Herejes de Dune (28 page)

Read Herejes de Dune Online

Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: Herejes de Dune
3.93Mb size Format: txt, pdf, ePub

De modo que él mismo se arregla su ropa.

Aquel era un aspecto del famoso Miles Teg que jamás hubiera esperado. De pensar en él, hubiera dicho que Patrin se hacía cargo de todas aquellas cosas.

—Schwangyu dejó entrar a los atacantes, ¿verdad? —preguntó Duncan.

—Su gente lo hizo. —Lucilla no ocultó su irritación—. Ha ido demasiado lejos. ¡Un pacto con los tleilaxu!

—¿La matará Patrin?

—¡No lo sé ni me importa!

Al otro lado de la puerta, Schwangyu habló furiosa, su voz fuerte y clara:

—¿Vamos a tener que aguardar aquí, Bashar?

—Podéis iros en cualquier momento que queráis. —Era Teg.

—¡Pero no puedo entrar en el túnel sur!

Schwangyu sonaba malhumorada. Lucilla se dio cuenta de que la mujer lo estaba haciendo deliberadamente. ¿Qué era lo que estaba planeando? Teg tenía que ser muy cauteloso ahora. Había sido muy listo ahí afuera, revelando para Lucilla las grietas en el control de Schwangyu, pero no habían sondeado los recursos de Schwangyu. Lucilla se preguntó si debía dejar a Duncan allí y regresar al lado de Teg.

—Podéis ir, pero os prevengo de que no regreséis a vuestros aposentos.

—¿Y por qué no? —Schwangyu sonó sorprendida, realmente sorprendida, sin ningún tipo de fingimiento.

—Un momento —dijo Teg.

Lucilla se dio cuenta de que sonaban gritos en la distancia. Una fuerte explosión martilleante sonó cerca, y luego otra más lejos. De una cornisa encima de la puerta de la sala de estar de Teg cayó algo de polvo.

—¿Qué fue eso? —De nuevo Schwangyu, su voz demasiado fuerte.

Lucilla avanzó para situarse entre Duncan y la pared correspondiente al pasillo.

Duncan miró hacia la puerta, su cuerpo en posición de defensa.

—Ese primer estallido era el que esperaba que produjeran ellos. —De nuevo Teg—. El segundo, me temo, es el que ellos no esperaban.

Se produjo un silbido cerca, lo suficientemente fuerte como para ahogar algo que dijo Schwangyu.

—¡Aquí está, Bashar! —Patrin.

—¿Qué está ocurriendo? —preguntó Schwangyu.

—La primera explosión, querida Reverenda Madre, fue vuestros aposentos siendo destruidos por nuestros atacantes. La segunda explosión fue nosotros destruyendo a los atacantes.

—¡Acabo de recibir la señal, Bashar! —Patrin de nuevo—. Ya los tenemos a todos. Bajaron mediante flotadores desde una no–nave, tal como vos esperabais.

—¿La nave? —La voz de Teg estaba llena de furia.

—Destruida en el mismo instante en que cruzó el pliegue espacial. Ningún superviviente.

—¡Estúpidos! —gritó Schwangyu—. ¿No sabéis lo que habéis hecho?

—Cumplir con mis órdenes de proteger a ese muchacho de cualquier ataque —dijo Teg—. Incidentalmente, ¿no se suponía que vos debíais estar en vuestros aposentos a esta hora?

—¿Qué?

—Ellos iban tras de vos también, puesto que hicieron volar vuestros aposentos. Los tleilaxu son muy peligrosos, Reverenda Madre.

—¡No os creo!

—Os sugiero que vayáis a echar una mirada. Patrin, déjale pasar.

Mientras escuchaba, Lucilla oyó la discusión no hablada. El Bashar Mentat gozaba de más confianza allí que una Reverenda Madre, y Schwangyu lo sabía. Debía estar desesperada. Aquello era un buen tanto, sugerir que sus aposentos habían sido destruidos. Puede que ella no lo creyera, sin embargo. En primer lugar, en la mente de Schwangyu había ahora la convicción de que tanto Teg como Lucilla reconocían su complicidad en el ataque. No había forma de decir cuántos más eran conscientes de ello. Patrin lo sabía, por supuesto.

