que —condición bien rara en los de banca—
le ha salido más manso que un cordero,
y la opinión que tiene de allí arranca.
Pero, con el perdón de la escritora,
mi opinión es que es todo lo contrario:
no hay para una mujer más calvario
que un marido en la casa a toda hora.
Yo lo saco por mí, que como escribo
y no tengo otro sitio en dónde hacerlo,
me la paso en mi hogar por tal motivo
y en mi propia señora puedo verlo.
Ella, naturalmente, se lo calla,
pero, ¿podrá una esposa ser feliz
al lado de un señor que se amuralla
todo el día a exprimirse la cerviz
y que el derecho a hablar no le concede
porque cuando él se inspira nadie puede
ni siquiera sonarse la nariz?
Y ese soy yo que, haciendo sólo eso,
ya doy lata en exceso
¡conque como serán de fastidiosos
los que "toeros" llaman o "curiosos"
porque ejercen, a más del propio oficio,
muchos otros por vicio!...
Hay que ver lo que sufre la costilla
de un "curioso" cuando éste, por desgracia
de transformar se antoja, verbigracia,
una andadera vieja en una silla
o en una jaula una parrilla!
Cuando no la anodada
pidiéndole corotos
que no van a servirle para nada
y que están en los sitios más remotos,
por eso no saldrá mejor librada,
pues entonces la pone, en una orilla,
a que " le tenga" mientras él martilla...
Total: le ensucia el piso, le hace bulla,
de su quehacer doméstico la arranca
y de ñapa, si un dedo se malluga,
le forma la gran "tranca".
¿Se sentirá feliz una señora
con semejante guama a toda hora?
Lo que la autora inglesa, pues, revela
no va con Venezuela:
Aquí para que el hombre preferido
sea él que está en su hogar siempre metido
sólo falta un detalle:
que las mujeres vivan en la calle.
Un reputado especialista inglés,
según contaba la Associated Press
el otro día
acaba de escribir algo que es
lo último en cuestión de alopecía:
un estudio realmente macanudo
con relación al cuero cabelludo.
"El calvo ante la ciencia"
se titula el estudio en referencia,
y en él dice el calvólogo eminente
que desgraciadamente,
es hoy día un problema la calvicie,
del que sólo se ve la superficie
Dicho lo cual, de lleno se introduce
en la investigación de si el sombrero
nos preserva de un mal tan traicionero
o si, por el contrario, lo produce.
Y examinando el punto,
concluye que el sombrero, en la calvicie,
no es un factor que dañe o beneficie:
el sombrero es neutral en este asunto.
Y yo, que no soy ducho en la cuestión,
siempre he sido también de esa opinión:
Si la calvicie fue ocasionada
por el sinsombrerismo,
¿cómo explicarla en tantos que, aquí mismo,
no aflojan el sombrero para nada?
Y, al contrario, hay personas
que, sin usar sombreros ni cachuchas,
han llegado a quedarse tan pelones
como usando esas cosas otras muchas.
Moraleja
Si es fatal que dejemos el pelero
lo dejaremos con o sin sombrero.
Los prelados que asisten al Concilio
que en la patria de Horacio y de Virgilio
se celebra actualmente,
en una discusión se han enfrascado
de la que todo el mundo está pendiente
por el curioso giro que ha tomado.
El Cardenal de Chile, Silva Henríquez,
que es el que la polémica plantea,
unas palabras dijo en la asamblea
que han debido sonar como repiques.
Pues ha puesto de bulto
que el culto que hoy practica el pueblo inculto
por la Virgen María,
poco a poco ha dejado de ser culto
y se ha ido volviendo idolatría.
El Cardenal sostiene
que lo que hoy a la Virgen se le tiene
es una adoración desmesurada
y excesiva en vulgares oropeles,
que en vez de agradecida con sus fieles
debe ya tenerla fastidiada,
sobre todo en América Latina
donde es entre los fieles la rutina
"pegarse a la Virgen" para todo:
desde el que de casarse busca modo
hasta el que se le pierde una gallina.
