—¿Qué más pediríais a cambio de esto? —preguntó.
—¡Un trato al fin! —dijo Taraza—. Los dos sabemos, por supuesto, que estoy ofreciendo madres procreadoras de la línea de los Atreides. —Y pensó:
«¡Dejémosle que crea eso! ¡Parecerán Atreides pero no serán Atreides!»
Waff notó que su pulso se aceleraba. ¿Era aquello posible? ¿Tenía aquella mujer la menor idea de lo que los tleilaxu podían aprender de un examen de ese material genético?
—Desearíamos la primera selección de su descendencia —dijo Taraza.
—¡No!
—¿Una primera selección alternativa, entonces?
—Quizá.
—¿Qué queréis decir, con quizá? —Se inclinó hacia adelante. La intensidad de Waff le dijo que estaba siguiendo un buen camino.
—¿Qué otra cosa nos pediríais?
—Nuestras madres procreadoras deben tener libre acceso a vuestros laboratorios genéticos.
—¿Estáis loca? —Waff agitó exasperado la cabeza. ¿Acaso pensaba ella que los tleilaxu iban a echar por la borda su arma más poderosa así, tan sencillamente?
—Entonces aceptaremos un tanque axlotl completamente operativo.
Waff simplemente se la quedó mirando.
Taraza se alzó de hombros.
—Tenía que intentarlo.
—Por supuesto que teníais.
Taraza se reclinó en su asiento y pasó revista a lo que había aprendido allí. La reacción de Waff a aquella sonda Zensunni había sido interesante.
«Un problema que no puede ser resuelto por medios racionales.»
Las palabras habían hecho un sutil efecto en él. Había parecido surgir de algún lugar de su interior, una pregunta bailando en sus ojos.
¡Dios nos preserve a todos! ¿Es Waff un Zensunni secreto?
No importaban los peligros, aquello tenía que ser explorado. Odrade tenía que ser armada con cualquier posible ventaja que pudiera conseguirse en Rakis.
—Quizá ya hayamos hecho todo lo que podíamos por ahora —dijo Taraza—. Ya es tiempo de cerrar nuestro trato. Sólo Dios en su infinita piedad nos ha dado universos infinitos donde todo puede ocurrir.
Waff dio una única palmada, sin pensar.
—¡El don de las sorpresas es el mayor de todos los dones! —dijo.
No solamente Zensunni,
pensó Taraza.
También sufí. ¡Sufí!
Empezó a reajustar su perspectiva de los tleilaxu.
¿Cuánto tiempo han estado manteniendo esto en secreto dentro de sus pechos?
—El tiempo no cuenta en sí mismo —dijo Taraza, sondeando—. Sólo falta mirar a cualquier círculo.
—Los soles son círculos —dijo Waff—. Cada universo es un círculo. —Contuvo el aliento, aguardando su respuesta.
—Los círculos encierran —dijo Taraza, eligiendo la respuesta adecuada de sus Otras Memorias—. Cualquier cosa que encierra y limita debe ser expuesta al infinito.
Waff alzó las manos para mostrarle sus palmas, y luego dejó caer sus brazos sobre sus piernas. Sus hombros perdieron parte de su rígida tensión.
—¿Por qué no dijisteis estas cosas al principio? —preguntó.
Debo actuar ahora con el máximo cuidado,
se previno Taraza. Las admisiones en las palabras y actitudes de Waff requerían una cuidadosa revisión.
—Lo que ha ocurrido entre nosotros no revela nada a menos que hablemos más abiertamente —dijo—. E incluso entonces, solamente estaremos utilizando palabras.
Waff estudió su rostro, intentando leer en aquella máscara Bene Gesserit alguna confirmación de las cosas que implicaban sus palabras y actitudes. Ella era powindah, se recordó. Nunca podía confiarse en los powindah. Pero si ella compartía la Gran Creencia…
—¿No envió Dios a su Profeta a Rakis, desde donde probarnos y enseñarnos? —preguntó él.
Taraza sondeó profundamente en sus Otras Memorias.
¿Un Profeta en Rakis? ¿Muad'dib? No… aquello no encajaba con las creencias ni sufíes ni Zensunni en…
¡El Tirano!
Cerró su boca hasta formar una severa línea.
—Uno debe aceptar lo que no puede controlar —dijo.
—Porque seguramente es obra de Dios —respondió Waff. Taraza había visto y oído lo suficiente. La Missionaria Protectiva la había sumergido en todas las religiones conocidas.
Sus Otras Memorias reforzaban aquel conocimiento y lo llevaban a la superficie cuando era necesario. Sintió una gran necesidad de salir sana y salva de aquella habitación. ¡Había que prevenir a Odrade!
—¿Puedo hacer una sugerencia? —preguntó Taraza.
Waff asintió adecuadamente.
—Quizá aquí se halle la sustancia de un lazo de unión entre nosotros más grande de lo que habíamos imaginado —dijo. Os ofrezco la hospitalidad de nuestro Alcázar en Rakis y los servicios de nuestra comandante allí.
—¿Una Atreides? —preguntó él.
