Inquisición (69 page)

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Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

BOOK: Inquisición
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Durante un interminable segundo la manta se mantuvo en su nuevo equilibrio. Luego, muy gradualmente, el descenso del Valdur se convirtió en un deslizamiento, una especie de planeo a lo largo de una superficie cada vez más llana sobre la que fue frenando poco a poco. El brillo rojo desapareció por completo, invisible ya en el exterior de las ventanas. ¿Cuánto nos habríamos sumergido? No podía asegurarlo, pero debíamos de estar a mucha profundidad.

Se oyó una serie de ominosos rugidos: la misma nave que se estremecía y crujía. Debajo de nosotros se produjo otro estallido y sentimos el crepitar de las llamas a cierta distancia de la cubierta. Pero, más allá de eso, el Valdur estaba ahora súbitamente inmóvil tras el tronar de su precipitada inmersión. Por fin, después de haber sido sacudido durante tanto tiempo entre una u otra parte de la mesa, volvía a estar quieto sobre la alfombra. En mi cuerpo había una decena de heridas y cardenales muy bien distribuidos. Pero estaba vivo, y también Ravenna, aunque su respiración era muy irregular. Me apoyé en la mesa, que cedió de inmediato cuando sus muy retorcidas patas se quebraron por fin. Fue para mí un acto reflejo sostenerla e impulsarla hacia arriba, de modo que cayese de forma aparatosa sobre el suelo pero lejos de nosotros. Durante un instante me quedé allí, demasiado machacado para moverme; sólo giré la cabeza de Ravenna hacia un lado para que dejase de respirar el concentrado de vinos.

— ¿Palatina? —llamé y mi voz sonó muy tenue. No hubo respuesta— Palatina, ¿dónde estás?

— Aquí —dijo ella forzadamente desde alguna parte— Yo puedo salir, tú ocúpate de Ravenna.

Cuando la alejé de la mesa, intentando hallar un sitio que no estuviese lleno de cristales rotos ni astillas de madera, la cara de Ravenna me pareció muy pálida, incluso al brillo de las llamas que seguía habiendo en algún lugar de la cubierta. No encontré ningún sitio limpio y la apoyé con delicadeza tras retirar todos los cristales que pude. Ella seguía gritando de dolor.

Oí un sonido metálico a unos pocos metros y al levantar la mirada vi el rostro ensangrentado de Palatina salir de debajo de uno de los pocos sillones grandes que seguían en su sitio, cuya tapicería se había desprendido como una piel de serpiente. Palatina tenía el pelo revuelto y una herida profunda en la frente. Avanzó con mucha lentitud, como si cada movimiento le costase mucho esfuerzo. Intenté incorporarme para ayudarla, pero me tambaleé, y Palatina me esquivó antes de que cayese sobre ella.

— Puedo sola. ¿Cómo está Ravenna?

— Estoy aquí —dijo Ravenna con voz muy débil, moviendo apenas los labios. Luego cerró los ojos y volvió a abrirlos lentamente. Las llamas se reflejaban en sus pupilas— Sobreviviré.

— Te debemos una, Cathan —comentó Palatina mientras quitaba el pie de un montón de trozos de madera y cristal— ¡Hay cristales por todos lados y estamos descalzos! —Luego se sentó respirando con dificultad.

— Supongo que nuestros calzados se han ido de paseo solos —susurró Ravenna.

Más crujidos y el preocupante sonido de algo que se rompía en alguna parte del buque, un objeto hueco cayendo contra el metal cuyo repique produjo ecos en el espacio vacío. Los incendios a lo largo del pasillo parecían ganar terreno.

— No tenemos mucho tiempo —advertí mientras la cabeza me pesaba como si la recorriese una manada de toros. A cada movimiento que daba descubría un nuevo punto de dolor— Los reactores han de estar o inservibles o en muy mal estado, de modo que las únicas posibilidades son estrellarnos contra la costa de la Perdición o estallar.

