Hermoso Final (6 page)

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Authors: Kami García,Margaret Stohl

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico, #Romántico

BOOK: Hermoso Final
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Y no era sólo por las sábanas. Era por la forma en que la nieve caía desde el techo, a pesar de estar en el interior de la casa. Los fríos copos blancos se amontonaban en las puertas y llenaban la chimenea, flotando en el aire como cenizas. Levanté la vista al techo invadido por nubes tormentosas que se extendían a lo largo de la escalera hasta la segunda planta. Hacía bastante frío incluso para un fantasma, y no podía dejar de temblar.

Ravenwood siempre tenía una historia, y ésta era la historia de Lena. Controlaba el aspecto de la casa de acuerdo con su estado de ánimo. Y si Ravenwood tenía este aspecto…

Vamos, L. ¿Dónde estás?

Esperé atento su respuesta, a pesar de que todo lo que se escuchaba era silencio.

Traté de abrirme paso a través de la resbaladiza capa de hielo que cubría el suelo del vestíbulo y alcancé el pie de la escalera. Entonces subí los blancos peldaños. Uno cada vez, directamente hasta arriba.

Cuando me di la vuelta, advertí que no había rastro de mis pisadas.

—¿L? ¿Estás ahí?

Vamos. Sé que puedes sentir mi presencia.

Pero ella no contestó, y mientras me deslizaba a través de la agrietada puerta de su dormitorio, no pude evitar sentirme aliviado al constatar que no estaba dentro. Incluso miré en el techo, donde una vez la había descubierto tumbada a lo largo de la escayola.

El dormitorio de Lena había vuelto a cambiar, como hacía siempre. Esta vez la viola no estaba tocando sola, y no se veía ningún tipo de escritura por ninguna parte, ni siquiera las paredes eran de cristal. No tenía el aspecto de una prisión, la escayola no estaba agrietada ni la cama rota.

Todo había desaparecido. Las maletas estaban hechas, pulcramente apiladas en el centro de la habitación. Las paredes y el techo completamente lisos, como en un dormitorio normal.

Parecía como si Lena pensara marcharse.

Salí de allí antes de deducir lo que aquello significaba para mí. Antes de intentar imaginar cómo haría para visitarla en Barbados o adonde quiera que fuera.

La idea me resultaba casi tan difícil de imaginar como cuando tuve que dejarla por primera vez.

* * *

Busqué la salida a través del enorme comedor donde me había sentado durante tantos extraños días y noches. Una gruesa capa de escarcha cubría la mesa, dejando un oscuro y húmedo rectángulo en la alfombra de debajo. Salí por una puerta abierta escapando por la galería trasera —la que daba sobre la ladera de la colina que desemboca en el río—, pero allí no había ni rastro de nieve, solamente un cielo encapotado y sombrío. Era un alivio estar de nuevo en el exterior. Seguí el sendero por detrás de la casa hasta llegar a los limoneros y al derruido muro de piedra que indicaba que había llegado a Greenbrier.

Supe lo que estaba buscando en el segundo en que la vi.

Mi tumba.

Allí estaba, entre las ramas desnudas de los limoneros. Un montículo de tierra fresca enmarcado con piedras y cubierto por una fina capa de nieve.

No tenía lápida, solamente una sencilla cruz de madera. El reciente montículo no ofrecía, ni mucho menos, el aspecto de un lugar donde descansar eternamente, algo que, curiosamente, me hizo sentir mejor y no peor.

Advertí que las nubes sobre mi cabeza se desplazaban, y un brillo proveniente de la tumba llamó mi atención. Alguien había dejado uno de los amuletos del collar de Lena en lo alto de la cruz de madera. Su sola visión hizo que mi estómago diera un vuelco.

Era el botón de plata que se había caído del chaquetón de Lena la primera noche que nos conocimos bajo la lluvia, en la carretera 9. Se había quedado atrapado en la agrietada piel sintética del asiento delantero del Cacharro. En cierta forma, sentía como si hubiéramos completado un círculo, desde la primera vez que la vi hasta la última, al menos en este mundo.

Un círculo completo. El principio y el final. Quizá fuera cierto que había hecho un agujero en el cielo y desenmarañado el universo. Quizá no existiera ninguna clase de nudo corredizo o medio lazo o soga apretada que pudiera conseguir que todo esto no se deshiciera. Había una conexión entre mi primer vistazo al botón y este último, a pesar de que seguía siendo el mismo viejo botón. Una pequeña porción del universo que se había ido estirando de Lena hacia mí, de Macon a Amma, de mi padre a mi madre —e incluso de Marian y mi tía Prue—, para volver de nuevo hasta mí. Supongo que Liv y John Breed estaban también incluidos en alguna parte, y puede que tal vez Link y Ridley. Quizá incluso lo estuviera todo Gatlin.

¿Acaso importaba?

¿Cómo podía haber sabido adónde nos llevaría todo aquella primera vez que vi a Lena en el colegio? Y, de haberlo hecho, ¿habría querido cambiar una sola cosa? Tenía mis dudas.

