Harry Potter y las Reliquias de la Muerte (37 page)

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Authors: J. K. Rowling

Tags: #fantasía, #infantil

BOOK: Harry Potter y las Reliquias de la Muerte
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—Por supuesto —afirmó Ted—. No tendrás el valor de decirme que piensas que Potter tuvo algo que ver en eso, ¿verdad?

—Últimamente uno ya no sabe qué creer —masculló Dirk.

—Yo conozco a Harry Potter —terció Dean—. Y estoy seguro de que es auténtico; de que es el Elegido, o como queráis llamarlo.

—Sí, hijo, a mucha gente le gustaría creer que lo es —dijo Dirk—, y yo me incluyo. Pero ¿dónde está? Por lo que parece, ha escurrido el bulto. Si supiera algo que no sabemos nosotros, o si le hubieran encomendado alguna misión especial, estaría luchando, organizando la resistencia, en vez de escondido. Y mira,
El Profeta
lo dejó muy claro cuando…

—¿
El Profeta
? —lo interrumpió Ted con sorna—. No me digas que todavía lees esa basura, Dirk. Si quieres hechos, tienes que leer
El Quisquilloso
.

De pronto se produjo un estallido de toses y arcadas, seguidas de unos buenos palmetazos; al parecer, Dirk se había tragado una espina. Por fin farfulló:


¿El Quisquilloso?
¿Ese periodicucho disparatado de Xeno Lovegood?

—Últimamente no cuenta muchos disparates —replicó Ted—. Échale un vistazo, ya lo verás. Xeno publica todo lo que
El Profeta
pasa por alto; en el último ejemplar no había ni una sola mención de los
snorkacks
de cuernos arrugados. Lo que no sé es cuánto tiempo van a dejarlo tranquilo. Pero él afirma, en la primera plana de todos los ejemplares, que cualquier mago que esté contra Quien-vosotros-sabéis debería tener como prioridad ayudar a Harry Potter.

—Es difícil ayudar a un chico que ha desaparecido de la faz de la Tierra —objetó Dirk.

—Mira, el hecho de que todavía no lo hayan atrapado ya es muy significativo —dijo Ted—. A mí no me importaría que Potter me diera algún que otro consejo. Al fin y al cabo, él ha conseguido lo que intentamos todos, ¿no?, es decir, conservar la libertad.

—Sí, bueno, en eso tienes razón —concedió Dirk—. Con el ministerio en pleno y todos sus informadores siguiéndole la pista, me extraña que todavía no lo hayan encontrado. Aunque ¿quién me asegura que no lo han detenido y matado, y están ocultando la noticia?

—Vamos, no digas eso, Dirk —murmuró Ted.

Entonces se produjo una larga pausa; sólo se oía el ruido de los cuchillos y los tenedores. Cuando volvieron a conversar, el tema de discusión fue si les convenía pasar la noche en la orilla del río o subir un poco por la boscosa pendiente. Tras decidir que entre los árboles estarían más guarecidos, apagaron el fuego y treparon por el terraplén; sus voces fueron perdiéndose en la distancia.

Harry, Ron y Hermione enrollaron las orejas extensibles. Harry, que había tenido que esforzarse para permanecer callado mientras escuchaban la conversación, ahora sólo logró musitar:

—Ginny… la espada…

—¡Lo sé, Harry, lo sé! —exclamó Hermione. Cogió el bolsito de cuentas y metió el brazo hasta el fondo—. Aquí está… —dijo apretando los dientes, y tiró de algo que se encontraba en las profundidades del bolsito.

Poco a poco, fue apareciendo la esquina del ornamentado marco de un cuadro. Harry corrió a ayudarla. Mientras sacaban el retrato vacío de Phineas Nigellus, Hermione no dejaba de apuntarlo con la varita, preparada para hacerle un hechizo.

—Si alguien cambió la espada auténtica por otra falsa mientras se hallaba en el despacho de Dumbledore —dijo con ansiedad al tiempo que apoyaban el cuadro contra la pared de la tienda—, Phineas Nigellus debió de verlo, porque su retrato está colgado justo detrás de la urna.

