Hijos de Dune (24 page)

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Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Hijos de Dune
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—Sí… lo hizo.

—A ti no te gusta el hecho de que conozcamos a nuestro padre tanto como nuestra madre lo conoció, y que conozcamos a nuestra madre tanto como nuestro padre la conoció —dijo Ghanima—. No te gusta lo que implica todo esto… y lo que podemos saber de ti.

—Realmente, nunca he pensado en esto hasta hoy —dijo Jessica, con voz helada.

—Es el conocimiento de los aspectos sensuales de la vida lo que normalmente turba a la gente —dijo Ghanima—. Es un asunto de condicionamiento. A ti te resulta extremadamente difícil pensar en nosotros de otro modo que como niños. Pero no hay nada que nuestros padres hayan hecho juntos, en público o en privado, que nosotros no sepamos.

Por un breve instante Jessica se sintió regresar a la reacción que se había apoderado de ella allá afuera, junto al qanat, pero esta vez enfocó esta reacción hacia Ghanima.

—Probablemente él te ha hablado de la infatigable sensualidad de tu Duque —dijo Ghanima—. ¡A veces Leto necesitaría una buena brida sujetando su boca!

¿Acaso no hay nada que esos gemelos no se atrevan a profanar?
, se dijo Jessica, agitada entre el ultraje y la revulsión. ¿Cómo osaban hablar de la sensualidad de su Leto? ¡Por supuesto que un hombre y una mujer que se amaban mutuamente debían compartir los placeres de sus cuerpos! Era algo privado y maravilloso, que no debía salir a la luz en una conversación casual entre un niño y un adulto.

¡Un niño y un adulto!

Repentinamente Jessica se dio cuenta de que ni Leto ni Ghanima habían hablado de aquello casualmente.

Calló, y Ghanima dijo:

—Te hemos escandalizado. Pido perdón en nombre de ambos. Conociendo a Leto, sé que ni siquiera se le ha ocurrido excusarse. A veces, cuando está enfrascado en alguna búsqueda particular, olvida lo distintos que somos… de ti, por ejemplo.

Jessica pensó:
Y por esto os estáis comportando los dos así, por supuesto. ¡Vosotros me estáis enseñando a mí! Y luego: ¿A quién más habréis estado enseñando? ¿A Stilgar? ¿A Duncan?

—Leto intenta ver las cosas tal como las ves tú —dijo Ghanima—. Los recuerdos no son suficientes. Y cuando uno intenta lo más difícil, justo entonces, la mayor parte de las veces es cuando falla.

Jessica suspiró.

Ghanima tocó el brazo de su abuela.

—Tu hijo dejó muchas cosas por decir que ahora deben ser dichas. Incluso a ti. Perdónalo, porque te quería. ¿No lo sabías?

Jessica se giró para ocultar las lágrimas que brotaban de sus ojos.

—Conocía tus temores —dijo Ghanima—. Tal como conocía los temores de Stilgar. El querido Stil. Nuestro padre era su «Doctor de las Bestias», y Stil no era más que el caracol verde oculto en su concha. —Entonó la melodía que le había evocado aquellas palabras. La música gritó la letra de la canción a través de la consciencia de Jessica:

Oh Doctor de las Bestias,

Para un pequeño caracol verde

Pequeña maravilla oculta

En su concha, esperando la muerte,

¡Tú eres como una deidad!

Cada caracol sabe que los dioses destruyen

Y curan causando dolor;

Que el cielo es entrevisto

Tras una puerta en llamas.

Oh Doctor de las Bestias,

Yo soy el hombre-caracol

Que ve tu único ojo

Escrutando el interior de mi cáscara.

¿Por qué, Muad’Dib? ¿Por qué?

—Desgraciadamente —dijo Ghanima— nuestro padre dejó demasiados hombres-caracol en nuestro universo.

21

La hipótesis de que los seres humanos existen dentro de un universo esencialmente no permanente, tomada como una base operativa, exige que el intelecto se convierta en un instrumento de equilibrio totalmente consciente. Pero el intelecto no puede reaccionar así sin arrastrar a todo el organismo. Un tal organismo puede ser reconocido por su comportamiento ardiente, impulsivo. Y lo mismo ocurre con una sociedad considerada como un organismo. Pero aquí nos encontramos con una vieja inercia. Las sociedades se mueven bajo el estímulo de antiguos y reactivos impulsos. Exigen permanencia. Cualquier tentativa de mostrarle el universo no permanente trae como resultado esquemas de rechazo, miedo, ira y desesperación. Entonces, ¿cómo podemos explicar la aceptación de la presciencia? Simplemente: el dispensador de visiones prescientes, debido a que habla de una absoluta (permanente) realización, puede ser recibido con alegría por la humanidad incluso cuando predica los más terribles acontecimientos.

El Libro de Leto
, según H
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—Es como luchar en la oscuridad —dijo Alia.

