Hijos del clan rojo (62 page)

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Authors: Elia Barceló

Tags: #Infantil y juvenil, #Aventuras, #Fantástico

BOOK: Hijos del clan rojo
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Se desnudó entre sollozos que la hacían sentirse estúpida e infantil, arrojó los zapatos como piedras contra las puertas del armario y durante unos instantes se quedó mirando la cama destapada sintiendo el atractivo que emanaba de ella: tumbarse, tomarse unas pastillas, descansar. Pero no podía dejarse llevar así. Descansar no entraba en sus planes. No podía tumbarse en aquella casa propiedad del clan rojo después de lo que le acababan de hacer a Clara y confiar en que no le pasaría nada mientras estaba reponiéndose.

Aunque… si se tumbaba unos minutos… quizá…

Al ver que Lena se preparaba para tumbarse, Max estaba ya a punto de volver a cerrar la puerta cuando su ojo captó un destello de movimiento en el armario de enfrente de la cama y entonces dejó de pensar y se convirtió en pura acción.

Alguien había estado escondido allí esperando a que regresara a su cuarto, esperando el momento propicio para abalanzarse sobre ella y matarla.

No tuvo tiempo para dudar ni calcular lo adecuado de su decisión. Saltó sobre Lena para apartarla de la trayectoria de quien fuera que se había lanzado hacia ella desde el armario.

El desconocido impactó contra ella casi a la vez que Max y la fuerza del choque hizo que padre e hija cayeran juntos al suelo, sobre la alfombra, mientras que el otro hombre caía de lado rozando el borde de la cama. En el mismo instante lanzó un aullido que controló casi de inmediato, y rodó sobre sí mismo apartándose del lecho, dejando en el suelo un rastro de sangre, oscura a la luz azulada de la noche incipiente

Max y Lena se pusieron de pie como impulsados por un resorte y se quedaron mirando el panorama que se ofrecía a su vista: la blancura de la cama manchada ahora de sangre, los incomprensibles filos brillantes de cientos de objetos malignos que habían quedado al descubierto en el borde de la cama, al caer al suelo la sábana que los cubría, la figura yacente que estaba ahora levantándose y apoyándose en la pared con una mano temblorosa y sangrienta.

—¡Lenny! —gritó Lena reconociéndolo de pronto. Se abalanzó sobre él y le pasó un brazo por la cintura, para sostenerlo.

—No se llama Lenny. Es Nils Olafson y trataba de matarte —dijo Max, sin acabar de explicarse que su hija estuviera tratando de ayudarlo.

—¿Es eso verdad? —preguntó Lena al herido, sin soltarlo.

Lenny/Nils asintió con la cabeza. A pesar del dolor y el mareo, era perfectamente consciente del pecho desnudo de Lena rozando su cuerpo mientras lo sostenía.

—Lo primero sí, lo segundo no. Soy Nils Olafson, es verdad, y pertenezco al clan negro. Pero no sólo no intentaba matarte, sino que he tratado de impedirlo. Echa un vistazo a esa cama que el clan rojo te ha preparado con tanto amor y te darás cuenta. —Hablaba con esfuerzo, como si le costara seguir consciente—. Y tú, ¿quién eres? —continuó, dirigiéndose a Max.

—Es mi padre —contestó Lena por él—. Ayúdame, papá, por favor.

Max se acercó y entre los dos ayudaron a Nils a sentarse en un sillón. Luego padre e hija se abrazaron estrechamente hasta que Max se obligó a separarse de ella.

—Lena, vístete rápido y vamos a tratar de salir de aquí. Daniel está fuera, vigilando.

—¿Dani está contigo? —A Nils no le pasó por alto la alegría en la voz de Lena.

—¡Vamos, rápido!

—No puedo, papá. Tengo que volver abajo y… hacer algo.

