Humano demasiado humano (5 page)

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Authors: Friedrich Nietzsche

Tags: #Filosofía

BOOK: Humano demasiado humano
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15. En el mundo no hay un fuera ni un dentro.

Al igual que Demócrito aplicaba los conceptos de arriba y abajo al espacio infinito, en los que no tienen sentido, los filósofos en general han aplicado los conceptos de
dentro
y de
fuera
a la esencia y a la apariencia del mundo; piensan que mediante sentimientos profundos puede penetrarse en el interior, acercarse al corazón de la naturaleza. Ahora bien éstos son sólo profundos en el sentido de que con ellos se excitan por lo regular, de un modo apenas sensible, ciertos grupos complejos de pensamiento que llamamos profundos: Un sentimiento es profundo en la medida que consideremos que lo son los pensamientos que lo acompañaron. No obstante, el pensamiento profundo puede estar muy lejos de la realidad, como sucede, por ejemplo, con todo pensamiento metafísico; si quitamos al sentimiento profundo los elementos del pensamiento que están mezclados con él, quedará el sentimiento fuerte,
y éste
no asegura respecto al conocimiento nada más que a sí mismo, de igual modo precisamente que la creencia fuerte sólo prueba su fuerza, pero no la verdad de lo que se cree.

16. La apariencia y la cosa en sí.

Los filósofos suelen situarse ante la vida y la experiencia, ante lo que ellos llaman el mundo de la experiencia, como ante un cuadro pintado de una vez para siempre, que reprodujera la misma escena de un modo inevitable e invariable; piensan que dicha escena ha de ser bien interpretada para poder deducir así el ser que produjo el cuadro: de este modo pasan de este efecto a la causa, es decir, a lo incondicionado, a lo que siempre se consideró la razón suficiente del mundo de la apariencia. En contra de esta idea, entendiendo lo metafísico como lo incondicionado y, por consiguiente, también como lo
incondicionante
, debemos negar en sentido contrario toda dependencia entre lo incondicionado (el mundo metafísico) y el mundo que conocemos, de forma que en
modo alguno
incluya la apariencia a la cosa en sí y que sea rechazable todo intento de deducir la una de la otra. Por un lado no se tiene en cuenta el hecho de que tal cuadro, lo que los hombres llamamos actualmente vida y apariencia, ha llegado a ser lo que es paulatinamente, ya que incluso se encuentra todavía totalmente en trance de
devenir
, por lo que no puede tomarse por una dimensión estable, de la que se pudiera deducir legítimamente o por lo menos concluir algo respecto al creador (la causa suficiente). Como desde hace miles de años hemos estado mirando el mundo con pretensiones morales, estéticas, religiosas, con una tendencia ciega, con pasión o con miedo, embriagándonos de las impertinencias del pensamiento lógico, este mundo se ha ido
volviendo
poco a poco tan admirablemente abigarrado, terrible y lleno de sentido profundo y de alma. Ha sido pintado, ciertamente, ¡pero por nosotros! La inteligencia humana, en virtud de los apetitos y de las afecciones humanas, ha hecho que surja esta
apariencia y
ha proyectado en las cosas sus concepciones erróneas fundamentales. Después, mucho después, se ha puesto a reflexionar: y entonces le han resultado tan extraordinariamente distintos y separados el mundo de la apariencia y la cosa en sí, que ha rechazado la posibilidad de deducir ésta de aquél, o ha exigido, con espantosos aires de misterio, que
abdique
nuestra inteligencia, nuestra voluntad personal, para llegar a la esencia
esencializándose ella misma
. Inversamente otros recogieron todos los rasgos característicos de nuestro mundo de la apariencia, esto es de la representación del mundo surgida de los errores intelectuales, que nos ha llegado por herencia y,
en vez de culpar a la inteligencia
, han responsabilizado a la esencia de las cosas, a título de causa de ese carácter real tan inquietante del mundo y han predicado la emancipación del ser. El constante y penoso avance de la ciencia logrará su mayor triunfo sobre estas concepciones, en una
historia de la génesis del pensamiento
, cuyo resultado podría llevar a esta proposición: lo que actualmente llamamos mundo es el resultado de múltiples errores y fantasías, que han ido surgiendo paulatinamente en la evolución del conjunto de los seres organizados, que se entremezclaron al crecer, llegando a nosotros por herencia como un tesoro acumulado a lo largo del pasado. Y digo tesoro porque el
valor
de nuestra humanidad radica en él. Ahora bien, la ciencia estricta realmente sólo puede liberarnos de ese mundo de la apariencia en una medida mínima, aunque, por otra parte, no sea deseable que lo haga, dado que no puede eliminar de raíz la fuerza de los hábitos antiguos de la sensibilidad, pero puede iluminar progresivamente y paso a paso la historia de la génesis de este mundo como representación, y elevarnos, por unos instantes al menos, por encima de toda la serie de hechos. Quizás reconozcamos entonces que la cosa en sí es digna de una risa homérica, ya que
parecía ser
mucho, incluso serlo todo, pero en realidad «es» algo vacío, especialmente algo vacío de sentido.