—No —mintió Taraza—. Pero por supuesto advertiré a nuestras Amantes Procreadoras de vuestras necesidades.
—Y yo reuniré las cosas que solicitáis como pago —dijo él—. ¿Por qué el trato debe ser ultimado en Rakis?
—¿No es el lugar más adecuado? —preguntó ella—. ¿Qué puede haber que sea falso en el hogar del Profeta?
Waff se echó hacia atrás en su asiento, sus brazos relajados sobre sus rodillas. Evidentemente, Taraza conocía las respuestas adecuadas. Era una revelación que él jamás hubiera esperado.
Taraza se puso en pie.
—Cada uno de nosotros escucha a Dios personalmente —dijo.
Y juntos en el kehl,
pensó Waff. Alzó la vista hacia ella, recordándose que era powindah. Nunca podía confiarse en una powindah.
¡Cuidado!
Aquella mujer era, después de todo, una bruja Bene Gesserit. Eran bien conocidas por crear religiones para sus propios fines.
¡Powindah!
Taraza se dirigió hacia la compuerta, la abrió, y efectuó su señal de seguridad. Se volvió una vez más a Waff, que seguía sentado en su silla.
No ha penetrado en nuestro auténtico designio,
pensó.
Las que enviemos a él deben ser elegidas con extremo cuidado. Nunca debe sospechar que él forma parte de nuestro cebo.
Componiendo sus rasgos de elfo, Waff le devolvió la mirada.
Cuán blando parecía, pensó Taraza. ¡Pero podía ser atrapado! Una alianza entre la Hermandad y los tleilaxu ofrecía nuevos atractivos.
¡Pero bajo nuestros términos!
—Hasta Rakis —dijo.
¿Qué herencias sociales partieron hacia afuera con la Dispersión? Conocemos íntimamente esos tiempos. Conocemos tanto el marco mental como el físico. Los Perdidos se llevaron con ellos un conocimiento confinado principalmente en la mano de obra y las herramientas. Había una desesperada necesidad de espacio para expandirse, conducida por el mito de la Libertad. La mayor parte de ellos no habían aprendido la profunda lección del Tirano, que la violencia construye sus propios límites. La Dispersión fue un movimiento loco y al azar interpretado como crecimiento (expansión). Fue aguijoneado por un profundo miedo (a menudo inconsciente) al estancamiento y a la muerte.
Análisis Bene Gesserit de la Dispersión (Archivos)
Odrade se hallaba tendida de costado junto al borde del mirador, su mejilla rozando ligeramente el cálido plaz a través del cual podía ver la Gran Plaza de Keen. Su espalda estaba apoyada en un almohadón rojo, que olía a melange como tantas otras cosas allí en Rakis. Tras ella había tres habitaciones, pequeñas pero eficientes y bien acondicionadas a partir tanto del Templo como del Alcázar Bene Gesserit. Aquel acondicionamiento había sido una de las exigencias en el acuerdo de la Hermandad con los sacerdotes.
—Sheeana debe ser protegida con mayor seguridad —había insistido Odrade.
—¡No puede convertirse únicamente en el rehén de la Hermandad! —había objetado Tuek.
—Ni de los sacerdotes —había contra–atacado Odrade.
Seis pisos más abajo de la ventajosa posición del mirador, un enorme bazar se desplegaba en una libremente organizada confusión, llenando casi la Gran Plaza. La plateada luz amarilla de un sol en su ocaso bañaba brillantemente la escena, haciendo destacar los resplandecientes colores de los tenderetes, arrojando largas sombras en el irregular suelo. La luz tenía un brillo polvoriento allá donde esparcidos grupos de gente se reunían en torno a remendados parasoles y las revueltas hileras de mercaderías.
La Gran Plaza no era exactamente un cuadrado. Se extendía a lo largo de casi un kilómetro perpendicularmente a la ventana de Odrade, y más de dos veces esa distancia a derecha e izquierda… un gigantesco rectángulo de tierra apisonada y viejas piedras, que se habían ido desgastando en polvo ante la insistencia de los vendedores que soportaban estoicamente el calor con la esperanza de hacer algún trato.
A medida que avanzaba la tarde, una sensación distinta de actividad se desarrollaba delante de Odrade… más gente llegando, una precipitación y un pulsar más frenético en los movimientos.
Odrade inclinó la cabeza para mirar a la parte del terreno más cercana al edificio. Alguno de los comerciantes que se hallaban directamente debajo de su ventana se habían retirado a sus cercanos aposentos. Pronto regresarían, tras comer y echar una pequeña siesta, dispuestos a sacar todo el provecho posible a aquellas valiosas horas, cuando la gente podía respirar al aire libre sin que sus gargantas ardieran.
Sheeana se retrasaba, observó Odrade. Los sacerdotes no se atreverían a retardarla mucho más. Debían estar trabajando frenéticamente en aquellos momentos, haciéndole preguntas, advirtiéndole que recordara que ella era la emisaria de Dios a Su Iglesia. Recordándole a Sheeana tantas imaginarias alianzas que tenía con ellos, y que Odrade tendría que ir averiguando poco a poco y reírse de ellas antes de situar tales trivialidades en su adecuada perspectiva.
