Humano demasiado humano (28 page)

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Authors: Friedrich Nietzsche

Tags: #Filosofía

BOOK: Humano demasiado humano
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Cuando tu mirada sea lo bastante penetrante para llegar al fondo de los pozos tenebrosos de tu ser y de tu conocimiento, puede que vislumbres también en el espejo de su superficie las lejanas constelaciones de las culturas futuras, ¿crees que una vida orientada hacia esa meta es demasiado penosa, demasiado desprovista de placer? Entonces es que no has aprendido aún que no hay miel más dulce que la del conocimiento, y que llegará un día en que esas nubes que te llenan de aflicción serán también la ubre de la que extraerás la leche de tu sustento. Deja que llegue la época, y verás que has escuchado verdaderamente la voz de la naturaleza, de esa naturaleza que gobierna el mundo entero por medio del placer; la misma vida que culmina en la vejez culmina también en la sabiduría, en la dulce claridad de ese sol que es un goce constante para el espíritu; ambas, vejez y sabiduría, las hallarás unidas en una misma cima de la vida, tal y como lo ha querido la naturaleza. Entonces será el momento de que se acerque la bruma de la muerte, sin que quepa irritarse por ello. Que tu último gesto sea lanzarte hacia la luz, y tu último suspiro un hurra al conocimiento.

CAPÍTULO SEXTO: EL HOMBRE EN RELACIÓN CON LOS DEMÁS

293. Disimulo benévolo.

En el trato con los demás frecuentemente hay que recurrir a un benévolo disimulo, como si no entreviéramos los móviles de su acción.

294. Copias.

No es raro encontrar copias de hombres importantes, y a la mayoría de la gente, como ocurre con los cuadros, le agrada más las copias que los originales.

295. El orador.

Se puede hablar de un modo sumamente preciso, y, sin embargo, de forma que todo el mundo exclame lo contrario; esto ocurre cuando no se habla para todo el mundo.

296. La falta de confianza.

La falta de confianza entre amigos es un error que, si se repite, se vuelve irreparable.

297. Sobre el arte de dar.

La obligación de rechazar una donación sólo porque no se nos dio de una forma justa, hace que nos irritemos con el donante.

298. El militante más peligroso.

En todo partido hay un militante cuya excesiva fe en los principios de dicho partido, induce a los demás militantes a abandonarlo.

299. Consejeros del enfermo.

Quien aconseja a un enfermo experimenta con seguridad un sentimiento de superioridad, independientemente de que éste siga o no sus consejos. De ahí que los enfermos susceptibles y orgullosos odien más a quienes les dan consejos que a su propia enfermedad.

300. Dos clases de igualdad.

El ansia de igualdad puede manifestarse, o bien en el deseo de rebajar a los demás (despreciándolos, ignorándolos, poniéndoles la zancadilla), o bien en el deseo de elevarse con todos ellos (haciéndoles justicia, ayudándolos, alegrándose de sus éxitos).

301. Contra el apuro.

La mejor forma de ayudar a las personas muy apuradas y de tranquilizarlas consiste en alabarlas con decisión.

302. Preferencia por ciertas virtudes.

No le concedemos un valor especial a la posesión de una virtud hasta que vemos que nuestros enemigos carecen enteramente de ella.

303. Por qué llevamos la contraria.

Con frecuencia llevamos la contraria a una opinión, aunque en realidad lo único con lo que no simpatizamos es con el tono en que se expresa.

304. Confianza y confidencia.

Quien intenta deliberadamente que otro le haga una confidencia, no suele estar seguro de contar con su confianza. Quien esta seguro de la confianza concede poco valor a la confidencia.

305. Equilibrio de la amistad.

En nuestras relaciones con otro, muchas veces se consigue que la amistad vuelva a tener un equilibrio justo, si ponemos en nuestro platillo unos granos de injusticia.

306. Los médicos más peligrosos.

Los médicos más peligrosos son aquellos que, siendo comediantes natos, imitan al médico que domina a la perfección desde que nació el arte de engañar.

307. Cuándo son apropiadas las paradojas.

Para que personas ingeniosas acepten una cuestión, a veces basta con pretenderla como una paradoja descomunal.

308. Cómo ganarse a las personas valientes.

Incitamos a una acción a las personas valientes, si se la pintamos como más peligrosa de lo que es.

309. Cortesías.

Las personas que no nos agradan nos ofenden cuando son corteses con nosotros.

310. Hacer esperar.

Una forma segura de exasperar a la gente y de inculcarles malas ideas, es hacerlas esperar. Esto desmoraliza.

311. Contra los que dan confianza.

Quienes nos dan su confianza total se creen por ello con derecho a la nuestra. Es un razonamiento equivocado: una donación no engendra un derecho.

