Toda creencia sobre el valor y la dignidad de la vida se basa en un pensamiento inexacto; tal creencia sólo es posible porque la compenetración con la vida y con los dolores de toda la humanidad se ha desarrollado muy débilmente en el individuo. Hasta los pocos hombres cuyo pensamiento se eleva generalmente por encima de ellos mismos, no abarcan con la mirada a toda la vida en conjunto, sino que se limitan a ciertas partes. Cuando se es capaz de dirigir la observación a las excepciones, es decir, a los grandes talentos y a las almas puras, considerando que el fin de toda la evolución del universo es producirlos y se disfruta con su acción, entonces se puede creer en el valor de la vida, porque no se atiende a los demás hombres: por consiguiente, se está pensando de un modo inexacto. Igualmente, si se abarca realmente con la mirada a todos los hombres, pero, de ellos, sólo se concede importancia a una clase de instintos, a los no egoístas, y se les justifica en relación con los demás instintos, entonces se puede también esperar algo de la humanidad en conjunto y creer, en esa medida, en el valor de la vida; pero también en este caso ello se debe a un pensamiento inexacto. No obstante, ya actuemos de una forma o de otra, siempre seremos por ello una
excepción
entre los hombres. Ahora bien, la gran mayoría de los hombres soporta la vida sin lamentarse demasiado,
creyendo
así en el valor de la existencia, pero ello se debe precisamente a que cada cual sólo se quiere y se afirma a sí mismo, sin salir de él como las anteriores excepciones: todo lo que no es personal o no lo perciben o, a lo sumo, lo perciben como una débil sombra. De este modo, para el hombre corriente, el valor de la vida consiste sólo en autoconcederse más importancia que al mundo. La enorme falta de imaginación que sufre hace que no pueda penetrar por medio del sentimiento en otros seres y por eso comparte lo menos posible su suerte y sus dolores. En cambio, quien realmente
pudiera
compartirlos, debería desesperar del valor de la vida. Si lograra comprender y sentir en sí mismo la conciencia total de la humanidad, prorrumpiría en maldiciones contra la vida, porque la humanidad en conjunto no tiene
ningún
fin y, por ello, cuando examina su marcha total, no puede encontrar en esto consuelo ni reposo, sino desesperación. Si considera en toda su importancia el hecho de que la humanidad carezca de un fin último, su acción personal adquirirá ante sus ojos el carácter de la prodigalidad. Ahora bien, sentirse como humanidad (y no sólo
como individuo prodigado
), al igual que las flores aisladas que la naturaleza prodiga, constituye un sentimiento superior a todos los sentimientos. Pero ¿quién es capaz de eso? Solamente un poeta: y los poetas saben consolarse siempre.
34. A modo de consuelo.
Ahora bien, ¿no se convierte así nuestra filosofía en una tragedia? ¿No es la verdad enemiga de la vida, de lo más excelente? Parece que no nos atrevemos a formular la pregunta que asoma a nuestros labios: la de si podemos perseverar conscientemente en la mentira, o si, en el caso de que
hubiera que
hacerlo, no seria preferible la muerte. Ya no hay deberes, y la moral, como deber, ha quedado, tras nuestras consideraciones, tan aniquilada como la religión. El conocimiento no deja en pie más motivos que el placer y el dolor, la utilidad y el perjuicio; pero ¿cómo se compaginan esos motivos con el sentido de la verdad? Porque también éstos se ven afectados por el error (ya que, como he dicho, quienes determinan esencialmente el placer y el dolor son la compenetración y la aversión, siendo las medidas de éstas inexactas, injustas).
Toda la vida humana está profundamente inmersa en la mentira; el individuo no puede sacarla de ese pozo, sin experimentar al mismo tiempo una honda aversión por su pasado, sin encontrar sus motivos presentes, como el del honor, carentes de razón y de sentido, sin oponer ironía y menosprecio a las pasiones que nos lanzan hacia el futuro y hacia una felicidad futura. ¿Es cierto que ya no queda más que una forma de ver las cosas: la que implica como conclusión teórica personal la desesperación, la disolución, el abandono, el autoaniquilamiento?