Midió rabiosamente sus pasos arriba y abajo de la Cámara del Consejo, de los altos tapices plateados que tamizaban la luz de la mañana en las ventanas orientadas al este hasta los divanes agrupados bajo los grandes paneles decorativos en la pared al otro lado de la estancia. Sus sandalias cruzaron las alfombras de fibra de especia, el parquet de madera, las losas de granito y, de nuevo, las alfombras. Finalmente se detuvo ante Irulan e Idaho, que permanecían sentados la una frente al otro en divanes de piel de ballena gris.

Idaho se había resistido a regresar desde el Tabr, pero ella le había dado órdenes perentorias. El secuestro de Jessica era ahora más importante que nunca, pero tendría que esperar. Necesitaba las percepciones mentat de Idaho.

—Todo esto forma parte de un mismo esquema —dijo Alia—. Forma parte de un complot que viene de muy lejos.

—Quizá no —aventuró Irulan, pero miró inquisitivamente a Idaho.

El rostro de Alia se crispó con una sonrisa franca. ¿Cómo podía ser Irulan tan inocente? A menos que… Alia dirigió una aguda y penetrante mirada a la Princesa. Irulan llevaba una simple aba negra que enmarcaba las sombras que se formaban en sus ojos color índigo a causa de la especia. Sus rubios cabellos estaban recogidos en una apretada trenza enrollada en su nuca, acentuando su aguileño perfil, afilado por los años pasados en Arrakis. Aún conservaba la altivez que había adquirido en la corte de su padre, Shaddam IV, y Alia había sospechado a menudo que su orgullosa actitud podía enmascarar los pensamientos de un conspirador.

Idaho permanecía recostado, enfundado en su uniforme verde y negro de la Guardia de la Casa de los Atreides, desprovisto de toda insignia. Su aire afectado había causado muchas veces el secreto resentimiento de varios de los actuales guardias de Alia, especialmente de las amazonas, que glorificaban las insignias de su oficio. Pero sobre todo no les gustaba la presencia de aquel mentat-maestro de armas-ghola, en particular debido a que era el esposo de su ama.

—Así que las tribus quieren que Dama Jessica se siente de nuevo en el Consejo de Regencia —dijo Idaho—. ¿Pero cómo puede esto…?

—¡Han sido unánimes en su petición! —dijo Alia, señalando una arrugada hoja de papel de especia en el diván junto Irulan—. Farad’n es una cosa, pero esto… ¡esto hiede a otras conspiraciones!

—¿Qué piensa Stilgar de ello? —preguntó Irulan.

—¡Su firma está en ese papel! —dijo Alia.

—Pero si él…

—¿Cómo iba a renegar de la madre de su dios? —dijo burlonamente Alia.

Idaho alzó la vista hacia ella, pensando:
¡Qué terriblemente cerca está de romper con Irulan!
Se preguntó de nuevo por qué Alia lo había hecho regresar sabiendo como sabía lo necesario que era en el Sietch Tabr si quería que el plan del secuestro fuera llevado a cabo. ¿Era posible que supiera algo del mensaje que el Predicador le había enviado? Aquellos pensamientos lo agitaron. ¿Cómo podía saber aquel mendicante místico la señal secreta con la cual Paul Atreides llamaba siempre a su maestro de espadas? Idaho temblaba de impaciencia aguardando a que terminara aquella inútil reunión y pudiera regresar para hallar una respuesta a aquella pregunta.

—No hay duda de que ese Predicador ha realizado un viaje fuera del planeta —dijo Alia—. La Cofradía no se atrevería a engañarnos al respecto. Me pregunto si…

—¡Cuidado! —dijo Irulan.

—Sí, debes tener cuidado —dijo Idaho—. La mitad del planeta cree que él es… —se alzó de hombros—… tu hermano. —E Idaho confió en que sus palabras hubieran sonado de un modo totalmente casual. ¿Cómo podía conocer aquel hombre aquella señal?

—Pero si se trata de un mensajero o de un espía de…

—No ha entrado en contacto con nadie de la CHOAM ni de la Casa de los Corrino —dijo Irulan—. Podemos estar seguros de que…

—¡No podemos estar seguros de nada! —Alia no intentó ocultar su desprecio. Dio la espalda a Irulan e hizo frente a Idaho. Él sabía por qué estaba allí. ¿Por qué no se comportaba tal como se esperaba de él? Estaba en el Consejo porque también estaba Irulan. Las motivaciones que habían conducido a una Princesa de la Casa de los Corrino al seno de los Atreides no podían prestarse a error. Una alianza, una vez cambiada, puede ser vuelta a cambiar de nuevo. Los poderes de mentat de Duncan debieran haber espiado a Irulan para captar cualquier posible falta, cualquier sutil desviación en su modo de actuar.

Idaho se agitó y miró a Irulan. Aquellos eran los momentos en los que sentía el terrible peso de sus funciones impuestas de mentat. Sabía lo que estaba pensando Alia. E Irulan también debía saberlo. Pero aquella Princesa-esposa de Paul Muad’Dib había superado la ignominia de las decisiones que habían hecho de ella algo más insignificante que la concubina real, Chani. No había dudas acerca de la devoción de Irulan hacia los gemelos reales. Había renunciado por completo a la familia y a la Bene Gesserit para dedicarse a los Atreides.