312. Una forma de tranquilizar.

Basta muchas veces que a quien le hemos causado un mal le demos la oportunidad de burlarse de nosotros, para procurarle una satisfacción personal o para ganárnoslo.

313. Vanidad de la lengua.

Tanto si ocultamos nuestras malas cualidades o nuestros vicios como si los reconocemos abiertamente, nuestra vanidad siempre trata de beneficiarse; observemos qué astutamente distingue entre a quién debemos ocultar esas cualidades y ante quién debemos ser francos y sinceros.

314. Por consideración.

No querer mortificar ni herir a nadie, lo mismo puede ser una prueba de justicia como de timidez.

315. Imprescindible para discutir.

Quien no sabe poner en hielo sus ideas no debe acalorarse al discutirlas.

316. Trato y arrogancia.

Olvidamos la arrogancia cuando sabemos que estamos entre personas valiosas; estar solo genera jactancia. Los jóvenes son arrogantes, porque se relacionan con sus semejantes, y todos ellos, como no son nada, quieren que se los considere mucho.

317. Motivo para atacar.

No atacamos sólo para dañar a alguien o para vencerlo, sino que a veces lo hacemos quizás por el mero placer de conocer su fuerza.

318. Adulación.

Las personas que, en nuestra relación con ellas, pretenden adormecer nuestra prudencia con sus adulaciones, emplean un método peligroso, semejante a un narcótico, que si no nos adormece, nos deja más despiertos.

319. Buen escritor de cartas.

Quien no escribe libros, piensa mucho y vive en una sociedad que no le gusta, por lo general escribirá buenas cartas.

320. No hay nada más feo.

Es dudoso que un gran viajero haya encontrado en alguna parte del mundo lugares más feos que en el rostro humano.

321. Los compasivos.

Las naturalezas compasivas que están siempre dispuestas a socorrer en la desgracia, raras veces participan de las alegrías de los demás; cuando alguien se siente alegre, no tienen nada que hacer, están demás; no se sienten superiores y por eso dan fácilmente muestras de despecho.

322. Los parientes del suicida.

Sus parientes reprochan al suicida que no siga en vida por el buen nombre de su familia.

323. Prever la ingratitud.

Quien da algo grande no encuentra gratitud; porque quien lo recibe tiene que cargar con el pesado fardo de aceptarlo.

324. Entre gente sin ingenio.

Nadie agradece al ingenioso el que se ponga al nivel de un grupo de gente en el que no se considera cortés mostrarse ingenioso.

325. Presencia de testigos.

¡Con qué gusto se tira uno dos veces al agua para salvar a alguien que se está ahogando, si hay gente delante que no se atreve a hacerlo!

326. Callarse.

En una discusión, la forma más desagradable de contestar es enfadarse y callarse, porque el agresor interpreta generalmente ese silencio como un signo de desprecio.

327. El secreto del amigo.

Pocas personas hay que cuando no encuentran un tema de conversación, no revelen los secretos más íntimos de un amigo.

328. Humanitarismo.

El humanitarismo de quienes son célebres por su inteligencia, en sus relaciones con personas que no lo son, consiste en cometer errores por cortesía.

329. El apocado.

Los individuos que no se sienten a sus anchas en una reunión social aprovechan cualquier ocasión para demostrar públicamente su superioridad ante los demás, a costa de alguien que tienen al lado y a quien son superiores, por ejemplo, lanzándole pullas.

330. Gratitud.

Un alma delicada se siente molesta al saber que alguien debe estarle agradecida; un alma vulgar, al saber que debe estar agradecida a alguien.

331. Signo de incompatibilidad.

La señal más clara de incompatibilidad de opiniones entre dos individuos es que ambos se hablen entre sí con un poco de ironía, sin que ninguno de los dos se dé cuenta de dicha ironía.

332. Pretender algo por haberlo merecido.

Pretender algo por haberlo merecido ofende más que pretenderlo sin haberlo merecido; el mérito es por sí solo una ofensa.

333. Peligro en la voz.

Durante una conversación a veces nos molesta el tono de nuestra voz, y nos lleva a afirmar cosas que no corresponden a lo que opinamos.

334. En la conversación.

El saber si en una conversación debemos dar o no dar la razón a otro es una mera cuestión de costumbre; ambas cosas son justificables.

335. Miedo al prójimo.

Tenemos una disposición hostil en el prójimo, porque nos asusta que con ella se entere de nuestros secretos.

336. Distinguir con la censura.

Algunas personas excelentes nos dirigen sus censuras con ánimo de hacernos una distinción. Tratan de darnos a entender cuánto les preocupamos. Nosotros las interpretamos de un modo totalmente equivocado, al tomar sus censuras en serio y defendernos de ellas; así enojamos a esas personas y nos enajenamos su voluntad.