17. Las explicaciones metafísicas.

El joven acepta las explicaciones metafísicas porque le muestran algo que encierra gran interés, en cosas que consideraba desagradables o despreciables: y si está descontento de sí mismo, fomenta este sentimiento cuando en lo que tanto desaprueba de sí mismo reconoce el enigma íntimo del mundo o la miseria del mundo. Sentirse más irresponsable y encontrar a la vez las cosas más interesantes representa para él un doble beneficio que debe a la metafísica. Por supuesto que más tarde desconfiará de todas estas formas de explicación metafísica, y se dará cuenta quizás de que se pueden lograr estos mismos efectos igualmente bien y de un modo más científico, por otro camino que las explicaciones físicas e históricas proporcionan, igualmente bien al menos, sentimientos de alivio personal; y que ese interés por la vida y sus problemas adquiere tal vez más fuerza todavía.

18. Las cuestiones fundamentales de la metafísica.

Una vez que se haya escrito la historia de la génesis del pensamiento, adquirirá una luz nueva la siguiente frase de un eminente lógico: «La Ley general originaria del sujeto cognoscente consiste en la necesidad interior de reconocer todo objeto en sí, en su esencia propia, como un objeto idéntico a sí mismo que por lo tanto, existe por sí mismo y que en el fondo permanece siempre semejante a sí mismo e inmóvil; en suma, como una sustancia».

