Podía hacerlo, podía dar la orden. Ni siquiera tenía que preocuparse por un consejo de guerra, y mucho menos por un juicio. Esto era el campo de batalla. Como comandante de la flota podía ordenar un juicio sumarísimo. ¿Quién podía tratar de detenerlo aquí y ahora? Y cuando llevara de vuelta a esta flota a la Alianza sana y salva, ¿quién iba a poner en duda ninguno de sus actos? ¿Quién iba a cuestionar sus decisiones cuando él y solo él había llevado a la flota de vuelta a casa? Nadie en la Alianza se atrevería.
Podía hacer que le pegaran un tiro a Numos. Y a Faresa. Quizá también a Kerestes, aunque el hombre no parecía valer ni una bala. Nadie podía detenerlo. Numos tendría lo que se merecía. Se haría justicia y se haría rápido, y al cuerno con las sutilezas legales.
Era tentador porque parecía de lo más correcto y porque era lo que su ira quería que hiciera.
Geary respiró lenta y profundamente.
De modo que esto sería vivir como
Black Jack
Geary. Hacer lo que quiera. Crear mis propias reglas. Soy un héroe. El héroe de la Alianza. El héroe de esta flota. Y tengo tantas ganas de que Numos y Faresa paguen…
¿Tantas ganas como para llegar a usar la clase de poder que juré que nunca ejercería? ¿Tantas como para actuar igual que un general síndico? ¿Tantas como para convertirme en el hombre que Victoria Rione creía que era? ¿Es eso a lo que se reducen todos los sermones que les he dado a estas gentes acerca de lo que es honorable? ¿A acabar por romper las normas porque puedo cuando el motivo me parece lo suficientemente válido? Por lo menos Falco creía verdaderamente que podía saltarse las normas porque era especial y el único que podía salvar a la Alianza. Yo ni siquiera tendría esa excusa. Estaría haciéndolo porque otros piensan que soy especial cuando ni siquiera yo me lo creo.
Miró al otro extremo de la mesa, adonde Rione estaba sentada. Lo estaba observando con el rostro vacío de expresión, pero sus ojos se clavaban en él como una batería de lanzas infernales. Ella sabía lo que estaba pensando, sabía lo que estaba sintiendo.
Geary no miró a Numos, no estaba seguro de poder abstenerse de dar una orden de ejecución si seguía contemplando el repugnante orgullo de Numos.
—No lo haré. Hay que tratar este asunto conforme a la letra y el espíritu de las normas de la flota. Se presentarán cargos. Si hay ocasión, se llevarán a cabo consejos de guerra antes de que regresemos al espacio de la Alianza. Si no, se les entregará a las autoridades de la Alianza con un pliego de cargos firmado por mí.
—Exigimos que se nos libere —insistió Faresa—. Esta detención ilegal carece de base.
—No tiente a la suerte —advirtió Geary al tiempo que caía en la cuenta de que tanto Numos como Faresa probablemente obtendrían una última satisfacción si conseguían que comprometiera sus principios al hacer que los ejecutaran.
Eso no lo vais a conseguir. No os voy a dar ese gusto. Hoy no. Todos los días me levantaré y me iré a acostar sabiendo que podría hacerles pagar por ello. Que mis antepasados me ayuden a no caer en la tentación de clamar venganza sobre estos dos y ese idiota de Kerestes.
—Sus manos están manchadas con la sangre de la Alianza —los acusó Geary—. Si tuvieran honor, renunciarían a su mando avergonzados. Si tuvieran coraje, se habrían quedado y habrían dejado que la
Triunfante
escapara.
Ahora estaba usando su poder para intimidarlos, mientras tenían detrás a los guardias de la Marina y no tenían más remedio que aguantar. El abuso de poder era algo condenadamente fácil. Con un llamamiento a los marines que custodiaban a Numos, Faresa y Kerestes, Geary los hizo retirarse del circuito de la reunión.
Entonces se tomó un instante para pasarse la mano por el pelo, con la mirada clavada en la superficie de la mesa y procurando que su rabia se diluyera. Al levantar de nuevo la vista para mirar a sus oficiales, Geary habló con lo que él pensaba sería un tono de voz calmo.
—Tardaremos un poco en evacuar la
Invencible
como es debido. Su tripulación se ha comportado de un modo extraordinario. La
Invencible
y su tripulación recibirán una mención de la flota por su valiente acción antes de que la tripulación sea evacuada y la nave abandonada. Después volaremos los restos para evitar que caiga en manos enemigas. Lamento profundamente la pérdida de esta nave, así como la de las otras naves que se han perdido recientemente. Quiero que estemos preparados para abandonar este sistema estelar mañana, dependiendo de la disponibilidad de la
Guerrera,
la
Majestuosa,
la
Orión
y las unidades ligeras que han resultado damnificadas en el momento de emprender el salto. Me gustaría que se me informase de cualquier problema en cualquiera de esas naves que nos impida marcharnos. Nuestro objetivo será Tavika. ¿Alguna pregunta?
