La canoa se deslizaba hacia la orilla. Al principio, y durante muchísimo tiempo, apenas parecía moverse, tan lentamente se acercaba; los remeros se alzaban un poco más y se hacían un poquito más grandes cada vez que Wang-mu conseguía verlos a través de las olas. Luego, cerca del final del viaje, la canoa de repente pareció hacerse enorme, acelerar bruscamente, abalanzarse desde el mar, saltar hacia la orilla con cada ola; y aunque Wang-mu sabía que no iba más rápida que antes, quiso gritarles que redujeran el ritmo, que tuvieran cuidado, que la canoa navegaba demasiado velozmente para ser controlada, que se haría añicos contra la playa.
Por fin la canoa remontó la última ola del rompiente y su proa se deslizó sobre la arena de la orilla; los remeros saltaron y la arrastraron hasta la playa como si fuera la muñeca coja de una niña.
Cuando estuvo varada en arena seca, un hombre mayor se levantó. Malu, pensó Wang-mu. Esperaba que fuera un anciano encogido como los de Sendero, quienes, doblados por la edad, se curvaban como gambas sobre sus bastones. Pero Malu caminaba tan erguido como cualquiera de los hombres jóvenes, y su cuerpo era aún grande, ancho de hombros y repleto de músculos y grasa como el de cualquiera de los otros. De no ser por unos cuantos adornos más en su traje y la blancura de su pelo, habría sido indistinguible de los remeros.
Mientras contemplaba a aquellos grandullones, Wang-mu notó que no se movían como los tipos gordos que había conocido antes. Ni tampoco Grace Drinker, recordó ahora. Se movían con agilidad, con la grandeza del movimiento de los continentes, como icebergs que se deslizaran sobre la superficie del mar; sí, como icebergs, como si tres quintas partes de su enorme masa fueran invisibles bajo tierra y avanzaran por la superficie como un iceberg por el mar. Todos los remeros se movían con enorme gracia, y sin embargo todos parecían tan ocupados como colibrís y tan frenéticos como murciélagos en comparación con Malu, tan digno. Sin embargo, la dignidad no era fingida, no era una fachada, una impresión que intentara dar. Más bien, se movía en perfecta armonía con cuanto le rodeaba. Había encontrado la velocidad adecuada para sus pasos, el ritmo justo para que sus brazos se movieran mientras caminaba. Vibraba en consonancia con los lentos y profundos ritmos de la tierra. Estoy viendo cómo un gigante camina por la Tierra, pensó Wang-mu. Por primera vez en mi vida, he visto a un hombre que muestra grandeza en su cuerpo.
Malu se acercó, no a Peter y Wang-mu, sino a Grace Drinker; se unieron uno a la otra en un enorme abrazo tectónico. Sin duda las montañas se estremecieron cuando se encontraron. Wang-mu sintió el temblor en su propio cuerpo. ¿Por qué me estremezco? No de miedo. No tengo miedo de este hombre. No me hará daño. Y sin embargo tiemblo al verle abrazar a Grace Drinker. No quiero que se vuelva hacia mí. No quiero que pose en mí su mirada.
Malu se volvió hacia ella. Sus ojos se clavaron en los suyos. Su rostro permaneció inexpresivo. Simplemente, dominó sus ojos. Ella no apartó la mirada, pero no por desafío o fuerza, sino simplemente por su incapacidad de mirar nada más mientras él dominara su atención.
Luego miró a Peter. Wang-mu trató de volverse y ver cómo respondía él, si también sentía el poder de los ojos de este hombre. Pero no pudo hacerlo. Sin embargo, al cabo de un buen rato, cuando Malu finalmente apartó la mirada, oyó murmurar a Peter «Hijo de puta», y supo que, a su propia y burda manera, también había sido tocado.