Incluso esta Ley que aquí se considera «originaria» es el resultado de un
devenir
: un día se verá claramente que esta tendencia surge poco a poco en los organismos inferiores, que los débiles ojos de topo de esos organismos sólo ven al principio lo idéntico, cómo después, cuando se hacen más intensas las diversas sensaciones de placer y de dolor, se van distinguiendo paulatinamente distintas sustancias, pero cada una con un solo atributo, es decir, en una relación única con tal organismo. El primer grado de la lógica es el juicio, cuya esencia, según la afirmación de los lógicos más notables, es la creencia. Toda creencia se basa en
la sensación agradable o dolorosa
respecto al sujeto que la experimenta. Una tercera sensación nueva, resultado de dos sensaciones anteriores aisladas, constituye el juicio en su forma más inferior. A los seres organizados sólo nos interesa del origen de una cosa: la relación que guarda con nosotros respecto al placer y al dolor. Entre los momentos en que adquirimos conciencia de esta relación, entre los estados en que tenemos sensaciones, hay momentos de reposo, de no sensación; entonces carecen de interés para nosotros, el mundo y todas las cosas. No apreciamos en ellos modificación alguna (de igual forma que ahora un hombre que esté muy interesado por algo no se da cuenta de que alguien pasa cerca de él). Para las plantas, todas las cosas son por lo general inmóviles y eternas, y cada cosa es idéntica a sí misma. De su período como organismo inferior, el hombre ha heredado la creencia de que hay cosas idénticas (sólo la experiencia formada por la ciencia más avanzada contradice esta proposición). Al principio, la creencia de todo ser orgánico es tal vez incluso que todo el resto del mundo es uno e inmóvil. Nada hay más lejano de este grado primitivo de la lógica que la idea de
causalidad
: cuando el individuo que siente se observa a sí mismo, considera toda sensación, toda modificación, como
algo aislado
, es decir incondicionado, independiente: surge de nosotros sin vínculo alguno con lo anterior o lo posterior. Tenemos hambre, pero al principio no pensamos que el organismo necesita alimentarse, sino que parece experimentarse esta sensación
sin razón ni finalidad
, aislada y
como arbitraria
. Del mismo modo, la creencia en la libertad de la voluntad es un error originario de todo ser orgánico, que se remonta al momento en que existen en él tendencias lógicas; también es un error antiguo de todo ser orgánico la creencia en sustancias incondicionadas y en cosas idénticas. Así, entonces, como toda metafísica se ha ocupado principalmente de las sustancias y de la libertad de la voluntad, puede ser definida como la ciencia que trata de los errores fundamentales del hombre, pero como si fueran verdades fundamentales.

19. El número.

El descubrimiento de las leyes numéricas se hizo basándose en el error, que ya imperaba originariamente, de que hay muchas cosas idénticas (aunque de hecho no haya nada idéntico) o, al menos, de que existen cosas (aunque no existan «cosas»). La mera noción de pluralidad supone ya que hay
algo
que se presenta repetidas veces: y aquí precisamente se da ya el error, porque estamos imaginando entidades y unidades inexistentes. Nuestras percepciones del tiempo y del espacio son falsas, porque, si las examinamos consecuentemente, conducen a contradicciones lógicas. En todas las afirmaciones científicas utilizamos inevitablemente dimensiones falsas, pero como estas dimensiones son por lo menos
constantes
(como nuestra percepción del tiempo y del espacio, por ejemplo), no por eso dejan de ser totalmente exactos y seguros los resultados científicos en sus relaciones mutuas; podemos seguir utilizándolos hasta llegar a ese punto final en el que los supuestos fundamentales erróneos, esos errores constantes, entran en contradicción con los resultados, como en la teoría atómica, por ejemplo. Entonces nos vemos obligados a aceptar una «cosa» o un «sustrato» material, que recibe el movimiento mientras que todo el procedimiento científico se ha impuesto precisamente la tarea de reducir a movimiento todo lo que tiene un carácter de cosa (lo material): también aquí separamos con nuestra sensación el motor y lo movido, sin salimos de ese círculo, ya que la creencia en cosas se encuentra incorporada a nuestro ser desde la antigüedad. Cuando Kant dijo: «La razón no recibe sus leyes de la naturaleza, sino que se las prescribe a ésta», afirmó algo totalmente cierto respecto al
concepto de naturaleza
, que estamos obligados a ligar a aquélla (naturaleza: mundo como representación, es decir, como error), pero que es la suma total de una multitud de errores de la inteligencia. A un mundo que
no fuese
una representación nuestra, no se le podrían aplicar enteramente las leyes numéricas: éstas sólo sirven en el terreno humano.

