Hermoso Final (25 page)

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Authors: Kami García,Margaret Stohl

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico, #Romántico

BOOK: Hermoso Final
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¿Cuántos más tendría que perder? ¿Perdería también a John? ¿Me perdonaría Liv alguna vez? ¿Acaso importaba ya?

Observé las gotas de lluvia acumularse en la grasienta mesa delante de mí. Link y yo estábamos sentados en silencio, ante un salvamanteles de papel de cera acolchado, unos vasos de plástico con hielo picado y una fría y correosa comida que ninguno de los dos pensaba tomar. Cuando Link no estaba atrapado en su propia mesa de comedor, ni siquiera se molestaba en fingir que removía la comida.

Link me propinó un codazo.

—Vamos. Anímate, Lena. John sabe lo que hace. Ya es mayorcito. Conseguiremos encontrar ese libro y traer a Ethan de vuelta, por muy loco que sea tu plan.

—No estoy loca. —No estaba muy segura de a quién pretendía convencer, si a Link o a mí.

—Yo no he dicho que lo estuvieras.

—Lo dices siempre que tienes ocasión.

—¿Es que crees que no quiero que vuelva? —preguntó Link—. ¿No sabes que me mata lanzar a canasta sin tenerle al lado mirándome y diciéndome lo malo que soy o cómo me está creciendo la cabeza? No hago más que dar vueltas por Gatlin en el Cacharro poniendo las canciones que solíamos escuchar, y sintiendo que ya no hay ninguna razón para oírlas.

—Entiendo lo duro que es, Link. Sabes que lo entiendo, mejor que nadie.

Sus ojos se llenaron de lágrimas y dejó caer la cabeza, fijando la vista en la grasienta mesa que había frente a nosotros.

—Ni siquiera me apetece cantar. Los chicos de la banda están hablando de deshacerla. Los Holy Rollers pueden acabar siendo un equipo de bolos. —Parecía como si empezara sentirse enfermo—. A este paso no me va a quedar más remedio que ir a la universidad, o a algún sitio aun peor.

—¡Link, no digas eso! —Tenía razón. Si Link iba a la universidad, aunque fuera a la Escuela Universitaria de Summerville, significaría que el fin del mundo había llegado, sin importar las veces que Ethan hubiera tratado de salvarnos a todos.

Hubiera tratado.

—Tal vez no sea tan valiente como tú, Lena.

—Pues claro que lo eres. Has sobrevivido todos estos años viviendo con tu madre, ¿no es así? —Traté de sonreír, pero Link no estaba dispuesto a dejarse animar.

Era como hablar conmigo misma.

—Tal vez haya que rendirse cuando las probabilidades son tan malas como las actuales.

—¿De qué estás hablando? Las probabilidades siempre son malas —declaré.

—Soy el tío que siempre recibe los palos. Soy el que saca un suspenso e incluso vuelve a catear en la escuela de verano.

—Eso no fue culpa tuya, Link. Estabas ayudando a Ethan a rescatarme.

—Admítelo. La única chica a la que he querido prefirió la Oscuridad en vez de a mí.

—Ridley te quería. Lo sabes muy bien. Y hablando de Rid… —Ya casi había olvidado por qué le había citado aquí. Él aún no sabía la noticia—. En serio. No lo entiendes. Rid…

—No quiero hablar de ella. Nuestra historia no podía ser. Nunca me han salido las cosas como he querido. Debería haber sabido desde un principio que no funcionaría.

Link dejó de hablar porque la campanilla de la puerta de entrada tintineó en la distancia, y el tiempo se detuvo, en un torbellino de brillantes plumas rosas estilo años veinte y cuentas metálicas color púrpura. Por no mencionar el lápiz de ojos y el perfilador de labios y cualquier cosa que pudiera ser delineada, sombreada o pintada en cualquier tono de maquillaje del arco iris.

Ridley
.