Y lo peor del cuento
—añade el Cardenal en su homilía—
es que este culto ciego por María
va del de Jesucristo en detrimento,
pues mientras a la Virgen le dan todo:
dádivas, rogativas, procesiones,
al pobre Jesucristo —¡que riñones!—
lo suelen arreglar de cualquier modo.
Dicen que en Los Teques
estrenado ha sido
de carros mortuorios
un nuevo servicio,
que está dando el palo
como aquí decimos.
Pues para deleite
de grandes y chicos,
son unas carrozas
que por el camino
cuando al muerto lo llevan
van tocando discos.
Asistir a entierros
es siempre un fastidio,
y si es en Los Teques
ya es casi un martirio:
con aquellas calles
que son unos riscos
donde las bajadas
parecen abismos
y en las que subiendo
se cansa hasta el chivo,
nunca en los entierros
falta algún cretino
que pida que sea
llevado el occiso
"por dos o tres cuadras"
en hombros de amigos.
Y entonces, señores,
comienza el suplicio:
—¡los carros vacíos!—
y atrás los zoquetes
haciendo alpinismo,
pujando si suben,
si bajan, lo mismo:
los buenos del grupo
llevando al occiso,
y el resto a los lados
cargando barbisios!
Y es lo peor del caso
que a medio camino,
cuando al fin resuelven
usar los vehículos,
los que cogen carro
son siempre los vivos
y en tierra se quedan
como veinticinco
esperando el clásico
"¡Pero vente, chico!"...
Por eso en Los Teques
— ¡un pueblo tan pío!—
al mejor entierro
no van más de cinco,
y eso si se trata
de un difunto rico;
que si el muerto es pobre
con viuda y con hijos,
¡lo que es a ese entierro
no va sino él mismo!
Pues bien: estudiados
todos los motivos
de la resistencia
de los mirandinos
a asistir a entierros
y a cargar occisos,
una funeraria
de mucho prestigio
resolvió curarles
el paterrolismo
e inventó el sistema
de entierro con discos.
¡Entierros sonoros!
¡Muerto con sonido!
¿Quién no va a un entierro
con ese atractivo?
¿Ni quién va a cansarse
llevando un occiso
a paso de "subi",
o a paso de Billo,
o si es "Micaela"
quien abre el camino?
Así sí ha quedado
resuelto el conflicto;
el todo es que el muerto
tenga buenos discos.
Pues teniendo un mambo
como el mambo Cinco
o un porro tan bueno
como "El Huerfanito",
¿Quién no va a un entierro
por pegarle al ritmo?.
Un modisto parisino
lanzó el anuncio anteayer
de que el busto femenino
tiende a desaparecer.
Las mujeres del mañana
—dice el modisto agorero —
tendrán la pechera plana
como cualquier caballero.
Y añade que las muchachas
que habrá en el año dos mil
serán muchachas más
machas
que cualquier jefe civil:
Recia voz, cara amarrada,
su "mula" en el pantalón
y un puño al que no hay quijada
que le aguante un pescozón.
Con esas damas sin busto
y empaque tan varonil,
¡qué mundo tan de mal gusto
será el del año dos mil!
Menos mal, caro lector,
que para ese año bendito
ya no queda ni el polvito
de un seguro servidor.
La ciudad colombiana de Pamplona,
según informa el cable, teatro ha sido
de un suceso bastante divertido
por culpa de una niña mordelona.
José Enrique Marval,
comerciante de aquella capital,
venía hace algún tiempo enamorando
a cierta joven de apellido Ocando,
con la que proyectaba, Dios mediante,
casarse el año entrante.
Mientras no era Marval
lo que llaman aquí "novio oficial",
jamás pudo pasar de la ventana
para hablar con su linda colombiana.
Pero pedida ya la señorita
—la costumbre es la misma en todas partes—
le fijaron sus días de visita:
los martes, los domingos y... los martes.
