Inquisición (65 page)

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Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

BOOK: Inquisición
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La chica. Ravenna era sólo seis meses más joven que nosotros dos.

Cada paso a lo largo del pasillo y en la escalera me producía terribles dolores, y Orosius no hizo ningún esfuerzo por evitar que me derrumbase o, tras la primera caída, prevenir la próxima. El emperador no llevaba armadura, apenas una túnica blanca y pantalones debajo de esa pesada capa color añil que había utilizado para engañarme durante un momento.

Nos condujo a través de la sala circular, y descendimos por el pasillo que conducía al frente. No había señal de sirvientes ni de ninguna de las personas con las que me había topado antes. Cruzamos el corredor donde habían estado cenando los guardias imperiales, supuse, y salimos a la tormenta.

Estábamos de pie en la terraza situada bajo la habitación de Ravenna, de cara al mar. Y en la esquina más lejana pudimos ver cómo Mauriz,Telesta y los cuatro guardias apuntaban con sus arcos a Palatina y los demás. De modo que así se había enterado Orosius. Habíamos sido traicionados. La capucha de Palatina estaba echada hacia atrás, pero no se había molestado en volver a ponérsela. Estaba quieta, abatida, bajo la lluvia.

Orosius elevó las manos en un gesto dramático. Entonces cesó la lluvia, que se convirtió en una cortina de agua que caía por los bordes de la terraza. —Aquí estamos por fin— dijo Orosius. Los guardias imperiales sostenían antorchas en los accesos a la terraza. Entre ellos estaban los dos que habían estado custodiando en el primer piso a Ravenna, que seguían con las manos atadas.

— ¡Prima Palatina, cuánto tiempo sin vernos!

— Nunca es bastante, Orosius —respondió ella, alzando la cabeza empapada para clavarle la mirada. Había en sus ojos un sufrimiento tan profundo que parecía a punto de desmoronarse. Pero mantuvo la compostura— ¿Les ofreciste salvar la vida a cambio de traicionarnos?

Observé a Mauriz y Telesta, pero ambos se tapaban la cara con la capucha. Comprendí entonces por qué Mauriz había sido tan astuto: sabía lo que estaba haciendo, sin duda sabía desde el principio dónde estaba el castillo. Y nosotros habíamos confiado en él. De hecho, con su recurso de la flecha ardiente nuestros últimos resquemores habían desaparecido. ¿Acaso sabía el emperador el sitio exacto por el que yo escalaría para llegar allí? —Les ofrecí salvarse a cambio de servir al emperador. Sólo un idiota o un hereje elegiría la muerte cuando tiene la oportunidad de vivir bien. Ése es el problema que tenéis vosotros: estáis dispuestos a morir por esa falsa fe vuestra, pero no a vivir. Orosius hizo un sutil gesto con las manos y los guardias empujaron a Ravenna hacia adelante.

— Aquí está vuestra faraona, a quien esperáis desde hace tantos años. Por ser los únicos habitantes del Archipiélago decididos a hacer un esfuerzo por recuperarla, aparte de lo patético de ese esfuerzo, merecéis verla. Y también merecéis echar un último vistazo a vuestra patria antes de que dejéis sus costas para siempre. Movió entonces un brazo y de pronto se abrieron las nubes, que dejaron ver el cielo, las montañas y el mar. —Recordad todo esto, apreciadlo— añadió— Tú también, Ravenna. Contempla tu auténtico hogar más allá de las aguas. Incluso ahora se esconden de ti. ¿Crees que vendrán a rescatarte? ¡No lo harán! Tehama, como el resto del Archipiélago, ha vivido sus días de gloria. Hace un millar de años fue la época dorada del Archipiélago, pero por desgracia vives en el presente. Existe sólo un dios, una única autoridad religiosa en su mundo, y deberás obedecerla. Quizá creas que el tiempo de gloria de Thetia también ha pasado, pero en eso te equivocas. Palatina, Mauriz, Telesta, os honraré informándoos los primeros: de ahora en adelante haremos cumplir la verdadera fe en todos los sitios donde ha estado ausente durante tanto tiempo, allí donde su ausencia ha corrompido las almas y permitido que os criéis débiles y pervertidos.