— Muy optimista —repuso Palatina— Pero incluso si pudiésemos salir, una raya sería incapaz de soportar las corrientes. —Además están los demás, prisioneros de la guardia imperial— añadí— No habrán podido anticiparse a los impactos ni refugiarse como nosotros.

— Puede que hayan sobrevivido —dijo Palatina intentando en vano sonreír.

— El camarote de la guardia tendrá paredes sólidas; es probable que sólo se hayan visto revolcados por su interior. Quién sabe. Quizá si estaban encadenados lo hayan pasado mejor que nosotros. Puede que no hayan recibido siquiera tantos golpes como nosotros. —No podemos marcharnos sin ellos— afirmó Ravenna— Pero tampoco debemos permanecer atrapados aquí.

Las llamas consumían las paredes de madera delante de nosotros en uno de los camarotes del otro lado del pasillo. Bajo el fuego distinguí el cuerpo de uno de los guardias, con la cabeza doblada en un espantoso ángulo. Muerto, como lo estaría seguramente la mayoría de la tripulación. No podrían haber sobrevivido sin la protección de la mesa y el sillón.

— Tenemos que llegar hasta una de las rayas o alguna nave de emergencia —sugerí mientras me preguntaba cómo haría para ponerme de pie, y más aún, para caminar, en el estado en que estaba— ¿Creéis que existe alguna escalerilla en la popa?

Intenté señalar en esa dirección, pero los dedos de la mano izquierda estaban magullados y casi inmóviles, me dolían todos de forma indecible y varios hilos de sangre me recorrían la palma. De hecho, no llegué a señalar nada.

Lo más probable, reflexioné entonces, era que ninguno de los demás hubiese sobrevivido o, cuando menos, que nadie estaría en condiciones de moverse. Sólo guardaba la leve esperanza de que la guardia les hubiese servido de protección a algunos de ellos. Debía de haber cientos de personas en el Valdur antes del ataque. Incluyendo al emperador...

Dirigí la mirada hacia Palatina. Me sentía realmente horrorizado ante la perspectiva de la muerte de quien odiaba, y por primera vez me cuestioné el significado de lo sucedido.

— Lo han traicionado —afirmé sin creer mis propias palabras— Sarhaddon lo ha traicionado.

— Si es que Orosius está muerto —dijo Ravenna con voz queda— Si es así, entonces no ha recibido más que lo que se merecía. Recordé entonces las marcas blanquecinas que había visto en la imagen mental del cuerpo de ella, un reflejo de vida, sólo unos minutos antes de que se produjese el ataque del Dominio. > .

— ¿Qué es lo que hizo?— pregunté. Palatina desvió la mirada e intentó nuevamente ponerse de pie a fin de evitar responder mi interrogante.

— Ocultárselo a Cathan no servirá de nada —repuso Ravenna— Orosius empleó un látigo de éter. Sientes como si te quemaran. Jamás había sentido tanto dolor en mi vida. Pero ahora no hay tiempo para charlar. Por favor, ayúdame a incorporarme. Imaginé el cadáver retorcido y hecho pedazos del emperador yaciendo en la oscuridad del puente de mando y me invadió una salvaje oleada de odio, deseando que hubiese muerto con el mismo sufrimiento que él disfrutaba infligiendo a los demás. Deseando que hubiese sabido antes de morir que su vida había sido un fracaso tan grande como afirmaba que era la mía y que el mérito de todos sus ambiciosos planes se lo apropiase su sucesor...

— ¿Quién lo sucederá? —pregunté en voz alta y luego repetí la pregunta con más urgencia, mareado por el olor de los vinos y sin saber por qué no me planteaba en ese momento mi supervivencia en lugar del trono imperial. Pero el Dominio había decidido deshacerse de él, se había vuelto en su contra. ¿Por qué? Orosius era perfecto, lo había apoyado convencido. ¿Dónde podrían encontrar a otro que encajase tan bien en sus planes?— Arcadius —respondió Palatina— O yo.

