Harry Potter y las Reliquias de la Muerte (33 page)

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Authors: J. K. Rowling

Tags: #fantasía, #infantil

BOOK: Harry Potter y las Reliquias de la Muerte
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—Son sangre limpia —aclaró Harry, y su grave voz resonó intimidante en el Atrio—. Más sangre limpia que muchos de vosotros, me atrevería a decir. ¡En marcha! —ordenó a los hijos de
muggles
, que se metieron a toda prisa en las chimeneas y fueron desapareciendo por parejas.

Los magos del ministerio no se atrevieron a intervenir; algunos parecían desconcertados, y otros, asustados y arrepentidos. Pero entonces…

—¡Mary!

La señora Cattermole giró la cabeza. El Reg Cattermole auténtico, que había dejado de vomitar pero todavía ofrecía un aspecto pálido y lánguido, salía corriendo de un ascensor.

—¿Reg, eres tú?

La mujer miró a su esposo y luego a Ron, que soltó una palabrota en voz alta.

El mago calvo se quedó boquiabierto y miraba con cara de tonto a un Reg Cattermole y al otro alternativamente.

—¡Eh! ¿Qué está pasando aquí? ¿Qué significa esto?

—¡Cerrad la salida! ¡¡Cerradla!! —gritó Yaxley, que había salido precipitadamente de otro ascensor y corría hacia el grupo que se hallaba junto a las chimeneas, por donde ya habían desaparecido todos los hijos de
muggles
excepto la señora Cattermole.

El mago calvo alzó la varita, pero Harry levantó un puño enorme y le propinó una torta que lo mandó por los aires. Y a continuación gritó:

—¡Este hombre estaba ayudando a esos hijos de
muggles
a escapar, Yaxley!

Los colegas del mago calvo montaron un gran alboroto, y Ron lo aprovechó para agarrar a la señora Cattermole, meterla en la única chimenea que todavía quedaba abierta y desaparecer con ella. Desconcertado, Yaxley miraba a Harry y al mago que acababa de recibir el puñetazo, mientras el verdadero Reg Cattermole chillaba:

—¡Mi esposa! ¿Quién es ése que se ha llevado a mi esposa? ¿Qué está ocurriendo?

Yaxley giró la cabeza, y Harry vio reflejado en su tosco semblante el atisbo de la verdad.

—¡Larguémonos! —le gritó a Hermione y, cogiéndola de la mano, saltaron juntos dentro de la chimenea justo cuando la maldición de Yaxley pasaba rozando la cabeza del muchacho.

Giraron sobre sí mismos unos segundos y, de pronto, salieron disparados de uno de los retretes del lavabo público por donde habían entrado en el ministerio. Harry abrió la puerta del cubículo de un empujón y se dio de narices con Ron, que estaba de pie junto a los lavamanos, forcejeando con la señora Cattermole.

—No entiendo nada, Reg…

—¡Suélteme! ¡Yo no soy su esposo! ¡Tiene que irse a su casa!

Entonces oyeron un ruido en el cubículo que tenían detrás. Al volverse, Harry vio que Yaxley acababa de llegar.

—¡¡Vámonos!! —gritó el muchacho. Cogió a Hermione de la mano otra vez y a Ron del brazo, y los tres giraron sobre sí mismos.

Los envolvió la oscuridad y notaron como si unas vendas les comprimieran el cuerpo, pero pasaba algo raro… Harry tuvo la impresión de que Hermione iba a soltarse. Creyó que se asfixiaba, porque no podía respirar ni ver, y lo único sólido que percibía era el brazo de Ron y los dedos de Hermione, que iban resbalando poco a poco de su mano…

Y de pronto vio la puerta del número 12 de Grimmauld Place, con su aldaba en forma de serpiente; pero, antes de que pudiera tomar aire, oyó un grito y vislumbró un destello de luz morada. Entonces la mano de Hermione se sujetó a la suya con una fuerza inusual y todo volvió a quedar a oscuras.

14
El ladrón

Harry abrió los ojos y lo deslumbró un resplandor verde y dorado. No tenía ni idea de qué había ocurrido, pero era evidente que se hallaba tendido sobre algo que semejaba hojas y ramitas. Inspiró con dificultad para llenar de aire los pulmones, que notaba aplastados; parpadeó y comprendió que el intenso brillo era la luz del sol filtrándose a través de un toldo de hojas. Entonces algo se movió cerca de su cara y él se puso a gatas, dispuesto a enfrentarse con alguna criatura pequeña pero feroz; no obstante, sólo se trataba de un pie de Ron. De inmediato, echó una ojeada alrededor y comprobó que sus dos amigos y él estaban tumbados en un bosque, al parecer solos.

Lo primero que le vino a la cabeza fue el Bosque Prohibido y, aunque sabía lo peligroso y absurdo que habría sido aparecerse en los terrenos de Hogwarts, le dio un vuelco el corazón al pensar que desde allí, caminando a hurtadillas entre los árboles, podrían llegar a la cabaña de Hagrid. Sin embargo, en los pocos instantes que tardó Ron en emitir un débil gruñido y Harry en arrastrarse hasta él, comprendió que no se trataba del bosque del colegio: los árboles parecían más jóvenes y crecían más separados, y el suelo estaba más limpio.

