—¡Informe sobre daños!
—Impactos menores en el casco. Todos los sistemas operativos —anunció aturdido uno de los consultores.
También Geary tuvo que controlarse, forzándose a apartar la vista de la tumba de la
Terrible
y evaluar la situación global. La parte de la formación síndica con la que se había topado la flota de la Alianza había contado con ocho acorazados síndicos y dos cruceros de batalla. Tres de los acorazados seguían en pie, pero todos habían sufrido daños. Los cruceros ligeros síndicos y las naves de caza asesinas que había a su alrededor habían sido arrasados y ya solo unos pocos cruceros pesados acompañaban a los acorazados que habían sobrevivido. Tomó una profunda bocanada de aire centrándose en la mitad delantera de la fuerza síndica, que había virado bruscamente a babor y se alejaba acelerando hacia el punto de salto, hacia Tavika. Obviamente no tenían intención de luchar si tenían la posibilidad de escapar.
—A todas las unidades, alteren rumbo uno dos cero grados a la derecha y uno cero grados en sentido descendente, y aceleren a cinco centésimas de la velocidad de la luz a las dos punto nueve.
La enorme taza volvió a virar y se dio la vuelta para encarar a los síndicos que emprendían la huida.
—No los alcanzaremos —gruñó Desjani.
—Sí que lo haremos. —Geary señaló al destacamento especial Furiosa, que atacaba a los síndicos desde arriba y por un lateral. La maniobra síndica, tan necesaria para llegar al punto de salto, había orientado su fuerza contra la formación de Crésida y dio pie a trazar una línea de interceptación de los elementos síndicos a la cabeza.
Desjani, más que sonreír, enseñó los dientes cuando la
Furiosa
y las naves que la acompañaban atajaron por la vanguardia de la formación síndica, concentrando sus disparos en los buques más ligeros y despojando a los acorazados restantes de sus escoltas. Buceando por debajo de la formación síndica, con ventaja en términos de velocidad, la
Furiosa
dirigió a la formación en dirección ascendente para golpear a los síndicos por debajo. Otro acorazado síndico se descolgó de la formación dando bandazos, sacudido por explosiones secundarias.
Geary estudió la situación, evaluando la geometría de la batalla y tomando una decisión mientras contemplaba los tres acorazados afectados que habían sobrevivido a la primera pasada de la Alianza y se habían quedado muy rezagados respecto al resto de la formación síndica.
—Segunda división de acorazados, quedan liberados de las tareas de escolta para las naves auxiliares. Intercepten y destruyan los tres acorazados síndicos a la cola de su formación.
Debido a la distancia, la respuesta tardó casi un minuto en llegar, pero compensó la espera con su entusiasmo.
—Segunda división de acorazados, ¡sí, señor! Estamos de camino.
Geary echó otro vistazo a la castigada formación síndica, que seguía acelerando para intentar alejarse mientras el destacamento especial Furiosa volvía a pasar en repetidas ocasiones, curvándose arriba y abajo y de lado a lado, para seguir atacando el frente síndico, cuya velocidad iba decayendo a medida que las naves indemnes reducían para permanecer junto a sus hermanas más afectadas. Pero Geary vio claramente como las frecuentes pasadas iban desgastando los escudos de las naves que configuraban el destacamento especial Furiosa.
—Aviso a todas las unidades, aceleren hasta las dieciocho centésimas de la velocidad de la luz.
Sin embargo, tal vez eso no fuera suficiente. Hizo una pausa; odiaba tener que dar la siguiente orden, pero no veía más alternativa.
—A todas las unidades, persecución general. Cojan a esos síndicos antes de que consigan escapar. Tenemos que detener a esos acorazados.
Geary lo había visto con anterioridad, pero seguía asombrándose con lo rápido que se podía disolver una formación cuidadosamente organizada cuando desataba a sus naves. Un enjambre de destructores y de cruceros ligeros saltaron a la máxima aceleración. De uno en uno no tendrían ninguna oportunidad de disparar contra un acorazado, pero en grupo, eran más de lo que el escudo de un acorazado sencillo podía soportar. Y una vez dañados los sistemas de propulsión de los acorazados síndicos, su velocidad se vería mermada lo suficiente como para que los cruceros de batalla de la Alianza en primer lugar, y sus acorazados más tarde, pudieran alcanzarlos, y eso sellaría su destino.
—Destacamento especial Furiosa, concéntrese en aminorar la velocidad de los acorazados supervivientes.
Técnicamente, la formación síndica seguía existiendo, pero se había ido extendiendo a medida que los disparos de la Alianza la fueron mermando. El único crucero de batalla que quedaba se había puesto por delante de las demás naves, pero eso significaba que estaba demasiado lejos para que los acorazados soportaran el nuevo paso del destacamento especial Furiosa desencadenando una tormenta de lanzas infernales a popa y destruyendo la mayoría de sus principales sistemas de propulsión.