Malu tardó varios dilatados minutos hasta sentarse en una esterilla bajo un techado construido durante la mañana para la ocasión y que, según les había asegurado Grace, sería quemado cuando se marchara para que nadie más se sentara bajo él. Entonces le ofrecieron comida a Malu; Grace también les había advertido que nadie comería con Malu ni le vería comer.
Pero Malu no probó la comida, sino que llamó a Wang-mu y Peter.
Los hombres se sorprendieron. Grace Drinker también. Pero de inmediato se volvió hacia ellos.
—Os llama.
—Dijiste que no podíamos comer con él —comentó Peter.
—A menos que os lo pida. ¿Cómo puede pedíroslo? No sé lo que significa esto.
—¿Nos está preparando para ser las víctimas de un sacrificio? —preguntó Peter.
—No, no es un dios, sino un hombre. Un hombre santo, un hombre grande y sabio. Pero ofenderle no es sacrilegio, sino sólo de una mala educación insoportable; así que no le ofendáis, por favor, acudid.
Fueron con él. Mientras permanecían de pie, con los cuencos y cestas de comida entre ellos, Malu les habló en samoano.
¿O no era samoano? Peter parecía perplejo cuando Wang-mu lo miró.
—Jane no entiende lo que dice —murmuró.
Jane no lo comprendía, pero Grace Drinker sí.
—Se dirige a vosotros en el antiguo idioma sagrado. El que no tiene ninguna palabra inglesa ni europea. El idioma que se habla sólo con los dioses.
—¿Entonces por qué lo utiliza con nosotros? —le preguntó Wang-mu.
—No lo sé. No os considera dioses, aunque dice que le traéis una deidad. Quiere que os sentéis y comáis primero.
—¿Podemos hacer eso? —preguntó Peter.
—Os ruego que lo hagáis —dijo Grace.
—Tengo la impresión de que aquí no hay ningún guión —dijo Peter. Wang-mu captó un poco de debilidad en su voz y advirtió que su intento de bromear no era más que una bravata, para ocultar el miedo. Tal vez eso era el humor siempre.
—Hay un guión —dijo Grace—. Pero vosotros no lo escribís y yo tampoco sé cuál es.
Se sentaron. Se sirvieron de cada cuenco, probaron de cada cesta que Malu les fue ofreciendo. Luego él mojó, tomó, probó tras ellos, masticó lo que ellos masticaban, tragó lo que ellos tragaban.
Wang-mu tenía poco apetito. Esperaba no tener que comerse las raciones que había visto comer a otros samoanos. Vomitaría mucho antes de llegar a ese punto.
Pero la comida no era tanto un festín como un sacramento, al parecer. Lo probaron todo, pero no se terminaron nada. Malu hablaba a Grace en el alto idioma y ella transmitía las órdenes en habla normal; varios hombres traían y se llevaban las cestas.
Entonces el marido de Grace llegó con una jarra de algo; un líquido, pues Malu lo cogió y bebió. Luego se lo ofreció a Peter, quien lo tomó y lo probó.
Jane dice que debe de ser kava. Un poco fuerte, pero es sagrado y una muestra de hospitalidad.
Wang-mu lo probó. Era afrutado y dejaba un regusto a la vez dulce y amargo. La visión se le nubló.
Malu llamó a Grace, quien acudió y se arrodilló en la tupida hierba, ante el toldo. Iba a servir de intérprete, no a formar parte de la ceremonia.
Malu inició un largo discurso en samoano.
—Otra vez el alto lenguaje —murmuró Peter.
—No digas nada, por favor, que no sea para los oídos de Malu —dijo Grace en voz baja—. Debo traducirlo todo y si tus palabras no son pertinentes constituirán un grave insulto.
Peter asintió.
—Malu dice que habéis venido con la deidad que danza sobre telas de araña. Yo nunca he oído hablar de semejante dios, y creía conocer toda la sabiduría de mi pueblo, pero Malu conoce muchas cosas que nadie más conoce. Dice que habla para esa deidad, pues sabe que está al borde de la muerte y le dirá cómo puede salvarse.
