Read Harry Potter y las Reliquias de la Muerte Online
Authors: J. K. Rowling
Tags: #fantasía, #infantil
—¿No has visto qué tenía en la mano el ladrón?
—No… Debía de ser un objeto pequeño.
—Harry… —Los listones de la cama crujieron cuando Ron cambió de postura—. Oye, ¿crees que Quien-tú-sabes está buscando otro objeto para convertirlo en un nuevo
Horrocrux
?
—No lo sé; es posible. Pero ¿no sería demasiado arriesgado? Además, ¿no dijo Hermione que ya había manipulado su alma hasta el límite?
—Sí, pero a lo mejor él no lo sabe.
—Ya. Quizá tengas razón.
Harry estaba convencido de que Voldemort andaba buscando una forma de solventar el problema de los núcleos centrales idénticos, y había ido a ver al anciano fabricante de varitas para que le diera una solución… Sin embargo, lo había matado, al parecer sin hacerle ninguna pregunta sobre varitas mágicas.
¿Qué buscaba Voldemort? ¿Por qué se marchaba ahora que controlaba el Ministerio de Magia y tenía a todo el mundo mágico a sus pies, decidido a encontrar ese objeto que Gregorovitch había poseído y que aquel ladrón anónimo le robó?
Harry todavía podía visualizar la cara de aquel joven rubio, un rostro alegre y entusiasta, con un aire triunfante y travieso similar al de Fred o George. Había saltado desde el alféizar de la ventana como un pájaro, y Harry creía que lo había visto antes en algún sitio, pero no recordaba dónde…
Ahora que Gregorovitch estaba muerto, era aquel risueño ladrón quien corría peligro, y Harry se quedó pensando en él mientras los ronquidos de Ron resonaban en la cama de abajo, hasta que, poco a poco, él también fue quedándose dormido otra vez.
15
A la mañana siguiente, antes de que Ron y Hermione despertaran, Harry salió de la tienda para buscar por el bosque el árbol más viejo, retorcido y fuerte que encontrara. Cuando lo halló, enterró el ojo de
Ojoloco
Moody bajo su sombra y marcó una crucecita en la corteza con la varita mágica. No era gran cosa, pero creyó que
Ojoloco
habría preferido estar ahí a quedarse incrustado en la puerta del despacho de Dolores Umbridge. Luego regresó a la tienda y esperó a que despertaran sus amigos para debatir lo que harían a continuación.
Tanto Hermione como él opinaron que no era conveniente quedarse mucho tiempo en el mismo sitio, y Ron estuvo de acuerdo, pero puso como condición que el siguiente paso los llevara a algún lugar donde pudiera conseguir un bocadillo de beicon. Hermione retiró los sortilegios que había repartido por el claro, mientras ambos chicos borraban todas las marcas y huellas que revelaran que habían acampado allí. Entonces se desaparecieron hacia las afueras de una pequeña población con mercado.
Tras montar la tienda al amparo de un bosquecillo y rodearla de nuevos sortilegios defensivos, Harry se puso la capa invisible y salió a buscar comida. Pero las cosas no salieron según lo planeado. Acababa de llegar a un pueblo cercano cuando un frío inusual, una densa niebla y la repentina oscuridad del cielo lo hicieron detenerse en seco.
—¡Pero si tú sabes hacer un
patronus
de primera! —protestó Ron cuando Harry llegó a la tienda con las manos vacías, sin aliento y murmurando una única palabra: «
dementores
».
—No he logrado… hacerlo —se disculpó casi sin resuello mientras se sujetaba el costado, donde notaba una fuerte punzada—. No me… salía…
La cara de consternación y decepción de sus amigos logró que se avergonzara de sí mismo. No obstante, acababa de pasar por una experiencia de pesadilla: había visto a lo lejos cómo los
dementores
salían deslizándose de la niebla y había comprendido, mientras aquel frío paralizante lo envolvía y un grito sonaba en la distancia, que no sería capaz de protegerse. Había tenido que emplear toda su energía para echar a correr, dejando a los
dementores
—esas tétricas figuras sin ojos— entre los
muggles
que, aunque no los vieran, sin duda sentirían la desesperación que sembraban a su paso.
—Así que seguimos sin comida.
—Cállate, Ron —le espetó Hermione—. ¿Qué ha pasado, Harry? ¿Por qué crees que no has podido convocar el
patronus
! ¡Ayer te salió la mar de bien!
—No lo sé.
Se dejó caer en una de las viejas butacas de Perkins; cada vez se sentía más humillado y temía que algún mecanismo interior hubiera dejado de funcionarle. El día anterior parecía muy lejano; se sentía como si volviera a tener trece años y fuera el único que se desplomaba en el expreso de Hogwarts.
Ron le dio un puntapié a una silla.