Creo que la decisión final respecto a la acción última del conocimiento vendrá determinada por
el temperamento de
un hombre; junto al efecto descrito y posible en las naturalezas aisladas, podría concebir otro mediante el cual surgiera una vida mucho más sencilla, más depurada de pasiones que la actual, de forma que, aunque al principio siguieran teniendo fuerza los antiguos motivos del deseo violento en virtud de un hábito heredado, poco a poco se irían debilitando por la influencia purificadora del conocimiento. Finalmente, se viviría ante los hombres y ante uno mismo como en la
naturaleza
, sin alabanzas, reproches ni entusiasmos, recreándose, como en un espectáculo, con muchas cosas que hasta entonces sólo producían temor. Nos libraríamos del énfasis y no sentiríamos ya el aguijón de este pensamiento: que no somos sólo naturaleza o que somos más que naturaleza. Se requeriría, ciertamente, como he dicho, un buen temperamento, un alma segura, tierna y en el fondo feliz, una disposición que no tendría que prevenirse contra las sacudidas y los estallidos repentinos, y que en sus manifestaciones, no necesitaría adoptar ese tono gruñón y ese gesto hosco que, como sabemos, son propios de los odiosos caracteres de los perros viejos y de los hombres que han estado mucho tiempo encadenados. En cambio, un hombre liberado de los vínculos corrientes de la vida hasta el punto de no vivir ya más que para ir mejorando cada día, ha de renunciar sin envidia ni despecho a muchas cosas, incluso a casi todo lo que valoran los demás hombres; debe
hallarse satisfecho
, como la situación más deseable, de volar libremente y sin miedo por encima de los hombres, de las costumbres, de las leyes y de las valoraciones tradicionales de las cosas. Un sujeto tal se deleita comunicando el deleite que le procura esta situación, aunque puede
no tener
otra cosa que comunicar, lo que implica ciertamente más bien una privación, una renuncia. Pero si, pese a ello, se quiere algo más de él, nos remitirá con un benévolo movimiento de cabeza a su hermano, el hombre libre dedicado a la acción, sin ocultar quizás un poco de ironía, ya que esa «libertad» es algo muy singular.
35. Ventajas de la observación psicológica.
En los siglos anteriores se creía o se sabía que la observación de lo humano, o, para expresarle técnicamente, la observación psicológica, forma parte de los medios que permiten aliviar el peso de la vida; que el ejercicio de este arte proporciona presencia de ánimo en situaciones difíciles y distracción en medio de un ambiente aburrido; e incluso que en los terrenos más espinosos por ello un poco mejor. ¿Por qué, entonces, se ha olvidado todo esto en nuestro siglo, en que, en Alemania al menos e incluso en Europa, la pobreza de la observación psicológica se manifestaría en muchos síntomas si hubiese simplemente personas que los pudieran captar? No me refiero a la novela, al relato breve ni a la reflexión filosófica, ya que éstos son obra de hombres excepcionales; se aprecia ya en mayor grado en los juicios sobre los sucesos y los personajes públicos; pero donde falta principalmente el arte del análisis y del cálculo psicológico es en los ambientes sociales de todo tipo, en los que se habla mucho de los hombres, pero nada en absoluto del
hombre
. ¿Por qué se deja escapar el tema más rico e inofensivo de conversación? ¿Por qué no se lee ya a los grandes maestros de la sentencia psicológica? Porque, sin exageración alguna, es raro encontrar a un hombre culto que haya leído a La Rochefoucauld y a los que son similares a él en arte y en espíritu; y mucho más raro aún quien los conoce y no los desdeña. Sin embargo, es probable que hasta este lector excepcional encuentre en esto menos placer del que debiera procurarle la forma de estos artistas, porque ni el cerebro más sutil es capaz de apreciar lo bastante, la habilidad de aguzar el pensamiento en forma de sentencias, si no ha sido educado en este arte, si no lo ha practicado. Cuando no se tiene esta educación práctica, se considera esta invención y esta tarea más fácil de lo que es, no se capta con suficiente agudeza su mérito y su atractivo. Por tal motivo, los actuales lectores de sentencias sólo experimentan un placer insignificante, apenas suficiente para saborearlo, de forma que les sucede como a los frívolos aficionados a los camafeos: son personas que alaban porque no saben amar, prestas a admirar, pero más dispuestas aún a pasar por alto.
36. Objeción.
Frente a esta afirmación ¿habrá que poner en tela de Juicio que la observación psicológica forme parte de los medios que dan atractivo, salud y alivio a la vida? ¿Habrá que decir que nos hemos convencido de las enojosas consecuencias de este arte para apartar voluntariamente la mirada de quienes lo cultivan? Efectivamente: cierta fe ciega en la bondad de la naturaleza humana, un asco profundo hacia el análisis de los actos humanos, una especie de vergüenza frente a la idea de desnudar las almas, podrían ser en realidad cosas más deseables para la plena felicidad de hombre que esa cualidad, beneficiosa en determinados casos, de la penetración; y quizás la creencia en el bien, en los hombres y en los actos virtuosos, en una plenitud de bienestar impersonal en el mundo, ha hecho mejores a los hombres, en el sentido de menos desconfiados. Si imitamos con entusiasmo a los héroes de Plutarco y nos asquea escudriñar con espíritu de duda los móviles de sus actos, lo que se beneficie de esto no será la verdad, sino la buena marcha de la sociedad humana. El error psicológico y en general un conocimiento burdo de estas cuestiones, contribuyen al avance de la humanidad, mientras se va imponiendo cada vez más el conocimiento de la verdad a causa del poder estimulante de una hipótesis que La Rochefoucauld exponía así en la primera edición de
sus Sentencias y máximas morales
: «Lo que el hombre llama virtud, no es de ordinario más que un fantasma formado por nuestras pasiones al que se le da un nombre honorable para hacer impunemente lo que se quiere». La Rochefoucauld y los demás maestros franceses en el examen de almas (a quienes se ha añadido recientemente un alemán, el autor de
Observaciones psicológicas
), se asemejan a hábiles tiradores que dan siempre en el blanco, pero en el blanco de la naturaleza humana. Su arte suscita admiración, pero al final el espectador que no esté guiado por el espíritu científico sino por la filantropía, maldecirá un arte que parece inculcar en las almas de los hombres el gusto por la humillación y el menosprecio.