Mi nuevo decreto traerá la pureza; purificaré el imperio de todos los males que lo vienen contaminando desde hace tanto tiempo. La Inquisición le dará nueva vida: pondrá fin a las orgías y banquetes, ¡a todas las cosas por las que somos despreciados! ¿No es eso lo que siempre has detestado de Thetia, Palatina? —preguntó Orosius con embelesamiento, como un idealista o un visionario explicando el sueño de su vida— Veréis el cambio con vuestros propios ojos, seréis testigos del fin de la indolencia y la decadencia, la ruina de varios siglos, los que hacen que mi tierra sea pasto de las burlas... desaparecerán. Acabarán las herejías allí y en el extranjero. ¿No es así, Sarhaddon? No me volví, pues sabía que tras la cabalgata, la escalada y la magia que Orosius había aplicado sobre mí, me haría muy difícil reunir la fuerza o la estabilidad para hacerlo, pero no me sorprendió en absoluto. Nuestros caminos estaban entrelazados de tal manera que Sarhaddon siempre aparecía en mis momentos de derrota. Y allí estaba otra vez, flanqueado por seis sacri y dos magos. Parecía poca cosa, casi frágil con su hábito blanco y rojo, ensombrecido por la presencia de los velados sacri, el esplendor de la guardia imperial y la notable presencia del emperador. Pero, aun así, Sarhaddon era imposible de ignorar.

— Una rastrillada —intervino Sarhaddon dejando la compañía de los sacri para ir a situarse junto al triunfante emperador— Una que ni siquiera vuestras sagradas ciudadelas conseguirán resistir. Ya se están haciendo purgas en Océanus, donde el rey limpia sus clanes de cualquier mal. Un rey que está haciendo cuanto puede por convertir su tierra en un sitio completamente puro. Ahora que tenéis un emperador de la verdadera fe, el mal contra el que hemos luchado durante tanto tiempo será por fin eliminado.

Hizo entonces la señal de la llama ardiente ante el emperador y Orosius inclinó la cabeza en reconocimiento.

— ¿Y qué es lo que obtendréis de este pacto con el demonio? —preguntó Palatina sin rodeos.

— Una verdadera fe, un verdadero imperio, y a vosotros —sonrió Orosius— Por decisión mía y del inquisidor general, todos vosotros habéis sido condenados a muerte en Aquasilva. Pero conmutaré esa pena. No habrá restauración en el trono de la faraona. Todos vosotros, incluida ella, me pertenecéis ahora. Mañana por la mañana, Ravenna pronunciará su discurso de abdicación en Tandaris, cuando yo anuncie el nombramiento de un virrey que trabaje para mí y no para sí mismo. Pero ya hemos esperado demasiado. Sarhaddon, ¿tienes ya todo lo que has venido a buscar?

— Sí —afirmó él— Pero te pido un momento antes de que separemos nuestros caminos.

— Por supuesto.

Sarhaddon avanzó hasta estar frente a mí. —Sólo soy un siervo de la verdadera fe— sostuvo con voz suave— No toleraré herejías de ningún tipo. Es mi deber limpiar el mundo de ellas y de cuanto traen consigo. Ranthas os dará su propio castigo, pero yo no creo que exista nada más apropiado que ponerte a cargo del hermano que representa todo lo que tú deberías ser. Lamento de veras que hayas despreciado tu oportunidad de redención, pero, como* lo has hecho, me complace que sufras a manos de quien es un legítimo siervo de Ranthas. ¡Ah, y yo en persona me encargaré de que tu familia de Lepidor conozca los detalles de tu sufrimiento! Aunque la información no sea exactamente la correcta, pues les diré que has muerto.

Volvió a darme la espalda.

— Su majestad, nuestra misión sagrada ha llegado a su fin por esta noche. Si embarcas primero, yo te seguiré.