Hermione también se había puesto a cuatro patas y acercado a la cabeza de Ron. En cuanto vio a su amigo, las demás preocupaciones se le borraron, porque el muchacho tenía todo el costado izquierdo manchado de sangre, y la cara, pálida y grisácea, destacaba sobre la hojarasca del suelo. Se estaba acabando el efecto de la poción
multijugos
: Ron era mitad Cattermole y mitad él mismo, y el cabello se le iba volviendo cada vez más pelirrojo a medida que el rostro perdía el poco color que le quedaba.

—¿Qué le ha pasado?

—Ha sufrido una despartición —contestó Hermione mientras examinaba la manga de la camisa de Ron, la parte más manchada de sangre.

Harry se quedó mirando, horrorizado, cómo su amiga le desgarraba la camisa. Siempre había pensado en la despartición como algo cómico, pero eso… Se le revolvió el estómago cuando ella dejó al descubierto el brazo de Ron y vio que le faltaba un gran trozo de carne, como si se lo hubieran cortado limpiamente con un cuchillo.

—Rápido, Harry. En mi bolso hay una botellita con una etiqueta que pone «Esencia de díctamo»… Tráemela.

—¿En tu…? ¡Ah, vale!

Fue corriendo al sitio donde Hermione había aterrizado, cogió el bolsito de cuentas y metió una mano dentro. Al instante desfilaron bajo sus dedos unos objetos tras otros: el lomo de cuero de varios libros, mangas de jerséis de lana, tacones de zapatos…

—¡Date prisa!

Harry recogió su varita mágica del suelo y apuntó a las profundidades del bolso mágico.


¡Accio díctamo!

Una botellita marrón salió disparada del bolso; el chico la atrapó y volvió rápidamente junto a Hermione y Ron, que tenía los ojos entornados; entre sus párpados sólo se veían dos estrechas franjas blancas de globo ocular.

—Se ha desmayado —afirmó Hermione, también muy pálida; ya no tenía el físico de Mafalda, aunque todavía le quedaban algunos mechones canosos en el pelo—. Destapa la botella, Harry; a mí me tiemblan las manos.

Harry quitó el tapón de la botellita y Hermione la cogió y vertió tres gotas de poción en la sangrante herida. Salió un humo verdoso y, cuando se hubo disipado, Harry vio que había dejado de sangrar. Ahora tenía el aspecto de una herida de varios días, y una fina capa de piel nueva cubría lo que momentos antes era carne viva.

—¡Uau! —exclamó Harry.

—Es lo único que me atrevo a hacer —dijo Hermione con voz trémula—. Hay hechizos que lo curarían del todo, pero tengo miedo de intentarlo por si los hago mal y le causo más daño. Ya ha perdido mucha sangre.

—¿Cómo se lo ha hecho? —Harry trataba de comprender qué había ocurrido—. ¿Por qué estamos aquí? Creía que íbamos a Grimmauld Place.

La chica respiró hondo, al borde de las lágrimas.

—Me parece que ya no podremos volver ahí, Harry.

—Pero ¿por qué…?

—Cuando nos desaparecimos, Yaxley me agarró y no logré soltarme, porque él tenía demasiada fuerza; todavía me sujetaba cuando llegamos a Grimmauld Place, y entonces… Bueno, creo que debe de haber visto la puerta, y habrá pensado que íbamos a quedarnos allí, porque aflojó un poco la mano. Yo aproveché ese momento para desasirme y conseguí traeros aquí.

—Pero entonces… ¿dónde está Yaxley? No querrás decir que se ha quedado en Grimmauld Place, ¿verdad? Él no puede entrar en la casa.

Hermione asintió. Las lágrimas que le anegaban los ojos despedían destellos.

—Me parece que sí puede, Harry. Lo he obligado a soltarme con un embrujo de repugnancia, pero ya había traspasado conmigo el perímetro de protección del encantamiento
Fidelio
. Como Dumbledore está muerto, los Guardianes de los Secretos somos nosotros, de modo que le he revelado el secreto, ¿no?

Harry no debía engañarse: Hermione tenía razón, y era un golpe muy duro. Si Yaxley podía entrar en la casa, no había forma de que ellos regresaran a ella. A lo mejor, en ese mismo momento, el mago estaría llevando a otros
mortífagos
a Grimmauld Place mediante Aparición. Por muy siniestra y agobiante que fuera la casa, había sido su único refugio seguro; y ahora que Kreacher estaba mucho más contento y se mostraba tan amable, incluso se había convertido para ellos en lo más parecido a un hogar. Con una punzada de pesar que no tenía nada que ver con el hambre, Harry imaginó al elfo doméstico preparando con ilusión el pastel de carne y riñones que ni sus amigos ni él llegarían a comer jamás.

—Lo siento muchísimo, Harry.

