar primero a Harry y luego a sí misma.

—Quiere que suba con ella yo solo.

—¿Por qué? —preguntó Hermione, y su voz resonó, aguda y diáfana, en la estancia iluminada por las velas; la anciana movió un poco la cabeza, como molesta por la intensidad de ese sonido.

—A lo mejor Dumbledore le dijo que me diera la espada a mí y sólo a mí.

—¿De verdad crees que sabe quién eres?

—Sí, me parece que sí —respondió Harry observando los blanquecinos ojos de la anciana, de nuevo fijos en los suyos.

—Bueno, en ese caso… Pero date prisa, Harry.

—Usted primero —le dijo el chico a Bathilda.

La mujer debió de entenderlo, porque lo rodeó arrastrando los pies y fue hacia la puerta. Harry le lanzó una sonrisa tranquilizadora a su amiga, pero no estuvo seguro de que ella la viera, porque se había quedado en medio de aquella deprimente estancia, abrazándose el cuerpo y mirando la librería. Al salir, Harry se metió la fotografía del ladrón anónimo debajo de la chaqueta, sin que se dieran cuenta ni Hermione ni Bathilda.

La escalera era estrecha y empinada. Harry estuvo tentado de apoyar las manos en el voluminoso trasero de Bathilda para impedir que la anciana cayera hacia atrás y lo aplastara, lo cual parecía bastante probable. La mujer llegó resollando al primer rellano, torció hacia la derecha y guió a Harry hasta un dormitorio de techo bajo.

Allí dentro reinaba la oscuridad y también olía fatal. Harry atisbo un orinal que asomaba por debajo de la cama, pero Bathilda cerró la puerta y ya no vio nada más.


¡Lumos!
—dijo el muchacho, y su varita mágica se encendió. Al punto dio un respingo, porque la anciana se le había acercado aprovechando esos segundos de oscuridad total, aunque él no la había oído aproximarse.

—¿Eres Potter? —susurró Bathilda.

—Sí, soy Potter.

Ella asintió despacio, con solemnidad. Harry notó que los latidos del
Horrocrux
se aceleraban hasta superar los de su propio corazón, una sensación desagradable e inquietante.

—¿Tiene usted algo para mí? —preguntó, pero ella parecía absorta en la luz que emitía el extremo de la varita—. ¿Tiene algo que darme? —insistió.

La mujer cerró los ojos y entonces pasaron varias cosas a la vez: Harry sintió una fuerte punzada en la cicatriz, el
Horrocrux
palpitó con tanta fuerza que movió el jersey del muchacho, y la oscura y pestilente habitación desapareció por unos momentos. De pronto sintió un arrebato de júbilo y, con voz clara y aguda, gritó: «¡Rétenlo!»

Se tambaleó un poco, mientras la maloliente habitación en penumbra volvía a formarse alrededor de él, pero no entendió qué había ocurrido.

—¿Tiene algo para mí? —preguntó por tercera vez, más fuerte aún.

—Está allí —susurró ella señalando un rincón.

Harry dirigió la varita hacia la ventana y bajo las cortinas vio un tocador atestado de cosas.

Esta vez la anciana no lo precedió. Con la varita en alto, Harry pasó lentamente entre ella y la cama, que estaba deshecha. No quería perder de vista a Bathilda.

—¿Qué es? —preguntó al llegar al tocador, sobre el que había un gran montón de ropa muy sucia, a juzgar por el hedor que desprendía.

—Ahí —insistió la mujer señalando el montón deforme.

Harry se volvió brevemente hacia aquel amasijo buscando distinguir la empuñadura de una espada o algo que pareciera un rubí, y entonces la mujer hizo un movimiento extraño que él advirtió con el rabillo del ojo; presa del pánico, miró rápidamente a la anciana y el horror lo paralizó al ver cómo su cuerpo se desmoronaba y una enorme serpiente le surgía del cuello.

La serpiente lo atacó cuando él alzaba la varita, y el impacto de la mordedura que recibió en el antebrazo hizo que aquélla saliera despedida hacia el techo girando sobre sí misma. La luz osciló vertiginosamente por la habitación antes de apagarse. En ese momento, la serpiente le propinó con la cola un fuerte golpe en el pecho que le cortó la respiración. Harry cayó hacia atrás sobre el montón de ropa del tocador.