Jane, se dijo Wang-mu. Conoce la existencia de Jane. ¿Cómo era posible? ¿Y cómo podía, sin saber nada de tecnología, decirle a una entidad informática cómo salvarse?
—Ahora os dirá lo que debe suceder, y dejadme que os advierta que esto será largo y debéis permanecer sentados y quietos durante todo el tiempo, sin intentar acelerar el proceso —dijo Grace—. Él debe ponerlo en un contexto. Debe contaros la historia de todos los seres vivos.
Wang-mu sabía que podría estar sentada en una esterilla durante horas moviéndose poco o nada, pues lo había hecho toda la vida. Pero a Peter, acostumbrado a sentarse en sillas, esta postura le resultaba molesta. Ya debía de sentirse incómodo.
Al parecer, Grace lo leyó en sus ojos, o simplemente conocía a los occidentales.
—Puedes moverte de vez en cuando, pero hazlo despacio y sin apartar los ojos de él.
Wang-mu se preguntó cuántas de estas reglas y requerimientos se las inventaba Grace sobre la marcha. El propio Malu parecía más relajado. Después de todo, les había dado de comer cuando Grace pensaba que nadie más que él podría hacerlo; ella no conocía las reglas mejor que los demás.
Pero no se movió. Ni apartó los ojos de Malu. Grace tradujo:
—Hoy las nubes volaron por el cielo perseguidas por el sol, y sin embargo no ha caído lluvia alguna. Hoy mi barca voló sobre el mar guiada por el sol, y sin embargo no había ningún fuego cuando tocamos la costa. Así fue el primer día de todos los días, cuando Dios tocó una nube del cieloy la hizo girar tan rápido que se prendió fuego y se convirtió en el sol, y entonces todas las otras nubes empezaron a girar y a trazar círculos alrededor del sol.
Esta no puede ser la leyenda original de los samoanos, pensó Wang-mu. Es imposible que conocieran el modelo copernicano del sistema solar hasta que los occidentales se lo enseñaron. Puede que Malu conozca la antigua sabiduría, pero también ha aprendido unas cuantas cosas nuevas y las ha encajado en ella.
—Entonces las nubes exteriores se convirtieron en lluvia y descargaron unas sobre otras hasta que se agotaron, y lo único que quedó fueron bolas de agua girando. Dentro del agua nadaba un gran pez de fuego, que se comió todas las impurezas del agua y luego las defecó en grandes llamaradas, que se alzaron del mar y cayeron como ceniza caliente y en forma de ríos de roca ardiente.
De las huestes de peces de fuego crecieron las islas del rilar, y de sus cadáveres surgieron gusanos que se arrastraron y rebulleron sobre la roca hasta que los dioses los tocaron y algunos se convirtieron en seres humanos y otros se convirtieron en los demás animales.
»Cada uno de esos animales estaba unido a la tierra por fuertes lianas que crecían para abrazarlos. Nadie veía esas lianas porque eran lianas divinas.
Teoría filótica, pensó Wang-mu. Malu sabe que todos los seres vivos tienen filotes que crecen hacia abajo y los enlazan con el centro de la tierra. Excepto los seres humanos.
A continuación, Grace tradujo el siguiente parlamento.
—Sólo los humanos no estaban conectados a la tierra. No había lianas que los unieran, sino una tela de luz tejida por ningún dios que los conectaba hacia arriba, hacia el sol. Por eso todos los otros animales se inclinaban ante los humanos, pues las lianas los retenían, mientras que la tela de luz alzaba los ojos y corazones humanos.
»Alzaba los ojos humanos pero sin embargo veían poco más lejos que las bestias de mirada gacha; alzaba el corazón humano y sin embargo el corazón sólo podía tener esperanza, pues sólo veía el cielo a la luz del día y, de noche, cuando era capaz de ver las estrellas, se quedaba ciego a las cosas cercanas, pues un hombre apenas ve a su propia esposa a la sombra de su casa, aunque pueda ver estrellas tan distantes que su luz viaja durante un centenar de vidas antes de besar sus ojos.