Apenas había visualizado la palabra cuando me encontré precipitándome en mi asiento hacia ella para abrazarla.

Sabía que iba a venir. De todos modos, había sido yo quien la encontró en la guarida de Abraham. Pero una cosa era intentar ponerla a salvo y otra, muy distinta, que apareciera tan tranquila contoneándose a través de las mesas de plástico del Dar-ee Keen. A punto estuve de derribarla de sus altísimas plataformas de doce centímetros. Nadie sabía andar con tacones como mi prima.

Prima.

Saludó en kelting mientras enterraba su cara en mi hombro, haciendo que aspirara su fragancia a laca, gel de baño y azúcar. Miles de puntos luminosos flotaron en el aire a nuestro alrededor, desprendiéndose de… quién sabe qué pasta brillante se había extendido por todo su cuerpo.

Oscura o Luminosa, no había mucha diferencia para nosotros. No cuando realmente importaba. Aún seguíamos siendo familia y de nuevo estábamos juntas.

Se hace extraño estar aquí sin Malapata. Lo siento, prima.

Ya lo sé, Rid.

Aquí dentro, en el Dar-ee Keen, era como volver a casa y como si ella comprendiera por fin lo que había sucedido.

Lo que yo había perdido.

—¿Te encuentras bien, niña? —Se apartó para mirarme a los ojos.

Sacudí la cabeza mientras mis ojos empezaban a nublarse.

—No.

—¿Le importaría a alguien contarme qué está pasando aquí? —Link tenía aspecto de estar a punto de desmayarse o de vomitar, o ambas cosas.

—Estaba intentando decírtelo. Encontramos a Ridley, atrapada en una de las jaulas de Abraham.

—Ya sabes. Como un pavo real, Chico Guapo. —No miró directamente a Link y me pregunté si se debía a que no quería o a que no se atrevía—. Uno realmente sexy.

Nunca entendería lo que se traían estos dos entre ellos. No pensaba que nadie pudiera hacerlo, ni siquiera ellos.

—Hola, Rid. —Link estaba pálido, incluso para ser un cuarto de Íncubo. Tenía el aspecto de alguien a quien le acaban de dar un puñetazo en la cara.

Ella le lanzó un beso a través de la mesa.

—Se te ve muy bien, Chico Guapo.

—Tú… tú estás… —tartamudeó—, quiero decir, bueno, ya sabes.

—Ya sé. —Ridley le guiñó un ojo y se dio la vuelta hacia mí—. Salgamos de aquí. Ha pasado demasiado tiempo. Ya no soy capaz de hacerlo.

—¿Hacer qué? —Link consiguió no balbucear, aunque su cara continuaba del mismo tono rojo que el cubo de plástico colocado bajo las goteras del techo.

Ridley suspiró, pasándose su chupachups de un lado a otro de la boca.

—¿Hola? Soy una Siren, Encogido. Una chica mala, ¿recuerdas? Necesito volver con los míos.

* * *

—Así que Abraham, ¿eh? ¿Ese viejo chivo? —Ridley sacudió la cabeza.

Asentí.

—Ése es el plan.

Para lo que valiera, si es que valía para algo.

El aire era oscuro, y las luces del techo del Exilio parecían incrementar aún más su oscuridad, en lugar de añadir luz. No culpaba a Ridley por habernos llevado allí. Era el primer lugar al que siempre quería ir cuando era Oscura.

Pero para alguien que no fuera Oscura, aquél no era precisamente el lugar más relajado del mundo. Tenías que pasarte la mitad de la noche asegurándote de no mirar sin querer a nadie a los ojos ni sonreír en la dirección equivocada.

—¿Y crees que consiguiendo el
Libro de las Lunas
para Malapata vas a ayudarle a que se le encoja la pata?

Link gruñó desde el taburete de al lado. Había insistido en venir con nosotros por nuestra seguridad, pero hubiera podido apostar a que odiaba el lugar casi tanto como yo.