Lanzándose hacia un lado logró esquivar por muy poco la cola de la serpiente, que descargó con violencia sobre el tocador. Harry se derrumbó en el suelo y le cayeron encima añicos del cristal que cubría la superficie del mueble.

—¿Harry, qué haces? —gritó Hermione desde abajo.

Él intentó coger aire para responder, pero una mole lisa y pesada lo derribó y se deslizó por encima de él, potente y musculosa…

—¡No! —chilló con voz ahogada, inmovilizado en el suelo.

—Sí —susurró la voz—. Sssíii… prepárate… prepárate…


¡Accio… varita!

Pero la varita no acudió, y él necesitaba ambas manos para intentar soltarse de la serpiente, que ya empezaba a enroscarse alrededor de su torso, dejándolo sin aire y clavándole el
Horrocrux
en el pecho, un círculo de hielo que latía, vivo, a sólo unos centímetros de su propio y desbocado corazón. La mente se le iba llenando de una luz fría y blanca que le impedía pensar. Sin poder respirar, oía pasos a lo lejos y todo se iba…

Un corazón metálico golpeaba fuera de su pecho, y entonces Harry voló, voló triunfante, sin necesidad de escoba ni thestral…

Despertó bruscamente en la apestosa oscuridad.
Nagini
lo había soltado. Se puso en pie con dificultad y vio la silueta de la serpiente recortada contra la luz del rellano: en ese momento la bestia atacó y Hermione se lanzó hacia un lado dando un grito. La maldición de la chica dio contra la ventana y rompió los cristales. Un aire helado invadió la estancia. Harry se agachó para esquivar otra lluvia de cristales rotos y resbaló al pisar algo con forma de lápiz: su varita…

La recogió rápidamente, pero la serpiente sacudía la cola sin parar, ocupando toda la habitación. Harry no veía a Hermione y por un instante temió lo peor, pero entonces se oyó un fuerte estallido seguido de un destello de luz roja y la serpiente, golpeando con fuerza a Harry en la cara, dio una especie de brinco y se impulsó hacia el techo con un movimiento en espiral. Harry levantó la varita y al hacerlo sintió un dolor atroz en la cicatriz, un dolor que no notaba desde hacía años.

—¡Viene hacia aquí! ¡Viene hacia aquí, Hermione!

Mientras Harry gritaba, la serpiente cayó silbando como enloquecida. Reinaba un caos tremendo: la bestia destrozó los estantes de la pared e hizo saltar pedazos de porcelana por todas partes, mientras el muchacho se lanzaba hacia la cama y agarraba a tientas la oscura figura de Hermione.

La chica gritó de dolor cuando él la tumbó de un empujón sobre la cama. La serpiente se irguió de nuevo, pero Harry sabía que se avecinaba algo mucho peor, algo que quizá ya había llegado a la verja del jardín, porque la cicatriz le dolía horrores y la cabeza parecía a punto de explotarle…

La bestia se abalanzó sobre Harry, que saltó a un lado tirando de Hermione, la cual gritó
«¡Confringo!»
. El hechizo voló por todo el cuarto, haciendo añicos el espejo del ropero, cuyos trozos rebotaron contra ellos, el suelo y el techo. El calor del hechizo le abrasó una mano a Harry y un fragmento de cristal le hizo un corte en la mejilla cuando, siempre tirando de Hermione, pasó junto al tocador y saltó hacia la destrozada ventana para lanzarse al vacío. El grito de Hermione resonó en la oscuridad mientras ambos giraban en el aire…

Y entonces se le abrió la cicatriz y él mismo era Voldemort, que corría por la hedionda habitación y se sujetaba con las largas y blancas manos al antepecho de la ventana, viendo al hombre calvo y a la mujer menuda girar sobre sí mismos y esfumarse; y él mismo gritó de rabia, un chillido que se fundió con el de Hermione y resonó por los oscuros jardines acallando el sonido de las campanadas de la iglesia que celebraban la Navidad…

Other books

Cavanaugh Reunion by Marie Ferrarella
Auschwitz by Laurence Rees
Saving Amelie by Cathy Gohlke
Play Me Wild by Tracy Wolff
The Laird's Daughter by Temple Hogan
The Irish Cairn Murder by Dicey Deere
The Son, The Sudarium Trilogy - Book Two by Foglia, Leonard, Richards, David
Starfist: FlashFire by David Sherman; Dan Cragg
Fangs Out by David Freed
Rolling Stone by Patricia Wentworth