»Durante todos estos siglos, generaciones de hombres y mujeres esperanzados miraron con sus ojos medio ciegos, contemplaron el sol y el cielo, contemplaron las estrellas y las sombras, sabiendo que había cosas invisibles más allá de aquellos muros pero sin imaginar en qué consistían.
»Luego, en una época de guerra y terror, cuando toda esperanza parecía perdida, tejedores de un mundo muy distante, que no eran dioses pero que sabían que los dioses y cada uno de los tejedores era en sí mismo una red con cientos de filamentos que se extendía hasta sus manos y pies, sus ojos y bocas y oídos, estos tejedores crearon una tela tan fuerte y grande y fina y extensa que pretendieron capturar a todos los seres humanos en esa red y retenerlos allí para devorarlos. Pero en cambio la red capturó a una deidad lejana, una deidad tan poderosa que ningún otro dios se había atrevido a conocer su nombre, una deidad tan rápida que ningún otro dios había podido ver su rostro; esta deidad estaba prendida en la red. Sin embargo era demasiado veloz para ser retenida en un lugar y devorada. Corría y danzaba arriba y abajo por los hilos, todos los hilos, cualquier hilo tendido de hombre a hombre, de hombre a estrella, de tejedor a tejedor, de luz a luz. Ella baila en los hilos. No puede escapar ni quiere, pues ahora todos los dioses la ven y todos los dioses saben su nombre, y ella sabe todas las cosas que son conocidas y oye todas las palabras que se pronuncian y lee todas las palabras que se escriben y sopla su aliento y manda a los hombres y mujeres más allá del alcance de la luz de cualquier estrella, y luego inspira y los hombres y mujeres vuelven, y a veces traen consigo nuevos hombres y mujeres que nunca vivieron antes; y como ella nunca se queda quieta en la red, los sopla a un lugar y luego los sorbe en otro, y así pueden cruzar los espacios entre las estrellas más rápido que la luz; por eso los mensajeros de esta deidad fueron sorbidos en casa del amigo de Grace Drinker, Aimaina Hikari, y luego soplados en esta isla, en esta costa, en este techo donde Malu puede ver la lengua roja de la deidad tocar la oreja de su elegido.
Malu guardó silencio.
—Nosotros la llamamos Jane —dijo Peter.
Grace tradujo, y Malu respondió en el alto lenguaje.
—Bajo este techo oigo un nombre muy corto y sin embargo antes se dijo que la diosa ha corrido mil veces de un extremo al otro del universo, tan rápidamente se mueve. Éste es el nombre con el que yo la llamo: deidad que se mueve rápidamente y para siempre de forma que nunca descansa en un lugar y sin embargo toca todos los lugares y está unida a todos los que miran hacia el sol y no hacia la tierra. Es un nombre largo, más largo que el nombre de ningún dios cuyo nombre conozca, y sin embargo no es ni la décima parte de su verdadero nombre, y aunque pudiera decir el nombre completo no sería tan largo como la longitud de los hilos de la tela de araña en la que baila.
—Quieren matarla —dijo Wang-mu.
—La deidad sólo morirá si quiere morir —dijo Malu—. Su casa son todas las casas, su tela toca todas las mentes. Sólo morirá si rehúsa encontrar y tomar un lugar donde descansar; pues, cuando la tela se rompa, no tiene por qué estar en el centro, abandonada a su suerte. Puede habitar en cualquier sitio. Yo le ofrezco esta pobre y vieja carcasa, que es lo bastante grande para contener mi pequeña sopa sin verterla ni derramarla, pero que ella llenaría con líquido ligero que desparramaría su bendición por estas islas y nunca se agotaría. Le suplico que utilice esta carcasa.