Hermoso Final (7 page)

Read Hermoso Final Online

Authors: Kami García,Margaret Stohl

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico, #Romántico

BOOK: Hermoso Final
12.57Mb size Format: txt, pdf, ePub

No estoy solo. Pero te echo de menos.

Link se pasó una mano por el pelo.

—Acabas de comprobar su casa. Luego has comprobado el depósito de agua y su habitación, y ahora vienes aquí a su tumba. Tal vez deberías buscar otra cosa que hacer distinta a comprobar cómo está Ethan.

—Tal vez deberías encontrar otra cosa que hacer que incordiarme, Link.

—Le prometí a Ethan que cuidaría de ti.

—No lo entiendes —replicó.

Link parecía tan molesto como Lena frustrada.

—¿De qué estás hablando? ¿Crees que no lo entiendo? Él era mi
mejor amigo
desde el jardín de infancia.

—No lo digas así. Aún sigue siendo tu mejor amigo.

—Lena. —Link no parecía estar consiguiendo demasiado.

—Deja de pronunciar mi nombre. Pensé que tú, mejor que nadie, entenderías cómo funcionan las cosas por aquí. —Su cara estaba pálida y en su boca había un rictus divertido, como si estuviera dudando si sonreír o llorar, sin terminar de decidirse.

Lena, todo irá bien. Estoy aquí mismo.

Pero incluso mientras lo pensaba, comprendí que nadie podría arreglar esto. La verdad era que desde el instante en que había saltado del depósito de agua todo cambió, y no había forma de volver atrás.

O no de momento.

Nunca imaginé lo mal que se vería todo desde este lado. Al menos para mí. Porque ahora podía verlo todo, pero no podía hacer nada para cambiarlo.

Extendí un brazo para tocar su mano, pero mis dedos atravesaron los suyos. Mi mano resbaló de su mano, aunque, si me concentraba con fuerza, aún podía sentirla, fuerte y sólida.

Por primera vez, no sentí ninguna sacudida. Ni quemazón. No sentí como si estuviera metiendo los dedos en un enchufe.

Supongo que ésa era una de las consecuencias de estar muerto.

—Lena, tienes que entenderme. No hablo keltiano…, ya lo sabes, y Rid no está aquí para traducirme.

—¿Keltiano? —Lena le fulminó con la mirada.

—Ah, vamos. Apenas si hablo bien inglés, salvo que nos refiramos al argot que se habla por aquí.

—Creía que estabas buscando a Ridley —espetó Lena.

—Lo estaba, por todos los Túneles. Por todos y cada uno de los lugares a los que me mandó Macon y algunos sitios más que me prohibió. Maldita sea, no he encontrado a nadie que la haya visto.

Lena se sentó y enderezó la hilera de piedras alrededor de mi tumba.

—Necesito que ella vuelva. Ridley sabe cómo funciona todo esto. Ella sabrá decirme qué tengo que hacer.

—¿De qué estás hablando? —Link se sentó junto a ella, muy cerca de mí.

Igual que en los viejos tiempos, cuando los tres nos sentábamos juntos en las gradas del Jackson High. Sólo que ellos no podían verme.

—No está muerto. Igual que tampoco estaba muerto el tío Macon. Ethan volverá, ya lo verás. Probablemente ahora mismo esté intentando buscarme.

Apreté su mano. Al menos en eso estaba en lo cierto.

—¿No crees que de ser así lo sabrías? —Link sonaba un tanto dubitativo—. Si estuviera aquí, ¿no piensas que nos habría llamado o habría hecho algo parecido?

Insistí apretando su mano, pero era inútil.

Vosotros dos, ¿queréis prestar atención?

Lena sacudió la cabeza maquinalmente.

—No funciona así. No digo que ahora mismo esté sentado junto a nosotros ni nada por el estilo.

Y a pesar de todo, lo estaba. Sentado junto a ellos o algo por el estilo.

¿Chicos? ¡Estoy aquí mismo!