— Muchas gracias, Sarhaddon —respondió el emperador— Trae a los prisioneros. Nos vamos.

Dos guardias imperiales abrieron una enorme y pesada puerta al fondo de la terraza y la luz entró desde un pasillo interior. El emperador encabezó la comitiva, mientras que dos guardias me cogieron o, mejor dicho, me arrastraron. Eso fue doloroso, pero quizá no tanto como lo hubiese sido caminar. El corredor era amplio, estaba bien iluminado y recorría una corta distancia a través de lo que parecía roca hasta llegar a un espacio abierto con maquinaria y una gran plataforma con un complicado mecanismo de cadenas corriendo por el centro.

¿Para qué habían construido un ascensor allí?, pensé mientras me empujaban hacia la plataforma y me cogían para sostenerme de pie. El elevador tenía capacidad para llevar a doce de nosotros, de modo que algunos de los prisioneros, la gente de Sarhaddon y los guardias restantes esperaron a un segundo viaje.

Entonces comenzó el descenso por un hueco con paredes de piedra a pocos milímetros del ascensor. Descendimos y descendimos hasta que el extremo superior del hueco pareció apenas un punto de luz. Ahora el rugido de las olas podía oírse muy cerca. La roca estaba mojada allí, cubierta de algas, y el aire cargado de humedad. Nadie dijo una palabra; el único sonido, aparte del mar, era el rechinar del mecanismo al extenderse cada eslabón de la cadena. Por fin el elevador se detuvo en una puerta situada en uno de los lados del hueco, conectada con una enorme caverna que me recordó aquella de Ral´Tumar donde Mauriz y Telesta nos habían disfrazado. ¡Qué inútil había resultado todo! Y ahora el hombre que hacía pocas horas hablaba a Palatina con nostalgia sobre su hogar y compartía su odio por el emperador, el que me había secuestrado para derrocarlo, nos había traicionado por el mismo Orosius. En un embarcadero había amarradas dos rayas, una de ellas tan grande como el mismo muelle donde estaba. Su superficie era lisa y carecía de las marcas típicas producidas por el mar. En el techo llevaba la aleta del delfín imperial. Nos condujeron hacia allí mientras el ascensor volvía a subir.

— ¿Puedo caminar por mis propios medios? —le pregunté a Orosius antes de que los guardias volviesen a levantarme.

— Si eres lo bastante fuerte... —dijo él haciéndoles una señal. Me tambaleé un poco, pero vi la expresión del emperador e hice todo lo posible por no derrumbarme agarrándome al borde de la escotilla.

— Cathan no es más débil que tú, monstruo —espetó Ravenna.

— Entonces permitid que también ella camine por sí sola —respondió Orosius, condescendiente— Seguidme.

Era un interior palaciego, con una escalera que conducía a una primera planta y una cabina para el piloto tan grande como un puente de mandos, donde nos condujeron. Tenía hueras de asientos tapizados con la insignia del delfín en los respaldos. En el centro había sillones más espaciosos y de madera tallada, en uno de los cuales se sentó el emperador.

— ¿Todavía puedo confiar en ti? —me dijo Orosius mientras señalaba uno de los asientos detrás de él.

— No sé para qué —respondí— ¿No puedes confiar en Ravenna también? ¿O consideras que ella es tan peligrosa que temes desatarla en presencia de una docena de legionarios armados? —Prefiero dejarla como está.

— Le di una patada en el estómago, ése es el motivo —comentó

Ravenna, desafiante— Hará de eso unas cuatro horas, así que a su bondadoso modo todavía se toma la revancha.

Ella tomó asiento a mi lado, aunque con las manos atadas a la espalda no pudo hacerlo cómodamente.