Duncan miró hacia la puerta cerrada, la cabeza ligeramente inclinada hacia la derecha. Había una curiosa expresión en su rostro, como si viera a través de la puerta y estuviera observando realmente a la gente que había al otro lado.

Entonces habló Schwangyu, manteniendo su voz dentro del más cuidadoso control:

—No creo que mis aposentos hayan sido destruidos. —Sabía que Lucilla estaba escuchando.

—Sólo hay una forma de asegurarse —dijo Teg.

¡Ingenioso!
, pensó Lucilla. Schwangyu no podía tomar una decisión hasta que estuviera segura de si los tleilaxu habían actuado traicioneramente.

—¡Esperad aquí hasta mi vuelta, entonces! ¡Es una orden! —Lucilla oyó el siseo de las ropas de la Reverenda Madre cuando ésta se marchó.

Muy mal control emocional,
pensó Lucilla. Lo que esto revelaba de Teg, sin embargo, era igualmente inquietante.
¡Lo consiguió!
Teg había hecho perder el equilibrio a una Reverenda Madre.

La puerta frente a Duncan se abrió de golpe. Teg estaba allí de pie, una mano en el pomo.

—¡Rápido! —dijo Teg—. Debemos estar fuera del Alcázar antes de que ella regrese.

—¿Fuera del Alcázar? —Lucilla no ocultó su impresión.

—¡Rápido, he dicho! Patrin nos ha preparado una salida.

—Pero yo debo…

—¡Vos no debéis nada! Venid tal cual vais. Seguidme, o me veré obligado a llevaros.

—No creo realmente que podáis obligar a… —Lucilla se interrumpió. Aquel que había frente a ella era un nuevo Teg, y sabía que no hubiera lanzado una amenaza como aquella si no estuviera preparado para llevarla a cabo.

—Muy bien —dijo. Tomó a Duncan de la mano y siguió a Teg fuera de sus aposentos.

Patrin estaba en el pasillo, mirando hacia su derecha.

—Se ha ido —dijo el viejo. Miró a Teg—. ¿Sabéis qué hacer, Bashar?

—¡Pat!

Lucilla nunca había oído antes a Teg utilizar el diminutivo del nombre de su ayudante.

Patrin sonrió, exhibiendo todos sus dientes.

—Lo siento, Bashar. La excitación, ya sabéis. Os dejaré eso a vos, entonces. Tengo mi parte que representar.

Teg hizo una seña con la mano a Lucilla y a Duncan, indicándoles a la derecha del pasillo. Ella obedeció, y oyó a Teg tras sus talones. La mano de Duncan estaba sudorosa en su mano. El muchacho se soltó y siguió caminando a su lado, sin mirar hacia atrás.

El pozo a suspensor al final del pasillo estaba custodiado por dos de los hombres de Teg. Teg les hizo una seña con la cabeza.

—Que nadie nos siga.

Respondieron al unísono:

—Correcto, Bashar.

Lucilla se dio cuenta, mientras entraba en el pozo con Duncan y Teg, que había tomado partido en una disputa cuyas características aún no comprendía por completo. Podía captar los movimientos de la política de la Hermandad como una rápida corriente de agua fluyendo a su alrededor. Normalmente, el movimiento era tan sólo como un suave oleaje agitando los hilos, pero ahora sentía un gran flujo destructor preparándose para golpear su resaca sobre ella.

Duncan, mientras emergían en la cámara de distribución hacia la torreta sur, dijo:

—Deberíamos ir armados.

—Lo estaremos muy pronto —dijo Teg—. Y espero que estés preparado a matar a cualquiera que intente detenernos.