—Lo único que tienes que hacer es ponerte a salvo. —A pesar de su entrenamiento y de que sabía que Lena era algo más que simplemente su hija, no podía evitar tratarla de nuevo como un padre a una hija aún casi adolescente.

—En los pantalones que me he quitado estaba casi todo lo que me dejó mamá. Es muy importante recuperarlo. —No era toda la verdad pero tampoco era una mentira. Antes de que Max siguiera preguntando, se volvió hacia Lenny, que seguía desmadejado en el sillón, sangrando mansamente—. ¿Puedes caminar, Lenny? Ven conmigo y trataré de sacarte de aquí.

Él sonrió, aunque estaba muy pálido.

—Gracias,
supergirl
.

—Lo digo en serio.


Karah
sana con rapidez. Dentro de poco habré dejado de sangrar y las heridas empezarán a cerrarse. Me irá bien, no te preocupes por mí. Vete a hacer lo que tengas que hacer. Estoy seguro de que volveremos a vernos.

—¿Tú… tú eres
karah
? —preguntó casi tartamudeando.

—Acabo de decírtelo. Clan negro. No me digas que no lo sospechabas.

Lena lo miró fijamente, le dio la espalda y sin una palabra más volvió a ponerse el vestido blanco con los zapatos que poco antes había lanzado con tanta furia. Se aseguró de volver a meterse en el sujetador el medallón y el lápiz de memoria, y se dio la vuelta para mirar a Lenny que, de repente, ya ni siquiera parecía él. En la penumbra de la habitación su aspecto se asemejaba al de una familia vestida para una fiesta de Halloween.

Cuando Lena y Max estaban ya casi en la puerta, Nils volvió a hablar.

—No os veo extrañados por nada de lo que está pasando, no habéis preguntado qué es
karah
o qué es un clan y los dos vais vestidos de ceremonia; ¿quiénes sois? ¿Quiénes sois realmente?

—Tenemos el honor de pertenecer al clan blanco —dijo Max con voz serena. Abrió la puerta, dejó pasar a Lena y volvió a cerrar tras ellos.

Nils quedó en la oscuridad, sintiendo cómo se iban cerrando sus heridas, con una amplia sonrisa derramándose por su rostro. ¡Qué maravillosa noticia! Lena era
karah
. Era
karah
, como él.

Entonces todo era posible.

Dani estaba empezando a cansarse seriamente de su papel de vigilante. Hacía horas que no había sucedido nada, Max no le contestaba al teléfono y ya era casi noche cerrada. El mundo se había convertido en una cúpula azul donde habían florecido algunas estrellas, las gaviotas que habían estado pescando entre chillidos y volteretas hasta apenas unos minutos atrás estaban retirándose a sus nidos entre las rocas del acantilado y estaban siendo sustituidas por los murciélagos que abandonaban sus cuevas para salir a cazar insectos, los guardias de seguridad estaban convirtiéndose en simples sombras quietas en sus posiciones. Daba la sensación de que, a pesar de que apenas eran las nueve de la noche, todo se disponía para el descanso nocturno.

Caminó agachado protegido por las rocas hasta que estuvo seguro de que no podían verlo desde la casa y entonces se estiró y dio un par de saltos para compensar el tiempo que llevaba quieto, mirando por los prismáticos. Luego sacó el móvil y llamó a Max.

En la escalera que llevaba al sótano, bajando un paso detrás de Lena, Max sintió la vibración del teléfono y sonrió; el chico se estaba impacientando, pero no tenía más remedio que seguir esperando. Ya hablaría más tarde con él.

A punto ya de llegar al corto pasillo que llevaba al salón-quirófano, ambos oyeron ruido de pasos y voces que se acercaban. Cambiaron una mirada, y Lena, poniéndose un dedo en los labios, agarró a su padre del brazo y entraron en el baño donde la mujer del clan rojo le había entregado el vestido que llevaba.