—Bueno ¿qué? —le dijo a Hermione, enfurruñado—. ¡Tengo un hambre de muerte! ¡Lo único que he comido desde que casi muero desangrado ha sido un par de setas!
—Pues ve tú a pelearte con los
dementores
—replicó Harry, dolido.
—¡Iría, pero, por si no te has fijado, llevo un brazo en cabestrillo!
—Ya, eso resulta muy práctico.
—¿Y qué se supone que…?
—¡Claro! —saltó Hermione dándose una palmada en la frente, y los chicos la miraron—. ¡Dame el guardapelo, Harry! ¡Corre, el
Horrocrux
, Harry! ¡Todavía lo llevas encima! —exclamó impaciente, chasqueando los dedos al ver que él no reaccionaba.
Tendió una mano y Harry se quitó la cadena de oro del cuello. Tan pronto el guardapelo perdió el contacto con su piel, él se sintió libre y extrañamente aliviado. Ni siquiera se había dado cuenta de que tenía las manos sudorosas, o que notaba una desagradable presión en el estómago, hasta que esas sensaciones desaparecieron.
—¿Te encuentras mejor? —preguntó Hermione.
—¡Sí, mucho mejor!
—Harry —dijo ella poniéndose en cuclillas delante de él y empleando el tono con que uno se dirige a personas muy enfermas—, no creerás que estás poseído, ¿verdad?
—¿Qué dices? ¡No, claro que no! —contestó él, ofendido—. Recuerdo todo lo que he hecho mientras lo llevaba colgado. Si estuviera poseído, no sabría cómo había actuado, ¿no? Ginny me contó que a veces no recordaba nada.
—Hum —murmuró Hermione examinando el grueso guardapelo—. Bueno, quizá no deberíamos llevarlo colgado. Podríamos guardarlo en la tienda.
—No vamos a dejar ese
Horrocrux
por ahí —declaró Harry—. Si lo perdemos, si nos lo roban…
—De acuerdo, de acuerdo —cedió la chica, y se colgó el guardapelo del cuello y lo ocultó debajo de su camisa—. Pero nos turnaremos para que ninguno lo lleve demasiado rato seguido.
—Estupendo —dijo Ron con irritación—. Y ahora que ya hemos solucionado ese punto, ¿podemos ir a buscar algo de comer?
—Sí, pero iremos a otro sitio —determinó Hermione mirando de reojo a Harry—. No tiene sentido que nos quedemos aquí sabiendo que hay
dementores
patrullando.
Por fin, decidieron pasar la noche en un campo apartado que pertenecía a una granja solitaria de la que habían conseguido llevarse huevos y pan.
—Esto no es robar, ¿verdad? —preguntó Hermione con aprensión, mientras devoraban los huevos revueltos con pan tostado—. He dejado dinero en el gallinero…
Ron puso los ojos en blanco y, con los carrillos henchidos, dijo:
—
Emión
, no te
pecupes
tanto.
¡Elájate!
Desde luego, les resultó mucho más fácil relajarse después de haber comido. Esa noche, las risas les hicieron olvidar la discusión sobre los
dementores
, y Harry estaba contento, casi optimista, cuando eligió hacer la primera guardia de la noche.
De ese modo comprobaron que con el estómago lleno uno está mucho más animado, mientras que si se tiene vacío es fácil que surjan las peleas y el pesimismo. Harry fue el menos sorprendido por este descubrimiento, porque en casa de los Dursley había pasado períodos de verdadera inanición. Hermione sobrellevaba bien las noches en que sólo encontraban unas bayas o unas galletas rancias, aunque quizá se mostraba un poco más malhumorada de lo habitual y sus silencios eran algo más hoscos. Ron, en cambio, estaba acostumbrado a tres deliciosas comidas al día, cortesía de su madre o de los elfos domésticos de Hogwarts, y el hambre lo ponía irascible y poco razonable. Siempre que la falta de comida coincidía con su turno de llevar el
Horrocrux
, se volvía de lo más desagradable.
«¿Y ahora adónde vamos?», era su cantinela de siempre. Sin embargo, daba la impresión de que no tenía ideas propias, y en todo momento esperaba que a sus dos compañeros se les ocurriera algún plan, mientras él se limitaba a amargarse pensando en la escasez de comida. Por tanto, Harry y Hermione pasaban horas infructuosas intentando averiguar dónde estarían los otros
Horrocruxes
y cómo destruir el que ya poseían; y como no disponían de nuevos datos, sus conversaciones cada vez eran más repetitivas.
Según recordaba Harry, Dumbledore sostenía que Voldemort había escondido los
Horrocruxes
en sitios que tenían alguna importancia para él, de modo que los chicos no paraban de enumerar, como si recitaran una especie de deprimente letanía, los lugares donde Voldemort había vivido o que guardaban cierta relación con él: el orfanato donde nació y se crió; Hogwarts, donde se educó; Borgin y Burkes, donde trabajó después de abandonar los estudios; y por último, Albania, donde transcurrieron sus años de exilio. Esas pistas formaban la base de sus especulaciones.