¡No sabía Marval que aquel momento
era el principio de su actual tormento!
Pues en la casa habita
una linda niñita
cuyo fiero carácter no hay quien frene,
y además del carácter, también tiene
la maña de morder desde chiquita.
Con menos de siete años
ya es el terror de propios y de extraños;
mas su especialidad son las visitas:
sin duda le resultan exquisitas.
Visitante que llega
puede dar por seguro
que ella lo velará como un zamuro
y que, al primer descuido, se le pega.
Imaginad la furia de Marval
una noche que, estando de visita,
se le fue por detrás la muchachita
y lo mordió en la zona intercostal.
Marval no dijo nada,
pero al siguiente día
hizo lo que después le costaría
el romántico afecto de su amada
y un tiempo prudencial de policía:
Se habló con un dentista de mercado,
esperaron la próxima visita,
y, después de sacarla a despoblado,
¡dejaron sin un diente a la niñita!
Es una costumbre
muy venezolana
el que a las personas
que nos son simpáticas
les pongamos nombres
que, en vez de encumbrarlas,
al contrario tienden
a animalizarlas.
Viejo, mozo o niño,
caballero o dama,
basta que un sujeto
en gracias nos caiga
para que en seguida
pongámosle un alias :
un curioso nombre
que, según su facha
será el de una fiera
o el de una alimaña
o el de alguna bestia
de leche o de carga.
Y lo mas curioso,
la cosa más rara
es que los que llevan
sobre si esas
chapas
—tal vez porque entienden
que cariño entrañan—
en vez de ofenderse
las encuentran gratas.
Incluso hay algunos
que cuando los llaman
a nadie le atienden
sino es por el alias
¿Ejemplos? Hay muchos:
hay toda una fauna
y el mejor de todos
dentro de Caracas
es Julio Martínez
alias "Carevaca",
el que si de Julio
la gente lo trata
se pone furioso
e incluso se agarra.
(Y esto no es tan sólo
con los de su barra:
que hasta su señora
cuando al bar lo llama,
decirle no puede
sino "Carevaca",
porque de no hacerlo
Julio la regaña.)
Yo de esta costumbre
tan venezolana
de usar entre gentes
zoológicos alias,
mil cosas he dicho
en prosa o rimadas,
todas con su elogio;
en su contra, nada.
¡Ay! Pero sucede
—que broma, caramba—
que la tal costumbre
—tan venezolana—
de ver a las gentes
animalizadas,
en serio esta siendo
por muchos tomada
y de la teoría
pasando a la practica.
Es raro el domingo
en que por su causa
no ocurre en los montes
alguna desgracia
Y es siempre lo mismo:
dos tipos que cazan
de los cuales uno
al otro despacha
porque lo confunde
con picure o lapa.
¡Qué muerte tan triste!
¡Qué muerte tan mala!
Que a un hombre correcto,
de bien, de su casa,
lo maten de un tiro
creyéndolo lapa!
Y estos tienen suerte
si se les compara
con los que, ante el otro,
por chigüires pasan.
Yo no sé qué haría
si alguien me matara
creyéndome zorro
o acure, o iguana.
Porque muerto es muerto,
pero así.... ¡Caramba!
Morir de ese modo
es doble desgracia:
primero, ¡que muerte!
y luego ¡que chapa!
Si tanto se ríe
la gente a distancia
cuando aquí se entera
de alguno a quien "cazan",
¡cómo será eso
del muerto en la casa,
entre las personas
que al velorio vayan!...
(Los grupos furtivos,
las risas taimadas,
los "callate, chico
que hay viene fulana",
los tipos que evitan
mirarse las caras
los tercios que tosen
y no escupen nada...)
No, no, ¡La pistola!
Lo que es esa maña
de aplicar en gentes
nombres de alimañas,
puede ser muy criolla,
muy venezolana,
pero por su culpa,
por su sola causa,