— Bien hecho —dijo Palatina— Orosius, no me parecía en absoluto que fueses a echarte atrás otra vez, pero es evidente que me equivocaba. ¿Es esa patada la excusa para su condena a muerte? —Dejad de hablar de una vez— dijo el emperador con voz quebradiza— No tenéis inmunidad, seáis o no miembros de mi familia. Me sentí totalmente vacío sentado en la cabina imperial y esperando a que el resto de la escolta de Orosius apareciese para cerrar la escotilla. Las cosas se habían estropeado demasiado de prisa para que mi mente las asimilase. Fuese lo que fuese lo que el emperador pensaba hacer conmigo y con todos nosotros, estábamos vivos y seguiríamos estándolo. A menos que también ésa fuese una promesa falsa, como bien podía ser el caso: conducirnos a Selerian Alastre, juzgarnos allí y ejecutarnos como opositores de sus nuevas leyes.

Los otros llegaron en seguida, y guardias y prisioneros ocuparon el resto de los asientos después de que alguien abrió la puerta. Oí el sonido de la escotilla al cerrarse y el débil rumor del reactor poniéndose en marcha. Frente a nosotros, Orosius tenía una buena visión de las ventanillas delanteras y, aunque tapaba la mía de forma parcial, podía ver lo suficiente para apreciar cómo la raya del Dominio, con Sarhaddon a bordo, zarpaba a nuestro lado, alejándose del muelle. Tamanes había dicho que no se podía navegar por allí en invierno, pero incluso así el emperador y Sarhaddon habían llegado con sus naves y no parecían esperar problemas en el camino de regreso. ¿Cuántas cosas sabían que nosotros ignorábamos? Cuando el agua cubrió las ventanillas y la cueva se perdió de vista, dejé de mirar hacia allí. Por el cristal frontal de la nave no podía distinguirse más que oscuridad. Navegábamos bajo los acantilados de la costa de la Perdición.

Entonces, por primera vez, exceptuando aquel fugaz instante en la habitación, reuní coraje para mirar a Ravenna. También ella estaba dolorida, mucho más de lo que hubiese aceptado. No se percibía el menor rastro de derrota o desesperación en su rostro, sólo orgullo y furia contenida en sus oscuros ojos marrones. Y noté también que me miraba sonriendo con tristeza. Mantuve su mirada y me las compuse para sonreír débilmente, lo que me hizo olvidar por un instante el resto de la cabina, la presencia del emperador y todo lo que habíamos pasado. Por una vez, no había entre nosotros ningún secreto.

Ravenna bajó la cabeza sutilmente y miró con insistencia mi muñeca izquierda, donde el emperador me había colocado el brazalete. A continuación giró los ojos una y otra vez, como si intentase mirar su propia espalda. Observé sus manos y noté entonces que movía una de sus muñecas entre las cuerdas, lo suficiente para cruzar los pulgares y descruzarlos poco después.

Me mordí el labio intentando contener cualquier expresión en mi rostro que delatara que había comprendido lo que quería decir. Pese a todo su poder, seguía habiendo cosas que el emperador ignoraba. Por un rato evité mirar a Ravenna, aunque fuera no había nada para ver excepto oscuridad. No podía distinguir los controles de éter en el puente de mando para saber en qué dirección navegábamos, pero era probable que fuésemos hacia la ensenada para reunirnos con varias mantas. Por lo menos dos: una del Dominio y otra imperial, y quizá también escoltas imperiales. Se suponía que nuestro viaje era secreto, pero dudé que el emperador se atreviese a navegar sin escolta.

¿Cómo lo habrían logrado? Las naves debían de estar esperando en algún punto de la costa de la Perdición. Por lo que yo sabía el clima submarino era idéntico al de la superficie. De acuerdo con Tamanes, nadie estaba seguro de los motivos por los que el mar era tan traicionero allí, pero las corrientes resultaban impredecibles y muy fuertes, imposibles de prever, lo que las convertía en una pesadilla para los marinos. Tan fuertes podían ser que no era difícil que destruyeran mantas, por lo general dotadas de mucha fuerza para empujar en un medio que oponía resistencia, pero que podían quebrarse bajo corrientes muy violentas y caóticas que golpeasen desde diversos puntos. Corrientes muy distintas de las del océano, de una única dirección.

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