37. A pesar de todo.
Se diga lo que se diga a favor o en contra de esta cuestión, en la situación presente de la filosofía, se requiere un despertar de la observación psicológica. No se puede evitar a la humanidad el cruel espectáculo de la mesa de disección psicológica, con sus pinzas y bisturíes, porque éste es el terreno de la ciencia que investiga el origen y la historia de los llamados sentimientos morales y cuyo desarrollo implica el planteamiento y la solución de complicados problemas psicológicos: la antigua filosofía desconocía dichos problemas y evitó siempre investigar el origen y la historia de las valoraciones humanas aludiendo pretextos nimios; esto resulta hoy evidente, ya que ha podido comprobarse con múltiples ejemplos que los mayores errores de los filósofos suelen estar en su punto de partida, al explicar falsamente determinados actos y sentimientos humanos; lo mismo que sobre la base de un análisis equivocado de los llamados actos altruistas, por ejemplo, se funda una ética falsa, apelándose luego en virtud de ésta a la religión y a la mitología absurda, para acabar proyectando las sombras de esos oscuros fantasmas hasta en la física y en la concepción total del mundo. Pero sí se ha comprobado que la falta de profundidad en la observación psicológica ha tendido y tiende las trampas más peligrosas a los juicios y a los razonamientos humanos, lo que hoy se necesita es esa austera perseverancia en el trabajo que no se cansa nunca de amontonar piedra sobre piedra, guijarro sobre guijarro, esa valentía que permite no avergonzarse de una tarea tan modesta y enfrentarse a todo el desdén que pueda suscitar.
Hay, por último, una verdad más: un gran número de observaciones aisladas sobre lo humano y lo demasiado humano descubrieron y expusieron primero en esas áreas de la sociedad que están acostumbras a hacer toda clase de sacrificios, no en favor de la investigación científica, sino de un espiritual deseo de placer; y el perfume tan sumamente seductor de esta patria antigua de la sentencia moral, impregnó casi indisolublemente a todo el género, hasta el punto de que el científico muestra cierta desconfianza involuntaria hacia dicho género y hacia su auténtico valor. Ahora bien, basta apuntar las consecuencias, ya que desde ahora se empieza a ver qué resultados de naturaleza tan grave nacen en el terreno de la observación psicológica. Porque ¿qué es, en último término, el principio al que ha llegado uno de los pensadores más fríos y atrevidos, el autor del libro
Sobre el origen de los sentimientos morales
, merced a sus penetrantes y definitivos análisis de la conducta humana? «El hombre moral, dice, no está más cerca del mundo inteligible (metafísico) que el hombre físico». Esta proposición, que ha nacido dura y afilada, bajo los martillazos de la ciencia histórica, tal vez acabe cualquier día siendo el hacha que ataque la raíz de la «necesidad metafísica» del hombre. ¿Quién puede decir si ello será para bien o para mal del bienestar general? Pero en todo caso sigue siendo una proposición de gravísimas consecuencias, fecunda y terrible a la vez, que contempla el mundo con esa doble faz que tienen todas las grandes ciencias.
38. Hasta qué punto útil.
Por ello, aunque la cuestión de si la observación psicológica aporta más beneficio que perjuicio a los hombres quedará siempre sin respuesta, es claro que resulta necesaria, puesto que la ciencia no puede prescindir de ella. Ahora bien, la ciencia desconoce toda consideración sobre los fines últimos, como tampoco la conoce la naturaleza; pero lo mismo que ésta realizó por accidente y sin pretenderlo cosas sumamente oportunas, la verdadera ciencia, que es
la imitación en ideas de la naturaleza
, hará avanzar por accidente, y de varios modos, la utilidad y el bienestar de los hombres, y hallará los medios oportunos, aunque también
sin haberlo querido
.