Cogí el botón de plata con cuidado. En cuanto mis dedos lo tocaron empezaron a moverse con lentitud, como si hubiera hundido mi mano en el fondo del lago. Sentí el metal pesar como una pila de ladrillos.

Volví a dejarlo en la cruz, pero salió rodando por el borde, aterrizando en el montículo de tierra de la tumba. Estaba demasiado cansado para intentar moverlo de nuevo. De haber alguien más aquí, ¿habría visto moverse el botón? ¿O es qué sólo me lo había parecido a mí? En cualquier caso, me resultaba muy duro contemplarlo. No había pensado en lo que se sentiría al visitar mi propia tumba. Y no estaba preparado para descansar, ya fuera en paz o no.

No estaba preparado para nada de esto.

Nunca me había planteado nada más allá de toda la cuestión de «morir por el bien del mundo». Cuando estás vivo, no te paras a pensar en cómo vas a pasar tu tiempo una vez que estés muerto. Sólo imaginas que desaparecerás, y el resto ya se irá viendo.

O bien piensas que realmente no te vas a morir. Que vas a ser la primera persona en la historia del universo que no tendrá que morir. Tal vez sea una especie de mentira que nuestro cerebro se cuenta para impedir que nos volvamos locos mientras estamos vivos.

Pero nada es tan sencillo.

Y menos cuando te encuentras donde yo estaba.

Pensándolo bien, nadie es diferente de nadie.

Ésta es la clase de cosas que piensa un chico cuando visita su propia tumba.

Me senté junto a mi sepultura dejándome caer en el duro suelo de hierba. Arranqué una brizna que sobresalía de la capa de nieve. Al menos era un brote verde. No se había secado ni tenía ese tono marrón ni estaba devorada por cigarrones.

Gracias al Dulce Redentor, como Amma solía decir.

Eres bienvenida
. Es lo que hubiera querido decir que yo.

Miré la tumba que estaba a mi lado y toqué la tierra fría y recientemente removida con la mano, dejando que resbalara entre mis dedos. No había ni un mínimo grano seco. Las cosas realmente habían cambiado en Gatlin.

Había sido criado como un buen chico sureño, y sabía muy bien que no se debía molestar ni deshonrar ninguna tumba del pueblo. Había caminado en círculos alrededor de las lápidas, siguiendo con cuidado a mi madre para evitar pisar accidentalmente cualquier parcela sagrada.

Fue a Link al que no se le ocurrió otra idea mejor que tenderse encima de las tumbas y fingir que estaba durmiendo donde los muertos descansaban. Quería practicar, o eso decía. Hacer un ensayo. «Quiero saber cómo es la vista desde aquí abajo. No esperarás que un chico se meta de cabeza ahí dentro durante el resto de su vida sin saber adónde le va a llevar todo al final, ¿verdad?».

Pero en este caso, era muy diferente preocuparte por faltar al respeto a tu propia tumba.

Fue en ese momento cuando escuché una voz familiar traída por el viento, una voz que me sobresaltó por lo cerca que sonaba.

—Acabas acostumbrándote, ¿sabes?

Seguí su sonido unas cuantas tumbas más lejos, y allí estaba ella, con su cabello pelirrojo ondeando salvaje. Genevieve Duchannes. La antepasada de Lena, la primera Caster que utilizó el
Libro de las Lunas
para intentar traer de vuelta a alguien a quien amaba —al auténtico Ethan Wate—. Mi retataratío, aunque no es que su hechizo funcionara mucho mejor con él que conmigo. Genevieve fracasó, y la familia de Lena quedó maldita.

La última vez que había visto a Genevieve, yo estaba excavando su tumba con Lena, buscando el
Libro de las Lunas.

—¿Es usted… Genevieve? ¿Señora? —Me senté muy rígido.

Ella asintió, enredando y desenredando un mechón de pelo con el dedo.

—Pensé que aparecerías por aquí. Pero no estaba segura de cuándo. Ha habido muchas habladurías —sonrió—. Aunque los de tu clase tienden a quedarse en la Paz Perpetua. Los Caster, sin embargo, vamos donde queremos. La mayoría de nosotros se queda en los Túneles. Yo, en cambio, me siento mejor aquí.

¿Habladurías? Apuesto a que sí, aunque era difícil imaginar un pueblo atestado de fantasmales Sheers chismorreando. Más bien debía de referirse a gente como mi tía Prue, probablemente.

Su sonrisa se desvaneció.

—¡Oh, pero si no eres más que un muchacho! Eso es peor, ¿no es cierto? Ser tan joven.

—Sí, señora —asentí, mirando hacia ella.

—Bueno, pero ahora estás aquí, y eso es lo que importa. Supongo que te debo una, Ethan Lawson Wate.

—No me debe nada, señora.

—Espero poder recompensarte algún día. Recuperar mi guardapelo significó mucho para mí, pero no creo que puedas esperar demasiada gratitud de Ethan Carter Wate, donde quiera que esté. Siempre fue un poco cabezota en ese aspecto.

—¿Qué pasó con él? Si no le importa que se lo pregunte, señora.