—Ten cuidado, Rid. Ethan aún no ha estirado la pata. Sólo está… un poco bajo de forma.

Sonreí. Supongo que Link podía decirme cuantas veces quisiera que Ethan se había ido, pero no era lo mismo oírselo decir a otra persona.

Lo que significaba que Ridley ya no era uno de los nuestros, al menos no para Link. Realmente le había dejado, y realmente era Oscura.

Una intrusa.

Link también parecía sentirlo.

—Necesito ir al baño. —Vaciló, no queriendo apartarse de mi lado. Todo el mundo parecía tener su propia clase de guardaespaldas en un club como el Exilio. Lo que pasaba es que mi guardaespaldas era un cuarto de Íncubo con un corazón de oro.

Ridley esperó hasta que estuvo fuera del alcance de sus oídos.

—Tu plan apesta.

—Mi plan no apesta.

—Abraham no va a cambiar a John Breed por el
Libro de las Lunas
. Ahora que el Orden de las Cosas ha sido reparado, John no vale nada para él. Es demasiado tarde.

—Eso no lo sabes.

—Te olvidas de que, durante los últimos meses, he pasado más tiempo del que hubiera querido con Abraham. Ha estado muy ocupado. Se pasa todo el día en ese laboratorio suyo, digno de Frankenstein, tratando de descubrir qué es lo que falló con John Breed. Ha vuelto a su pizarra de científico loco.

—Eso significa que quiere a John de vuelta, así que lo cambiará por el libro. Que es exactamente lo que necesitamos.

Ridley suspiró.

—¿Te estás escuchando? Él no es el chico bueno. No puedes querer entregarle a John. Y menos cuando Abraham o bien está pegando alas a los murciélagos, o está celebrando reuniones secretas con un escalofriante pervertido sin pelo.

—¿Puedes ser más concreta? Eso no acota demasiado la búsqueda.

Rid se encogió de hombros.

—No lo recuerdo bien. Alguien llamado: ¿Ángel? ¿Ángelo? Algo que sonaba como de iglesia.

Me sentí enfermar. Mi vaso se volvió hielo en mi mano. Podía sentir las partículas heladas agrupándose alrededor de las yemas de mis dedos.

—¿Angelus?

Cogió una patata frita del cuenco negro que había sobre la barra y se la metió en la boca.

—Eso es. Están compinchados para algún tipo de golpe supersecreto. Nunca pude escuchar los detalles. Pero ese tío definitivamente odia a los Mortales tanto como Abraham.

¿Qué podría estar haciendo un miembro del Consejo del Custodio Lejano con un Íncubo de Sangre como Abraham Ravenwood? Después de lo que Angelus trató de hacer a Marian, no tenía duda de que era un monstruo, pero pensaba que era una especie de puritano lunático. Nunca alguien capaz de conspirar con Abraham.

Sin embargo, no era la primera vez que Abraham y el Custodio Lejano parecían tener sus agendas coordinadas. El tío Macon ya había mencionado el asunto con anterioridad, justo después del juicio de Marian.

Sacudí mi cabeza al recordarlo.

—Tenemos que contárselo a Marian en cuanto consigamos el libro. Así que, a menos que tengas una idea mejor, vamos a reunirnos con Abraham para hacer el cambio. —Terminé lo que quedaba de mi agua helada con gas, y posé bruscamente el vaso sobre la barra.

Se hizo añicos en mi mano.

A mi alrededor se produjo un incómodo silencio, y pude sentir los ojos —ojos no humanos, algunos amarillos y otros negros como los propios Túneles—, mirándome fijamente. Agaché la cabeza para esconderme.

El barman hizo una mueca, y miré hacia la puerta por el rabillo del ojo, medio esperando ver a mi tío Macon allí plantado. El hombre parecía estar analizándome exhaustivamente.

—Tienes unos curiosos ojos.

Ridley me lanzó una mirada.