Una comandante con el rostro angustiado habló con calma.
—¿Cuáles son sus intenciones respecto a los oficiales al mando de las otras naves que acompañaron al capitán Falco, señor?
Geary observó a la mujer. La comandante Gaes, del
Lorica,
uno de los cruceros pesados que habían sobrevivido. Su nave había permanecido junto a la
Invencible
mientras la nave renqueaba para ponerse a salvo.
—¿Usted qué cree que debo hacer?
La mujer abrió y cerró la boca un par de veces antes de lograr responder:
—Hacernos responsables de nuestras acciones, señor.
—¿Cómo de terrible fue lo de Vidha? —preguntó Geary.
La comandante Gaes se mordió el labio y apartó la mirada un instante.
—Fue espantoso. La superioridad fue arrolladora. Ya habíamos perdido dos cruceros ligeros y un destructor en un punto de salto minado de camino a Vidha. En cuanto llegamos allí, perdimos cuatro naves más por minas justo en el punto de salto, y la
Polaris
sufrió tantos daños que no pudo seguir operativa. Los síndicos estaban haciendo barridos. Nosotros solicitábamos órdenes, pero no llegaban. La
Triunfante
nos dijo que huyéramos mientras ellos ejercían de escolta; de no ser así, ninguno de nosotros habría logrado salir de allí. —Calló por un instante—. Mi segundo de a bordo está listo para asumir el mando de mi nave.
Gaes no era menos culpable que Numos, probablemente, pero tenía la valentía de aceptar las consecuencias. Y se había quedado con la
Invencible,
haciendo todo lo que estaba en la mano de un crucero pesado dañado para proteger a su nave hermana averiada.
—Aún no —respondió Geary—. Ha cometido un grave error, al igual que los comandantes de las demás escoltas. A diferencia de ciertos capitanes de la flota, está dispuesta a admitirlo y a asumir la responsabilidad por sus acciones. Asimismo, ha tenido el coraje y el honor de permanecer junto a la
Invencible.
No lo paso por alto. Por esa razón, estoy dispuesto a darle otra oportunidad. ¿Se mantendrá fiel a esta flota a partir de ahora, comandante Gaes?
Ella asintió.
—Sí, señor.
—Entonces demuéstrenme lo buenos comandantes que pueden ser usted y los demás. No voy a mentir y decir que no estaré más pendiente de ustedes que del resto. ¿Podrán vivir con eso?
Gaes le devolvió la mirada a Geary, con una expresión de angustia todavía pintada en el rostro.
—Voy a tener que vivir con los recuerdos de Vidha, señor.
—Cierto. Espero que eso los convierta a usted y a los demás en mejores oficiales. Si usted o alguno de los otros se sienten incapaces de asumir la responsabilidad del mando, comuníquenmelo. En caso contrario, siga sus órdenes, comandante Gaes.
Ella asintió.
—Lo haré.
—Entonces, los veré a todos en Tavika.
Geary esperó hasta que las imágenes de todos los oficiales se desvanecieron velozmente. La imagen de Rione desapareció tan rápido como las de los demás. Desjani, sacudiendo la cabeza y mirando a Geary con complicidad, salió con una breve disculpa acerca de las funciones a las que tenía que atender.
En poco rato, solo quedó la imagen del capitán Duellos.
—Nunca he sido un gran fan del capitán Falco, pero es triste de ver, ¿no cree?
Geary asintió.
—¿Cómo se le hace justicia a un hombre que ha dejado de vivir en este mundo?
—Quizá los médicos de la flota consigan curar su enfermedad.
—¿Curarlo para que podamos procesarlo? ¿Curarlo para que él pueda emplear sus aptitudes para desafiar otra vez al mando de la flota? —Geary sonrió con tristeza—. ¿O curarlo para que se dé cuenta de lo que les ha hecho a las naves y a las tripulaciones que lo siguieron? Eso sería una forma de venganza, ¿no? ¿Reconocería y aceptaría Falco algún día su culpa? ¿O lo racionalizaría todo para sacudírselo de encima?
—No voy a fingir que sé lo que sería justo en un caso como este —señaló Duellos—. Pero el capitán Falco ha estado viviendo en un universo centrado en sí mismo durante mucho tiempo. Y con algún tipo de devoción hacia la Alianza también, por descontado, pero, en la mente de Falco, él y la Alianza son una misma cosa. No creo que vaya a ser capaz de comprender su papel en la pérdida de esas naves.
—¿Y qué me dice de los demás? —inquirió Geary.
—Despreciables, ¿verdad? —advirtió Duellos con una amarga expresión en el rostro—. Tal vez ese pequeño número que han montado intentando eludir toda responsabilidad por sus actos elimine los remanentes de su apoyo. Pero quizá no. Algunos encuentran el modo de sortear cualquier obstáculo. Creo que ha manejado bien a Kerestes, Numos y Faresa, pero en lo que respecta a los comandantes de los buques de guerra ligeros, debería saber que no todos parecen haber aprendido la lección como lo ha hecho la comandante Gaes.