—¡Mi madre forma parte de este complot! —insistió ella—. ¿Por qué otras razones la habría enviado aquí la Hermandad en un momento como este?

—La histeria no nos va a ayudar —dijo Idaho.

Alia se giró furiosa y se alejó de él, tal como había esperado. Y aquello lo alivió un poco: le costaba tanto contemplar aquel rostro antes tan amado y ahora retorcido por una posesión ajena.

—Bien —dijo Irulan—, no podemos confiar completamente en la Cofradía para…

—¡La Cofradía! —se burló Alia.

—No podemos buscarnos la enemistad de la Cofradía o de la Bene Gesserit —dijo Idaho—. Pero debemos asignarles una categoría especial como combatientes esencialmente pasivos. La Cofradía se aferra a su regla básica: Nunca Gobernar. Es una excrecencia parasitaria, y lo sabe. No hará nada que pueda matar al organismo que la mantiene con vida.

—Su idea con respecto al organismo que la mantiene con vida puede ser distinta de la nuestra —objetó Irulan. El tono laxo con el que pronunció las siguientes palabras era lo más parecido al desprecio—. Has olvidado un punto, mentat.

Alia pareció desconcertada. No había esperado que Irulan reaccionara de aquella manera. No era un aspecto de la cuestión sobre el cual insistiera un conspirador.

—Indudablemente —dijo Idaho—. Pero la Cofradía no se situará nunca abiertamente contra la Casa de los Atreides. La Hermandad, en cambio, podría correr el riesgo de algún tipo de fractura política a través del cual…

—Si lo hace, será a través de otro frente: alguien o algún grupo que pueda ser desautorizado —dijo Irulan—. La Bene Gesserit ha existido durante todos estos siglos gracias a su reconocimiento del valor de la propia renuncia. Siempre ha preferido hallarse tras el trono que sentada en él.

¿La propia renuncia?
, se dijo Alia. ¿No había sido aquella la elección de Irulan?

—Precisamente esto era lo que quería decir con respecto a la Cofradía —dijo Idaho. Sentía la necesidad de ayuda por parte de las explicaciones y discusiones. Aquello mantenía su mente alejada de otros problemas.

Alia se acercó de nuevo a grandes pasos hacia las ventanas iluminadas por el sol. Conocía el punto ciego de Idaho; cada mentat lo tenía. Debían hacer declaraciones. Esto creaba una tendencia a depender de lo absoluto, a verlo todo bajo límites bien definidos. Todos eran conscientes de ello. Formaba parte de su entrenamiento. Sin embargo, seguían actuando más allá de los parámetros de esta autolimitación.
Debería haberlo dejado en el Sietch Tabr
, pensó Alia.
Y hubiera sido mejor que hubiera dejado a Irulan en manos de Javid para que la interrogara.

Dentro de su cráneo, Alia oyó una resonante voz:

—¡Exacto!

¡Cállate! ¡Cállate! ¡Cállate!
, pensó. Un peligroso error empezó a diseñarse en aquellos momentos en su mente, pero no consiguió captar sus contornos. Lo que pudo captar fue tan sólo la sensación de peligro. Idaho tendría que ayudarle a salir de aquella situación. Él era un mentat. Los mentats eran necesarios. Las computadoras humanas reemplazaban a los ingenios mecánicos destruidos por la Jihad Butleriana.
¡No crearás una máquina a semejanza de la mente humana!
Pero Alia hubiera deseado ahora una máquina sumisa. Que no sufriera las limitaciones de Idaho. Uno no desconfía de una máquina.

Alia oyó la voz arrastrada de Irulan.

—Una finta en una finta en una finta en una finta —dijo Irulan—. Todos nosotros hemos aceptado el esquema de un ataque contra el poder. No le reprochemos a Alia sus sospechas. Claro que sospecha de todos… incluso de nosotros. Aunque ignoremos esto último por ahora. ¿Quiénes quedan en primer plano de los motivos, la más fértil fuente de peligro para la Regencia?

—La CHOAM —dijo Idaho, con su átona voz de mentat. Alia se concedió una sardónica sonrisa. La Combine Honnete Ober Advancer Mercantiles. Pero la Casa de los Atreides dominaba a la CHOAM con el cincuenta y uno por ciento de sus acciones. El Sacerdocio de Muad’Dib poseía otro cinco por ciento, y además había la pragmática aceptación de las Grandes Casas de que Dune controlaba la inapreciable melange. No sin razón la especia era llamada a menudo «la moneda secreta». Sin la melange, los cruceros de la Cofradía Espacial no podrían moverse. La melange precipitaba el «trance de navegación», durante el cual se hacía «visible» un sendero transluminoso a través del cual se podía viajar. Sin la melange y su amplificación del sistema inmunológico humano, la expectación de vida de los muy ricos se vería reducida como mínimo a una cuarta parte. Incluso un gran porcentaje de la clase media del Imperio consumía pequeñas cantidades de melange diluidas al menos en una de las comidas diarias.

Pero Alia había captado la sinceridad mentat en la voz de Idaho, un sonido que había llegado hasta ella con una terrible fuerza.

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