Y a pesar de que estaba hablando en kelting, sentía como si estuviera gritando.

—Sí, claro. ¿Cómo sabes si está aquí o no? ¿Cómo puedes estar tan segura? —Las enseñanzas de la escuela de verano de Link no le servían de mucho en ese aspecto. Probablemente estaba imaginando casas hechas de nubes y querubines con alas.

—El tío Macon dijo que los nuevos espíritus no saben dónde están ni lo que están haciendo. Apenas si saben cómo murieron o qué les sucedió en la vida real. Es muy desconsolador encontrarte de pronto en el Más Allá. Puede que Ethan aún no sepa dónde está ni quién soy yo.

Sabía quién era ella. ¿Cómo podía olvidar algo así?

—¿En serio? Bueno, pongamos que tienes razón. Si es así, no tienes nada de qué preocuparte. Liv me aseguró que le encontraría. Ese reloj suyo está totalmente retocado, como si fuera una especie de Watermómetro.

Lena suspiró.

—Ojalá fuera tan sencillo. —Extendió una mano hasta la cruz de madera—. Esta cosa ha vuelto a torcerse.

Link parecía frustrado.

—¿Sí? Bueno, no dan ninguna medalla al mérito por cavar una tumba. Y mucho menos en las reuniones de ciudadanos de Gatlin.

—Estoy hablando de la cruz, no de la tumba.

—Fuiste tú quien nos prohibió poner una lápida —señaló Link.

—No necesita una lápida porque no está…

Entonces su mano se quedó paralizada al darse cuenta. El botón de plata no estaba donde lo había dejado.

¡Pues claro que no! Estaba donde se me había caído.

—¡Link, mira!

—Ya lo veo. Es una cruz. O dos palos, depende de cómo lo mires —respondió. Estaba empezando a desvariar; podía advertirlo por la mirada vidriosa de sus ojos, la misma que le había visto cada día en el colegio.

—¡No me refiero a eso! —señaló Lena—. El botón.

—Sí. Es un botón, es cierto. Lo mires por dónde lo mires. —Link estaba contemplando a Lena como si la espesa fuera ella. Lo cual resultaba bastante aterrador.

—Es mi botón. Y no está donde yo lo dejé.

—¿Y? —Link se encogió de hombros.

—¿No lo entiendes? —Lena sonaba esperanzada.

—No mucho.

—Ethan ha estado aquí. Lo ha movido.

Aleluya, L. Ya era hora.
Estábamos progresando.

La rodeé con los brazos, mientras ella abrazaba a Link. Todo encajaba.

Se apartó de Link muy excitada.

—Bueno. —Link parecía apurado—. Pero puede haber sido el viento. Puede haber sido, yo qué sé, algún animal o algo.

—No es así. —Sabía de qué humor se encontraba. Nada de lo que pudieran decirle la haría cambiar de opinión, por muy irritante que pareciera.

—Pareces muy segura de ello.

—Lo estoy. —Las mejillas del Lena estaban sonrojadas, sus ojos brillantes. Abrió su cuaderno, desenganchando el rotulador Sharpie de su collar de amuletos con la otra mano. Sonreí para mis adentros porque fui yo quien le regaló ese rotulador cuando estábamos en lo alto del depósito de agua de Summerville, no hacía demasiado tiempo.

Me estremecí al pensarlo.

Lena garabateó algo y arrancó la página de su cuaderno. Utilizó una piedra para sujetar el papel encima de la cruz.

Se secó una furtiva lágrima y sonrió.

La hoja no tenía más que una palabra escrita, pero ambos sabíamos lo que significaba. Hacía referencia a una de nuestras primeras conversaciones, cuando me contó lo que estaba escrito en la tumba del poeta Bukowski. Tres únicas palabras:
No lo intentes.

Pero el manoseado trozo de papel de mi tumba sólo tenía una palabra, escrita en mayúsculas. La tinta aún mojada y oliendo a rotulador.