Capítulo XIX

El hecho significativo es éste: ninguna hembra de la Bene Tleilax ha sido vista nunca lejos de la protección de sus planetas interiores. (Los híbridos Danzarines Rostro que simulan mujeres no cuentan en este análisis. No pueden procrear). Los tleilaxu mantienen secuestradas a sus mujeres para mantenerlas apartadas de nuestras manos. Esta es nuestra deducción primaria. Debe ser también en los óvulos donde los Maestros tleilaxu ocultan sus secretos más esenciales.

Análisis de la Bene Gesserit, Archivos *XOXTM99041

—Por fin nos conocemos —dijo Taraza.

Miró al otro lado de los dos metros de espacio despejado entre sus sillas a Tylwyth Waff. Sus analistas le habían asegurado que aquel hombre era el Maestro de Maestros tleilaxu. ¿Cómo podía una pequeña figura de elfo como aquella albergar un tal poder? Los prejuicios de la apariencia debían ser desechados allí, se advirtió a sí misma.

—Algunos no creerían que fuera posible —dijo Waff.

Tenía una vocecilla como de pájaro, notó Taraza, algo más que había que medir bajo distintos estándares. Permanecían sentados en la neutralidad de una no–nave de la Cofradía, con monitores Bene Gesserit y tleilaxu aferrados al casco de la nave de la Cofradía como aves de presa sobre una víctima. (La Cofradía se había mostrado cobardemente ansiosa de apaciguar a la Bene Gesserit.
«Lo pagaréis.»
La Cofradía lo sabía. Se les había exigido el pago otras veces). La pequeña habitación oval en la que se habían reunido estaba convencionalmente forrada de cobre y «a prueba de espías». Taraza no creía ni por un instante en aquello. Suponía también que los lazos entre Cofradía y tleilaxu, forjados en la melange, existían todavía con toda su fuerza.

Waff no intentaba engañarse a sí mismo respecto a Taraza. Aquella mujer era mucho más peligrosa que cualquier Honorada Matre. Si mataba a Taraza, sería reemplazada inmediatamente por alguien igual de peligrosa, alguien con todas las piezas esenciales de información que poseía la actual Madre Superiora.

—Encontramos a vuestros nuevos Danzarines Rostro muy interesantes —dijo Taraza.

Waff hizo una mueca involuntaria. Sí, mucho más peligrosas que las Honoradas Matres, que ni siquiera habían culpado a los tleilaxu por la pérdida de toda una no–nave.

Taraza miró al reloj digital de doble pantalla en la mesita auxiliar de su derecha, colocado en una posición desde la cual el reloj podía ser observado fácilmente por cualquiera de ellos dos. La pantalla orientada a Waff había sido ajustada a su reloj interno. Observó que las dos lecturas de tiempo interno se ajustaban dentro de un margen de diez segundos de sincronización a una arbitraria media tarde. Era una de las delicadezas de aquella confrontación, en la cual incluso la posición y la distancia entre sus sillas había sido especificada en los acuerdos previos.

Los dos estaban solos en la habitación. El espacio oval que les rodeaba tendría unos seis metros en su dimensión más larga, y la mitad en anchura. Ocupaban idénticas sillas basculantes de madera encolada, tapizadas con tela naranja; ni un fragmento de metal o de material extraño en ninguna de ellas. El único otro mueble de la habitación era la mesilla lateral con su reloj. La mesa era una delgada superficie negra de plaz con tres largas y delgadas patas de madera. Cada uno de los detalles de aquella reunión había sido examinado con el máximo cuidado. Ambos tenían tres guardias personales al otro lado de la única compuerta de la habitación. Taraza no creía que el tleilaxu intentara un intercambio con un Danzarín Rostro, no en aquellas circunstancias.

«Lo pagaréis.»

El tleilaxu también era tremendamente consciente de su vulnerabilidad, especialmente ahora que sabía que una Reverenda Madre podía poner al descubierto a los nuevos Danzarines Rostro.

Waff carraspeó.

—No espero que lleguemos a un acuerdo —dijo.

—Entonces, ¿para qué habéis venido?