Cuando el crucero de batalla empezó a quedarse atrás, las escoltas de la Alianza entraron en el radio de alcance de los acorazados síndicos atrasados y empezaron a lanzar contra sus popas todas las armas que tenían. En diez minutos esos acorazados habían perdido la propulsión suficiente como para comenzar a perder terreno, y sus propias lanzas infernales destellaban impotentes contra la masa de fuerzas ligeras de la Alianza que pasaban a su lado.
Las naves de la Alianza que iban en su persecución barrieron implacables la retaguardia síndica, algunos de cuyos destructores y cruceros ligeros se alejaban tambaleándose por los daños sufridos, mientras que el resto arremetía contra las naves una tras otra a modo de respuesta. La
Falcata
se acercó demasiado, o tuvo mala suerte, y recibió una serie de disparos que la redujeron a escombros.
—Cruceros pesados, eviten el acorazado y tráiganme a ese crucero de batalla —ordenó Geary. No quería perder ningún crucero pesado en una reyerta descompensada con unos acorazados que seguían entrañando peligro. Con una obediencia que Geary nunca habría podido esperar unos meses atrás, los cruceros pesados esquivaron a los acorazados síndicos y se concentraron en la interceptación del crucero de batalla, que seguía siendo lo bastante peligroso como para mantener alejados a los destructores de la Alianza y a los cruceros ligeros.
El
Impávido,
el
Resuelto,
el
Temible
y el
Vengativo
descendieron en un leve ángulo en dirección al acorazado síndico más atrasado. Este descargó una ráfaga de misiles, metralla y lanzas infernales contra el
Impávido,
pero los cuatro acorazados de la Alianza siguieron acercándose, manteniendo el alto el fuego hasta que estuvieron lo bastante cerca para que sus propias lanzas infernales alcanzaran los escudos síndicos. Los escudos de popa, sólidamente reforzados, aguantaron hasta que el
Impávido
estuvo a la distancia adecuada para golpear igualmente el escudo lateral.
Con los escudos destruidos, el acorazado síndico fue acribillado por el fuego de lanzas infernales de corto alcance mientras la mayoría de sus armas caían silenciosamente y la pantalla de Geary registraba el desplome de la mayor parte de sus sistemas. El
Impávido
disparó una carga de campo nulo que provocó un gran agujero en el acorazado que lo destripó en parte. El acorazado empezó a escupir cápsulas de supervivencia, que se fueron desperdigando primero de dos en dos y de tres en tres, y después en masa. Para cuando el
Intrépido
y sus hermanas pasaron a su lado con un estruendo, de la nave destrozada solo salió una cápsula descolgada.
—Remátenlo —ordenó Desjani tranquilamente.
Las lanzas infernales del
Intrépido
cayeron sobre toda la superficie del acorazado síndico agujereando y destruyendo cualquier sistema operativo. Para cuando le llegó el turno al
Arrojado,
la nave síndica estaba definitivamente acabada.
La
Osada
del capitán Duellos, junto con la
Formidable,
la
Atrevida
y la
Afamada
se abalanzaron contra otro acorazado dañado y lo arrasaron de tal modo que la sección trasera quedó desgajada, dejando las dos partes trastabillándose a lo largo de su anterior trayectoria.
El último crucero de batalla síndico, con sus últimos sistemas de propulsión fuera de combate, empezó a escupir cápsulas de salvamento, pese a que muchas de sus armas seguían operativas. Geary sospechó que las habrían programado para disparar de forma automática, lo cual valía para mantener alerta a los atacantes, pero sin seleccionar objetivos ni concentrar el fuego de la misma forma en que lo harían las armas controladas por seres humanos. Bajo el fuego de cada vez más cruceros pesados, los escudos de los cruceros de batalla fallaban y recibían un impacto tras otro, hasta que las últimas armas cayeron en el silencio, mucho después de que saliera la última cápsula de salvamento.
Geary tardó un rato en comprobar que la segunda división de acorazados se estaba aproximando a los tres acorazados síndicos dañados. Para su sorpresa, uno de esos acorazados síndicos también había empezado ya a lanzar sus cápsulas de salvamento.
—¿Qué ha sido de lo de «luchar hasta la muerte»? —comentó Desjani.
—¿Qué sentido tendría? —preguntó Rione—. Saben que están condenados.
—Hay que seguir luchando —insistió Desjani con los ojos clavados en el acorazado síndico contra el que seguía arremetiendo el
Intrépido.
—¿Por qué? —quiso saber Rione.
Desjani miró con desesperación a Geary, que entendía lo que quería decir. ¿Cómo explicar tan extraña lógica? Que a veces había que librar una batalla perdida por razones que podían parecer absurdas, por razones que no tenían nada que ver con la esperanza del triunfo.