— Se supone que estás muerta. Y, además, ¿por qué matar a Orosius y colocar a Arcadius en el trono? Arcadius es moderado.

— No lo sé— admitió ella.

— Por favor, ¿podéis ayudarme a ponerme de pie? —interrumpió Ravenna con algo de miedo en la voz— Las llamas se acercan... y no quiero quemarme otra vez.

«Un látigo de éter», pensé mientras extendía la mano sana bajo sus hombros y ella colocaba un brazo alrededor de mi espalda, aferrándose a mi túnica. Palatina, ya de pie, se acercó, intentando abrirse camino entre el tapiz de cristales rotos que lo cubría todo, y cogió a Ravenna por el otro lado. ¿Cómo se había atrevido Orosius a hacer tal cosa? El éter hacía arder todo lo que tocaba.!. Era increíblemente inhumano emplearlo contra cualquiera y, mucho más contra una mujer atada e indefensa (una chica, según la había llamado él). Cualquier tipo de lazo hacia mi hermano que alguna vez hubiese podido intentar murió en aquel instante. Habría preferido ver en el trono a Lachazzar antes que a Orosius. Incluso si desaparecíamos allí, en el abismo de la costa de la Perdición, le deíberíamos un favor a Sarhaddon. Pero no podíamos perecer allí. Nada más levantar a Ravenna, ignorando sus exclamaciones de dolor porque no teníamos otro remedio, supe que ella no debía morir bajo ningún concepto. Sobreviviríamos. Sobreviviríamos porque el emperador había deseado convertirnos en sus esclavos y queríamos demostrarle lo equivocado que estaba. Porque el mundo merecía algo mejor tras la muerte de Orosius. Y porque yo hallaría el Aeón y Sarhaddon vería también que se había equivocado. Y entonces podría contemplar el crepúsculo junto a Ravenna en las costas de Sanction. Tantas cosas... La vida seguía. ¿Qué sentido tenía estar vivos si no pensábamos en el futuro?

— Palatina, ¿tienes alguna idea de dónde estaba situado el camarote de la guardia? —pregunté jadeando por el terrible dolor que los golpes contra la mesa habían causado en mis piernas.

— Por lo general se encuentra en la bodega, pero normalmente no se puede acceder a ella más que a través de la cubierta del puente de mando. ¿Recuerdas el Estrella Sombría?

— Nunca busqué el camarote de la guardia en el Estrella Sombría..

— Lo empleaban como almacén y cada tanto me enviaban a buscar alguna cosa mientras a vosotros os daban lecciones de navegación.

— Si crees saber dónde está, entonces adelante. Nosotros iremos directamente en busca de las rayas para ver si alguna funciona todavía. No nos queda demasiado tiempo —dije consciente de que la última frase era un eufemismo, pero no tenía sentido entrar en pánico.

— Iré. Pero no podré liberar a los demás. Os necesitaré para echar abajo la puerta.

— Puedes desplazarte más de prisa que nosotros —dijo Ravenna— El resto del buque está hecho pedazos, el camarote de la guardia ha de estar por lo menos abollado.

— Iré. Coged una espada de alguien que ya no la necesite. Pero vosotros...

— Nos las arreglaremos para salir —repliqué— ¡Ponte en movimiento!

Palatina se marchó y sus pasos crujieron al pisar fragmentos de cristal, dejando huellas de sangre en los espacios secos del suelo.