—¿Los suyos? Pero si uno de ellos no casa con el otro —comentó despreocupadamente—. Ya sabes cómo es eso. —Esperamos en nuestros sitios, nerviosas y tensas. Lo último que quería era llamar demasiado la atención en el Exilio, sobre todo cuando sólo tienes un ojo dorado que mostrar.

El barman me estudió detenidamente durante un momento más, luego asintió y comprobó su reloj.

—Sí. Ya sé cómo es. —Esta vez miró a la puerta. Probablemente ya hubiera llamado a mi tío.

Esa rata acusica.

—Vas a necesitar toda la ayuda que puedas, prima.

—¿Qué estás diciendo, Rid?

—Todo lo que digo es que parece que voy a tener que rescataros por insensatos —cogió un trozo de cristal roto de la barra.

—¿Rescatarnos cómo?

—Déjamelo a mí. Da la casualidad de que no soy sólo una cara bonita. Bueno, eso también. —Sonrió, aunque sin mucho convencimiento—. Todo esto y
otra
cara bonita.

Incluso su astuta sonrisa me pareció ahora un tanto descorazonadora. Me pregunté si la desaparición de Ethan la estaba afectando tanto como a nosotros.

A pesar de todo, mis instintos aún tenían razón sobre una cosa.

El tío Macon apareció en la puerta como un cronómetro, y estuve de vuelta en mi dormitorio antes de poder preguntarle nada a Rid.

24
La mano que mece la cuna

R
idley nos estaba esperando detrás de la fila más alejada de criptas que, a juzgar por el número de botellas de cerveza vacías tiradas entre los arbustos, era también uno de los lugares de juerga del condado de Gatlin.

No podía imaginarme que alguien quisiera quedar por aquí voluntariamente. El Jardín de la Paz Perpetua aún mostraba las huellas de Abraham por todas partes. Nada parecía haber cambiado desde que llamara a los Vex, tan sólo unas semanas antes de la Decimoctava Luna. Las señales de peligro y la cinta amarilla de la policía creaban un laberinto entre los destruidos mausoleos, árboles arrancados y lápidas agrietadas de la nueva sección del cementerio. Ahora que el Orden de las Cosas había sido reparado, la hierba ya no estaba quemada y los cigarrones habían desaparecido. Pero el resto de las cicatrices continuaba allí, si sabías donde buscarlas.

Siguiendo la costumbre de Gatlin, lo peor de los destrozos había sido escondido bajo capas de tierra fresca sobre las que Ridley estaba ahora plantada. Los ataúdes habían sido devueltos a sus fosas y las lápidas selladas. No me sorprendió. No era propio de los buenos ciudadanos de Gatlin dejar sus esqueletos fuera de las cajas por mucho tiempo.

Rid desenvolvió un chupachups de cereza y lo agitó alrededor con un gesto dramático.

—Le vendí el cuento y se lo tragó entero: anzuelo, sedal y cebo apestoso incluido. —Sonrió a Link—. Ése eres tú, Encogido.

—Ya sabes lo que dicen: se necesita ser uno para reconocer a uno —replicó Link.

—No lo dirás por mí, ya sabes que huelo como un pastelito cubierto de azúcar escarchada. ¿Por qué no vienes aquí y te demuestro lo dulce que puedo ser? —Agitó sus largas uñas rosas como garras.

Link se acercó a John, que estaba apoyado contra un lloroso ángel partido justo por la mitad.

—Sólo digo lo que veo, nena. Puedo olerte perfectamente desde aquí.

Link parecía estar lanzando contra Ridley mucho más que su artillería de cuarto de Íncubo. Ahora que había conseguido convencerse de que Rid había vuelto, era como si sólo viviera para intercambiar insultos con ella.

Ridley se volvió hacia mí, molesta por no haberle podido sacar de sus casillas.

—Todo lo que necesité fue una pequeña excursión a Nueva Orleans, y enseguida tuve a Abraham comiendo de mi mano.

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