—No seas tonta, no ha sido culpa tuya. Si alguien tiene la culpa, ése soy yo…

Se metió una mano en el bolsillo y sacó el ojo de
Ojoloco
; Hermione retrocedió, impresionada.

—Umbridge lo había incrustado en la puerta de su despacho para espiar a sus empleados. No fui capaz de dejarlo allí, pero así es como se enteraron de que había intrusos.

Antes de que la chica replicara, Ron soltó un gruñido y abrió los ojos. Todavía estaba pálido y el sudor le perlaba la cara.

—¿Cómo te encuentras? —susurró Hermione.

—Fatal —respondió Ron con voz ronca, y compuso una mueca de dolor al notar la herida del brazo—. ¿Dónde estamos?

—En el bosque donde se celebró la Copa del Mundo de
quidditch
—contestó Hermione—. Necesitábamos un espacio cerrado, protegido, y este lugar fue…

—… lo primero que se te ocurrió —terminó Harry paseando la mirada por el claro del bosque, aparentemente desierto. Pero no pudo evitar recordar qué había sucedido la última vez que se habían aparecido en el primer sitio que se le ocurrió a Hermione, ni que los
mortífagos
sólo habían tardado unos minutos en encontrarlos. ¿Habrían empleado la
Legeremancia
en aquella ocasión para averiguarlo? Y ahora, ¿acaso Voldemort o sus secuaces sabrían ya adónde los había llevado Hermione?

—¿Crees que deberíamos irnos de aquí? —preguntó Ron a Harry, y éste comprendió, por la expresión de su amigo, que ambos estaban pensando lo mismo.

—No lo sé.

Ron continuaba pálido y sudoroso; no había intentado incorporarse y parecía demasiado débil para hacerlo. La perspectiva de sacarlo de allí resultaba desalentadora.

—Quedémonos aquí, de momento —propuso Harry.

Hermione se puso en pie, aliviada.

—¿Adónde vas? —le preguntó Ron.

—Si vamos a quedarnos, tenemos que poner sortilegios protectores —respondió ella. Levantó la varita y caminó describiendo un amplio círculo alrededor de los dos chicos, sin parar de murmurar conjuros.

Harry notó pequeñas alteraciones en el aire; era como si Hermione hubiera llenado el claro de calina.


¡Salvio hexia!, ¡Protego totalum!, ¡Repello Muggletum!, ¡Muffliato!
… Podrías ir sacando la tienda, Harry.

—¿La tienda? ¿Qué tienda?

—¡En mi bolso, hombre!

—¿En tu…? ¡Ah, claro!

Esta vez no se molestó en rebuscar dentro, sino que utilizó directamente un encantamiento convocador. La tienda surgió hecha un lío de lona, cuerdas y palos, y la reconoció enseguida, en parte porque olía a gato: era la misma en que habían dormido la noche de la Copa del Mundo de
quidditch
.

—¿El dueño de esta tienda no era un tal Perkins del ministerio? —preguntó mientras liberaba las piquetas.

—Sí, pero por lo visto ya no la quería, porque tiene lumbago —explicó Hermione mientras trazaba complicados movimientos en forma de ocho con la varita—, y el padre de Ron me dijo que podía quedármela prestada.
¡Erecto!
—añadió apuntando a la deforme lona, que con un único y fluido movimiento se alzó en el aire para luego posarse en el suelo, totalmente armada, enfrente de Harry.

Éste se asombró al ver cómo una de las piquetas que sostenía en la mano salía volando y se clavaba abruptamente en el extremo de una cuerda tensora.


¡Cave inimicum!
—concluyó Hermione trazando un floreo hacia el cielo—. Bueno, creo que ya no soy capaz de hacer nada más. Al menos, si vienen nos enteraremos, pero no puedo garantizar que todo esto ahuyente a Vol…

—¡No pronuncies su nombre! —la interrumpió Ron con aspereza. Harry y Hermione se miraron—. Perdona —se disculpó Ron, y gimió un poco al incorporarse—, pero es que… no sé, es como un embrujo o algo así. ¿Os importaría llamarlo Quien-vosotros-sabéis, por favor?

—Dumbledore decía que temer un nombre… —comentó Harry.

—Por si no te habías fijado, colega, a la hora de la verdad a Dumbledore no le sirvió de mucho llamar a Quien-vosotros-sabéis por su nombre —le espetó Ron—. Sólo os pido que… que le mostréis un poco de respeto a Quien-vosotros-sabéis.

—¿Has dicho «respeto»? —gruñó Harry, pero Hermione le lanzó una mirada de advertencia: no debía discutir con Ron mientras estuviera tan débil.

Así pues, ambos metieron a su amigo, mitad en brazos y mitad a rastras, en la tienda. El interior era exactamente como Harry lo recordaba: una estancia pequeña, con su retrete y su cocinita. Apartó una vieja butaca y con cuidado puso a Ron en la cama inferior de una litera. Ese cortísimo desplazamiento hizo que palideciera aún más y, una vez sobre el colchón, cerró los ojos y permaneció un rato callado.

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