Apoyándonos el uno en el otro sin mucho equilibrio, Ravenna y yo comenzamos a avanzar. Fue imposible evitar que nuestros pies aplastasen los cristales, que se nos clavaban en las plantas a cada paso. Por fortuna pertenecían, en su mayor parte, a cristal de botella, que no se astillaba, pero había pequeños fragmentos afilados aquí y allá que se hincaban en nuestra piel como espinas. Alcanzamos el umbral donde había estado la puerta, pero no pudimos proseguir sin antes sentarnos para quitarnos de los pies tantos cristales como pudimos. No era sencillo verlos a la inestable luz de las llamas, y algunos aún estaban clavados tras ponernos de pie, obligando a Ravenna a detenerse otra vez antes de retomar el camino cojeando. La cubierta tenía todavía una ligera inclinación. La manta descendía con lentitud, probablemente ahora impulsada por las corrientes del mismo modo que le había pasado a la Revelación. Pensé entonces en esa nave. Una corriente descendente. ¿Por qué existiría una contracorriente a tanta profundidad? Si el capitán había conducido nuestro buque a muy pocos kilómetros del borde del lecho continental, ¿por qué lo empujaba entonces una contracorriente? Llegamos a la zona de la escalera de proa y acordamos descender por allí si era posible, pues la de popa bien podía ser demasiado estrecha o empinada, y no queríamos arriesgarnos si podíamos bajar por la escalera principal.

— Al menos queda algo en pie —observó Ravenna— La mampara delantera subsiste.

Dentro había amontonados varios muebles y equipos hechos trizas, incluyendo más restos del mueble bar y algunas sillas. Las puertas dobles habían desaparecido y el cuerpo de un guardia yacía contra lo que quedaba de una de ellas. Si la Inquisición deseaba matar al emperador... ¿por qué hacerlo de semejante manera? ¿por qué acabar también con todo su séquito?

Suspiré con alivio al ver que la escalerilla seguía más o menos intacta, aunque sin barandilla y con muchas partes hundidas o deformadas. En el hueco se veían más llamas provenientes de dos o tres fuegos dispersos en el fondo, donde había varios cadáveres mutilados rodeados de escombros. Me descompuse.

— No deseaban matarlo sólo a él. También querían acabar con Palatina y contigo, y supongo que conmigo. Eso explica por qué Sarhaddon estuvo desde el principio tan dispuesto a entregarnos, por qué habló de anunciar tu muerte. Todos nosotros habríamos desaparecido de una sola vez, y nuestras muertes habrían sido atribuidas al mar —razonó Ravenna aferrándose a mi hombro mientras empezábamos a descender los escalones. Sentíamos dolor a cada paso. Desde bien abajo llegó un sordo retumbar y en algún otro sitio se inició un agudo zumbido que rompía los nervios.— Pero ¿por qué matar al emperador?

— No lo sé. Como has dicho, vuestro Arcadius no parece muy extremista, de modo que ¿para qué desearían coronarlo si tenían un emperador tan entregado?

Ravenna empezó a sollozar y de pronto se colgó de mí, llorando, y hundió la cabeza en mi hombro. Ella era una mujer que nunca se permitía demostrar debilidad y, mucho menos ante mí, que había soportado tantas heridas y estar atada durante horas... ¿Qué le había hecho Orosius?

Su llanto cesó al rato y me miró preocupada con los ojos aún llenos de lágrimas. —Esto, yo no... no puedo. Cathan, ¿qué estoy diciendo?

Negó con la cabeza, se secó los ojos y seguimos adelante, apoyándonos contra la pared para alejarnos del hueco de la escalerilla. Había allí más cadáveres, demasiados para ignorarlos. Era una escena espeluznante, que se grabó en mi memoria y que no podría olvidar mientras viviera. Esos cuerpos no estaban mutilados ni ensangrentados sino retorcidos y chamuscados lo que resultaba aún más impresionante.

Atravesamos ese sector con tanta rapidez como pudimos. Todavía estábamos cuatro cubiertas por encima de nuestra meta. El siguiente descanso fue en el nivel del puente de mando, y no pudo ser peor. Caminamos esquivando las llamas, incapaces de extinguirlas. Por todas partes colgaban metales deformados y había esparcidos cadáveres que en este caso sí estaban mutilados. Sus rostros estaban quemados o destrozados por la explosión de los conductos de éter.

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