—Busco una explicación a ese extraño mensaje que hemos recibido de vuestro Alcázar en Rakis. ¿Por qué se supone que debemos pagar?

—Os suplico, Ser Waff, que abandonéis esas estúpidas pretensiones en esta habitación. Hay hechos sabidos por los dos que no pueden ser dejados de lado.

—¿Como cuáles?

—Ninguna hembra de la Bene Tleilax nos ha sido entregada nunca para procreación. —Y pensó:
¡Dejemos que sude eso!
Era malditamente frustrante no poseer una línea de Otras Memorias tleilaxu para la investigación Bene Gesserit, y Waff lo sabía.

Waff frunció el ceño.

—Seguramente no pensáis que yo vaya a comerciar con la vida de… —Se interrumpió y agitó la cabeza—. No puedo creer que este sea el pago que deseáis pedir.

Cuando Taraza no respondió, Waff dijo:

—El estúpido ataque al templo rakiano fue realizado de forma independiente por gente que estaba en el lugar de los hechos. Ya han sido castigados.

Esperaba el gambito número tres,
pensó Taraza. Había participado en numerosas informaciones–análisis antes de aquella reunión, si una podía llamarlas informaciones. Los análisis se habían producido con exceso. Muy poco se sabía acerca de aquel Maestro tleilaxu, aquel Tylwyth Waff. Algunas proyecciones opcionales extremadamente importantes habían llegado por deducción (si esa demostraba ser cierta). El problema era que algunos de los datos más interesantes procedían de fuentes poco fiables. En un hecho sobresaliente podía confiarse, sin embargo: la figura de elfo sentada delante suyo era mortalmente peligrosa.

El
gambito número tres
de Waff atrajo su atención. Era tiempo de responder. Taraza produjo una sonrisa de suficiencia.

—Esa es precisamente el tipo de mentira que esperábamos de vos —dijo.

—¿Debemos empezar con insultos? —Lo dijo desapasionadamente.

—Los tleilaxu montaron toda la operación. Dejadme advertiros que no vais a poder tratar con nosotras de la misma forma con que tratáis a esas rameras de la Dispersión.

La helada mirada de Waff invitó a Taraza a un osado gambito. ¡Las deducciones de la Hermandad, basadas parcialmente en la desaparición de la nave ixiana de conferencias, eran acertadas! Manteniendo la misma sonrisa, prosiguió ahora la línea opcional de conjeturas como si fueran hechos conocidos.

—Creo —dijo— que a las rameras les gustará saber que tienen a unos cuantos Danzarines Rostro entre ellas.

Waff dominó su ira. ¡Esas condenadas brujas! ¡Lo sabían!
¡De alguna manera, lo sabían!
Sus consejeros habían dudado mucho acerca de aquel encuentro. Una minoría sustancial había recomendado evitarlo. Las brujas eran tan… tan diabólicas. ¡Y sus represalias!

Ya es el momento de desviar su atención hacia Gammu,
pensó Taraza.
Sigamos manteniéndolo desequilibrado
. Dijo:

—¡Incluso cuando subvertís a una de nosotras, como hicisteis con Schwangyu en Gammu, no averiguáis nada de valor!

Waff llameó:

—¡Ella pensó en… en
contratarnos
como si fuéramos una banda de asesinos! ¡Lo único que hicimos fue enseñarle una lección!

Ahhh, su orgullo se muestra por sí mismo,
pensó Taraza.
Interesante. Las implicaciones de una estructura moral tras un orgullo así tienen que ser exploradas.

—Nunca penetrasteis realmente en nuestras filas —dijo Taraza.

—¡Y vos nunca habéis penetrado en las de los tleilaxu! —Waff consiguió pronunciar aquella jactancia con una aceptable calma.
¡Necesita tiempo para pensar! ¡Para planear!

Other books

Pigeon Feathers by John Updike
The Mysteries of Udolpho by Ann Radcliffe
West of Tombstone by Paul Lederer
The Resurrected Man by Sean Williams
Darkness Wanes by Susan Illene