—Simplemente lo haces —le dijo a Rione en voz baja—. Si no entiendes el porqué, no hay forma de explicarlo.
—Entiendo el combate cuando hay una posibilidad, pero cuando no hay esperanzas…
—Algunas veces ganas incluso cuando parece que no hay esperanzas. A veces pierdes en un sitio, pero provocas algo que aporta algo en otro lugar, como dejar al enemigo lo suficientemente tocado mientras te mata, o mantenerlo ocupado durante un lapso de tiempo crítico. Te lo he dicho, no se puede explicar. Simplemente lo haces.
—Como tú —afirmó Rione mirando a Geary—. Hace un siglo.
—Sí.
Geary apartó la vista, no quería recordar aquella batalla desesperada. Era él quien se había enfrentado a una fuerza muy superior aquel día. Sabía que tenía una oportunidad de retrasar el ataque por sorpresa de los síndicos sobre el convoy al que estaba protegiendo. Esperaba que el convoy pudiera escapar, esperaba que los otros buques de guerra que lo acompañaban también pudieran salir indemnes. Pero no tenía ninguna esperanza de que su propia nave fuera a salir de esa, pese a haberse convencido a sí mismo de que tenía una posibilidad. Había intentado recordar cómo se había sentido, la parálisis interior que le había permitido seguir adelante mientras su nave se caía a pedazos, mientras los miembros de su tripulación que seguían con vida escapaban. Pero ahora era casi todo un simple borrón, fragmentos de recuerdos en los que su nave se desmoronaba a su alrededor, en los que las últimas armas dejaban de disparar y él había programado la autodestrucción del núcleo energético; recuerdos en los que corría a toda velocidad por pasillos, que se habían vuelto desconocidos a causa de la destrucción, para llegar hasta una cápsula de salvamento que esperaba que no hubieran destrozado. Estaba allí, dañada, y sin más esperanza que esa ni más tiempo que perder, se metió dentro y eyectó.
Para viajar a la deriva durante cien años en una hibernación de supervivencia, con el faro de su cápsula estropeado, de modo que nadie lo encontró. No hasta que esta flota atravesó el mismo sistema estelar de camino al sistema interior síndico y lo descongeló.
En cierto modo, aquel día había muerto. Cuando se despertó, el John Geary que conocía había muerto y había sido reemplazado por la imagen inalcanzablemente noble y heroica de
Black Jack
Geary, el héroe legendario de la Alianza.
—Sí —repitió Geary—, algo así.
Rione lo miró a su vez, con una expresión en los ojos que Geary no pudo descifrar.
—Disparen metralla —ordenó Desjani cuando el
Intrépido
se cernía sobre otro acorazado síndico dañado a una velocidad relativa baja que le permitió llevar a cabo una descarga de fuego larga y lenta. La metralla provocó un baile de luces al impactar contra los escudos del acorazado. El
Arrojado
y el
Victorioso
atacaron desde arriba y desde abajo, colaborando con sus disparos a arrollar los escudos del acorazado. La nave síndica lanzó una ráfaga de lanzas infernales concentrada en el
Intrépido.
Geary vio como los escudos se iban debilitando, a pesar de que los sistemas defensivos del
Intrépido
desviaron automáticamente la energía de los lados de la nave libres de ataque. El crucero de batalla de la Alianza respondió con fuego y algunas de sus lanzas infernales se clavaron en la armadura del acorazado, causando estragos en el interior de la nave. El
Intrépido
y el
Arrojado
lanzaron disparos de campo nulo con los que evaporaron ciertas partes del acorazado. Con el
Victorioso
atacando a su vez, el acorazado, ya condenado, se vio superado y sin esperanzas. Sus armas dejaron una a una de disparar, el aire se iba escapando por los agujeros que había causado el fuego de la Alianza; los enormes cráteres abiertos por los campos nulos parecían mordiscos de un monstruo asombrosamente inmenso.
El
Intrépido
y sus hermanas hicieron una nueva pasada junto al acorazado, ya inerte, que empezó a expulsar cápsulas de salvamento mientras se tambaleaba desesperadamente, dejando escapar fragmentos que quedaban a la deriva por el espacio.
—Esto por la
Terrible
—musitó Desjani.
Geary volvió a comprobar la situación. La segunda división de acorazados había alcanzado a los dos acorazados síndicos que seguían tratando de huir y los estaba sometiendo a un metódico ataque que los estaba convirtiendo en chatarra, mientras que las unidades más ligeras de la Alianza que los acompañaban se aseguraban de que el acorazado síndico abandonado quedaba inservible. Únicamente el otro acorazado síndico seguía disparando y, ante la mirada de Geary, se estremeció bajo el fuego de media docena de buques de guerra de la Alianza.