Siempre había sentido curiosidad por Ethan Carter Wate, después de que regresara a la vida durante un breve segundo. Quiero decir, que él fue el iniciador de todo esto, de todo lo que nos sucedió a Lena y a mí. El otro extremo de la madeja de la que habíamos tirado, el mismo que comenzó a desenmarañar todo el universo.

¿Acaso no tenía derecho a conocer el final de su historia? No podía ser mucho peor que la mía, ¿no es cierto?

—No lo sé exactamente. Se lo llevaron al Custodio Lejano. No podíamos estar juntos, pero estoy segura de que eso ya lo sabes. Yo tuve que enterarme de la forma más dura —comentó, con voz melancólica y distante.

Sus palabras penetraron en mi mente, mezclándose con otras que había tratado de mantener apartadas hasta el momento. El Custodio Lejano. Los Guardianes de
Las
Crónicas Caster,
las mismas palabras sobre las que mi madre se negaba a hablarme. Tampoco Genevieve tenía aspecto de querer ahondar en el tema.

¿Por qué nadie quería hablarme sobre el Custodio Lejano? ¿De qué trataban exactamente
Las
Crónicas Caster
?

Desvié la mirada de Genevieve a los limoneros. Aquí estábamos los dos, en el lugar del primer gran incendio. El lugar donde la propiedad de su familia había ardido, y donde Lena había intentado enfrentarse a Sarafine por primera vez.

Es curioso cómo la historia se repite una y otra vez por aquí.

Y más curioso aún, que yo fuera la última persona en Gatlin que se daba cuenta de ello.

Pero yo mismo había aprendido unas cuantas cosas por la vía más dura.

—No fue culpa suya. El
Libro de las Lunas
suele jugar esa clase de engaños sobre la gente. No creo siquiera que estuviera pensado para los Caster de Luz. Creo que quería convertirla… —Me lanzó una mirada, y dejé de hablar—. Lo siento, señora.

—No lo sé. —Se encogió de hombros—. Durante los primeros cien años más o menos, pensé lo mismo que tú. Como si el libro me hubiera robado algo. Como si me hubiera estafado… —Su voz se apagó.

Tenía razón. Le había tocado el palillo corto en el sorteo.

—Pero para bien o para mal, hice mi propia elección. Eso es todo lo que me queda ahora. Es la cruz que tengo que soportar, y debo ser yo quien la lleve.

—Pero usted lo hizo por amor. —Lo mismo que Lena y Amma.

—Lo sé. Y eso es lo que me ayuda a sobrellevarlo. Sólo desearía que mi Ethan no tuviera que cargar con ello también. El Custodio Lejano es un lugar cruel. —Bajó la vista hacia su tumba—. Pero lo hecho, hecho está. No se puede engañar a la muerte igual que no se puede engañar al
Libro de las Lunas
. Alguien tiene que pagar el precio. —Sonrió con tristeza—. Supongo que eso ya lo sabes, o no estarías aquí.

—Eso creo. —Lo sabía mejor que nadie.

Una ramita crujió. Luego se oyó una voz, aún más fuerte.

—Deja de seguirme, Link.

Genevieve Duchannes desapareció al oír las voces. No sé ni siquiera cómo lo hizo, pero me quedé tan sorprendido que sentí como si yo también comenzara a desaparecer.

Sin embargo, había algo en esa voz que me paralizó, sonaba tan familiar que la hubiera reconocido en cualquier parte. Además de que resultaba como volver a casa, al caos y todo eso.

Era la voz que ahora me anclaba al mundo Mortal, de la misma forma que había mantenido mi corazón atado a Gatlin cuando estaba vivo.

L.

Estaba petrificado. Inmóvil, a pesar de que no podía verme.

—¿Estás intentando librarte de mí? —Link iba pisándole los talones, tratando de alcanzarla mientras ella se abría paso entre los limoneros. Lena sacudió la cabeza como si quisiera sacudirle a él.

Lena.

Apartó los arbustos, y pude captar fugazmente una mirada verde y dorada. Ahí estaba; era superior a mí.

—¡Lena! —grité lo más fuerte que pude; mi voz resonó a través del cielo blanco.

Eché a correr por el suelo helado, a través de las malas hierbas que poblaban el empedrado sendero. Me abalancé a sus brazos… y caí de bruces al suelo detrás de ella.

—No es que lo intente. Es que quiero librarme de ti. —La voz de Lena flotó por encima de mí.

Lo había olvidado. No estaba realmente allí, no de una forma que ella pudiera sentir. Yacía de espaldas en el suelo, tratando de recuperar el aliento. Luego me incorporé apoyándome en los codos, porque Lena estaba realmente allí, y no quería perderme ni un segundo de ella.

La forma en que se movía, en que ladeaba la cabeza, y el suave timbre de su voz, era perfecta, llena de vida y belleza y todo lo que yo ya no podría tener nunca más.

Todo lo que ya no me pertenecía.

Estoy aquí. Justo aquí. ¿Puedes sentirme, L?

—Quería comprobar cómo estaba. Llevo todo el día sin pasarme por aquí. No quiero que se sienta solo, aburrido, enfadado. O lo que quiera que esté sintiendo. —Lena se arrodilló junto a mi tumba, junto a mí, atrapando puñados de hierba congelada.

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