Apenas cerraron la puerta, oyeron que un grupo de personas, a juzgar por el ruido que hacían, pasaba por delante de ellos en dirección a la escalera por la que ellos acababan de bajar. Sólo entonces se atrevieron a encender la luz y Lena empezó a cambiarse de ropa después de haberse asegurado de que todas sus posesiones siguieran donde las había dejado.

—La familia está en el salón de la torre. Tienen una especie de ceremonia —dijo Lena mientras se vestía.

—¿Y Clara?

Lena miró a Max, bajó los ojos y le hizo un gesto para que la siguiera; abrió la puerta sigilosamente, vio que el pasillo continuaba desierto y, seguida por su padre, se coló en el quirófano.

Clara continuaba allí. Su cuerpo pálido, manchado de sangre, había sido abandonado en la silla paritoria, desnudo, con las piernas abiertas y los ojos, también abiertos, fijos en el techo. Como una basura sin valor.

Max tuvo una inspiración violenta, como un suspiro al revés, seguido de otra inspiración profunda y controlada.

—¡Dios mío! ¡Pobre criatura! ¿Ha muerto en el parto?

—La han asesinado, papá. Ya no la necesitaban para nada, ¿comprendes? No era más que una sucia
haito
—escupió con tanta rabia que a ella misma le dio miedo.

Mientras su hija hablaba, Max había cogido una sábana y entre los dos arroparon con ella el cadáver de la muchacha después de que Lena le hubiera cerrado los ojos y le hubiera dado un beso en la frente. Nunca se había sentido tan furiosa, en toda su vida. Notaba que la ira le nacía en el fondo del estómago y le subía hasta salírsele por la boca en un rugido que apenas si podía controlar. Habría podido matar a cualquiera en ese instante para compensar la muerte de su amiga, simplemente como reacción ante la monstruosidad que representaba lo que tenía delante.

Notaba cómo le cosquilleaban las venas, como si de pronto se le hubieran llenado de burbujas que podrían explotar en cualquier momento. Era una presión tan intensa que se sentía a punto de estallar, y no era sólo porque su amiga, la amiga que la había acompañado durante tantos años, hubiera muerto para siempre, sino porque la muerte no había sido natural; porque la habían asesinado. Y la habían asesinado sin ninguna pasión, con la mayor de las frialdades, como se pisa una cucaracha cuando se la descubre paseando sus sucias patas por un suelo de mármol recién fregado. Se la pisa, se la aparta con el pie hacia algún rincón oscuro hasta que la recoja la sirvienta y se sigue tomando el champán francés sin recordar para nada la mínima molestia que ha representado el desagradable insecto.

No podía apartar de su mente el momento en que Clara le contó que había conocido al hombre de su vida, el cubo de rosas en el baile, el viaje a Roma… recordaba con una claridad tan fuerte que dolía esa imagen de cuando estaba esperando que llegara Dominic a recogerla: la melena recién lavada, los ojos brillantes, el jersey rosa palo, la sonrisa de excitación…

Su mirada se posó en la muñeca de su amiga, en la pulsera que él le había regalado por su cumpleaños, la pulsera de la que colgaba la llave con la que tanto habían bromeado, «la llave de su corazón», adornada con un rubí, rojo y pulido como una gota de sangre.

De todo eso hacía apenas ocho meses y Clara estaba muerta. Muerta antes de cumplir los diecinueve años.

Lena se la quitó con delicadeza, como si aún estuviera viva, y se la puso en su propia mano, en la izquierda, para no olvidar nunca lo que había decidido hacer.

La habían matado para quitarle lo único que para ellos tenía valor, su hijo, y luego la habían dejado tirada como una carroña, como un insecto aplastado, sin molestarse siquiera en cerrarle los ojos, en ponerla en la cama como a un ser humano.