—A menos que estuviera dormido —puntualizó Harry, y contuvo la respiración al ver que Hermione se arrodillaba delante del lienzo vacío, con la varita dirigida hacia el centro, y tras carraspear decía:

—¡Hola, Phineas! ¿Phineas Nigellus, está usted ahí? —No ocurrió nada—. ¿Phineas Nigellus, está usted ahí? —repitió—. ¿Profesor Black, podríamos hablar con usted, por favor?

—Pedir las cosas por favor siempre ayuda —replicó una voz fría e insidiosa, y Phineas Nigellus apareció en su retrato. Al instante Hermione exclamó:


¡Obscuro!

De pronto, una venda cubrió los avispados y oscuros ojos del personaje, que dio una sacudida y un grito de dolor.

—Pero… ¿qué? ¿Cómo se atreve? ¿Qué está ha…?

—Lo siento mucho, profesor Black —se disculpó la chica—, pero es una precaución necesaria.

—¡Retíreme de inmediato esta inmunda añadidura! ¡He dicho que me la retire! ¡Está destrozando una gran obra de arte! ¿Dónde estoy? ¿Qué pasa aquí?

—No importa dónde estemos —dijo Harry, y Phineas Nigellus se quedó de piedra y abandonó sus intentos de quitarse la venda que le habían pintado.

—¿Me equivoco, o ésa es la voz del escurridizo señor Potter?

—Podría serlo —contestó Harry, consciente de que la duda mantendría despierto el interés del profesor Black—. Nos gustaría hacerle un par de preguntas sobre la espada de Gryffindor.

—¡Ah, vaya! —exclamó Phineas Nigellus moviendo la cabeza a uno y otro lado, esforzándose por ver a Harry—. Esa chiquilla estúpida actuó de un modo muy imprudente…

—No hable así de mi hermana —le espetó Ron, y Phineas Nigellus arqueó las cejas con altanería.

—¿Quién más hay aquí? —preguntó sin dejar de mover la cabeza—. ¡Su tono me desagrada! Esa chica y sus amigos fueron sumamente insensatos. ¡Mira que robar al director!

—No estaban robando —dijo Harry—. Esa espada no es de Snape.

—Pero pertenece al colegio del profesor Snape. ¿Acaso tenía esa Weasley algún derecho sobre ella? Merece el castigo que recibió, igual que ese idiota de Longbottom y la chiflada de Lovegood.

—¡Neville no es idiota y Luna no está chiflada! —saltó Hermione.

—¿Dónde estoy? —repitió Phineas Nigellus, y se puso a tirar de la venda otra vez—. ¿Adónde me han traído? ¿Por qué me han sacado de la casa de mis antepasados?

—¡Eso no importa! ¿Cómo castigó Snape a Ginny, Neville y Luna? —lo apremió Harry.

—El profesor Snape los envió al Bosque Prohibido para que hicieran un trabajo para ese zopenco de Hagrid.

—¡Hagrid no es un zopenco! —se indignó Hermione.

—Y Snape quizá pensara que eso era un castigo —intervino Harry—, pero esos tres seguramente se lo pasaron en grande con Hagrid. ¡Mira que enviarlos al Bosque Prohibido! ¡Ja! ¡Se han visto en situaciones mucho peores! —Y sintió un gran alivio, porque había imaginado cosas horrorosas, como mínimo que les hubieran echado la maldición
cruciatus
.

—En realidad, lo que queríamos saber es si alguien más ha… sacado esa espada de ahí. ¿No la han llevado a limpiar, o algo así? —preguntó Hermione.

Phineas Nigellus dejó de forcejear para quitarse la venda y soltó una risita.

—¡Hijos de
muggles
! —gritó—. Las armas fabricadas por duendes no requieren limpieza alguna, so boba. La plata de los duendes repele la suciedad mundana y sólo se imbuye de lo que la fortalece.

—No llame boba a mi amiga —se sulfuró Harry.

—Estoy harto de contradicciones —protestó Nigellus—. Quizá vaya siendo hora de que regrese al despacho del director.