Sharpie, limones y romero.

Todas esas cosas eran Lena.

INTÉNTALO.

Lo haré, L.

Lo prometo.

7
Crucigramas

M
ientras veía a Link y Lena desaparecer hacia Ravenwood, comprendí que había otro lugar al que necesitaba ir, otra persona a la que necesitaba ver antes de regresar. Ejercía como dueña de Wate’s Landing mucho más de lo que cualquier Wate lo haría nunca. Protegiendo el lugar con sus propios conjuros.

Una parte de mí temía hacerlo, imaginando lo desolada que estaría. Pero, fuera como fuera, necesitaba verla.

Habían ocurrido cosas malas.

Eso ya no podía cambiarlo, por mucho que quisiera.

Sentía que todo estaba mal, y haber visto a Lena no había mejorado esa sensación.

Como diría la tía Prue: todo estaba patas arriba.

Ya fuera en este mundo o en el otro, Amma era la única persona que siempre me ponía firme.

* * *

Me senté en el bordillo al otro lado de la calle, esperando a que el sol desapareciera. No terminaba de decidirme y permanecí como paralizado. No quería hacerlo. Quería observar cómo el sol se ocultaba tras la casa, tras las cuerdas del tendal, los viejos árboles y el seto. Quería ver cómo los rayos de sol se iban desvaneciendo y las luces de la casa encendiendo. Esperé a ver la familiar luz en el despacho de mi padre, pero aún seguía oscuro. Debía estar dando clases en la universidad, como si nada hubiera sucedido. Lo que probablemente era bueno, incluso positivo. Me pregunté si todavía seguiría trabajando en su libro sobre la Decimoctava Luna, salvo que el restablecimiento del Orden hubiera acabado también con todo aquello.

Sin embargo, había luz tras la ventana de la cocina.

Amma.

Una segunda luz parpadeó tras la pequeña ventana cuadrada de al lado. Seguramente las Hermanas estaban viendo alguno de sus concursos televisivos.

Entonces, en la menguante luz, observé algo extraño. No había botellas en nuestro viejo mirto. Aquel en el que Amma solía colgar boca abajo botellas rotas para atrapar cualquier espíritu maligno que pasara por allí y así evitar que entraran en la casa.

¿Dónde estarían las botellas? ¿Por qué ya no las necesitaba?

Me levanté y traté de acercarme un poco más. A través de la ventana de la cocina vislumbré a Amma sentada ante la vieja mesa de madera, probablemente haciendo algún crucigrama. Imaginé los súperafilados lápices del número 2 garabateando, casi podía oírlos.

Crucé el césped y me quedé en el sendero, justo delante de la ventana. Por una vez pensé que era una buena cosa que nadie pudiera verme, porque en Gatlin curiosear tras las ventanas de noche era motivo suficiente para que hasta la gente decente quisiera sacar sus escopetas. Claro que había un montón de cosas por las que la gente de por aquí querría sacar sus escopetas.

Amma levantó la vista mirando hacia la oscuridad, como un ciervo ante los faros de un coche. Hubiera podido jurar que me vio. Pero entonces unos faros reales iluminaron detrás de mí, y comprendí que no era a mí a quien Amma miraba.

Era a mi padre con el viejo Volvo de mi madre, entrando derecho por el sendero y pasando por delante de mí. Como si yo no estuviera allí.

Lo que, en muchos sentidos, era cierto.

* * *

Me quedé de pie ante la misma fachada que durante tantos veranos había tenido que repintar, y alargué el brazo para tocar los brochazos junto a la puerta. Mi mano atravesó el muro.

Desapareció en el interior, igual que cuando empujaba la puerta encantada de la
Lunae Libri
, aquella que parecía una vieja reja.

Tiré de mi mano y me quedé contemplándola.

Por mí, perfecto.

Di un paso y me adentré en el muro de la casa donde quedé atrapado. De alguna forma parecía quemar, como si hubiera entrado en una chimenea encendida. Supongo que una cosa era poder de deslizar la mano, y otra muy distinta que mi cuerpo pudiera atravesar la casa.