En ese momento, viendo a su padre coger en brazos el cadáver de su amiga para depositarlo suavemente en la cama, sintió un amor tan grande por él que se le abrazó fuerte, como cuando era pequeña y tenía miedo de algo. Como tantas otras veces desde la muerte de su madre le habría gustado poder girar las agujas del reloj hacia atrás, hacia el tiempo en el que era feliz, en que nunca había oído hablar de
karah
y su vida era sólo suya.

—Papá… —empezó a sollozar en su hombro—. Papá…

—Calma, hija, calma. Ya no podemos hacer nada. Tranquilízate, pequeña. Ahora hay que salir de aquí; luego ya se verá.

Debajo de las palabras de Max, Lena sentía cómo seguía creciendo la rabia en los dos, la furia por lo que aquellos canallas que se creían superiores a los humanos le habían hecho a una pobre muchacha cuya única culpa había sido enamorarse de un monstruo sin saber que lo era. No podía castigarlos, aún no, pero no pensaba dejar que se salieran con la suya y se quedaran con el hijo de Clara. Estaba segura de que lo que más podía dolerles era perder al niño, de manera que tenía que buscar una forma de arrebatárselo y ocultarlo lejos del clan rojo. Era el hijo de su mejor amiga. Era lo que Clara habría querido si hubiera sido capaz de pensar con un mínimo de sensatez.

De repente Max se dio cuenta de que, aunque Lena seguía abrazada a él y el contacto le daba fuerzas y tranquilidad, ya no estaba llorando sino haciendo planes. Le sorprendió darse cuenta de que cada vez se parecían más.

—Vámonos de aquí mientras están entretenidos. Te ayudaré a salir —dijo Max, deshaciendo el abrazo.

—¿A mí? ¿Y tú?

—Yo tengo algo que hacer.

—¿Qué?

Se quedaron unos momentos mirándose a los ojos, a la brillante luz blanca de las lámparas del quirófano que habían quedado encendidas.

—Mi misión es apoderarme del bebé —confesó Max. Al fin y al cabo, ella era miembro del clan blanco. Tenía derecho a saber lo que sus conclánidas planeaban—. No sé bien por qué lo quieren ahora, pero Emma y Albert, casi los únicos que quedan del clan blanco, me lo han ordenado. Según dicen, ese niño es el nexo a quien tú tendrás que entrenar.

—¿Yo? ¿Quién te ha dicho eso?

—Tu madre, hace mucho. Con todo lo que aprendas de Sombra, tú lo enseñarás a él hasta que pueda intentar abrir las puertas a la otra realidad.

A pesar de que no comprendía en todo su alcance lo que acababa de oír, Lena no lo pensó ni un segundo porque coincidía perfectamente con sus propios planes. Podría raptar a Arek y contaba con el clan blanco para ello.

—De acuerdo. Te ayudaré. Sacaremos a Arek de aquí.

—¿Vendrás conmigo?

—No. No puedo. Yo tengo otras cosas que hacer.

Su niña se había convertido en algo distinto, en un ser que casi no reconocía como la hija a la que había visto nacer y crecer. Sin casi darse cuenta, sintió que se estaba poniendo a sus órdenes, como siempre había hecho con Bianca.

—De acuerdo. ¿Cómo lo hacemos?

—¿Qué tenías tú pensado?

—Poco, la verdad. No he tenido tiempo para prepararme. Mi plan era esconderme, coger al bebé de su cuna en un descuido, salir de la casa aprovechando el disfraz, ya que que los nuevos guardias de seguridad aún no distinguen entre gente del clan y de fuera, y luego…

—¿Qué pensabas hacer con el niño? No puedes cruzar controles ni fronteras con un bebé sin papeles.

—Eres como tu madre. Nunca me dejas acabar las frases… Joseph y Chrystelle tienen los papeles del niño. Son, oficialmente, sus abuelos.

—Y ¿dónde están?

—En el restaurante panorámico que hay a medio kilómetro de aquí, hacia el sur, La Paloma de Oro, con un cochecito de bebé que no contiene más que un muñeco.

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