Todavía con la venda en los ojos, tanteó el borde del cuadro, intentando salir del lienzo y volver al que estaba colgado en Hogwarts. Entonces Harry tuvo una repentina inspiración:

—¡Dumbledore! ¿No puede traernos a Dumbledore?

—¿Cómo dice? —se asombró Phineas Nigellus.

—Me refiero al retrato del profesor Dumbledore. ¿No puede traerlo aquí, al suyo?

El profesor Black volvió la cabeza en dirección a la voz de Harry y espetó:

—Es evidente que no sólo los hijos de
muggles
son ignorantes, Potter. Los retratos de Hogwarts pueden establecer comunicación, pero no pueden salir del castillo salvo para trasladarse a un cuadro de ellos mismos colgado en algún otro lugar. Dumbledore no puede venir aquí conmigo, y después del trato que he recibido de ustedes, les aseguro que no pienso volver a hacer otra visita.

Harry, un tanto decepcionado, vio cómo Phineas redoblaba sus esfuerzos por salir del lienzo.

—Profesor Black —terció Hermione—, ¿no podría decirnos sólo… por favor… cuándo fue la última vez que sacaron la espada de su urna? Me refiero a antes de que se la llevara Ginny.

Phineas bufó de impaciencia y dijo:

—Creo que la última vez fue cuando el profesor Dumbledore la utilizó para abrir un anillo.

Hermione se volvió bruscamente hacia Harry. Ninguno de los dos se atrevía a decir nada más delante de Phineas Nigellus, que por fin había localizado la salida.

—Buenas noches —dijo con tono cortante, y se dispuso a salir del retrato. De pronto, cuando ya sólo se veía el borde del ala de su sombrero, Harry gritó:

—¡Espere! ¿Le ha contado a Snape que vio eso que nos ha dicho?

Phineas Nigellus asomó la vendada cabeza por el cuadro y puntualizó:

—El profesor Snape tiene cosas más importantes en que pensar que las excentricidades de Albus Dumbledore. ¡Adiós, Potter!

Y dicho esto, desapareció por completo, dejando atrás el fondo impreciso del cuadro.

—¡Harry! —exclamó Hermione.

—¡Sí, ya lo sé! —Incapaz de contenerse, el chico dio un puñetazo al aire; aquello era mucho más de lo que se había atrevido a imaginar.

Se puso a dar grandes zancadas por la tienda pletórico de energía, sintiendo que podría correr dos kilómetros sin parar; ya ni siquiera tenía hambre. Y Hermione, tras meter el retrato de Phineas Nigellus en su bolsito de cuentas, le dijo con una sonrisa radiante:

—¡La espada destruye los
Horrocruxes
! ¡Las armas fabricadas por duendes sólo se imbuyen de aquello que las fortalece! ¡Harry, esa espada está impregnada con veneno de basilisco!

—Y Dumbledore no me la dio porque todavía la necesitaba; quería utilizarla para destruir el guardapelo…

—… y debió de prever que si la ponía en su testamento no te la entregarían…

—… y por eso hizo una copia…

—… y la puso en la urna de cristal…

—… y dejó la auténtica… ¿dónde?

Los chicos se miraron. Harry tuvo la impresión de que la respuesta estaba suspendida en el aire, muy cerca pero invisible. ¿Por qué Dumbledore no se lo dijo? ¿O sí se lo dijo y él no se dio cuenta en su momento?

—¡Piensa! —le susurró Hermione—. ¡Piensa! ¿Dónde pudo dejarla?

—En Hogwarts no —contestó, y reanudó sus paseos por la tienda.

—¿Y en Hogsmeade?

—¿En la Casa de los Gritos? Allí nunca va nadie.

—Pero Snape sabe cómo se entra, ¿no sería eso un poco arriesgado?

—Dumbledore confiaba en Snape —le recordó Harry.

—No lo suficiente para explicarle que había cambiado las espadas —razonó Hermione.