20. Algunos escalones hacia atrás.

Cuando el hombre supera las ideas y las preocupaciones supersticiosas y religiosas, y, por ejemplo, no cree ya en el ángel de la guarda ni en el pecado original, habiendo dejado incluso de hablar de la salvación de las almas, alcanza un grado muy elevado de cultura: una vez obtenido ese grado de liberación, ha de triunfar todavía sobre la metafísica, merced a los mayores esfuerzos de su inteligencia. Pero
entonces
es necesario un
movimiento de retroceso
; es preciso que se considere la justificación histórica e incluso psicológica de tales representaciones y que se reconozca que se debe a ellas el mayor provecho de la humanidad. Que sin ese movimiento de retroceso, nos veríamos privados de los mejores resultados que ha obtenido la humanidad hasta hoy. Respecto a la metafísica filosófica, observo que actualmente cada vez hay más hombres que tienden a adoptar una actitud negativa (señalando que toda metafísica positiva es un error), pero que hay también unos pocos que retroceden unos cuantos escalones; conviene en efecto, superar con la mirada el último grado de la escala, pero no tratar de limitarse a ello. Los más ilustrados llegan precisamente lo bastante lejos para librarse de la metafísica y lanzar sobre ella una mirada por encima del hombro con aire de superioridad, pero aquí como en un hipódromo, hay que dar la vuelta para acabar la carrera.

21. Presunta victoria del escepticismo.

Aceptemos por un instante el punto de partida escéptico: supongamos que no existe otro mundo metafísico y que todas las explicaciones que nos proporciona la metafísica del único mundo que conocemos nos resultan inútiles. ¿Con qué mirada contemplaríamos a los hombres y a las cosas? Podemos pensar que ello es útil aún en el caso de que se descartara la cuestión de saber si Kant y Schopenhauer demostraron científicamente alguna cuestión metafísica. Así, ateniéndonos a la verosimilitud histórica, es muy posible que la mayoría de los hombres lleguen un día a ser
escépticos
en relación a esto; entonces se plantea esta pregunta: ¿cómo actuará la raza humana bajo la influencia de esta convicción? Tal vez resulte tan difícil la
demostración científica de
un mundo metafísico cualquiera, sea el que sea, que la humanidad no logre desechar cierta desconfianza respecto a ella. Y si desconfiamos de la metafísica, llegaremos a las mismas consecuencias que si fuera refutada directamente y no tuviéramos
ya derecho
a creer en ella. La cuestión histórica relativa a una convicción no metafísica de la humanidad sigue siendo igual en ambos casos.

22. Incredulidad en el monumentum aere perennius.

Un importante inconveniente que acarrea la desaparición de opiniones metafísicas consiste en que el individuo limita demasiado su mirada a su corta existencia y no experimenta ya fuertes impulsos para crear instituciones duraderas, establecidas para siglos enteros; quiere recoger él mismo los frutos del árbol que planta y por tanto no planta ya árboles que requieran un cultivo regular durante siglos y que estén destinados a dar sombra a largas series de generaciones. Y es que las opiniones metafísicas suministran la creencia de que en ellas se encuentra la base definitiva y válida sobre la cual hay que establecer y construir en adelante todo el futuro de la humanidad; el individuo se procura la salvación cuando, por ejemplo, funda una iglesia o un monasterio: «esto me será tenido en cuenta, piensa, y puesto en mi haber en la existencia eterna de las almas, porque es trabajar por la salvación eterna de las almas». ¿Puede la ciencia suscitar una creencia semejante en sus resultados? En realidad, sus dos colaboradoras más fieles son la duda y la desconfianza: pero con el tiempo la suma de verdades intangibles, es decir, que sobrevivan a todas las tormentas del escepticismo, a todos los análisis, puede llegar a ser lo suficientemente grande (por ejemplo, en la higiene de la salud) como para que alguien se decida a fundar obras «eternas». Mientras tanto, el
contraste
de nuestra efímera existencia agitada con el reposo de largo aliento de las épocas metafísicas, es todavía demasiado fuerte, dado que ambas épocas están aún demasiado cerca entre sí: el mismo individuo ha de atravesar hoy demasiadas evoluciones interiores y exteriores para atreverse a establecer algo duradero y de una vez para siempre, tan sólo para su existencia personal. Un hombre enteramente moderno que quiere, por ejemplo, construirse una casa experimenta en este sentido el mismo sentimiento que si fuera a emparedarse en vida dentro de un mausoleo.

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