—Sí, vamos a Albania. Registrar todo un país no nos llevará más de una tarde —sugirió Ron con sarcasmo.
—Allí no puede haber nada. Cuando se marchó al exilio, ya había hecho cinco
Horrocruxes
, y Dumbledore estaba seguro de que la serpiente es el sexto —razonó Hermione—. Pero sabemos que ésta no se halla en Albania, porque suele acompañar a Vol…
—¿No os he pedido que no mencionéis su nombre?
—¡Vale! La serpiente suele acompañar a Quien-vosotros-sabéis. ¿Satisfecho?
—No mucho, la verdad.
—No me lo imagino escondiendo nada en Borgin y Burkes —intervino Harry, que ya había expresado su opinión varias veces; pero volvió a decirlo simplemente para romper aquel desagradable silencio—. Los dueños de esa tienda eran expertos en objetos tenebrosos, de modo que habrían reconocido un
Horrocrux
enseguida. —Ron soltó un elocuente bostezo y Harry, reprimiendo el impulso de lanzarle algo, prosiguió—: Insisto en que podría haber escondido uno en Hogwarts.
Hermione suspiró.
—¡Pero entonces Dumbledore lo habría encontrado!
Harry repitió el argumento que siempre presentaba para defender su teoría:
—Dumbledore dijo delante de mí que nunca había previsto conocer todos los secretos de Hogwarts. Os lo advierto, si hay un sitio donde Vol…
—¡Eh!
—¡¡Vale, Quien-vosotros-sabéis!! —exclamó Harry, ya harto del asunto—. ¡Si hay algún sitio que era verdaderamente importante para Quien-vosotros-sabéis, es Hogwarts!
—¡Anda ya! —se burló Ron—. ¿Su colegio?
—¡Sí, su colegio! Fue su primer hogar verdadero, el sitio que significaba que él era especial, que lo representaba todo para él, e incluso después de marcharse de allí…
—Vamos a ver, ¿de quién estamos hablando, de Quien-vosotros-sabéis o de ti? —saltó Ron. Estaba jugueteando con la cadena del
Horrocrux
que llevaba colgada del cuello, y Harry sintió ganas de agarrarla y estrangularlo con ella.
—Nos explicaste que Quien-vosotros-sabéis le pidió empleo a Dumbledore después de haber terminado los estudios —terció Hermione.
—Sí, exacto.
—Y Dumbledore pensó que sólo quería volver porque estaba buscando algo, seguramente el objeto de algún fundador del colegio, para hacer con él otro
Horrocrux
, ¿no?
—Así es —confirmó Harry.
—Pero no consiguió el empleo, ¿verdad? ¡De modo que nunca tuvo ocasión de robar un objeto de otro fundador ni de esconderlo en Hogwarts!
—Está bien —concedió Harry, derrotado—. Descartemos Hogwarts.
Como no tenían otras pistas, se trasladaron a Londres y, ocultos bajo la capa invisible, buscaron el orfanato donde se había criado Voldemort. Hermione se coló en una biblioteca y descubrió en los archivos que muchos años atrás habían demolido el edificio. Pese a ello, fueron a ver el lugar y comprobaron que allí habían construido un bloque de oficinas.
—¿Y si caváramos en los cimientos? —sugirió Hermione sin mucho entusiasmo.
—Él nunca escondería un
Horrocrux
aquí —aseveró Harry. En el fondo sabía que habrían podido ahorrarse ese viaje, porque el orfanato era el sitio de donde Voldemort estaba decidido a escapar, y por eso jamás se le habría ocurrido esconder una parte de su alma allí. Dumbledore le había hecho ver que Voldemort buscaba, como escondrijos, lugares que revistieran esplendor o un aura de misterio; por el contrario, ese lúgubre y deprimente rincón de Londres no tenía nada que ver con Hogwarts, ni con el ministerio ni con un edificio como Gringotts, la banca mágica de puertas doradas y suelos de mármol.
Aunque no se les ocurrían nuevas ideas, siguieron viajando por el campo y cada noche montaban la tienda en un sitio diferente, por precaución. Por las mañanas, tras asegurarse de haber borrado toda señal de su presencia, buscaban otro emplazamiento solitario y aislado, trasladándose mediante Aparición a otros bosques, a umbrías grietas de acantilados, a rojizos brezales, a laderas de montañas cubiertas de aulaga y, en una ocasión, a una resguardada cala de guijarros. Cada doce horas aproximadamente se pasaban el
Horrocrux
, como si jugaran al baile de la escoba —a cámara lenta y con un ingrediente perverso—, temiendo el momento en que dejara de sonar la música porque la recompensa eran doce horas de miedo y angustia extras.