—¡Sí, tienes razón! —Harry se alegró aún más de pensar que el anciano profesor había tenido ciertas reservas, aunque débiles, acerca de la honradez de Snape—. Entonces, ¿crees que decidió esconder la espada muy lejos de Hogsmeade? ¿Qué opinas tú, Ron? ¡Eh, Ron!

Harry lo buscó, y, por un instante, creyó que había salido de la tienda, pero entonces vio que se había tumbado en la litera de abajo, con cara de pocos amigos.

—Ah, ¿te has acordado de que existo?

—¿Cómo dices?

Ron dio un resoplido sin dejar de contemplar el somier de la cama de arriba.

—Nada, nada. Por mí podéis continuar; no quiero estropearos la fiesta.

Harry, perplejo, miró a Hermione buscando ayuda, pero ella estaba tan desconcertada como él.

—¿Qué te pasa? —preguntó Harry.

—¿Que qué me pasa? No me pasa nada —respondió Ron, que seguía sin mirarlo a la cara—. Al menos, según tú.

Se oyeron unos golpecitos en el techo de la tienda. Había empezado a llover.

—Oye, es evidente que algo te ocurre —insistió Harry—. Suéltalo ya, ¿quieres?

Ron se sentó en la cama; tenía una expresión ruin, nada propia de él.

—Está bien, lo soltaré. No esperes que me ponga a dar vueltas por la tienda porque hay algún otro maldito cacharro que tenemos que encontrar. Limítate a añadirlo a la lista de cosas que no sabes.

—¿De cosas que no sé? —se asombró Harry—. ¿Que yo no sé?

Plaf, plaf, plaf; la lluvia caía cada vez con más fuerza, tamborileando en la tienda, así como en la hojarasca de la orilla y en el río. El miedo sofocó el júbilo de Harry, porque Ron estaba diciendo lo que él se temía que su amigo creía.

—No es que no me lo esté pasando en grande aquí —dijo Ron—, con un brazo destrozado, sin nada que comer y congelándome el culo todas las noches. Lo que pasa es que esperaba… no sé, que después de varias semanas dando vueltas hubiéramos descubierto algo.

—Ron —intervino Hermione, pero en voz tan baja que el chico hizo como si no la hubiera oído, ya que el golpeteo de la lluvia en el techo amortiguaba cualquier sonido.

—Creía que sabías dónde te habías metido —insinuó Harry.

—Sí, yo también.

—A ver, ¿qué parte de nuestra empresa no está a la altura de tus expectativas? —La rabia estaba acudiendo en su ayuda—. ¿Creías que nos alojaríamos en hoteles de cinco estrellas, o que encontraríamos un
Horrocrux
un día sí y otro también? ¿O tal vez creías que por Navidad habrías vuelto con tu mami?

—¡Creíamos que sabías lo que hacías! —replicó Ron poniéndose en pie, y sus palabras atravesaron a Harry como cuchillos—. ¡Creíamos que Dumbledore te había explicado qué debías hacer! ¡Creíamos que tenías un plan!

—¡Ron! —gritó Hermione, y esta vez se la oyó perfectamente a pesar del fragor de la lluvia, pero el chico volvió a hacer oídos sordos.

—Bueno, pues lamento decepcionaros —dijo Harry con voz serena, aunque se sentía vacío, inepto—. He sido sincero con vosotros desde el principio, os he contado todo lo que me dijo Dumbledore. Y por si no te habías enterado, hemos encontrado un
Horrocrux

—Sí, y estamos tan cerca de deshacernos de él como de encontrar los otros. ¡O sea, a años luz!

—Quítate el guardapelo, Ron —le pidió Hermione con inusitada vehemencia—. Quítatelo, por favor. Si no lo hubieras llevado encima todo el día, no estarías diciendo estas cosas.

—Sí, las estaría diciendo igualmente —la contradijo Harry, que no quería que su amiga le facilitara excusas a Ron—. ¿Creéis que no me doy cuenta de que cuchicheáis a mis espaldas? ¿Que no sospechaba que pensabais todo esto?

—Harry, nosotros no…

—¡No mientas! —saltó Ron—. ¡Tú también lo dijiste, dijiste que estabas decepcionada, que creías que Harry tenía un poco más de…!

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