—Lo sé. Estaré pendiente de ellos. Es solo que odio despedir comandantes en masa. Eso es más propio de los síndicos.
—A veces es necesario. —Duellos hizo una pausa y miró a Geary con gesto inquisitivo—. Pero me imagino que pecó de compasivo después de estar a punto de pecar de vengativo.
Geary trató de mantener a raya un dolor de cabeza.
—¿Lo notó?
—Lo noté. No sé cuántos más lo habrán hecho. En ese punto, decididamente tomó la decisión acertada. También le digo que por un momento hasta estuve preparado para ofrecerme voluntario para formar parte del pelotón de fusilamiento de Numos y Faresa.
—Gracias. —Geary observó el visualizador del sistema que seguía flotando por encima de la mesa—. ¿Cómo es que la gente como el comandante y la tripulación de la
Terrible
muere, mientras que gente como Numos y Faresa sobrevive?
—Me temo que la respuesta a esa pregunta escapa a mi conocimiento —confesó Duellos—. Lo que sí sé es que esta noche voy a hablar con mis antepasados sobre ese tema.
—Yo también. Que ellos nos otorguen la sabiduría que necesitamos.
—Y el consuelo. Si empieza a concentrarse demasiado en los que murieron allí, capitán Geary, recuerde a los tripulantes que han sobrevivido a esta batalla y en los que escaparon del sistema interior síndico bajo su mando.
—Cree que eso lo compensará, ¿no es cierto? —afirmó Geary—. Pero no es así. Cada nave, cada tripulante que perdemos es un golpe.
—Y, sin embargo, es lo que tenemos que hacer. —Duellos saludó con un gesto y se fue.
Exactamente dieciséis horas más tarde, Geary contemplaba su visualizador mientras los restos a la deriva de la
Invencible
estallaban haciéndose añicos después de que su núcleo energético se sobrecargara. No habría trofeo para los síndicos, y al menos los miembros de la tripulación que habían sobrevivido habían sido transferidos a otras naves sanos y salvos; era, no obstante, un momento triste que evocaba el destino de la
Terrible.
—Aviso a todas las unidades, aceleren a cinco centésimas de la velocidad de la luz y adopten rumbo uno tres grados descendente, dos cero grados a babor a las cinco uno.
Era la hora de dirigirse al punto de salto de Tavika, la hora de despedirse de Ilión.
Tenía que dejarse ver por la nave, hacerle saber a la tripulación que agradecía sus esfuerzos y que se preocupaba por ellos, aun cuando su bienestar era principalmente responsabilidad de la capitana Desjani. Geary recorrió los pasillos lentamente, intercambiando breves felicitaciones, deteniéndose de vez en cuando para entablar pequeñas conversaciones con tripulantes que parecían atreverse a creer en serio que conseguirían llegar a casa. Su fe en él seguía siendo desconcertante, pero, por lo menos, para Geary era un consuelo saber que mientras él había cometido un buen número de errores, también era cierto que los había llevado muy lejos haciendo frente a una serie de obstáculos muy serios.
Escuchó unas voces débiles, pero que parecían muy exaltadas. Geary dobló la esquina y vio a la capitana Desjani y a la copresidenta Rione frente a frente en medio de un pasillo desierto, con una expresión intensa en sus rostros. En cuanto él apareció, ambas guardaron silencio.
—¿Ocurre algo?
—No, señor —replicó Desjani tajante—. Un asunto personal. Con su permiso, señor.
Ejecutó un saludo preciso y se alejó apresuradamente.
Geary miró ahora a Rione, cuyos ojos entornados se habían clavado en la espalda de Desjani.
—¿Qué sucede?
Rione lo miró con una expresión más suave y ocultando cualquier emoción.
—Ya ha oído a su oficial, capitán Geary. Un asunto personal.
—Si tiene algo que ver conmigo…
—No pensará que nos estábamos peleando por usted, ¿verdad, capitán Geary? —preguntó Rione con sorna.
Geary sintió que se estaba irritando.
—No. Pero tengo el derecho y la responsabilidad de saber si existe alguna hostilidad entre la capitana Desjani y tú.
Rione tenía otra vez esa mirada fría en el rostro que no delataba ningún sentimiento.
—Oh, no, capitán Geary. La capitana Desjani y yo tenemos una relación inmejorable.
Lo dijo de un modo que sonó a mentira, y él sabía que Rione lo había hecho a propósito. No obstante, Geary no consiguió imaginar por qué motivo.
Trató de controlarse.
—Victoria…
Ella alzó una mano para adelantarse a él.
—La copresidenta Rione no tiene nada más que añadir sobre este asunto. Si no está dispuesto a dejar las cosas como están, tendrá que interrogar a su capitana. Buenos días, capitán Geary.
Rione dio media vuelta y se alejó con una rigidez en sus movimientos que delataba su enfado, y que Geary pudo identificar gracias al tiempo que habían pasado juntos.