Odrade arqueó su espalda y dedicó un silencioso minuto a los precisos ejercicios para aliviar las tensiones. Admitió sentir una cierta simpatía hacia Sheeana. Los pensamientos de la muchacha debían ser un auténtico caos en aquel momento. Sheeana conocía muy poco o nada acerca de lo que debía esperar cuando se hallara completamente bajo la tutela de una Reverenda Madre. No había la menor duda de que su joven mente estaba repleta de mitos y otras desinformaciones.
Como lo estaba mi mente,
pensó Odrade.
No podía evitar recordarlo en un momento como aquél. Su tarea inmediata era clara: exorcismo, no sólo para Sheeana sino también para sí misma.
Rastreó los perseguidores pensamientos de una Reverenda Madre en sus memorias:
Odrade, edad cinco años, la confortable casa de Gammu. La carretera que pasa por delante de la casa está flanqueada por lo que pueden considerarse casas medio burguesas en las ciudades costeras del planeta… bajos edificios de un solo piso con amplios céspedes. Las casas se extienden hasta lo lejos, desapareciendo en una curva de la línea costera, allá donde los céspedes delanteros son aún mucho más grandes. Sólo al lado del mar las casas son más grandes y menos celosas de ocupar metros cuadrados.
La afilada memoria Bene Gesserit de Odrade se sumergió en aquella lejana casa, sus ocupantes, el césped, los compañeros de juegos. Sintió la opresión en su pecho que le decía que aquellos recuerdos estaban unidos a acontecimientos posteriores.
La casa-cuna de la Bene Gesserit en el mundo artificial de Al Dhanab, uno de los planetas originales de seguridad de la Hermandad. (Más tarde, supo que la Bene Gesserit había tomado en consideración en su tiempo transformar todo el planeta en una no–cámara. Las exigencias de energía de tal proyecto invalidaron el plan.)
La casa-cuna era una cascada de variedad para una niña después de las comodidades y amistades de Gammu. La educación Bene Gesserit incluía un intenso adiestramiento físico. Había advertencias regulares de que no podía esperar convertirse en una Reverenda Madre sin pasar a través de mucho dolor y frecuentes períodos de aparentemente desesperados ejercicios musculares.
Algunas de sus compañeras fracasaron en aquel estadio. Abandonaron para convertirse en enfermeras, sirvientas, trabajadoras, procreadoras casuales. Llenaron nichos de necesidad allá donde la Hermandad las requería. Hubo ocasiones en las que Odrade tuvo la anhelante sensación de que su
fracaso
puede que no fuera una mala vida… pocas responsabilidades, metas inferiores. Esto había sido antes de que emergiera del Adiestramiento Primario.
Pensé en ello como un emerger, atravesándolo victoriosa. Fue exactamente todo lo contrario
.
Emergió por el otro lado, sólo para descubrirse inmersa en nuevas y más duras exigencias.
Odrade se sentó en el borde de su ventana rakiana y apartó su almohadón a un lado. Se volvió de espaldas al bazar. Estaba empezando a ponerse ruidoso ahí afuera. ¡Malditos sacerdotes! ¡Estaban tensando su retraso hasta límites absolutos!
Debo pensar en mi propia infancia porque eso me ayudará con Sheeana,
meditó. Inmediatamente, se burló de su propia debilidad.
¡Otra excusa!
Algunas postulantes necesitaban al menos cincuenta años para convertirse en Reverendas Madres. Esto era enraizado dentro de ellas durante el Adiestramiento Secundario: una lección de paciencia. Odrade mostró una inclinación temprana hacia el estudio profundo. Se consideraba que podía convertirse en una de las Mentats Bene Gesserit, y probablemente en una Archivera. Aquella idea residía en el descubrimiento de que sus talentos se inclinaban hacia direcciones muy provechosas. Fue encaminada a tareas sensitivas en la Casa Capitular.
Seguridad.
Aquel talento salvaje entre los Atreides encontraba a menudo un empleo. Un gran cuidado con los detalles, esa era la marca de Odrade. Sabía que sus hermanas podían predecir algunas de sus acciones simplemente a partir de su profundo conocimiento de ella. Taraza lo hacía regularmente. Odrade había oído la explicación de labios de la propia Taraza: «La personalidad de Odrade queda exquisitamente reflejada en la forma en que realiza sus tareas.»
Había un chiste en la Casa Capitular: «¿Dónde va Odrade cuando acaba su trabajo? Va a trabajar.»
La Casa Capitular imponía pocas necesidades de adoptar las máscaras cobertoras que una Reverenda Madre utilizaba automáticamente en el Exterior. Podía mostrar momentáneamente emociones, enfrentarse abiertamente con sus propios errores y los de las demás, sentirse triste o amargada o incluso, a veces, feliz. Los hombres estaban disponibles. No para procrear, sino para una ocasional diversión. Todos los hombres de la Casa Capitular de la Bene Gesserit eran absolutamente encantadores, y unos cuantos eran incluso sinceros en su encanto. Esos pocos, por supuesto, estaban muy solicitados.