337. Despecho por la benevolencia ajena.

Nos equivocamos respecto al grado de odio o de miedo que creemos despertar, porque sabemos perfectamente en qué medida sentimos aversión por una persona, una tendencia o un partido; ellos, en cambio, nos conocen muy superficialmente y por eso nos odian sólo superficialmente. A menudo encontramos una benevolencia que no sabemos explicar, pero si llegamos a entenderla, nos ofende, porque demuestra que no nos toman bastante en serio, bastante en consideración.

338. Vanidades que se cruzan.

Cuando se encuentran dos individuos cuya vanidad es igualmente grande, guardan después una mala impresión el uno del otro. Porque cada uno estaba tan preocupado por la impresión que deseaba causar al otro, que éste no causaba ninguna impresión en él; por último, ambos se dan cuenta de que han perdido el tiempo y se culpan de ello mutuamente.

339. Malos modos como buena señal.

Al espíritu superior le complacen las faltas de tacto, las arrogancias y hasta las hostilidades que los jóvenes tienen con él; son los malos modos de los caballos fogosos, que aún no han sido montados por ningún jinete, pero que pronto se sentirán orgullosos de llevarlo a él en sus lomos.

340. Cuándo es oportuno no tener razón.

Hacemos bien al no rechazar las imputaciones que nos hacen, aunque sean injustas, cuando quien nos imputa la falta, vería mayor agravio aún por nuestra parte si le contradijéramos y sobre todo si le refutáramos. Bien es cierto que de este modo un individuo puede, al mismo tiempo, estar en un error y tener siempre razón, y acabar convirtiéndose, con la mejor conciencia del mundo, en el tirano y en el verdugo más insoportable. Y lo que vale para el individuo puede valer también para clases enteras de la sociedad.

341. Muy poco honrado.

Las personas muy presuntuosas, a quienes manifestamos menos estimación de la que esperaban, tratan durante mucho tiempo de cambiar esta situación, tanto en lo que respecta a ellas como a nosotros, y se convierten en sutiles psicólogos para llegar a decidir que las hemos honrado suficientemente; pero si no logran su propósito, si se desgarra el velo de la ilusión, se entregan a un resentimiento mucho mayor aún.

342. Resonancias de estados primitivos en el habla.

En la forma como emiten hoy sus opiniones los hombres en sociedad, es frecuente reconocer una resonancia de aquellos tiempos en que se entendían mejor con las armas que con ninguna otra cosa; unas veces manejan sus opiniones como el tirador que apunta con su arco, otras creemos oír un crujir y un restallar de espadas, y algunos dejan caer sus afirmaciones como el silbido estrepitoso de una sólida maza. Las mujeres, en cambio, hablan como seres que se han pasado miles de años sentadas ante el telar, manejando la aguja o jugando con los niños.

343. El narrador.

Quien cuenta una historia deja ver fácilmente si la cuenta porque le interesa o porque quiere interesar con su relato. En este último caso, exagerará y usará superlativos y otros procedimientos semejantes. Generalmente, entonces las contará peor, porque no pensará tanto en el tema como en sí mismo.

344. El lector.

Quien lee poemas dramáticos en voz alta descubre cosas de su carácter; su voz le resulta más natural en ciertos pasajes y escenas que en otros, por ejemplo, en los patéticos o en los grotescos; mientras que en la vida ordinaria tal vez sólo tenga ocasión de mostrarse apasionado o burlón.

345. Una escena de comedia que se puede observar en la vida.

Un individuo se forma una opinión inteligente sobre cualquier tema con vistas a exponerla en una reunión social. En una escena de comedia, lo oiremos y lo veremos intentando sacar el tema a velas desplegadas, para embarcar en él a toda la concurrencia y poder introducir su observación, no dejando de llevar la conversación hacia ese único objetivo, perdiendo a veces la dirección de ésta, volviéndola a tomar, hasta que por fin llega el momento; casi le falta el aliento… y entonces cualquier otra persona se le adelanta y le quita de la boca la opinión que él iba a exponer. ¿Qué hacer entonces? ¿Oponerse a su propia opinión?

346. Descortés sin pretenderlo.

Cuando un individuo se muestra descortés con otro sin pretenderlo, por ejemplo, no saludándolo por no haberlo reconocido, aunque no puede reprocharse nada, se siente sumamente pesaroso, porque o le duele la mala opinión del otro, o teme las consecuencias de su enemistad, o sufre por haberlo herido de este modo, pueden verse resentidos su vanidad, su temor o hasta su compasión; o quizás las tres cosas a la vez.

347. Una obra maestra de perfidia.

Expresar contra un conjurado la hiriente sospecha de que nos traiciona, en el momento mismo en que nosotros estamos cometiendo una traición, constituye una obra maestra de perfidia, consistente en hacer que el otro se ocupe de su persona y se vea obligado a comportarse durante un cierto tiempo con absoluta lealtad, mientras que el verdadero traidor se queda con las manos libres.

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