Rodeé el edificio hasta la puerta principal. Nada. Ni siquiera podía introducir media pierna. Lo intenté con la ventana de encima de la mesa de la cocina, y con la que estaba sobre el fregadero. Probé con las ventanas traseras y las laterales, y con la pequeña gatera que Amma había instalado para
Lucille
.

No hubo suerte.

Entonces comprendí lo que estaba sucediendo, porque cuando regresé a la ventana de la cocina, conseguí distinguir lo que Amma estaba haciendo. No era el crucigrama del
New York Times
, ni siquiera el de
Barras y Estrellas
. Tenía una aguja en una mano, y no un lápiz, y un trozo de tela, en vez de un papel, en la otra. Estaba haciendo algo que le había visto hacer cientos de veces, y que no estaba dirigido a mejorar el vocabulario de nadie ni a mantener tu mente tan despierta como la de los ciudadanos de Nueva York.

Era algo que tenía que ver con mantener el alma de la gente a salvo, y al condado de Gatlin, seguro. Porque Amma estaba cosiendo un pequeño bulto de ingredientes en uno de sus infames saquitos de arpillera con conjuros, los mismos que solía encontrar en mis cajones o debajo del colchón y a veces incluso en mis bolsillos. Habida cuenta de que no podía poner un pie en la casa, debía de haber estado cosiéndolos sin descanso desde que salté del depósito de agua.

Como de costumbre, estaba utilizando sus hechizos para proteger Wate’s Landing, y no había forma alguna de atravesarlos. La hilera de granos de sal esparcidos por los alféizares era aún más gruesa de lo habitual. Por primera vez, no había duda de que sus absurdas protecciones mantenían la casa libre de espíritus. Por primera vez, advertí el extraño fulgor de la sal, como si lo que quiera que fuese que le diera energía se filtrara en el aire alrededor del cerco de las ventanas.

Genial
.

Estaba comprobando la puerta mosquitera de detrás, cuando vi por el rabillo del ojo la escalera que llevaba al sótano de las conservas de Amma. Recordé la puerta secreta al fondo de la pequeña habitación con los estantes, aquella que probablemente se utilizó en el Ferrocarril Subterráneo. Traté de pensar dónde salía el túnel, el mismo en el que encontramos la
Temporis Porta
, la puerta mágica que llevaba al Custodio Lejano. Entonces recordé que la trampilla del túnel se abría al campo al otro lado de la carretera 9. Ya me había permitido salir antes de la casa; tal vez esta vez pudiera ayudarme a entrar.

Cerré los ojos y pensé en el lugar, con todas mis fuerzas. No me había funcionado antes, cuando traté de imaginarme en otra parte. Pero eso no significaba que no pudiera volver a intentarlo. Mi madre había dicho que así es como a ella le funcionaba. Tal vez lo único que tenía que hacer era imaginarme en otra parte con el suficiente convencimiento, y encontraría el camino. Algo parecido a los zapatos de rubíes en
El mago de Oz,
sólo que sin los zapatos.

Pensé en el recinto de la feria.

Pensé en las colillas de cigarrillo, las malas hierbas y la tierra dura con las marcas de las desaparecidas atracciones, y los remolques de los camiones.

Nada.

Volví a intentarlo. Todavía nada.

No estaba seguro de cómo lo haría un Sheer. Lo que me dejaba absolutamente atascado. Estuve a punto de renunciar y eché a andar, pensando que, si conseguía llegar hasta la carretera 9, podría subirme a la parte trasera de cualquier camioneta sin que el conductor se diera cuenta de nada.

Other books

Wish by Nadia Scrieva
The Leopard by Jo Nesbo
Manroot by Anne J. Steinberg
Deadly Detail by Don Porter
Shifting Positions by Jennifer Dellerman
Murder with a Twist by Allyson K. Abbott